Episodio 1. La trastienda de los héores.
Hay una tienda de antigüedades. Está
en una pequeña ciudad junto al lago Michigan. No importa demasiado
que cuidad es. De hecho, la tienda en si tampoco importa demasiado.
¿Antigüedades? En un mundo aun en ruinas todo es viejo. No hay nada
que preservar, más bien lo que hay que hacer es reconstruir. Así
que esta tienda dice mucho del tipo que la abrió. Para empezar, que
no tiene demasiado olfato para los negocios. Pero más en el fondo,
lo que esta tienda dice es que es un soñador, un romántico, un tipo
que respira hondo todas las noches cuando echa el cierre y vuelve a
su casa , con la mirada perdida en el lago, añorando un tiempo
mejor, un mundo sin guerra, sin violencia, sin mutantes, sin una
plaga que lo arrasara y lo convirtiera en el infierno estéril que es
ahora. Ahí está. Cierra la puerta y mira el reflejo pagado que
produce en el cristal. Se lleva las manos al pelo. Debería raparme
piensa. Luego se mira de perfil. Yo creo que he adelgazado, se dice.
Baja el cierre metálico y echa a andar. Lleva en la mano un maletín
grande y piensa qué va a cenar esta noche. No le queda demasiado.
Los víveres han tenido problemas para llegar a la ciudad esta
semana, los malditos saqueadores mutantes han atacado las tres
últimas caravanas. Pero alguna pizza queda en el congelador. O lo
que en ese mundo cruel llaman pizza. La pizza engorda. Pero que coño.
Un día es un día. No hay demasiada gente por las calles a pesar de
que hace buena temperatura y hay bastantes estrellas en el cielo. No
hay demasiados lujos hoy día en este mundo, así que decide caminar
sin prisa y disfrutar un poco de la noche. Al fin y al cabo nadie le
espera en casa. ¿Debería comprarse un perro? Desecha la idea al
momento. Pobre perro. Sigue caminando, respira hondo. No pensar en la
soledad, en su desastrosa encomia, en el futuro. Vamos, no pensar.
Solo las estrellas, el lago lejano, una pizza, una cerveza. Estoy
vivo, se dice, joder, claro que sí. Actitud. Esa es la palabra.
Aunque cuando la dice tiene que hacer un soberano esfuerzo para no
escuchar a esa molesta voz que desde algún rincón de su cabeza, aun
amordazada, trata de gritar, ¡actitud por los cojones! La maleta le
pesa. En ese momento recuerda lo que lleva dentro. Sigue sin tener
muy claro por que demonios ha cogido ese objeto en cuestión de la
tienda. Llaveaba años criando polvo en el almacén y hoy, al bajar a
buscar un disco compacto para un cliente, lo ha visto. Antes de
cerrar ha abajado, lo ha limpiado y lo ha guardado en la maleta. Y
sí, aun no sabe por qué.
Forma parte de otra vida, de un pasado
enterrado hace ya años. Supone que en algún momento habrá pensado
en colgar el objeto en cuestión de la pared de su casa. Pero la
verdad es que si le trae algún recuerdo es de horror, de violentas
de pesadilla rugientes en medio de la noche.
Como le pesa demasiado decide tomar un
atajo. No le gusta la idea, porque meterse por los callejones que
acortan su camino a casa en lugar de seguir por as avenidas
principales puede ser peligroso. Yonkis, ladrones, psicópatas, de
todo eso hay por las calles de las ciudades de hoy en día. Pero ya
está metido en uno de esos callejones. Y cuando las sombras empiezan
a envolverle, de inmediato, tiene esa desagradable sensación de que
ha sido un mala idea.
Sabe que no va a escapar. Sumido en las
sombras de los callejones de esa ciudad de mala muerte tiene de
pronto consciencia de el miso. Soy Harry Street. Y voy a morir. Lo
sabe. Entorna los ojos azules para escudriñar la oscuridad. La
herida del abdomen cada vez sangra y duele más. Esta más blanco que
de costumbre. Así que cuando siente unos pasos siniestros detrás de
él, sabe que es absurdo que gaste energías tratando de huir. Se
gira y puede ver a los cuatro encapuchados. Bajo las túnicas y las
capuchas solo pueden verse unos ojos amarillos que dan escalofríos.
Uno de ellos habla, pero Harry no es capaz de discernir cuál es. Es
como si la voz saliera indistintamente y aleatoriamente de los
cuatro.
-Somos Plaga, Hombre, no hay
escapatoria posible. Rinde ya tus esfuerzos. Preferimos llevarte ante
él vivo, pero no es estrictamente necesario.
-¿Por qué me seguís? Qué coño
queréis de mi, yo no soy nadie. -le duele mucho la herida y cada
palabra le ha costado un mundo. Pero la desesperación por al menos
tratar de entender que diablos está pasando es angustiosa. Lleva ya
demasiados kilómetros acuestas huyendo y tratando de esconderse de
aquellos cabrones espeluznantes.
-No corresponde a Plaga darte
respuestas, Hombre.
