lunes, 30 de noviembre de 2015

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Episodio 12. Las fauces del silencio cósmico. 

Cada silencio tiene su historia. Cada silencio es dueño de su destino. Cada silencio vale lo que vale, ni un gramo de existencia más, ni un gramo menos. Hay silencios tan vastos como el universo y algunos tan breves que no caben ni en un suspiro, aunque guarden mil tragedias. Hay silencios que caldean el corazón. Este es uno de ellos. Hay silencios que dibujan una fina línea que delimita los deseos de la realidad. Este es uno de esos silencios. Este. Justo este en el que se encuentra sumergido el Gran Sorbinus. Placenteramente, en medio de una enorme pradera que no está realmente en ninguna parte. O quizás está en todas. Sorbinus saborea ese silencio e imagina que algo así debió ser el momento anterior a la creación del mundo. Por eso retrotrae su mente tan atrás, para empezar a buscar esa luz que tan desesperádamente necesita desde el principio. Cuando esa luz era la voz de la creación. Puede que no quede ni rastro de esa presencia y que toda su cruzada sea una empresa baldía, estéril, Peo se niega a creerlo, aparta esos pensamientos de su cabeza privilegiada como Nimrod aparta a los enemigos, como si fueran hormigas a los pies de un gigante. Fe. Eso es lo único, o al menos lo poco, que puede aprender de los humanos y es algo bastante útil. Así que sigue lanzando las redes de su mente, buscando ese leve fulgor, algo quizás casi inexistente, que pasaría desapercibido para la magnificencia del tiempo, pero que su cerebro y sus ojos entrenados sabrán distinguir. Y ese será el principio. Uno de los principios, el camino para todos los finales posibles, el hilo del que empezar a tirar. Y su mente vuela. Su conciencia recorre la existencia a velocidad de vértigo. Y en un recoveco, como un recién nacido desamparado, oculto en los átomos del planeta, en los pliegues de materia, encuentra algo. Un leve latido, una infinitesimal brizna de conciencia que recorre la existencia como un arroyuelo perdido en una grieta en la corteza del sol. Es algo casi inexistente. Un suspiro en un diluvio de truenos y volcanes. Pero es algo. Algo que hace que al Gran Sorbinus no le cabe ninguna duda de que por fin a encontrado lo que estaba buscando.

Caroline, tozuda como una mula, no se mezcla con nadie. Están en el hall de un hotel que los girasoles parlantes utilizan como centro social y de reunión, pero ella se queda entre las sombras. En los almacenes de la ciudad quedaron bastante alimentos en conserva que los girasoles nunca han tocado y que esta noche les están viniendo de perlas. Ella mastica con desgana, aunque con placer, un trozo de chocolate. Hay una conversación animada entre sus forzados compañeros y los girasoles sobre como es la vida dentro de ese paraíso secreto. Bridge, Harry, Johny y Laura hablan con algunos girasoles adultos, mientras que Ángelo no para de corretear de aquí para allá con unos cuantos girasoles niños que arman un estruendo terrible que le está poniendo de los nervios. Aparte de hacer que su mente se llene con todo tipo de ideas escabrosas sobre la reproducción de los girasoles. Piensa en Peter, sabe que está vivo, ese hijo de perra es demasiado orgulloso para dejarse matar por el primer engendro que se cruce en su camino. Sabe que está vivo, así que no le cabe nigua duda de que acabará encontrándoles. Lo que ya no tiene tan claro, y por el momento prefiere no pensar en ello, es que pasará cuando eso suceda. El dragón de su espalda se sacude inquieto, ténuemente iluminado en las sombras, lo que le produce un cosquilleo. Sus ojos brillan en la oscuridad, lo que hace que un pequeño girasol niño que se acercaba a ella distraído se detenga en seco.Debe parecer un demonio, o un fantasma, Caroline lo sabe, y no puede evitar que le guste esa sensación. El miedo es poder. Ángelo se le acerca jadeando y con una enorme sonrisa en la cara. No se cansan nunca, dice.
-Ya, nos lo dejaron claro cuando casi nos exterminan -las palabras de Caroline son un latigazo que borran de inmediato la sonrisa de la cara de Ángelo.
-¿Crees que son iguales?
-No, iguales no. Son más listos. Más evolucionados. Solo digo que no hay que bajar la guardia nunca.
-Parecen buena gente. Aunque resulte raro, lo sé. Pero de verdad parecen buena gente.
-No digo que no. Solo digo que yo no pienso bajar la guardia.
Y algo hace que otro silencio, un silencio monumental, se apodere de todos y cada uno de los que están en la sala. Es una sacudida, pero nada se mueve. Es como un terremoto, pero no físico, un terremoto que sacudiera los mismos cimientos de la realidad, los átomos que forman la tierra y el aire. Es algo evidente, que todos sienten, dentro de ellos y en cada cosa que les rodea, pero al mismo tiempo es algo que ninguno sabe explicar. Pero está ahí, como un fantasma que pasa tras ellos pero al girarse no hay nada.
-¿Qué ha sido eso? - Pregunta Eugene. Los niños girasoles han salido corriendo en busca de sus padres.
Pero la respuesta más inmediata es la de Harry, que se tira al suelo, con las manos en las sienes, gritando, evidentemente presa de un gran dolor. Laura intenta consolarle, pero el dolor que siente en la cabeza es insoportable.
-No lo sé -dice Bridge-. Pero esto no es casualidad, Johny, tenemos que llegar a nuestro destino, como sea, cuanto antes.
-Lo sé, viejo amigo. Eugene, necesitamos salir.
-No es tan fácil, amigos. Podemos parar la tormenta hasta que crucéis. Pero los girazombis, esos no responden ante nadie. Y son miles.

Llevan tres días en la caravana que hace las veces de emisora de radio y hogar de Doggy. Lo curioso es que a pesar de que el tipo lo primero que les dijo en cuanto bajaron del helicóptero fue, sabía que alguien iba a venir, no han hablado del tema que les ha llevado hasta allí. Ni de Harry, ni de lo que tiene en su cabeza, ni de Nimrod. Han convenido que tratarán el tema cuando los demás se les unan, y la verdad es que a los tres, sobre todo a Peter, cuyas heridas van sanando rápidamente, les está viniendo bien esos días de descanso, allí, en medio del desierto, escuchando música, buena música, mirando las estrellas y bebiendo cerveza. Hasta Peter, de vez en cuando, bucea en los discos de Doggy y elige las canciones que el extraño tipo va pinchando en su ininterrumpido programa. Thrud vigila la evolución de sus heridas, lo que hace que vayan sanando aun más rápido, pues los conocimientos de medicina de la chica son, cuanto menos, desconcertantes, y a Peter no le cabe ninguna duda de que los ha adquirido por la vía inversa, aprendiendo como matar mejor aprendes a arreglar lo que rompes.
Pero sin duda lo más extraño es que una de las noches que han pasado en el desierto, el salvaje encuentro que Peter y Celine tuvieron en el hotel, ha vuelto a repetirse en la parte de atrás del helicóptero. Casi sin cruzar palabras, solo miradas asesinas y llenas de deseo. Como si hubieran decidido saldar así sus cuentas por que han acordado no matarse mutuamente todavía. Cuando Peter despertó a la mañana siguiente ella ya no estaba a su lado, enfrascada en el recuento de las armas que habían conseguido de Isaac. Él lo agradeció, con una profunda sombra en su corazón que trató por todos los medios de ignorar.
La cuarta noche en el desierto, Peter pasa un trapo por la hoja de su espada, notando el poder del arma, ahora que sabe que su origen se le escapa por completo, satisfecho de que aquella arma haya decidido adoptarle como brazo ejecutor de sus deseos. Lo normal hubiera sido decir que ha oído algo a sus espaldas, pero lo cierto es que no. Pero sus sentidos de guerrero si que notan una presencia y cuando se gira se encuentra a Thrud de pie, mirándole. Los ojos le brillan dorados en la noche. ¿Puedo sentarme? Claro, por supuesto. Responde Peter golpeando con la palma de la mano el suelo junto a él.
-¿El desierto es increíble, verdad? -Pregunta la chica lanzando la mirada en pos de algún banco de estrellas.
Peter responde que sí, pero la verdad es que la está mirando a ella, pensando que tiene una nariz y una barbilla perfectas.
-¿Entonces por qué me miras tan fijamente a mi? -Le pregunta Thrud, sin apartar la vista de las estrellas.
Peter no se sonroja, solo tuerce la boca en una sonrisa resignada y clava también los ojos en el cielo negro moteado de peces incandescentes.
-Merecería estar muerto si con alguien como tú al lado perdiera el tiempo en mirar unas cuantas luces y un puñado de arena.
-¡Vaya!-Le responde la joven-. Si el temible guerrero esconde un corazón de poeta. ¿Sabe tu novia que le dices cosas tan bonitas a otras chicas?
Peter deja de sonreír de inmediato y baja la cabeza, perdiendo la mirada en algún punto indeterminado del suelo entre sus rodillas.
-Celine no es mi novia. Nunca será nada mío.
-Lo siento, no quería meterme donde no me llaman. Conozco vuestra historia. Llevo tiempo siguiendo tus pasos.
-No pasa nada. Hubo un tiempo que hubiera dado mi vida por ella. Y ella se lo tomo al pie de la letra, supongo.
-En el fondo, si lo piensas. Ella te hizo como eres ahora. Y por eso yo estoy aquí.
Peter clava la mirada en la rubia y se echa a reír diciendo, si, supongo que sí, si al final le voy a tener que darle las gracias.
Y los dos ríen, con sinceridad, sin miedos y por primera vez en mucho tiempo, sin preocupaciones. Hasta que la risa se les corta. Se les muere en los labios. Desaparece de su corazón cuando la realidad se agita. Cuando las montañas y la tierra y el cielo se agitan sin moverse. Cuando algo les golpea en el pecho y les roba el aliento y la noche se queda acurrucada en un rincón llorando.

