martes, 29 de noviembre de 2016

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Episodio 25. Nubes de fuego y sangre.

Una colina en medio del desierto, bajo un atardecer plomizo de un rojo intenso, un hombre contempla las ruinas de Pueblo Bonito, el complejo más grande que la cultura Anasazi construyó a lo largo de los catorce kilómetros del Cañón del Chaco. Su viejo guardapolvos hondea casi majestuósamente mecido por el viento del desierto, lo que recorta su silueta tocada por un viejo sombrero cowboy de forma teatral sobre el rojo que va tiñendo el mundo. Enciende un cigarro y pierde la mirada en las ruinas. No se pregunta nada, solo intenta que la paz de la piedras milenarias que descansan decenas de metros más abajo se apoderen de él. Es el momento perfecto para no pensar. Quizás el único que Johny Walker ha tenido en semanas. Alguien llega a su lado. Los ojos de Peter crean un extraño contraste con la tonalidad del atardecer. Mira también las ruinas y no dice nada. Coge la espada, que lleva unida magnéticamente a la espalda, otra ventaja de su nueva armadura, y la clava en el suelo. El acero ancestral capta algunos de los últimos rayos de sol. Johny expulsa el humo y sonríe, sin ningún motivo aparente, solo por que es tan buen momento como cualquier otro para sonreír. Quizás agradeciendo ese segundo de tregua. Luego un ruido metálico como una tormenta les hace girarse. El exoesqueleto de combate de Bridge se detiene a un par de metros de ellos. Se abre y Bridge baja. Se les acerca mientras ellos han vuelto a lanzar la mirada a las ruinas. Desde allí arriba solo se ve una estructura vagamente semicircular, muros derruidos y varios receptáculos circulares que, a tenor de sus últimos descubrimientos, hacen que la imaginación vuele a la hora de especular sobre su utilidad.
-Pensé -dice Bridge- que jamás volvería a tener oportunidad de hacer un poco de turismo. Siempre quise visitar estas ruinas.
-Pues tenemos suerte -le contesta Peter-. Algunas partes estaban cerradas en su momento por problemas de conservación. Supongo que eso ya no importa.
Los ojos de Bridge brillan azules, retando a la oscuridad cada vez mas presente. Pero en su expresión desaparece la relajación, al menos por un segundo.
-Míranos -dice-. Parecemos tres amigos normales y corrientes de excursión.
Johny le mira y ríe.
-Nosotros no seríamos normales en ningún mundo posible.
Los tres sonríen, completamente de acuerdo. Y vuelven a guardar un tranquilo silencio que no tiene ningún tipo de pretensiones. Solo respirar ese aire cálido y reconfortante, admirar la belleza de todo aquello. Nada más. Algo sencillo. Algo tan valioso como todo el oro del mundo.
-Es bonito, joder, muy bonito -dice Peter.
-Si todo esto pasa -bromea Johny-. Deberíamos poner un negocio.
-Sí -asegura Bridge-. Los Salvamundos.
-¿Invasiones mutantes?¿Alienígenas? ¿Dioses y monstruos varios que quieran destruir tu bonito mundo? -Continua Johny con la broma.
-¿A quién vas a llamar? -Apuntilla Peter y los tres tararean la música de Los cazafantasmas y luego se ríen.
Johny saca una petaca del bolsillo interior de su guardapolvo, abre el tapón, da un trago y después de una mueca tras se lo pasa a Bridge. Está caliente, pero es mejor que nada. Bridge bebe y se lo pasa a Peter que traga el bourbon casero. Quema en el gaznate, pero arde en el pecho, y eso ayuda bastante.
-La verdad es que no se nos da mal del todo -dice Bridge.
-Espera que todo esto acabe.
-Venga, Johny, tenemos al hijo del Diablo de nuestra parte -y le da a Peter un amistoso puñetazo en el hombro.
Peter le pasa la petaca a Johny que vuelve a dar un trago largo, y dice, entonces, ¿este es muestro rollo?, ¿quedamos cada cinco años para salvar el mundo, os va bien? Le pilla a Johny bebiendo y la risa hace que se atragante. ¡Cabrón!, que estaba bebiendo.
Peter mira las ruinas. Y luego mira a sus camaradas.
-Desde luego sois la mejor gente con la que uno se pueda enfrentar al fin del mundo.
