lunes, 22 de junio de 2015

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Capítulo 4. Cuanto tiempo.

Debajo de un sin fin de planchas de cemento, de acero, a cientos de metros bajo el suelo hay una habitación. Es amplia y está llena de pantallas y ordenadores donde crepitan una cantidad obscena de datos a la velocidad de luz. Parece una masa ingente, una danza chiflada de cifras, sin sentido alguno, pero para el hombre que las contempla sí lo tienen. Él ve una autopista de información perféctamente delimitada. Perféctamente delimitada hasta el muro que siempre encuentra cuando se adentra en ella. Y eso es lo que más ofusca al gran Sorbinus. Con un simple gesto de su desmesurado intelecto puede acceder a cualquier ordenador y navega por los pocos focos de la Red que siguen activos como si fueran escenarios de su imaginación. Pero esa maldita frontera encriptada por unos simples humanos hace poco más de un siglo reta su capacidad inmortal. Un cerebro que ha habitado el universo por eras y es parado por un programa hecho por simples primates. Las venas de su enorme cráneo que alberga ese poderoso cerebro empiezan a hincharse y a su grito de rabia le responden varias de las pantallas de plasma que saltan en mil pedazos. Se obliga a relajarse. Debe dejar de hacer eso, no hay tantas pantallas de plasma hoy en día y se fabrican pocas. Pero empieza a impacientarse. Tiene que poner en el tablero todas las piezas posibles, no puede fiarse solo de dos sicarios por muy cualificados que estos parezcan.


Corren. En medio de la oscuridad no pueden hacer otra cosa que correr. El ruido de su respiración. El ruido de sus pisadas y un montón más de ruidos que prefieren no detenerse en catalogar en ese momento. A Bridge el respirar con normalidad empieza a parecerle una epopeya digna del mismo Odiseo y el calor asfixiante de esa red de túneles no hace si no empeorar las cosas. Un poco más adelante ve las luces de las linternas de sus dos compañeros. Como sigan apretando el paso se va a quedar solo en aquel paraje, tan acogedor como las fauces de un tiranosaurio con alitosis. Cuando empieza a sentir que sus piernas le miran con desconfianza y amenazan seriamente con declarase en huelga, huelga a la que su corazón estaría encantado de unirse, les grita que se detengan. Las dos luces delante suya le hacen caso y llega hasta ellos jadeando. Le alegra ver que también están apunto de echar la primera papilla. Vaya tres héroes, ninguno está en demasiada forma que digamos. Vamos a pensar un segundo, no os parece, les dice entre jadeos.
-¿Qué puto lugar es este? -grita Johny en los espacios que una tos seca le deja.
-Es una red de túneles de mantenimiento -dice Harry. Conectan el metro de la ciudad, la estación eléctrica, el alcantarillado. Todo el subsuelo en general.
-¿Y cómo coño sabes tú eso, vamos a ver? Es más, joder, ¿cómo demonios sabías como abrir esa puerta?
-No lo sé -responde Harry, tratando de evadirse de los envites de Johny.
Bridge tiene claro que la situación empieza a caldearse y sabe que lo último que tienen que hacer en ese momento es enzarzarse ellos mismos en una discusión absurda. No es el lugar mas idílico para dirimir diferencias. Pero Johny ya le ha cogido a Harry de la pechera gritando qué cómo coño sabe eso y el tipo se deshace de él con un empujón asegurando que no lo sabe.
-Sé cosas, de acuerdo. Eso es todo. Mi cerebro está lleno de información. La gran parte de ella no se qué coño significa, pero está ahí.
-¿Pero quién coño eres tú, tío? -le pregunta Johny más calmado por el asombro. Bridge iba a preguntar exactamente lo mismo. Y esa voz de su interior, esa  voz pequeña pero pesada e insistente, empieza a darle con un molesto dedo índice en el interior del cráneo, insinuando que todo eso empieza a ser más grande de lo que parecía en un primer momento.
-No lo sé – la respuesta de Harry calma los ánimos de todos. Un silencio muy molesto se pone al lado de ellos a comer palomitas esperando a que el tipo de los ojos azules siga hablando.
-Solo recuerdo que me desperté en una especie de laboratorio en una cámara de suspensión hace como siete años, poco antes de que acabarais con la Corporación. He ido de aquí para allá desde entonces con todo este barullo en la cabeza hasta que desde hace un año más o menos los cabrones de Plaga empezaron a perseguirme.
-Joder, joder, joder -Johny va de una lado a otro del túnel, muy nervioso-. Esto es grande Bridge. Lo sé. Me lo dice esta bola en el estómago, esto es grande.
Bridge piensa que él no tiene una bola en el estómago, que tiene un puto planeta.
-Bueno, aquí peleando no vanos a solucionar nada. Tenemos que ponernos en marcha.
Como si de una peli mala se tratase, y apoyando de manera inequívoca las palabras del pobre Bridge, unos rugidos y chillidos que suenan amenazadóramente cercanos en algún túnel indeterminado empiezan a llegar hasta ellos. Es hora de correr. 