Harry echa la mano a la pistola que
lleva en el cinturón, pero sabe que es un gesto estéril, no le
queda ni una maldita bala, esta vez va a ser una pelea muy corta.
-Esto... hola, ¿va todo bien por aquí?
Detrás de los encapuchados ha
aparecido un tipo con un maletín. Lleva el pelo rubio algo
despeinado, es corpulento y tiene una mirada azul que parece muy,
muy, pero que muy cansada. Los cuatro encapuchados ni le miran para
hablarle.
-Somos Plaga, rata, nada aquí es
asunto tuyo. Vete y sigue respirando.
-¿Por qué coño habláis tan raro?
¿No podéis robar sin dar el coñazo como hacen todos los ladrones
de buena fe que hay por aquí?
Las palabras del tipo del maletín no
están ni mucho menos apoyadas por su tono. Más bien parece que se
ha arrepentido de decirlas en cuanto han salido de su boca.
Los encapuchados sacan a relucir unos
cuchillos de hoja curva cuyo filo Harry ha tenido la desgracia de
probar en sus carnes. Se giran para enfrentar al recién llegado.
Harry, que en primer momento pensó que venía la caballería, ahora
entiende apesadumbrado que el hombre no tiene la menor posibilidad
ante aquellos cuatro cabrones siniestros.
Luego todo es muy rápido. El tipo saca
una vieja escopeta de dos cañones recortados de la bolsa de cuero y
le vuela la cabeza a las dos primeros enemigos. Así , sin más, sin
tarjeta de presentación y sin regalarles unas flores o algo antes.
Aquel tipo con pinta de oficinista jubilado se mueve con firmeza, con
seguridad, como si matar bastardos encapuchados fuera su maldito
negocio. El problema es que la antigualla de arma que lleva ya no
tiene más munición y esquiva los cuchillos de los dos cabrones que
quedan con vida como puede, utilizando la escopeta para pararlos.
Pero esos tíos son giles, muy ágiles, mucho más que el pobre
diablo que, como Harry no haga algo, va a acompañarle al otro barrio
en menos de lo que tardas en decir tarta de cerezas. Ignora el dolor
y coge uno de los cuchillos de los caídos y lo clava en la espalda
del encapuchado que tiene más a mano. Ni lo ve venir y da tiempo
suficiente a que su recién reclutado aliado le estampe en la cara la
culata de la escopeta al que aun quedaba en pie, que se desploma
redondo en el suelo. Harry también cae de rodillas, ya no puede más.
Su salvador le ayuda a levantarse, no sin antes guardar la escopeta
en el maletín.
-Venga, salgamos de aquí, estos
cabrones me da a mi que no venían solos.
-Gracias – es todo lo que acierta a
decir Harry. Le cuesta hablar-. Me llamo Harry, Harry Street, por
cierto.
-Yo me llamo Bridge.
En ese momento, Bridge le pisa, le
zancadillea sin querer y Harry cae pesadamente al suelo del callejón
en medio de un dolor atroz.
-¡Ahí va!- dice Bridge-. Ten cuidado
muchacho, debes mirar por donde vas.
La casa de Bridge es un pequeño
cuchitril adosado a un viejo hangar de aviación. Por eso la compró.
Bueno el precio bastante bajo también ayudó. Solo tiene una
habitación, un pequeño cuarto de baño y un dormitorio, en el que
ha dejado dormir al tal Harry. Le ha vendado la herida lo mejor que
ha podido, pero nunca ha sido demasiado habilidoso dando puntos. Le
va a quedar una fea cicatriz. Mientras prepara una cafetera piensa
todas estas cosas anodinas para no desmayarse y chillarse a sí mismo
por haber hecho la locura de haberse metido en todo aquel embrollo.
Pero, ¿qué se suponer que debería haber hecho? ¿Dejar que
aquellos cuatro rufianes despacharan al pobre tipo? No podría haber
hecho eso. Tampoco es que tuviera una vida tan plena y satisfactoria
en todos los sentidos que fuera una tragedia trastocarla. Además. La
adrenalina, el aplastar a aquellos malnacidos. No podía negar que
había estado bien. Se había sentido, cómo decirlo, vivo. Había
estado bien dejar que el viejo. Bridge saliera a pasear y repartir
leña por un rato. Pero no, eso había sido todo. En cuanto el tal
Harry tenga fuerzas saldrá de su vida y el podrá seguir disfrutando
de su apacible existencia. Las peleas a muerte son cosa del pasado.
Harry sale de la habitación. Ha
perdido mucha sangre y está bastante pálido, aunque Bridge tiene la
sensación de que aunque le dejaran atado en el Valle de la Muerte a
las tres de la tarde aquel tipejo no se pondría moreno. Tiene un ojo
un poco más cerrado que el otro, lo que le da a a su mirada de un
intenso azul, un toque de tristeza que le queda fenomenal con su
maltrecho cuerpo.
-¿Café? -pregunta Bridge.
-Dios, sí por favor.
-¿Has conseguido dormir algo?
-Sí. De verdad que no sé como
agradecerte todo lo que estás haciendo por mi.