Luces, antorchas, gritos, ruidos de motores. El Cañón del Colorado es un infierno en la tierra, incandescente, palpitante, infecto. Por sus dos puertas levantadas no paran de entrar carroñeros y bandidos, vehículos de guerra y monturas mutantes dispuestos para el combate. Aun quedan por llegar, pero está claro que el mensaje mandado por Madre Mery está dando sus resultados y cientos de miembros de las tribus de salteadores mutantes que pueblan el Yermo se están reuniendo para plantarle cara a las ciudades del mundo bajo el mando de Madre Mery y sus tropas. La promesa de botín, de agua, de comida, de gasolina y sobre todo de venganza y violencia incentiva los oscuros corazones de esa panda de desarrapados sanguinarios.
Los mejores mecánicos de Inquisición trabajan en poner a punto el vehículo de combate de su reina, un inmenso M-1 Abraamas, lento, pero absolutamente aterrador y lo que es peor, con munición de sobra para arrasar una ciudad pequeña con todos sus habitantes dentro. Le han añadido púas, pinchos de acero, una plataforma blindada en el exterior para que Madre Mery pueda guiar a sus tropas en combate y le han pintado unas inmensas fauces en el morro ennegrecido de tantos combates. Es un monstruo absolutamente aterrador. Mery contempla su criatura con una inmensa sonrisa de satisfacción, la misma que la de sus tres generales, que flanquean su espalada. Albert, una mole d más de dos metros y cuatro brazos. Lleva puesta una armadura toscamente forjada con los retazos de viejas servoarmaduras. En su espalda cuelgan dos inmensas espadas y de sus piernas dos ametralladoras de impulsos Multitude. No tiene nariz, solo dos orificios que dan a sus rostro un aspecto cadavérico del que se siente muy orgulloso y al que ayuda bastante el hecho de que sus ojos sean completamente rojos. Una inmensa melena blanca trenzada mil veces y enroscada en mil rastas son el colofón para su aspecto absolutamente aterrador. Junto a él, está Deandré. Es un negro de puro mármol, pura fibra esbelta que casi llega a los dos metros. Se apoya en una lanza casa tan alta como él y la armadura Multitude que lleva está en perfecto funcionamiento, una joya a la que se le han añadido huesos humanos y pinturas rituales. Lleva adosadas dos armas de plasma en las caderas tan mortales como ligeras. Deandré se afila los dientes y su sonrisa es espeluznante, además de la vida, le roba el corazón a sus víctimas cuando ese  rostro de demente sonrisa feroz es lo último que tienen que ver antes de morir. El tercer general es Finegan. Es el segundo al mando en el ejército de Madre Mery y el cerebro detrás de cada invento, reparación o añadido que se hace a la maquinaria de guerra del ejército mutante. Pero nadie sabe cómo es, nunca se muestra en público, algunos dicen que por que no es mutante, otros por todo lo contrario, porque su mutación es demasiado horrible. Dicen que la única que le ha visto de verdad es Madre Mery. Finegan se muestra al mundo con un mech de combate, dos patas poderosas bioemcanoides, un cuerpo que es la cabina del piloto y dos brazos que pueden destrozar o portar armas de gran calibre, además de las que lleva incorporadas aquella pesadilla bélica. Madre Mery contempla los preparativos de su ejército con emoción, con orgullo, sabiendo que ella será la portadora de la voz de los que durante tanto tiempo han permanecido en la sombra, se siente grande, poderosa, guardadas sus espaldas por esos monstruos, con el poder de aquel ejército que va creciendo por segundos entre sus manos. Y de pronto todo ese poder se desvanece, no es más que un pequeño puñado de arena del desierto. De pronto, cuando la realidad se estremece bajo sus pies, bajo las uñas de sus dedos, toda aquella maquinaria bélica se les antoja a ella y a los tres generales como un juguete roto, inofensivo, inservible. Todo el ejército se calla, todas las voces cesan de pronto y las antorchas parecen tener miedo de crepitar demasiado fuerte, hasta el leve zumbido de las cochambrosas bombillas que alumbran pobremente la ciudad, colgadas de cables raquíticos, parece levantarse molestamente en ese silencio hecatómbico. Madre Mery se gira y mira a sus generales y, aunque no dice nada, piensa que solo espera que no se hayan metido en algo que les haga hundirse aun más en el lodo. Pero sabe que no puede mostrar ni un ápice de debilidad, así que un segundo después vuelve a mostrarse enérgica, a gritar órdenes y la ciudad vuelve a cobrar vida. 


Todos duermen o se preparan para la partida. Bridge está poniendo a punto a Betsy, a hurtadillas, para que no le detecte ningún girazombi, aunque el túnel parece tranquilo en esas primeras horas del alba. La gente de Eugene les ha provisto de comida. armas y munición. Así que el pobre Johny de verdad que se siente más confundido que en toda su puñetera vida. Cuando les mira no pude evitar que le vengan a la cabeza las imágenes de horror de todos esos años de invasión, de la gente que se quedó en el camino. Pero cuando Eugene le sonríe, solo ve sinceridad, un buen corazón, Bueno o lo que tengan los girasoles. No encuentra ni rastro de los monstruos que arrasaron el mundo. Están en lo que antaño fue el almacén de la comisaria de la ciudad y Eugene se acerca a Johny con algo en las manos. Cuando el girasol se lo alarga con una inmensa sonrisa, puede ver lo que es. No está entera, pero te hará buen servicio, yo creo. Un peto de una armadura Multidude, modelo Civilian, del que usaban los S.W.A.T. 

-Sin el resto de las piezas no sirve de mucho -Dice Eugene-, pero desviará bastantes cosas que intenten hacerte daño.
-Gracias, Eugene, estoy seguro de que me será muy útil. Me salvará el pellejo más de una vez.
Con la ayuda del girasol Johny se pone el peto y le sorprende lo ligera que es la super aleación. Cuesta creer que sea tan dura. Luego se pone encima un viejo guardapolvo negro y se mira en un espejo. 
-Sí, joder, así doy más miedo que el cabrón de Peter.
-¿Quién? -pregunta Eugene.
-Un tipo. No lo conoces, y casi mejor. No es muy amable. Por así decirlo.
Y ya no hay tiempo para nada más. Por que la puerta se abre y entra Laura, con el rostro desencajado y el pobre Johny no tiene ni tiempo de elaborar en su mente el pensamiento de, qué coño pasa ahora.
-Rápido, ven fuera, es Angelo, creo que se ha vuelto loco.
Siguen a la morena hasta el exterior y cuando llegan todos los compañeros están al borde del túnel. Todos menos Ángelo, que se acerca andando, tranquilamente, como quien se pasea un domingo por la mañana por un centro comercial, hacia la horda de miles de girazombis que atestan las calles de la ciudad.
-Pero, ¿qué coño pasa aquí?, Ángelo, ¿qué coño haces?
-A pasado delante mía -dice Bridge y se ha ido hacia ellos. Se le ha fundido un fusible. Es hombre muerto.
Pero, como si de un Moisés postapocalíptico se tratara, al paso de Ángelo, los girazombis van abriendo un camino, sin atacarle, casi como si le rindieran pleitesía. Entonces, el hombrecillo hace señas a sus compañeros para que le sigan. Y aunque no entiende ni de coña qué cojones está pasando, Johny grita con todos sus pulmones que suban a bordo de Betsy. Así que segundos después, en una imagen demencial, el autobús, despacio, pero sin parar, atraviesa el camino abierto por Ángelo entre las filas de los girazombis. Es una procesión enfermiza y nadie se atreve ni siquiera a pestañear, temerosos de que el más mínimo ruido pueda romper el hechizo y la muerte caiga sobre ellos entre gritos y dientes y babas y manos huesudas. Pero metro a metro consiguen atravesar la ciudad y en cuanto están un centenar de metros fuera, la tormenta se vuelve a arremolinar en torno a los edificios, tragando en su interior calles, zombis, edificios y girasoles parlantes. Luego Ángelo sube y nadie le pegunta nada, ni él dice nada, solo se sienta en uno de los asientos y entierra la cara entre las manos. Todos tienen encogido el corazón, pero lo único que saben es que ese tipo les ha ayudado a cruzar entre miles de psicópatas homicidas. Quizás no sea momento de preguntas, ni momento de respuestas, quizás solo sea el momento de seguir adelante, zambullirse en el desierto y dejar que los kilómetros hagan desparecer la desazón. 





jueves, 29 de octubre de 2015

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Episodio 11. Las puertas de la guerra. 

