lunes, 11 de octubre de 2010

La invasión de de los girasoles mutantes

Episodio 25: La importancia de las cosas bellas
Están en una habitación enorme pero completamente vacía, con una pantalla de proyecciones al fondo. Helen flota en el aire, mientras gime de dolor. En el centro de la sala hay un hombre rubio, de ojos azules y una grande y siniestra sonrisa. Detrás de él, al fondo de la sala, está Celine.
- Por fin ha llegado mi invitado estrella. Sabía que no podrías rechazar mi invitación –dice el general Xavier.
Mira a Helen y ésta cae al suelo. Peter corre hacia ella y la ayuda a levantarse, la lleva contra la pared y deja que la chica se siente.
- ¿Estás bien? –pregunta Peter y Helen asiente con una sonrisa forzada por el dolor.
- ¿Qué quieres de mí? –Le pregunta a Xavier, desenvainando a Tadeusz.
-Te quiero a ti. Al más poderoso de los Nephilim. Me apena ver que malgastas tu poder y tu valía con esta gentuza. Tú y yo podemos hacer grandes cosas juntos. Nadie, ni siquiera el Líder de la corporación, ni la iglesia, nadie podría hacernos frente.
- No tengo ni idea de que estás hablando, sonrisas. Pero si no vas a dejarnos salir vas a tener que impedirme el paso. ¿Estás listo?
-No seas obtuso, querido mío. Llevas dando tumbos varios años en pos de esa muchacha, pero cuando ganéis, si ganáis, ella y tu amigo se irán y tú volverás a estar solo en el camino otra vez. Si perdéis, ni siquiera habrás sido capaz de vengarte de tu querida Celine. Yo te ofrezco algo grande. Te ofrezco que pongamos el mundo nuestros pies. Te ofrezco que nos convirtamos en dioses.
-¿Para qué quiero ser un dios, si la mitad del tiempo no soporto ni ser humano?
-Pues precisamente por eso, querido. Para dejar atrás de una vez por todas toda la mierda que el mundo te ha escupido a la cara. Para darle su merecido y torcerlo a tu voluntad.
Xavier hace un gesto con su mano y Celine empieza a flotar en el aire y acercarse a él. La chica grita de dolor mientras un fino hilo de sangre corre por su nariz rostro abajo. Por fin, Xavier hace que la chica se detenga solo a unos centímetros de Peter.
-Es mi regalo para mostrarte mi buena voluntad. La causante de todo tu dolor retorciéndose a tus pies. Indefensa como un corderito esperando que hagas justicia.
-Peter, no le escuches –dice Helen, su voz es débil y entrecortada-. Él no tiene corazón, pero tú sí, no estás solo.
¿Corazón?, piensa Peter, ¿dónde está el mío? ¿Dónde está el corazón del Doctor Spawlding? Durante mucho tiempo se ha esforzado por mantener a Peter Connor muerto y enterrado. Pero ahora es él mismo. Escucha las palabras de Helen, pero su mente está lejos, observando con gozo el sufrimiento de la mujer que una vez amó por encima de todo. Empieza a plantearse que el mundo no le ha dado nada. De pronto no sabe muy bien por quién esta luchando. ¿Por sus amigos?, se da cuenta de que no podría decir cuantos de los que llama amigos le conocen de veras. ¿Por la liberta? ¿por la gente?. Al fin y al cabo es gente la que le ha hecho al mundo todas las atrocidades de los últimos años. Quién dice que los rebeldes con los que lucha no obrarán igual o peor que la Corporación. Está vacío. Se siente vacío por dentro y lo único que le llena en ese momento es el rencor hacia Celine, que ha sido su combustible los últimos años. ¿Sería tan malo coger las riendas? Celine gime de dolor y Helen trata de levantarse. Siente el peso de la espada en la mano y la mira como con extrañeza, como si no recordara como ha llegado hasta su mano.
- Hazlo –le dice Xavier sin parar de sonreír-. Hazlo y cumple tu destino. Véngate y únete a mi.
Peter levanta la espada. Helen le grita algo, pero su voz parece estar muy lejos.