-No hay de que amigo, es lo que haría
cualquier buen samaritano -o cualquiera lo bastante estúpido, piensa
inmediatamente después, pero no lo dice-. ¿Quiénes eran esos
tipos?
-Te juro que no lo sé. Empezaron a
perseguirme hace cosa de un año. He estado huyendo desde entonces,
pero siempre me encuentran. Se llaman a si mimos Plaga. Quieren
llevarme ante alguien, alguien que les manda, pero nunca he sabido
por qué. Yo no soy nadie. Por eso voy hacia el sur.
-¿Al sur?.
Bridge, no quiere reconocerlo, pero
aquella historia le está intrigando más de lo que se atreve a
admitir.
-Si hay rumores, ¿sabes?, de un
eremita, un tipo que vive en medio de la nada y que se enfrentó a
ellos en el pasado. Quizás él me pueda ayudar, quizás sepa qué
quieren de mi.
Brdige ya ha oído demasiado. Sí, todo
aquello es intrigante, pero también sale en letras muy gordas en el
manual, como joder tu vida en un segundo. El tipo ese tiene que irse
de su casa. Él tiene que salir a la calle, abrir su tienda y esperar
pacientemente tres o cuatro horas muy tranquilas a que entre el
primer cliente. Eso es lo que tiene que hacer.
Y lo que va a hacer.
Cuando se da la vuelta ve que Harry
tiene en sus manos un viejo recorte de periódico enmarcado en el que
puede verse una foto de él mismo, Johnnie, Helen y el alcalde
Connors. El titular del periódico dice un año de la liberación.
Hoy entrevistamos a los héroes que acabaron con los Girasoles
Mutantes.
-¿Éste eres tú? -Pregunta Harry
incrédulo-. Quiero decir ¿tú eres ese Bridge?
-El mismo que viste y calza, amigo.
-¿Y qué te ha pasado? Quiero decir
-no acaba la frase pero mira alrededor como diciendo, por qué llevas
esta mierda de vida si eres un héroe famoso.
-¿A ti que coño te importa?-dice
arrebatándole el recorte de las manos-. Ser un héroe no da de
comer.
-Pero tú fuiste el tipo que destruyó
a los girasoles. Tú.
-Solo pulsé un maldito botón, vale.
No hay que ser ni muy fuerte, ni muy guapo, ni muy listo para pulsar
un botón.
Pero tú puedes ayudarme. Eres un tío
de acción, un guerrero, contigo si que podré llegar a ver el
eremita ese y buscar una forma de que esos tíos me dejen en paz.
-¡Ah, no! De eso ni hablar. Yo soy
anticuario, entiendes, anticuario. No soy ni un guerrero, ni un
soldado, ni un maldito héroe, ni siquiera me gustan las pelis de
acción. Así que, ya puedes coger tus bártulos y ponerte en camino
al desierto o a dónde coño quieras ir, pero a mi me dejas en paz, que
precisamente hoy tengo un montón de cosas que hacer.
-¿Ah, sí? ¿Cómo cuáles?
-¿Todavía sigues aquí?
-Vale, Vale. Ya me voy. Pensaba que los
héroes se nacen, no se hacen.
Antes de coger el macuto con sus pocas
posesiones, Harry mira la foto del periódico y dice un, has
engordado, por cierto, que solo recibe como respuesta un bufido de
Bridge. Añade un gracias por todo y sale por la puerta.
Una gran tranquilidad inunda la casa
otra vez. Solo un mal sueño. Ha estado cerca pero se ha mantenido
firme y ha conseguido recuperar su vida, todo eso que ha construido
con esfuerzo. Ha merecido la pena. Sin duda alguna.
Harry oye una voz a su espalda y cuando
se gira ve a Bridge haciéndole señas para que se detenga. Cuando
llega junto a él esta sudando y le cuesta hablar.
-¿Tienes algún medio de transporte?
¿Cómo piensas llegar al desierto?
-No lo había pensado, la verdad.
-¿Sabes lo que hay ahí fuera, chico?
Mutantes, saqueadores, asesinos, monstruos. Y tú quieres hacer esa
burrada de kilómetros desarmado y a pie.
Harry no contesta. Está claro que su
plan no es muy elaborado, pero algo tiene que hacer. De todas maneras
no puede quedarse demasiado tiempo quieto en un sitio. Plaga volvería
a encontrarle seguro, siempre es lo mismo.
-Ven conmigo, anda -dice Bridge-. Tengo
justo lo que necesitas.
Harry sigue a Brdige hasta el hangar
destartalado que está adosado a la casa del antiguo héroe de la
guerra de los girasoles. Dentro no hay nada, excepto ratas y una mole
tapada con una lona gris. Bridge se acerca y coge la lona con una
inmensa sonrisa de satisfacción en el rostro. Luego empieza tirar
hasta que la retira completamente.
-¿Qué te parece, eh? -dice
absolutamente entusiasmado.
Delante de él Harry tiene un
desvencijado y vetusto autobús escolar cuya pintura amarilla empieza
a desconcharse a pasos agigantados.
-Te presento a la auténtica Betsy,
Harry.
Lo único que Harry acierta a decir es,
pero qué es todo ese montón de chatarra.
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