Hubo un tiempo en el que si un extraterrestre hubiera venido a la tierra de turismo y te hubiera tocado hacer de guía, una de las cosas que seguro le habrías mostrado con orgullo hubiera sido el Cañón del Colorado. Bueno, eso siempre que el foráneo interplanetario en cuestión no fuera marciano, por que ellos tienen un cañón que hace que el nuestro parezca poco más que el arañazo de un gatito. De cualquier modo, está claro que hubo un tiempo en que el Cañón del Colorado era una de las maravillas que salpicaban la corteza de nuestro pequeño planeta. Hoy en día no podría asegurarse de eso de manera tan tajante. Bueno, la verdad es que hoy en día no solo es que puede que no sea así, si no que si viniera un extraterrestre estaría de los primeros en la lista de lugares a evitar sobre el planeta Tierra. Horadadas sus paredes por cientos de túneles oscuros y atestado de puentes colgantes y plataformas truculentas que sujetan edificios de demencial arquitectura, el cañón se convirtió ya en años de los girasoles, pero en el último lustro aun más, en una ciudad oscura, humeante, siniestra y maldita de la que se mantienen alejados como de una zona radiactiva todos los habitantes de cualquier otra ciudad cercana del país. Alguna mente enferma llamó a ese agujero infecto Inquisición y ese es el nombre que ha prevalecido. Instalados en sus paredes, en un equilibrio demencial de pasarelas y plataformas, se agolpan bandidos y sanguijuelas podridas, mutantes casi todos, que forman la horda más grande de saqueadores del Yermo. El humo de maquinas extrañas, la contaminación de engendros mecánicos olvidados por La Corporación o por la civilización destruida por esta, monstruos de guerra e industriales de corazón nuclear casi eterno que rezuman una pútrida radiación en la que se bañan los habitantes de aquel infierno como si fuera el rocío de la mañana en una soleada y verde pradera. La superficie del río está casi tapada a lo largo de su recorrido por puentes y más plataformas que soportan más edificaciones precarias donde se agolpan los habitantes de esa extraña ciudad surgida de la nada, o más bien de los desechos de todas las civilizaciones de la historia. Inquisición tiene una longitud de algo más de siete kilómetros y es casi imposible averiguar su número exacto de habitantes, que se agolpan como hormigas correteando de aquí para allá, berreando y reproduciéndose, haciéndose cada día más numerosos. A ambos extremos de ese corredor de inhumanidad y podredumbre, se levantan dos enormes murallas metálicas, erigidas con todo tipo de desperdicios de maquinas muertas décadas atrás. Estas murallas flanquean el acceso a la ciudad, a la que solo se puede entrar por los puentes levadizos que se abren en ambas murallas. Y es en la puerta situada más al norte, en lo alto de la muralla, rodeada de sus mejores guerreros y de una guardia de cuatro mutantes enormes ataviados con viejas servoarmaduras de combate que rechinan y rezuman radiación por todas partes, donde una mujer mira algo al otro lado de la muralla. Es conocida como madre Mery, y es la líder y la gobernadora de Inquisición. Al contrario que sus súbditos, tiene un físico perfecto, es alta y de piernas largas y una melena larga y rizada le cae por la espalda. Nadie sabe la edad que tiene, unos dicen que tiene siglos, otros que no nació, que la hicieron en un laboratorio tal y como es ahora. Madre Mary es una mutante, como todos los de la ciudad, pero su mutación no es visible, así que no le parece mal hacer gala de ella al recién llegado que se atreve a aparecer solo en las puertas de su ciudad. Cierto que es que él o eso mide más de tres metros, pero no sería más que un bocado para las fauces de su horda. Así que Madre Mery levanta la mano y varias piedras enormes se desprenden de las paredes del cañón y levitan sobre la cabeza del desconocido. La telequinesis es una mutación mucho más útil que unos cuantos tumores.
Nimrod solo las mira divertido. 
-No soy vuestro enemigo, Madre Mary. 
-¿Y quién eres tú para presentarte a las puertas de mi ciudad?
-Soy el heraldo de la voz del mundo. Del libertador, del Gran Sorbinus que os trae un mensaje que debéis escuchar. 
Madre Mary debe mostrarse fuerte. Así que aMarygesto de su mano el puente levadizo se abre y deja que la enorme y oscura silueta de Nimrod flanquee el paso a la ciudad. No sabe que es eso que tiene delante y mentiría si no reconociera que le pone los pelos de punta, pero no debe mostrarse insegura delante de su pueblo, así que seguida de su guardia, sube al ascensor mecánico que la lleva hasta la superficie y se planta a un par de metros de esa mole. Nimrod, cuya cara carece de expresión y cuya piel reluce bajo el sol, extiende una mano y dice, e aquí al Gran Sorbinus y, tras un destello, delante de Mary, aparece un hombre. Viste un traje negro y es algo más bajo que ella, a pesar del enorme cráneo que ostenta, lleno de venas azules. Sus ojos son amarillos y sonríe como si nada en este mundo pudiera afectarle. Los guardias de Madre Mery le apuntan y el sonido de las servoarmaduras mastodónticas es de lo más amenazador. A pesar de eso, ni Sorbinus ni Nimrod mueven un músculo. Madre Mary levanta un brazo y las armas se bajan.
-Habla, Gran Sorbinus, te escucho.

Bridge piensa que debería dejar las drogas. O empezar a tomarlas. Una decena de girasoles más han aparecido entre las sombras, tienen ojos, les miran, y les apuntan con herrumbrosas armas en un gesto de lo más humano. El girasol que les ha guiado hasta esa encerrona les sonríe de una forma muy desconcertante. Se queda mirando a Ángelo de una manera extraña y sin dejar de sonreír dice, te pareces, pero no eres él, afortunádamente. Ángelo suelta un bufido y responde con un malhumorado, eso ya lo hemos discutido, gracias.
-Estoy seguro de que están un poco confusos, damas y caballeros -dice el girasol.
Johny, este girasol nos está hablando. Bridge lo dice sin pensar, de manera mecánica, como si su cerebro buscara un respiro, un mecanismo de defensa.
- No solo les estoy hablando -dice el girasol sonriendo muy afáblemente-. Es que estoy aquí delante y puedo oírles.
Un par de girasoles mas que les miran con desconfianza recogen sus armas. Harry y Caroline hacen un amago de impedirlo, pero Johny les hace un gesto con la mano para que se calmen.
- Se las devolveremos cuando los ánimos estén, algo más calmados -dice el girasol de la armadura.
-Estaremos más calmados cuando nos expliques qué pasa aquí, qué es todo esto -dice Harry.
-Si, como por qué coño habláis, entre otras cosas.
-Bueno, empecemos por el principio -dice el girasol-. Por las presentaciones, que es un lugar tan bueno como cualquier otro. Me llamo Eugene.

Una punzada en el costado hace que sea mucho menos fácil disfrutar del viaje en helicóptero. Celine pilota con destreza y en silencio, la arena del yermo brilla como un mar rojizo alimentado por los rayos de sol de un amanecer que ciegan, pero caldean el cuerpo y el corazón. Juguetea con la empuñadura de su espada y trata de disimular el enojo que le produce la divertida mirada de curiosidad con la que Thrud le mira de arriba a abajo.
-¿Ves algo que te guste, niña? - Le dice al fin Peter.
-Mucho, la verdad.
Peter nota que está apuntó de ruborizarse y desvía la mirada. En seguida se arrepiente por ser tan bocazas.
-Vaya -continúa Thrud sonriente-. No me digas que el poderoso guerrero se ruboriza por un piropo. Y no me llames niña, guapo, soy mucho más vieja que tú.
-Sé quien eres. Ese nombre, Thrud, lo conozco. Y si eres quien creo se por qué estás aquí.
Thrud sonríe y sus ojos brillan. Pero no brillan por efecto del reflejo del sol que penetra perezoso por la ventana. Brillan con luz propia, las pupilas y el iris son un hermoso lago dorado que deslumbra a Peter.
-No sabía que existíais -dice Peter.
-¿Lucifer y los nephilim pueden existir pero nosotras no?
-Bien visto. ¿Entonces qué? ¿Estás aquí por mi? ¿Llegó el momento?
-No te adelantes. Es un juego complicado. El final no esta ni cerca.
Luego se queda mirando la hoja de Tadeusz y dice, es un arma formidable, ¿puedo?. Peter mira desconfiado a la muchacha y luego, sonriendo levemente, le entrega la espada. Los ojos de Thrud, aun brillando, provocan unos reflejos en la hoja que a Peter le parecen muy hermosos.
-Sabrás que esta no es un arma normal, ¿verdad?
-Mi tío la encontró hace mucho tiempo en unas ruinas extrañas, en oriente medio. Durante mucho tiempo me hizo creer que la había forjado él. Es un bromista.
-Ninguna mano humana ha forjado esta hoja, nephilim. Es demasiado antigua. Es una tecnología que se os escapa. Está claro que es un arma a tu medida -dice devolviéndole la hoja.
Y el atardecer les cosquillea en la piel mientras el helicóptero remolonea en el desierto.