El pasillo está bloqueado por girasoles y el sonido de las armas golpea con violencia las paredes. Olor a pólvora y gritos. La adrenalina en dosis mortales y el calor de los cañones palpable en la cara. Los girasoles no parecen amedrentarse a pesar del fuego riguroso al que Bridge, Martin y Johnnie les están sometiendo. Johnnie piensa, aunque sabe, o eso cree, que es imposible, que parece que esas bestias inmundas están atacándoles a la desesperada, sabiendo que está en juego su existencia. Disparan desde una barricada que han improvisado con muebles y armarios archivadores que han encontrado en las estancias desiertas que se abren a los lados del pasillo. El suelo empieza a llenarse de casquillos y, aunque ninguno lo piensa, saben que la munición no es infinita.
- ¡Tenemos que hacer algo! –grita Martin alzando la voz por encima del estruendo de las armas y de los chillidos de los girasoles- Nos vamos a quedar sin munición.
Walker trata de evaluar con rapidez todas sus opciones. No son muchas, y no es fácil pensar mientras quemas munición. Pero una idea empieza a fraguarse en su mente. Encima de los girasoles, una ventana de cristal que comunica con una oficina. No lo piensa, dispara al ventanuco y los cristales caen encima de las furiosas criaturas mutantes. Sin decir ni una palabra, Johnnie salta por encima de la improvisada barricada y se lanza contra las criaturas al grito de, ¡echaros al suelo!
Sus dos camaradas no entienden muy bien lo que está pasando, solo pueden asistir atónitos a la escena que sucede delante de sus ojos. Walker se lanza contra las criaturas, que por un segundo no entienden muy bien lo que está pasando y es justo ese segundo de despiste el que Johnnie necesita. Salta, como no ha saltado en su vida, los girasoles extienden sus brazos hacia él tratando de agarrarlo, pero el chico es más rápido. Apoya el pie en la cabeza de una de las criaturas y, utilizándola como trampolín, se lanza hacia la ventana, dejando caer en su vuelo un par de granadas con la anilla quitada. Se agarra el borde del ventanuco y se encarama dentro dejándose caer al otro lado. A Bridge y a Martin apenas les da tiempo para ver caer las bombas y tirarse al suelo al tiempo que el estruendo y la sacudida de la explosión hacen que todo se detenga por unos instantes. El pitido de los oídos es todo lo que oyen. Sobre ellos tienen los restos de muebles y archivadores que la explosión les ha lanzado encima. Se quitan de encima todos los restos y se levantan trabajosamente, con el cuerpo dolorido por la sacudida de la explosión y cuando el pitido se va mitigando, se dan cuanta que los gritos de los girasoles han cesado. Solo se oyen alguno s gorgoteos de algunas de las criaturas moribundas. La puerta del despacho se abre y por ella sale Johnnie, sacudiéndose de la ropa el polvo que la explosión ha arrancado de paredes y techo.
-¡Eres el mayor chiflado que he tenido el disgusto de cruzarme! –dice Martin.
-No sabía que eras mi madre, Martin.
-Estás loco, chico. Martin tiene razón, podíamos haber volado todos por los aires.
-Pero no lo hemos hecho, Bridge. Estábamos atrapados y necesitábamos algo inesperado, además, ¿no habéis aprendido nada de Doc?, dejad ya de preocuparos, estamos todos muertos. Eso nos da ventaja.
Comienza a andar con Bridge y Martin detrás. Pasan por encima de los restos de los girasoles, aplastándolos con las botas, produciendo un sonido que pone los pelos de punta. Algo se mueve. Martin va el ultimo y por le rabillo del ojo, Bridge ve algo aunque se mueve lentamente detrás de su amigo. Se gira con toda la rapidez de que es capaz, justo para ver un girasol moribundo ponerse en pie tabaleándose de arriba a bajo. Le quedan pocas fuerzas, pero Bridge sabe de sorba en que las va a gastar aquella maldita acosa. Bridge grita, Martin se gira, pero aquello solo sirve para facilitarle las cosas al girasol que, justo un segundo antes de que Bridge le vuele la cabeza con la escopeta, lanza una hondonada de pipas a la cara del Martin, que cae el suelo con las manos en el rostro y chillando de dolor. Johnnie y Bridge se quedan inmóviles, mientras su amigo se retuerce de dolor en el suelo, incapaces de reaccionar. Los gritos son cada vez menos humanos y los dos lo saben, saben de sobra lo que te pasa cuando un girasol te clava las pipas. Martin va dejando poco a poco de gritar, se va calmando mientras respira con cierta dificultad, emitiendo unos extraños ruidos. Por fin levanta la cabeza y mira a sus amigos. Pero no son los ojos de Martin los que miran, son los ojos amarillentos de un girazombi en los que solo puede leerse odio y rabia. Está claro que él ya no les reconoce. Les grita, soltando esputos y sangre por la boca.