Caroline trastea con el terminal y las lucecitas del la pantalla y las de sus ojazos biónicos montan una fiesta de fuegos artificiales en medio de la noche del desierto que es digna de ver. Pero su jefe no se fija en eso. Apoyado en la pared sigue mirando el autobús escolar con más guerra que un girasol veterano y mascullando cosas por lo bajo. Aun lleva la espada desenvainada en la mano. Hace frío, pero las nanomáquinas de Caroline regulan su temperatura corporal. Su jefe no tiene nanomáquinas, pero sigue en manga corta y se ha quitado la palestina. Y esos ojos grises que tanto fascinan a Caroline y al mismo tiempo tanto le asustan están perdidos en un lugar muy lejano de allí, y algo le dice que lejano no solo en el espacio, si no también en el tiempo. El encriptado del terminal es complicado, pero sus pequeños amigos microscópicos están haciendo bien su trabajo y la puerta se va a abrir de un momento a otro. Y eso le gusta. Algo le dice que cuanto antes terminen con ese trabajo mejor. Hay algo que le huele a chamusquina. Sobre todo porque empieza a ponerle de los nervios el, no puede ser o el, tiene que ser una puta broma, que su jefe suelta por lo bajo cada minuto. Y para colmo se pasa cada dos por tres la mano por la cabeza casi rapada y salpicada aquí y allá por pequeñas cicatrices de mil batallas. Si no le conociera bien diría que su jefe está nervioso. Y eso no puede ser.
-¿Te falta mucho, preciosa?
Normalmente la voz de su jefe es como una plancha de acero a las siete de la mañana en el puto polo norte, fría resbaladiza y muy posíblemente mortal de varias maneras distintas. Pero ya no le cabe duda, está nervioso. Y es la primera vez que le ve nervioso en cuatro años. Si cuando está normal, lo más probable es que mucha gente muera, en este nuevo estado no tiene ni la más remota idea de lo que puede pasar, pero no le asombra cuando una bola de preocupación se instala cómodamente en su garganta. Eso tampoco le suele pasar a ella. Por fin la puerta se abre y está a punto de suspirar de alivio.
-Ya está.
Su jefe le mira y le sonríe, buena chica. Le pega contra él y le da un beso en la frente antes de perderse en las oscuridad.
 