En ocasiones las palabras son perras malas. En otros solo malos tragos que la vida te cuela en el gaznate y te hace tragar a empujones. Hay momentos en la vida en que las palabras se cagan en los sueños, malos o buenos, y en el que el mundo se convierte en un puto bastardo desagradecido. Hay momentos en que, una vez más, el corazón estorba en el pecho y llorar amarga el alma. Eso es lo que sienten todos los compañeros cuando atraviesan túneles oscuros escoltados por los girasoles parlantes, mientras las palabras del que parece el líder, Eugene, provocan llagas en sus corazones, en sus miedos, en sus recuerdos, en las caras de los compañeros caídos.
Todo aquel que juega a ser dios paga el precio, dice Eugene en un tono de voz entre triste y melancólico. Los dementes de La Corporación crearon a nuestros homicidas hermanos y destruyeron vuestro mundo. Pero, igual que la naturaleza sigue sus propios rumbos sin preguntar a nadie, el experimento terrible que esos dementes perpetraron, escogió vivir a su propia manera y se soltó de la cuerda de su amo. Eligió un camino que nadie, ni el Líder, ni su Santidad, ni los que luchabais en el bando opuesto había planeado. Una de las partidas de girasoles que crearon sufrió una mutación distinta a la que los transformaba en los monstruos que tristemente tan bien conocéis. Nuestra existencia les sorprendió a ellos tanto como a nosotros, así que en un primer momento no supieron bien que hacer. Nos mantuvieron aislados, nos enseñaron a leer, nos adiestraron, supongo que esperando que pudiéramos convertirnos en una especie de fuerza de élite de La Corporación.
-¿Y no fue así? -Pregunta Caroline más desconfiada que nunca. Eugene le sonríe ampliamente.
-Johny -dice Ángelo, que no se siente demasiado cómodo con la forma algunos girasoles le miran-, no nos están apuntando ni amenazando. Esto es muy raro.
-Pues no -continúa Eugene-. De hecho, lo que hicimos fue fugarnos. Nos escapamos de allí con un vehículo y algunos inventos de La Corporación que supusimos, muy acertádamente que nos serían muy útiles.
- La tormenta de arena -comprende de pronto Harry.
- Sí, un aparato de control climático de lo más curioso. Nos ayuda a mantener nuestro hogar en secreto. Al fin y al cabo, nuestra especie no es muy amada por la vuestra.
Salen a la superficie. Pueden ver una ciudad bastante funcional, con edificios y calles reconstruidos, escombros retirados y un buen puñado de girasoles vestidos como cualquier persona en su día a día. Les miran con muchísima curiosidad, pero lo cierto, tal y como ha hecho notar Ángelo, es que no sienten ninguna amenaza real, mas a allá de la mirada atenta de los guardias girasoles armados, que es más un gesto de precaución que de amenaza real.
- Bienvenidos a nuestra ciudad. Entiendo que esto es difícil de comprender para vosotros. Pero no somos una amenaza y jamás le hicimos daño a ninguna persona en la guerra. Podéis confiar en nosotros, a pesar de lo queos dicte vuestro miedo o vuestro corazón. Así que, -dice alargando a Bridge su vieja escopeta-, ¿qué va a ser, amigos?
Y no sabe muy bien por qué, sin mirar a los demás, Bridge coge su vieja arma de las manos del girasol mutante parlante que parece ser un buen tipo. Y es que lo peor es que empieza a caerle bien. Y le parece ver, a lo lejos, a su maldita razón largarse enfadada tirando la toalla.

Durante años fuisteis la escoria mas baja de este mundo. La voz de Sorbinus golpea en las paredes del Gran Cañón amenazando con derribarlos. Cientos, millares de ojos y oídos le escuchan a través de un antiguo sistema de megafonía. La escoria olvidada del mundo en la trastienda que nadie quería abrir. Pero no necesitáis que nadie os abra la puerta. No deben preocuparse por no abrírosla, si no por cómo van a sujetarla desde el otro lado cuando empecéis a empujar y la hagáis añicos para tomar lo que es vuestro. Vuestro por el derecho del coraje y de la fuerza. Se está alzando un viejo y antiguo poder, uno que la humanidad olvidó en un gesto negligente y soberbio, olvidando que todo esto no es más que un préstamo. Ese poder os ha elegido para que seáis sus garras y sus fauces, habla a través de mi, así que yo os preguntó, ¿queréis devorar este mundo hasta el tuétano?
Un murmullo. Luego un silencio. Y Madre Mary se acerca al borde de la plataforma desde la que está hablando Sorbinus, que le cede sus sitio junto a los micrófonos. Madre Mery supone que la sombra de Nimrod atenaza los corazones de hasta su más fieros guerreros. Pero la guerra ha llegado a a sus puertas y ellos van a abrirlas gustosos. Levanta los dos brazos al tiempo que exclama, ¡Guerra!, con todo el odio que atesora en su corazón. Miles de voces la secundan y las paredes del cañón se encogen entre tanto grito, desbordadas de tanta rabia, de un odio espumoso, babeante y ancestral que hace temblar el corazón de la tierra. Luego vienen los rugidos de los motores, de cientos de bestias de guerra, transformadas una y mil veces, maquinas de corazón oscuro sedientas de sangre. Ese día cualquier pensamiento triste tiene lugar, cualquier anhelo carece de sentido. Ese día, bajo esa tempestad de gritos enloquecidos, en el oleaje de ese odio desmedido, el mundo sale perdedor y la vida no vale más que el plomo de una bala o filo de acero de algún hacha. Ese día la tierra llora para sus adentros, pero nadie la escucha, todo el mundo está demasiado ocupado. Por eso mira para otro lado cuando las puertas de la ciudad de Inquisición se abren y de ellas salen, como escupidos al mundo, varios vehículos que abandonan el cañón y se pierden en todas las direcciones posibles. También mira para otro lado cuando una sutil señal de radio y una prima hermana suya, un bip bip típico del código morse, se desperezan y se derraman por las colinas y montañas en busca de unos funestos oídos. Madre Mary, sin mirarle con sus ojos color tierra encendidos por la luz del desierto, le dice a Sorbinus, pronto nuestro ejército será más grande. Solo necesitaremos un lugar al que marchar. 
-No te preocupes por eso, hija mía. Eso es cosa de mi hijo Nimrod y mía.
-¿Y tú qué eres? -Le pregunta Madre Mary a Nimrod que le mira sonriente. 
-Soy un Leviatán, mujer, el último de ellos. El más poderoso de ellos. He dormido durante milenios pero ahora estoy aquí para construir un mundo nuevo.
Mary no contesta. Genial. Espera no haber metido a su pueblo en un agujero mayor que en el que se encontraba. Pero su pueblo quiere guerra. Ha nacido y vive para ella. No tenía más opciones. Mira el sol, y algo le dice que será de las últimas veces que lo vea tal y como es. O al menos tal y como es ella. 


Doggy acaba de poner una buena canción en la radio. No sabe bien a dónde o a quién va a llegar. Pero por si acaso, aunque solo llegue a una persona, merece la pena haberla puesto. Ticket to ride, una buena canción para acabar esa tarde. Una tarde triste, pero empieza a pensar que en medio del desierto, ahí solo en su caravana, poniendo canciones quizás para nadie, todas las tardes son tristes. Empieza a refrescar. Es momento de programar unas cuantas canciones, acabarse la cerveza, buscar la sudadera verde e iniciar la peregrinación a las cuevas para seguir estudiándolas. Entonces, ¿por qué se siente tan inquieto? ¿Por qué tiene esa desagradable sensación en la boca del estómago? Ese rojo del atardecer en el desierto. Como si el mundo sangrara. El mundo es hermoso, nos empeñemos en hacerle lo que queramos hacerle. El mundo es una festival. Deberíamos celebrarlo y no empeñarnos en consumirlo hasta que no quede nada. Pensamientos lúgubres de un eremita que empieza a hacerse viejo. Y se da la vuelta para entrar en la caravana. Pero escucha un sonido. Un sonido inconfundible. Un sonido que le le dice que quizás no esté tan viejo, que quizás su intuición no está tan oxidada. Es un sonido que le invita a darse la vuelta y, utilizando la mano derecha como visera para protegerse del sol mortecino, contemple entre fascinado y temeroso, el helicóptero que se dirige hacia él sin ningún lugar a dudas, 

martes, 13 de octubre de 2015

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Episodio 10. Cuervos en la tormenta.