Johny le hace un saludo con el sombrero y Bridge un gesto de brindis con la petaca antes de dar un trago y pasársela. Luego coge de los hombros a sus dos compañeros de fatigas.
-Chicos -dice-. Esas ruinas no se van a mover de ahí. Descansemos esta noche. Bebamos, riamos, follemos y mañana veremos qué coño esconden.
-Estoy de acuerdo -dice Johny-. Pero la petaca nos la acabamos nosotros.
Y vuelven a reír. Beben como tres amigos sin miedo alguno ni nada horrible detrás. Y la cámara se va alejando, dejando sus siluetas magníficamente recortadas al borde del cañón, el sol muy bajo y el desierto en calma. La cámara se aleja, deja atrás también a Betsy y los demás y recorre unos centenares de metros de desierto hasta detenerse en las ruedas delanteras de dos motos. Luego el plano se abre. Dos motos enduros sucias y transformadas, con púas, y cuchillas y dos motoristas con armaduras y cascos con calaveras pintadas y penachos de pelo que les caen hasta la espalda. Miran a los compañeros con unos prismáticos y luego se van, sin arrancar los motores hasta que están lejos, para perderse después en le desierto.

Es increíble, pero a pesar de los kms, la voz de Doggy les llega nítida, como un recuerdo de otra vida, a pesar de que tan solo hace unas semanas desde que compartieran revelaciones, música y cerveza con el extraño eremita. Doggy habla de que las estrellas parecen más nítidas que nunca esa noche, como si se vistieran con sus mejores galas. Luego pincha Alive de Pearl Jam y la voz de Eddie Vedder habla de un mundo mejor, libre de terrores apocalípticos, donde el único horror era el que llevaba el hombre dentro. Johny y Peter asienten en silencio, pues los dos comparten un amor incondicional por el movimiento Grunge. Como si les viera por una cámara, Doggy pasa a la versión de Nirvana de Tell me where did you sleep last Night. Ellos duermen en ese vehículo cansado pero valiente, porque el desierto empieza a enfriarse en la noche. Están tan cansados que se olvidan de hacer guardia, como si en medio de esa escombrera de siglos, al borde del final del camino, nadie pudiera encontrarlos.
Pero el mal tiene brazos y tentáculos en todas partes. Eso es algo que deberían haber aprendido. Además, el mal no se esconde del sol. Y el sol llega igual que la noche con todos los terrores que se quieran subir al carro. Porque el sol solo hace su trabajo hasta que llegue el final de su turno, así que cuando Peter se despierta al sentir el frío tacto de un cañón metálico en la frente, el sol sigue a sus cosas, y si tuviera hombros, se encogería de hombros.
-Hola, guaperas -le dice Madre Mary mirándole con una inmensa sonrisa-. Me debes un tanque. Y antes de que pienses en usar esos poderes tuyos, piénsalo un par de veces. Una al menos.
Madre Mary le señala con el cañón del arma a través de la ventana y puede ver a sus amigos de rodillas en el desierto con bastantes cañones amenazantes apuntándoles a la cabeza. Madre Mary tiene en la otra mano a Tadeusz, mirando la hoja con placer. Es un arma maravillosa. Creo que me la voy a quedar, aunque las espadas no son mi fuerte. Ese maldito de Sorbinus dice que fue un arma de grandes generales en otra época, en otro mundo. Es un arma de líderes, no de rufianes, vagabundos y asesinos. Peter no responde, al menos de palabra, pero intenta con todas sus ganas desarrollar unos poderes mentales que le permitan troncharle el cuello a aquella odiosa mujer de piernas largas. 
De rodillas en el desierto, desarmados y con una rabia descomunal ardiendo en las sienes. Los tres camaradas no dejan de mirarse los unos a los otros bucsando una solución a su del todo apurada situación. Pero es difícil ser optimista cuando estas rodeados por centenares de enemigos y el agujero de decenas de viejas armas de fuego te apuntan directamente a la nuca. Las filas de Madre Mary se abren en dos ,como el Mar Muerto, y hasta la propia gobernante de  los carroñeros se hace a un lado para dejar paso al Gran Sorbinus y, detrás de él, la imponente mole de Nirmod, seguido de un engendro parecido a él, pero con un enorme agujero como una turbina donde debería tener el rostro, Sorbinus sonríe como un cerdo, piensa Bridge, le partiría la puta cara. Pero sabe que el más mínimo gesto acabará con sus sesos y los de sus amigos decorando el desierto.