-Lo siento, viejo amigo, de veras que lo siento –dice Bridge disparando contra el que una vez fue su amigo.

El dolor es lo único que siente dentro de sí. El dolor que arrastra odio. Mira a la mujer que una vez amó, como se debate entre terribles dolores suspendida en el suelo por los poderes de Xavier. Y solo puede pensar que quiere más. Más dolor, el mismo dolor que le ha consumido a él durante los últimos años. Lo tiene al alcance y el fuego que va creciendo en su interior le va devorando. No se acuerda ni del mundo, ni de los girasoles, ni de sus amigos. La voz de Helen le llega muy lejos. Mira a la chica que llora devorada por el dolor. Los dos mechones que se escapan de su coleta se le pegan a la cara por el sudor. De pronto se da cuenta de que es él quien le produce ese dolor, usando alguna extraña fuerza que emana de su interior y que desconocía. Cierra el puño y nota como el dolor de la chica aumenta.
-Peter, por favor, no le escuches –dice Helen con la voz entrecortada-. Tú no eres un monstruo como él.
-¿Y cómo lo sabes? No me conoces.
-Puedo verlo en tus ojos. Veo lo que hay en ellos. No dejes que te devore el odio.
-No pierdas el tiempo con esas sensiblerías ñoñas, Peter –dice Xavier-, no le hagas caso. Tú y yo estamos por encima de eso. Toma todo lo que siempre has querido.
Peter mira a los ojos de Celine, y sigue sin ver en ellos un atisbo de que vaya a pedir piedad, solo esa mirada distante y fría, demoledora. Una nueva ola de dolor y odio y siente que el mundo podría dejar de existir, y eso no estaría nada mal. Helen siente como el dolor va en aumento y siente que si no hace algo, Peter acabará matándola. Pero le cuesta moverse, el dolor le atenza y casi ya ni puede hablar. Un último gesto agónico, estira el brazo y es casi como si se le estuvieran rompiendo los músculos. Estira el brazo y coge la mano de él, la aprieta y cierra los ojos.
El tacto de la chica es tibio, como el de una sabana suave. Es algo real, cercano, que hacer que el mundo vuelva entrar dentro de la mente de Peter. Mira a Helen y la levanta cogiéndola del cuello y estrellándola contra la pared. Xavier ríe triunfal y Helen abre mucho los ojos, aterrorizada. Los abre tanto que Peter se ve en ellos mientras cierra la presa sobre el cuello fino y esbelto de la chica, que empieza a boquear por la falta de oxigeno. Ahí está él, con los ojos grises ardiendo. ¿Quién es él realmente? No lo sabe, se da cuenta que en los últimos año se ha perdido a si mismo, al hombre que fue una vez. ¿Es eso todo lo que queda de él? ¿Ese monstruo despiadado? Sigue apretando la presa y los ojos de Helen brillan por las lágrimas. La otra mano aferra con fuerza la empuñadura de Tadeusz. En ese momento piensa que la chica es hermosa. No sabe por qué, pero piensa que su cara es hermosa y, de pronto, sus manos le parecen feas y vulgares tratando de destruir algo tan bello. Deja de apretar. Quizás un hombre solo se convierte en monstruo cuando deja de apreciar las cosas bellas del mundo, cuando deja de emocionarse por ellas. Suelta la presión del cuello de la chica y le guiña un ojo, gesto que ella no acaba bien de entender. Le acerca la boca al oído.
-¿Puedes andar? –le pregunta en voz baja.
-Sí –contesta ella débilmente, recuperando poco a poco el aliento.
-Bien, a mi señal, coge a Celine y salid de aquí.
-¿Cuál será tu señal?
Peter no contesta, solo se separa de ella y lanza la espada contra Xavier. El general esquiva la hoja en el último segundo, pero basta para romper su concentración. Celine cae al suelo y Helen la levanta y tira de ella a través de la puerta, que vuelve a cerrarse detrás de ellas.
-Eso ha sido una estupidez, querido amigo –dice Xavier.
-Me alegro. Espero no dejar de hacer nunca estupideces, si no me volveré tan estirado como tú.
-Eso es sentido del humor, supongo, No tengo. Pero si va a ser divertido luchar contigo. Aunque no has visto ni la mitad de mi poder.
-Pues veámoslo entero. Tengo ganas de echar un trago.