El corazón a veces no es más que una fina barrera que te ata a un mundo cruel e injusto que se arremolina delante de tus narices, se ríe de ti, te hace ver lo pequeño que eres y le grita al cosmos que no eres nada, solo polvo que no le importa a nada ni a nadie. Eso es justamente lo que siente Johny en este momento. Siente que de verdad cada latido paga cara cada gota de sangre que arrastra. Y aunque no cruzan palabra, sabe que su camarada, su hermano de armas, Bridge, guardando un silencio sepulcral a su lado, debe sentir algo parecido. Nota la respiración de su amigo en ese atardecer de desierto, rojizo, plomizo, pastoso, como si el sol se estuviera derritiendo detrás de las colinas. También siente las respiraciones del resto del grupo, de cada uno de ellos, como el movimiento lejano del corazón de las montañas.
Y también es consciente, dolorosamente consciente, del miedo, del suyo, del de Bridge, del de los demás. Ese silencio desquiciante en medio del desierto. Ese silencio solo roto por el sonido del viento y el de los truenos lejanos que en ese momento les encoge el corazón. Lleva las gafas de sol puestas para protegerse de la arena, convertida en un arma lacerante por un viento sin escrúpulos. La boca la lleva tapada con un pañuelo, lo que hace que su voz suene extraña.
-Amigo mío, creo que nunca he visto una tormenta de arena como esa.
Delante de ellos, a unos dos kilómetros, el desierto se revuelve y se agita, como sufriendo unos terribles dolores agónicos, como si las entrañas le ardieran llenas de hierro al rojo vivo. Paredes de arena de decenas de metros se levantan y se enroscan en unos remolinos terribles, cataclísmicos, al son de truenos y relámpagos que parecen el rugido de mil bestias. Y todo eso está justo en la dirección en la que ellos tienen que ir.
Bridge, que el desierto lo ha pisado poco, piensa que la verdad es que nunca ha visto una tormenta de arena, ni como esa ni como ninguna, pero lo que si que tiene claro es que aquel monstruo de la naturaleza que tienen delante acojona de verdad.
-Da miedo, desde luego -es lo único que acierta a decir, y siente que las palabras se le pierden en algún lugar dentro de la capucha de la sudadera gris con la que se protege.
Johny piensa que sí, que da miedo. Pero lo que no dice en voz alta, lo que se calla para él, es que siente que da miedo pero no por la furia o por la violencia con la que se agita sobre la superficie del desierto. No, lo que le da miedo es, como decirlo, su forma de estar. Sí, eso, que está ahí, quieta, en un punto fijo, no se desplaza. como sujetada por un puño de acero al suelo del desierto. Como un perro guardián, como protegiendo algo. Guardando algo. Ya no pueden dar marcha atrás. eso sería ir al encuentro de Nimrod. Solo quedan las fauces de la tormenta. Pero se guarda todos esos pensamientos. Mira a su amigo y sonríe como diciendo, en peores nos hemos visto. Sabe que su sonrisa es tan poco convincente como la de Bridge, bajo el resplandor rojizo de ese atardecer tan poco acogedor. Cuando el rugido del motor de Betsy queda enmudecido por la voz del desierto embravecido, una sombra funesta les hiela el corazón.

Celine conduce a toda pastilla, sin perder de vista con el rabillo del ojo a la rubia tatuada que viaja en el asiento del copiloto. Quiere llegar cuanto antes a Phoenix. Se congratula de si misma, de ser una mujer de recursos. En los hangares abandonados que hay fuera de la ciudad les espera un helicóptero con los tanques llenos. Es una válvula de escape que les cuesta a Laura y a ella un buen puñado de dólares, pero en noches como esa está claro que merece la pena. El asiento de atrás Peter sigue inconsciente y hablando en sueños. Sin tocarlo sabe que tiene fiebre. Y si no sé conociera bien a sí misma podría hasta equivocarse y pensar que está algo preocupada. Está muy mal, dice la rubia, al mismo tiempo que Peter sigue hablando del padre de la chica, diciendo algo así como que siempre ha tenido muchas ganas de conocerlo. ¿Quién coño es esa tipa que ha aparecido de la nada y parece conocer a Peter? Es como si hubiera estado tiempo siguiendo sus pasos. Lo que está claro es que no va a bajar la guardia.
-Tranquila -le dice-. Es duro. Y no es del todo humano, se cura rápido. Hace falta mucho más para acabar con ese hijo de puta testarudo, te lo digo yo.
Y cuando esas palabras se le escapan, al recordar las dos veces que creyó haber matado a Peter Connors, una pequeña punzada le recorre el corazón.  Te haces mayor chica, y sentimental, se dice a si misma.
-Bueno, guapa, ¿y tú quién cojones eres? -Le pregunta a Thrud, más por aparatar sus pensamientos de en medio que por un real interés.
-No importa quién sea yo. Estoy aquí por él -dice señalando con un gesto lleno de una extraña ternura a Peter-. Digamos que soy una admiradora.
-¿Admiras a un asesino sin escrúpulos?
-La oscuridad de su corazón no me es desconocida. De donde yo vengo nadie es malo ni bueno del todo. Es cuestión de circunstancias. Pero es el gran guerrero lo que admiro. Se podría decir que la guerra es lo mío -y se queda mirando a Celine con una gran sonrisa que pone le pone los pelos de punta-. Tú también eres una gran guerrera, Celine. Pero eso es trabajo de otra.
-No tengo ni la más remota idea de lo que estás hablando, nena. Creo que se te ha ido la cabeza. Pero bueno, mientras mantengas esas dos bonitas espadas tuyas de nuestro lado, no tendremos problemas -dice Celine categóricamente, al tiempo que piensa que, por descontado, esa rubia peligrosa no va a ver ni un centavo de lo que sea que saquen de todo este asunto.
-Está sudando -añade Thrud-. ¿No crees que deberíamos intentar despertarlo?
-Tú misma. Yo paso. No imaginas el cabreo que se va a coger cuando descubra que hemos dejado abandonado en Tucson su preciado Dodge Challenger

Betsy se bambolea a un lado y a otro, mecida por las arenas del desierto embravecidas, como un mar espeso y dañino que amenaza con volcarles en cualquier momento. Su pobres faros apenas alumbran en la espesura de la tormenta y la poca luz que les llega es la de los rayos que se estrellan contra el suelo cerca de ellos. Cerca, esa es la palabra, la que todos mascullan entre dientes como un mantra, esperando que esa palabra mágica siga manteniendo los rayos lejos del viejo y maltratado cascarón de Betsy. Nadie dice nada. El silencio ocupa desafiante, sin haber sido invitado, un asiento más en el interior del vehículo. Bridge conduce apretando las manos tan fuerte sobre el volante que parece que lo va a partir , ni tan siquiera la mano que Laura le posa en el hombro sirve para calmarle. Los demás se aferran a las armas como si fueran anclas pesadas y macizas sin las que la tormenta les haría volar por los aires. A través de las cortinas vivientes de arena se pueden ver los edificios destartalados de una ciudad abandonada. Como un fantasma, como el cascarón de un buque atisbado a penas a través de las aguas turbias de un mar enfurecido. Y el silencio hace que su presencia ses más patente. Porque a medida que la ciudad se va dibujando delante de ellos, la tormenta va perdiendo fuerza, hasta tal punto que cuando cruzan las primeras calles, todo está en calma y la fuerza de la naturaleza sólo es un muro. Y el silencio sigue ahí, sólo roto por las leves palabras de Johny, esa tormenta no es natural. Y siguen avanzando despacio por las calles, tan en guardia que los nervios parecen doler esperando algo, un mazazo que venga de cualquier dirección o más bien de todas. Y si hay momentos en los que al destino no le gusta defraudar, es en esos en los que esperamos lo peor. Así que el destino se esfuerza. Y el primer sonido casi hace que todos, pero sobre todo Bridge y Johny, sonrían, como diciendo, que susto, viejo, lo que pensaba que he oído. Pero no hay tiempo para las bromas. Lo que han oído, lo han oído. Un sonido perdido en las brumas del tiempo, erradicado de la faz de la tierra con dolor, con sangre, con millones de vidas. Tanto es así que el mero hecho de que tengan que volver a oírlo es un insulto. Pero en ese momento da igual. Es el momento, una vez más de acelerar, de que hablen las armas. Bridge tira de instintos que creía muertos hace cinco años y cuando la primera oleada de girazombis se lanza contra ellos, gritando frenéticos, saliendo de cada agujero de la ciudad abandonada, acelera gritando, buscando una salida.