-Ahora, mortales -dice Sorbinus abriendo los brazos y dirigiéndose tanto a ellos como al ejército que le apoya- Veis cuan fútil es la resistencia al nuevo orden. Los dioses verdaderos vienen para reclamar lo que es suyo.
-Moriré antes de ayudarte, no lo dudes, sabandija asquerosa.
Ante el desafío de Harry, Sorbinus solo sonríe y levanta una mano. De entre la multitud de soldados se abre paso un hombre, tranquilo, sereno, que se para justo al lado de Sorbinus y les mira con divertido desprecio. Se quedan sin habla cuando una copia perfecta de Harry Street les contempla.
-Hola, hermano -le dice la copia a Harry Street con un tono exacto al tuyo-. ¿Qué haces colaborando con esa escoria? No podemos detener lo que no puede ser detenido. No es nuestra misión.
-Creo -dice Sorbinus-, que no os he agradecido el haberme dejado aquella muestra genética tan útil en el desierto. Un gesto sin duda dramático, hombre llamado Peter Connors, pero una mala jugada.
-Chúpame las bolas cara de zarigüella.
Sorbinus ignora la fina ironía del comentario de Peter. Tan solo hace un gesto y los esbirros de Madre Mary les ponen en pie
-Me complace deciros que no vais a morir. Quiero que seáis testigos de la llegada Enki, el auténtico Dios viviente.
-Enki no es un dios -le grita Thrud-. Hay dioses de verdad, y su grandeza no puedes llegar a entenderla.
-¿Esas patéticas manifestaciones de la ansiedad humana, del miedo de los mortales? Esos no son dioses. Sólo son humo, vuestro poder depende de algo tan volátil y ridículo como la fe. ¡Nuestro poder proviene del cosmos, de la ciencia, de la inmortalidad!
-Vaya pedazo de cabeza que tienes, colega, en serio, es muy grande.
Sorbinus atraviesa a Johny con el fuego de su mirada y solo responde un escueto, traedlos.
A punta de arma les llevan al centro de las ruinas del cañón del Chaco, a la estructura semicircular de piedra. En un hueco en una de las paredes hay varios glifos, pinturas e inscripciones. Hay una que les es de sobras conocida. La silueta de una mano. Sorbinus se acerca a ella y le hace un gesto a la copia de de Harry Street que, sin dudarlo, plantan su mano en la pared. Inmediatamente un resplandor azulado sale de la piedra y el suelo comienza a vibrar. La gravilla y las pequeñas piedras saltan. El mundo tiembla bajo los pies de todos los presentes, mientras el Gran Sorbinus eleva los brazos y la voz por encima del zumbido que se empieza a hacer atronador, llamando a su señor Enki. Un sonido parecido a un trueno, pero que no tiene nada de natural, rompe el día, rompe el aire. Duele en los oídos. El aire se empieza a hacer más pesado, como si una mano invisible les aplastara contra el suelo. Pronto la vibración no se nota solo en el suelo, también en el aire, como un espeso campo magnético. Y luego el color, un rojo que ardiente que tiñe de sangre y fuego las nubes claras del desierto que empiezan a abrirse como una cortina desgarrada por cuchillas afiladas. El zumbido es cada vez más ensordecedor. El temblor del suelo ya lo sienten en las tripas. Algunas piedras a su alrededor empiezan a levitar delante de sus jodidos ojos. Parece que la tierra misma se va a partir en dos. Hasta que llega el estallido final. La traca. Las nubes se abren y el zumbido se transforma en un sonido aterrador que acompaña al espectáculo demencial y absolutamente sobrecogedor que sucede delante de sus narices sin que puedan pestañear, ni mover un músculo por el puto asombro. Bueno, hay uno que sí, uno que sonríe como un niño grande y señala al cielo con una expresión maravillada en la boca y chillando cosas que sus compañeros no pueden oír por el estruendo, pero que básicamente se traduce en que Peter no para de gritar consignas como joder, alucinante, lo sabía y cosas por el estilo, hasta que se gira hacia sus compañeros y les gritan tratando de hacerse oír.
-¡Tíos! Estáis viendo eso.