Dos tipos pagados por Celine preparan el helicóptero, vigilados por la atenta mirada de ésta. También ha hecho traer un médico para que se encargue de Peter. Una buena idea, sin duda, si no fuera por que éste, ya consciente, no ha permitido que nadie se le acerque y menos aun que le ponga las manos encima. Thrud se sonríe para si misma, era de esperar que un guerrero como él fuera así de tozudo. La verdad, alguien que ha estado en tantas batallas, aprecia una noche como esa. No deja que la sombra que cubre la mirada de Peter y de Celine se apodere de ella. Nada puede tumbar su buen ánimo. El trabajo, la aventura, siempre le ponen de buen humor. Lleva un buen rato caminando por los hangares abandonados, entre formidables esqueletos de aviones que le recuerdan a las fabulosas criaturas de otros tiempos inventadas por los bardos. Semejantes pensamientos hacen que se dibuje en su mente la imagen fastuosa de su hogar. Parece que salió hace una eternidad de allí. Por eso, cuando un cuervo enorme y negro se planta delante de ella no se sorprende demasiado. Se encoge de hombros. El cuervo parece mirarle fijamente y aunque parezca increíble, el muy mamón da toda la impresión de estar sonriendo.
-Hola -dice Thrud-. Supongo que tu hermano no anda lejos ¿no?. La verdad es que nunca consigo saber cuál es cada uno.
Como respondiendo a sus palabras, otro enorme cuervo se posa en lo alto de la tapia semiderruida donde se apoya Thrud. Así que la chica no tiene ninguna duda de quién es la figura a que ha aparecido de la nada junto a ella.
-Hola, papi.
El tipo parece salir de entre las sombras. Pero no por un efecto óptico. Más bien es como si llevara las sombras como una capa. Es un hombre alto, de complexión atlética, aunque con los hombros algo encorvados, solo un poco, ligeramente , como si ya le empezara a pesar la edad. Pero esa edad no se traduce en su rostro. Bueno, lo cierto es que la cara del sujeto a veces parece la de un anciano que rondará los mi años y a veces la de un hombre cerca de los cuarenta en el pleno apogeo de su virilidad. Y todo eso a pesar de que entre el parche que le cubre el ojo izquierdo , el enorme sombreo de cow-boy y la barba espesamente poblada, su cara parece perpetuamente cubierta por sombras escurridizas. El hombre completa el modelito con una larga gabardina negra llena de polvo del desierto, camisa negra, tejanos y unas botas de serpiente de cascabel decoradas con
 dos ostentosas espuelas.
- ¿A qué estás jugando, pequeña? Tienes una misión que cumplir -dice el hombre y cuando habla es como si el desierto guardase la respiración.
- Lo sé , padre -Thrud a cambiado su tono. Su padre no parece estar de humor para bromas-. Pero aún hay tiempo. Solo quería conocerle antes de que todo empiece.
-Mi pequeña Thrud. Siempre enamorada de la épica. No puedes resistirte a una gran historia.
-Pero padre, al final no somos más que historias. Grandes historias.
El padre de Thrud mira el cielo del desierto con su único ojo sano. Es como si pasara lista a las estrellas. Somos historias, admite. Todo es parte de una misma historia. Y lo mejor es que estamos lejos de descubrir quién la cuenta. Luego clava ese ojo que es como un cometa en Thrud y esboza una sonrisa que hiela la noche.
-No te distraigas. No te confundas. Tu labor es crucial.
-Padre, llevo una eternidad haciendo esto
El hombre sonríe a su hija y dice, eso es lo que me preocupa. Y, después de acariciarle la mejilla se da la vuelta y desaparece en la noche mascullando por lo bajo algo así como, es una noche hermosa, perfecta para que todo empiece a cambiar.

La verdad es que es bastante sorprendente que puedan conducir, apuntar, disparar, teniendo en cuenta que están en shock, cagando balas de cañón, desquiciados en esa pesadilla viviente que todos empezaban a pensar ya que solo había sido un mal sueño colectivo. Pero ahí está, cobrando forma de nuevo, viva y sangrante, chillándole a sus corazones que los monstruos si que se esconden en los armarios del mundo, esperando a que una mano ignorante apague la luz. Oleadas de girazombis desquiciados se lanzan contra los costados de Betsy, como si el puto mundo no hubiera avanzado
ni un centímetro. Todos, pero sobre todo Johny  y Bridge prefieren no mirara esos ojos amarillentos, sucios de vida infecta. Algo enfermizo les encoge el corazón solo con oír esos chillidos que creían extintos, esos chillidos que solo oían a lo lejos, en el silencio de las noches solitarias cuando los pensamientos recorren esos caminos oscuros que nunca pisamos si podemos evitarlo.
Betsy se bambolea y las calles parecen un hormiguero. Los barrotes dentados de acero del morro del vehículo abren paso a dentelladas entre las masas de seres que les rodean, pero la marcha cada vez es más lenta, y el pobre Bridge, que se está dejando los brazos en sujetar el volante, sabe que no podrán aguantar esa marcha mucho más. Al final las ruedas van a acabar resbalando en una pulposa masa de ex-personas, roja y gelatinosa.
-¡Sácanos de aquí, tío, por lo qué más quieras! -El grito de Harry es más un deseo desesperado expresado en voz alta que una verdadera petición a Bridge, que todo lo que hace es apretar los dientes y los puños y girar una esquina para entrar en una avenida principal. Y ahí el corazón se le para. Y el de todos sus compañeros también pide permiso para ausentarse unos segundos. Que lata su puta madre que nosotros estamos cansados. Aquí nos plantamos. Bridge resopla, cansado y asustado, sin soltarse del volante de Betsy. Es una vía principal, sí. Ancha, sí, de cuatro carriles en ambos sentidos. Todo precioso, sí. Precioso si no fuera por que los cuatro carriles no tienen otra salida que el túnel, oscuro y terrorífico donde mueren. Las sombras se ríen de ellos, desafiantes, como retándoles a que se atrevan a zambullirse en ellas.
-Ahí debajo puede haber cualquier cosa -dice Ángelo, como en un suspiro.
-Si nos quedamos encerrados ahí abajo estamos perdidos -coincide Bridge.
Johny se gira lentamente y ve hordas y hordas de girazombis lanzarse en picado calle abajo hacia ellos. Un tsunami de carne podrida y ojos amarillos que grita su nombre en un idioma sin palabras que es todo furia y rabia.
-Si nos damos la vuelta Betsy no pasará. Será el fin del viaje, muchachos -dice.
Y es en situaciones como estas que se agradece mucho, pero mucho, en serio mucho, que el destino deje de hacer el vago, se desperece, mueva el culo y tome decisiones por ti. De entre las sombras del túnel sale una figura. Una figura que agita una bengala roja y les hace señas para que vayan hacía ella. Es una situación surrealista, Bridge mira a Laura y la chica solo se muere el labio y se encoge de hombros. Y qué coño, a veces que una mujer así se muerda el labio de esa manera delante tuya es suficiente para jugártelo todo a una carta, aunque sea un maldito dos de picas.
Bridge acelera y en unos segundos están frente al tipo que les hace las señas y que ahora les da indicaciones para que aparquen junto a lo que parece una puerta de mantenimiento. Se mueve raro, con unos andares patizambos, pero no pueden verle la cara por que lleva una vieja armadura militar, sucia y gastada, uno de los primeros modelos de Multitude, más bastos y pesados. Los ojos del casco lucen rojos en la oscuridad. Por aquí, les dice abriendo la puerta. Esta puerta aguantará, nos nos seguirán en la oscuridad. Habla de un modo extraño, pero no están para detenerse en detalles nimios. Además, es normal que el casco deforme la voz. Siguen al desconocido por pasillos poco iluminados por unas luces de emergencia rojas, pero es evidente que el tipo sabe donde va. Por fin llegan a una sala de máquinas enorme, y esa voz que les decía al oído que quizás y solo quizás, se estaban metiendo en la boca del lobo, ahora les chilla con aire de satisfacción, lo veis, lo veis, os lo dije. De entre las sombras surgen varias siluetas más que no pueden identificar bien pero que está claro que les están apuntando con armas de fuego. El tipo que les ha guiado se gira hacia ellos.
-Lo lamento mucho, pero voy a tener que pediros que soltéis vuestras armas. Es para evitar malos entendidos, de verdad, nada más. Apoyando a sus palabras el sonido de varias armas automáticas al cargarse les hace ver que no tienen demasiadas opciones. Soltadlas chicos, dice Johny dejando sus pistolas en el suelo, todos, Caroline. La pelirroja, enfurruñada obedece, peor la trenza se mueve de manera sibilina a su espalda.
-Perfecto -dice su anfitrión-. Esto hará las cosas más fáciles. Ahora os pido por favor que mantengáis las mentes algo abiertas.
Y sin añadir nada más, se quita el casco de la servoarmadura, dejando al descubierto el rostro perfecto, hermoso, casi luminoso y hasta algo sonriente de lo que solo puede ser, sin ninguna duda, un puto girasol mutante.


jueves, 1 de octubre de 2015

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Episodio 9. Una habitación sin vistas.

Otra vez las autopistas de información. Otra vez el mareo ante la cantidad ingente de datos. Las nauseas. El dolor. Todas esas luces y datos corriendo a toda velocidad en más direcciones de las que debería tener el universo. Harry ya está más que habituado a esta sensación. Habituado, pero nunca acostumbrado. Y es justo cuando las nauseas alcanzan sus punto álgido cuando algo se vuelve diferente. De pronto el torrente de datos parece seguir una única dirección. Es como si toda esa información tuviera un destino, un propósito, quizás un origen. Así que Harry no lo duda ni un segundo y empieza a andar, bueno, lo que su subconsciente asimila como andar para que su mente lo entienda, hacia ese punto misterioso.
Llega a una puerta. Y no duda ni una segundo en abrirla, con esa leve sensación del que sabe que no tiene más opciones, que todo se reduce a eso, aunque no tenga ni la más mínima maldita idea de por qué. Allí todo es luz. Paredes blancas. Es un habitación sin muebles y con una luz fuerte y cegadora que no parece salir de ninguna lámpara ni foco alguno. En medio de la habitación hay un niño. Bueno, es un niño por rasgos, por edad, por tamaño. No debe de tener más de diez años pero su expresión esconde milenios, esa es las sensación que le da a Harry. El niño, complétamente calvo, vestido de blanco, le mira desde unos ojos insondables de color amarillo y le sonríe afablemente, con tanta amabilidad que hace que la espalda de Harry se arqueé de terror.

Por fin estás aquí. Le dice el niño. Me ha costado tanto encontrar un camino para llegar a ti. Harry no puede dejar de fijarse en el pequeño, pero perturbador detalle, de que el niño no mueve la boca para hablar.



Un solar al que van a morir las salidas traseras de varios negocios de mala muerte. Solo una entrada que al mismo tiempo es la única salida. A Peter nada de eso le huele bien. Vigila los tejados en busca de tiradores ocultos y escudriña las sombras tras los recovecos y los cubos de basura esperando encontrar una amenaza agazapada detrás de cada uno de ellos. Nada se mueve en la noche, pero eso no le calma. Un pálpito, un mal presentimiento, una molesta voz que le susurra al oído que no se relaje. Lleva un arnés de combate que sujeta la vaina de Tadeusz a su espalda. Toca la empuñadura de la espada echando la mano detrás de su hombro en un gesto que pretende ser tranquilizador, pero el dolor que le provoca consigue todo lo contrario. Por lo qué sabe, bien podía tratarse de una trampa de Celine y se pregunta como de alto y lejos podría volar antes de que el dolor de las lesiones reclame su tributo.
-¿Estás nervioso? -Le pregunta Celine, adivinando sus brumosos pensamientos.
-Solo en guardia.
-No te la estoy jugando, Peter. En algún momento tendrás que confiar mínimamente en mi.
-No en esta vida, nena. No pienses que esta alianza, si quieres llamarla así, o lo que pasó anoche, cambia algo entre nosotros.
Celine sonríe con esa sonrisa suya capaz de distorsionar la realidad y en un susurro, que es una ola de calor dice, al menos reconocerás que fue increíble.
Peter solo bufa y vuelve a centrar su atención en las sombras del solar, sobre todo por que oye el sonido de motores acercándose. En solo unos segundos el solar se llena con el rugido de una decena de ellos, en su mayoría todo terrenos modificados y sucios, cuyas luces ciegan a Peter y a Celine. Ahora sí, desenvaina la espada sin rodeos y los dos guerreros, inconscientemente, se acercan, poniéndose el uno al lado del otro, codo con codo. Los coches empiezan a tomar posiciones a ambos flancos de la pareja y el último en entrar es un enorme Big Foot ranchera, de ruedas imponentes, que se queda cerrando la salida del callejón. En la parte de atrás, sentado en una especie de trono, va una inmensa mole de músculos. Un tipo negro de un tamaño descomunal. Lleva el torso desnudo, un torso que bien podría ser del tamaño de tres como el de Peter y ni juntando los dos muslos del nephilim se conseguiría abarcar el diámetro de esos bíceps. Cientos de caóticos tatuajes cubren la piel del mastodonte. Lleva el pelo rubio, pero lo que más le llama la atención a Peter son los ojos, unos ojos intensos y azules que, aun en las crecientes sombras, brillan con intensidad. Los dos ya han visto esos ojos, no les cabe duda y, si tuvieran alguna, cuando el tal  Joseph sale del vehículo luciendo una de esas jodidas sonrisas suyas, si siguieran teniendo alguna, hubiera desaparecido justo en ese momento. Esta claro que esos dos bastardos son hermanos, y para ese momento todas las alarmas de Peter Connors ya están sonando.
-Celine, nena. ¿Cuánto confías exactamente en tu amigo Joseph?

-Es un antiguo -y Peter nota como la chica duda en como catalogar al tipo en cuestión- colega de correrías. Nos las hemos visto de todos los colores juntos. Pero no me fiaría mucho más de lo que me fío de ti. O tú de mi.
-Pues estamos jodidos. Ten listas las armas.
Y la chica no duda. Aprendió hace mucho a no cuestionar el instinto de Peter.




-¿Quién eres?
Aun no soy nada. Hace tanto tiempo que no soy nada. Pero lo poco 
que pueda ser esta conectado ti y a tu misión.

-¿Qué mierda de misión es esa?

No soy nada, no puedo saber cosas, solo intuyo en el devenir del tiempo y el espacio. Pero vas por buen camino.

-¿Qué?¿Qué coño?

Volveremos avernos. Ahora sé como llegar hasta ti, aunque no es fácil.

Harry se despierta sudando en una de las caravanas. A su lado, Johny ronca plácidamente y Caroline comprueba el estado de sus armas.

-Buenos días -dice Harry.

-¿Un mal sueño? -pregunta Caroline.

-Uno extraño, más bien -responde Harry, esperando eso justamente, que solo fuera un sueño-. ¿Tú no duermes?

-No lo necesito. Nanomáquinas -añade Caroline como si esa fuera toda la explicación necesaria.

-Entiendo que tu jefe y la tal Celine aun no han vuelto.

-No. Ni rastro. Pero no están muertos.

Harry empieza a tener dudas, pero se queda más tranquilo al comprobar que la reticencia y, lo que es más importante, la beligerancia de Caroline ante la idea de partir sin Peter Connors ha desaparecido. Como si la pelirroja leyera los pensamientos de Harry, añade, nos alcanzará.

-Debemos prepararnos para irnos.

-Hace una hora que estoy preparada.

Harry solo asiente con una sonrisa que ni él mismo sabe muy bien como interpretar. Sale de la caravana y comprueba feliz que Bridge está poniendo a punto a Betsy. El muy cabrón tiene una sonrisa de oreja a oreja y cuando ve como la mirada de su camarada se desvía hacia la morenita, Laura, que prepara sus armas y pertrechos en la puerta de una de las caravanas, sonríe entendiendo el por qué.

-Una buena mañana para viajar, ¿eh, Bridge?

-Y que lo digas tío. Tenemos un buen vehículo, buenos compañeros y una misión, ¿qué más se puede pedir?

Harry sonríe, que lleguemos sanos y salvos, ¿no?

-Sí, eso también -le contesta Bridge entre risas.





El tipo enorme negro levanta una mano y el sonido de todos los motores se detiene, pero los focos siguen ecegando a la pareja. Entonces el tipo habla y la voz parece que sale de lo más profundo de la tierra.
-¿Así que eres tú el famoso Peter Connors, el Inmortal, el Doctor Spawlding? Esperaba algo más grandioso. Creo que no eres tan grande como reza tu leyenda.
-Tú, en cambio, no me cabe duda de que eres mucho más grande que la tuya.
Se arrepiente en el mismo momento que las palabras han salido de su boca, pero ser fanfarrón es uno de sus numerosos defectos. Celine le atraviesa con una mirada que abatiría a un ñu en carrera. Afortunádamente, con las luces de los focos no pueden ver la reacción que esas palabras tan, cuanto menos, desafortunadas, han tenido en la cara del traficante de armas.
-Estamos aquí para hacer negocios, señor Isaac. Somos gente seria. Tenemos dinero y usted armas - Celine interviene en un vago intento de que el asunto no se tuerza. Aunque, conociendo a Peter y a la calaña de la gente con la que están tratando, ya tiene toda la pinta de estar torciéndose de raíz.
-Pues resulta que tengo armas. Armas de sobra, auténticas piezas de coleccionista. Rifles de plasma Multitude, ametralladoras Devastation, y alguna que otra joya. 
-Entonces llegaremos a un acuerdo fácil. Aunque pensaba que ya teníamos un acuerdo. 
Peter sabe que ha vuelto a pasarse de la raya cuando Celine pronuncia su nombre maldiciendo por lo bajo.
-El caso es que tenemos un problema, joven señor Connors. Puedo sacar más de el doble entregándote a cualquiera de tus enemigos que esté dispuesto a pagar una fortuna por ti. Y puedo asegurar que hay donde elegir. O en su defecto por tu cabeza. Y luego puedo venderle esas armas a otro cliente. Entiende que mi plusvalía sería demasiada como para ignorarla.
-Tú, plusvalía, bola de sebo, es que mantengas tu palabra, nos entregues las armas y salgas de aquí con vida.
-Joseph -grita Celine- ¿Qué coño es todo esto?
-Lo siento, preciosa, solo son negocios.
Lo demás es tan de esperar como que el sol le lama el culo a la luna cada amanecer.

Laura despliega el mapa de carreteras delante de todos. La opción es bien sencilla. Perderse por un sin fin de carreteras secundarias o tirar por la inter estatal, un camino bien asfaltado, más seguro, más corto, más rápido. A Bridge se le empieza a diluir la euforia de la noche anterior y de la inminencia del viaje cuando se ve en la dura decisión de preguntar, ¿y entonces dónde está la duda?
-La duda, ojazos, está en este punto -Laura señala un punto en concreto del mapa con un gesto enérgico-. Toda esta zona de aquí es un agujero negro. Nadie que se haya adentrado por este tramo de la inter estatal ha llegado al otro lado.
-¿Es una broma? -Pregunta Johny-. Suena a argumento de película mala.
-Tiene razón -interviene Caroline-. Es sabido entre vagabundos, cazarrecompensas y gente así. Ni siquiera los carroñeros mutantes ni los bandidos se adentran en aquella zona.
-El caso es que -opina Angelo-, cuanto más tardemos en llegar a dónde sea que vayamos, más posibilidades de cazarnos tendrán esos monstruos.
Todos están de acuerdo en eso. No hay discusión posible, pero una vez más, el pobre Bridge siente la necesidad de ser la voz molesta que se para en los detalles fastidiosos.
-Ya, pero -empieza a decir y esta a punto de fallarle la voz-. Quizás lo que encontremos allí sea peor que Nimrod.
-Entonces los monstruos esos no nos seguirán allí- Añade Johny y todos ríen su gracia durante unos segundos que saben a gloria.
Pero es la voz de Harry la que zanja el debate. Al fin y al cabo, le guste o no, él es el centro de todo aquello.
-Tal como yo lo veo, sabemos lo que tenemos detrás. Y es una puta pesadilla. Así que por mi veamos que nos tiene preparado el destino delante, ¿no?
Sus palabras sirven como espuela para el ánimo de todos. Así que en un segundo la decisión está tomada y Betsy se abre paso como una bestia hacia lo desconocido.

Dos de los vehículos vuelan por los aires consumidos por dos bolas de fuego angélico y algo eleva a Celine por los aires para aterrizar un segundo después detrás de unos contenedores. Las balas empiezan a silbar, ella asoma la cabeza para abatir a dos tipos con dos disparos limpios. Pero hay más, muchos más. Y no es lo peor, cuando mira a Peter, ve su tez blanca, sudorosa, y como se sujeta el costado con la mano izquierda. Aun estás débil, le dice. Éste solo le mira con unos ojos negros como la noche y desparece desplegando las alas hacia el tejado más próximo, donde se han apostado varios tiradores de Isaac, que no tardan en probar el hambre voraz de Tadeusz. Celine hace gala de su punteria mortal y sobre humana detrás de los cubos, aun cegada por los faros de los vehículos, y algunos hombres prueban el dulce sabor del polvo. Pero tres coches más han parado detrás del de Isaac que grita frenético a sus hombres para que den caza a los dos guerreros. Los hombres de Isaac son demasiados. O lo serían para guerreros normales. Pero ellos son de todo menos eso, aunque Peter siente un dolor punzante en el costado y sabe de sobra que va a tardar muy poco en ser abandonado por sus fuerzas. Tiene que llegar a la cabeza de la serpiente antes que eso, o morir en el intento. No le van a vender como mercancía.

Nimrod mira el desierto. Amenaza sólo con devorarlo con los ojos. Nimrod el Grande, el leviatán, el Devorador de mundos, tiene hambre. Mucha hambre. Es su esencia, el centro de su ser, ese hambre atroz, ancestral, estelar. Fue creado para el desastre, para el dolor, para ser un adalid de tristeza. El sol moribundo de la tarde crea pequeñas y efímeras obras de arte en la superficie negra de su cuerpo. Cierra los ojos y tras él nace Plaga. Decenas de ellos, rabiosos, deseosos de sangre, su respiración entrecortada por la furia. Nimrod da un paso adelante, da igual la dirección, hacia allí sólo habrá desgracia.


Celine maldice y grita rabiosa, como una fiera arrinconada contra la pared. Se ha quedado sin munición, así que tiene que moverse aprovechando la confusión de la batalla. Intenta salir pero dos esbirros de Isaac le cierran el paso apuntándole con sus armas. Es triste como los dos pobres incautos ni siquiera ven venir el final en forma de puñal que secciona piel, garganta y vidas. Celine grita como una fiera salvaje y en medio de su euforia homicida ve a Peter aterrizando en el centro del solar, entre dos moles mutantes de más de dos metros de altura, armados con servopuños biónicos. Un golpe esas cosas partiría en dos un autobús. Peter esquiva un golpe pero Celine observa como al caer al suelo se echa una mano al costado y se tambalea. Está herido, no está recuperado para una batalla como esa. Si no consigue llegar hasta él todo acabará pronto. Pero una bola de fuego angélico iguala el tanteador, como una canasta en el último segundo. El mutante al que va dirigida logra esquivarla con un golpe del servopuño pero esos segundos son suficientes para que Tadeusz destroce las burdas placas de metal de su armadura y seccione todo lo que hay debajo. El monstruo cae de rodillas al suelo con las manos cruzadas sobre el vientre gritando de una forma horrible que se eleva por encima de la batalla. Celine aprovecha y trata de salir de los contenedores pero una ráfaga de disparos le hace replantearse su postura. No pinta bien. Chilla de rabia y de furia. Peter jadea con la rodilla clavada en el suelo, apoyado en la espada. No ve el golpe que el otro mutante va a lanzar contra él. Es el fin. O debería serlo, si no fuera por un destello, un rayo dorado que se interpone entre su compañero de armas y el mosntruo. 
Peter levanta la cabeza y con dificultad atisba a la joven tatuada del bar. Maneja dos espadas gemelas curvas con tal destreza que el mutuante, que bien podría triplicarla en tamaño, no entiende de dónde han salido los varios cortes en cuello y esternón por los que se le escapa la vida. Y sin palabras la joven y Peter se entienden, con una mirada, un gesto, y un segundo después ella está degollando hombres de Isaac y él aterriza justo en frente del señor de la guerra, cuyo hijo de puta, queda entre cortado por los tres palmos de acero que le atraviesan el pecho. Luego, con un contundente movimiento, Peter desliza a la hoja hacia arriba y la cabeza del hombre queda seccionada en dos. 
Joseph ve la muerte de su hermano en primera persona. Pero no hay tiempo de lamentarse, es tiempo de salir por patas de allí. Pero no le sorprende que un segundo después de encontrarse a Celine de frente, sienta la punzada de un disparo en el pecho. El segundo, en la cabeza, francamente, le da bastante igual. Los hombres de Isaac que aún están en pie. Se quedan inmóviles por unos segundos. Celine tiene frente a ella a la joven rubia que tan apunto ha aparecido. Ésta levanta las manos y dice, estoy de vuestra parte. Pero ella le sigue apuntando. Peter baja del pick up y se planta entre las dos jadeante. Sangra por la boca y un segundo después se desploma de rodillas en el suelo. La joven rubia se lanza a ayudarle. Hay que sacarle de aquí. Le cogen entre las dos y lo arrastran aprovechando la confusión de los mercenarios al servicio del finado señor de la guerra. Espera, dice Celine, y guía a los tres hasta el vehículo donde Isaac ha traído las armas que iban a servir como cebo de la trampa. Echan a Peter en el siento de atrás y salen de allí, dejando atrás las luces de los focos y los gritos que sirven de marco a la muerte. Peter sonríe entre terribles dolores. De pronto ha caído en algo. ¿ Thrud? Le dice en voz alta a la joven rubia. Thrud, ¿en serio? No me jodas, ya sé quién eres. Y luego se desmalla muy placenteramente. Joder, se lo ha ganado.