El fogonazo del cartucho numero once de Bridge les permite ver a sus atacantes. Parecen personas, pero sus dientes son afilados, son blancos como la puta luna y llevan los cráneos pintados con colores y formas sin sentido. Pero lo peor son sus ojos, que brillan con un espeluznante color rojizo y que parecen permitir que puedan ver sin ningún tipo de problema en la oscuridad. Dos fogonazos de las Desert de Johny mantienen a una nueva oleada a raya, pero cada vez se aceran más. Por lo menos el cerebro de Harry les está permitiendo no pararse a tomar decisiones sobre qué dirección tomar. Es como si llevara un maldito G.P.S. en el coco y gira a izquierda y a derecha sin pararse a pensar ni un segundo. No les sobran balas, pero aun menos segundos. Así que perfecto. Otra cosa es hacia dónde van. Pero está claro que no es una opción ponerse a pensar eso. Entre una claridad de ojos rojos y dientes afilados y una oscuridad incierta, la apuesta está segura, joder, está claro que sí. Corred, corred, grita Johny al tiempo que vuelve a descargar furia, plantado en medio del túnel con una pistola en cada mano, entre los habitantes de aquel mundo demencial, que chillan y maldicen en el que debe ser su propio idioma y del que se pueden intuir algunas palabras.
Al verle ahí de pie, soltando fuego, casi a cámara lenta, Bridge cree entre ver por un momento al joven de cinco años atrás, al de los ojos llenos de fuego y la sonrisa llena de verborrea y bourbon, Y el espíritu limpio. A aquel que entró aquella noche repartiendo plomo en una habitación en una ciudad en llamas. Y sí, esta vez tiene que reconocerlo, quizás eche un poco de menos aquel mundo desastroso.
Pero ahora es hora de correr, y Johny corre y le adelanta, vamos Bridge, y el pobre Bridge aprieta el paso y todo lo que no sea correr y disparar de vez en cuando deja de tener sentido.
- ¡Por aquí! -grita Harry-. Y se pierde por una puerta. Cuando Bridge y Johny cruzan la puerta le ven trasteando con otro viejo terminal y la puerta metálica se cierra tras ellos. Pueden oír los golpes, gritos y blasfemias de los moradores de los túneles tras ellos, pero parece que la puerta resistirá, un rato al menos.
Están en una especie de sala de control. Con pantallas y ordenadores todos apagados. Es un sitio bastante fantasmal. Pero hay una puerta al fondo y los tres están de acuerdo en seguir por ella en busca de una salida que les lleve lejos de los muchachos tan simpáticos que les esperan fuera. Pero lo que pueden ver a la luz de las linternas no es muy acogedor. En lo que parece un viejo y amplio almacén, los habitantes de los túneles han construido una especie de prisión con celdas rudimentarias hechas a base de tuberías, trozos de hierro y otros desperdicios. Empiezan a pasear por las celdas y a enfocarlas con las linternas temporálmente y no se sorprenden, por desgracia, cuando pueden ver algunos cadáveres en algunas de ellas. De hecho les sorprende más cuando encuentran en una a un prisionero vivo. Va vestido con harapos. No huele demasiado bien. Es evidente que su cautiverio ha sido largo y a su alrededor pueden ver los esqueletos de ratas que, no hay que ser muy listo, le han servido al pobre desdichado de dieta en esos, seguramente meses o incluso más, de cautiverio.
-Hola -dice Bridge, sin saber muy bien que coño decir.
El tipo levanta la cabeza. Es un tipo delgado, de rasgos marcados. Una espesa barba medio cana le cubre la cara y tiene el pelo largo y mugriento. Pero Bridge y Johny le reconocen al instante. Joder que sí. Ni en dos mil vidas podrían olvidar esa mirada. Está perdida, hundida en varias capas de demencia, algo trastornada y es evidente que él no les reconoce. Pero ni de broma, ellos dos, de entre toda la gente el mundo, podrían olvidar esa mirada. Bueno esa media mirada, cubierta por un parche en el ojo izquierdo. Por eso, cuando la patética sombra del que otrora fuera Jeremmiah Kiskembauer, líder absoluto de la Corporación les mira sin verles muy bien y les pide ayuda, los dos solo pueden exclamar un sonoro, ¡no me jodas!, al tiempo que levantan las armas para apuntarle.
 
Un arco de la trenza de Caroline y lo de siempre, ya se sabe, cuatro gargantas que se abren para gritarle al mundo algo que el mundo no tiene ni pizca de ganas de escuchar. Así que sus dueños se mueren entre gorgoteos de lo más patético. El resto de moradores dentudos de la oscuridad se lo piensan dos veces mientras lo ojos azulados de la asesina brillan traviesos y divertidos. No se le ve bien la cara pero la sonrisa les asustaría aun más que la cuchilla de su trenza. El dragón se mueve impaciente en su espalda y escupe una bocanada de fuego. Un valiente se lanza pero esta vez Caroline no especula. Un fogonazo de una de sus pistolas y al suelo con el engendro. Los otros empiezan  chillar y hablar en su extraña jerga que una vez fue inglés. En algún momento se van a dar cuenta de que son muchos más que los intrusos y solo por contingentes, por la fuerza pura y simple del número, puede que ella y su jefe se vean en un apuro. Pero se le hace evidente que su jefe ha pensado lo mismo. Pasa a su lado y se interpone entre ella y los malditos psicópatas que les impiden el paso, diciendo entre dientes, no tenemos tiempo para esto. Los ojos ya no le brillan, ya no son grises, son de un negro profundo que destaca aun en la oscuridad reinante. Caroline sabe lo que eso significa.
Cuando las alas negras se despliegan llenan el túnel y tiñen las paredes y el techo con una danza de llamas negras, porque más que unas alas parecen eso, una hoguera de sombras que se agolpan en las paredes y el techo del corredor. No hace falta mucho más. La trenza mortífera y viviente de Caroline ya era demasiado para ellos, pero ese ser, ese demonio es algo diferente a los humanos que ellos están acostumbrados a cazar y un temor atávico y ancestral a lo oculto y lo desconocido se apodera de ellos. Salen corriendo en tropel vociferando. La mercenaria pelirroja, con una sonrisa en los labios, jura que entre la amalgama de sonidos y vocablos ilegibles, puede oír uno que se parece mucho a la palabra diablo.
Su jefe pliega las alas y las luces de las linternas parecen volver a brillar.
-Un buen truco, jefe.
Sí -dice éste-. Entre mis alas y tu trenza, muchas veces creo que en lugar de cazar desgraciados deberíamos poner un circo.
No sabe muy bien por qué. Pero cuando su jefe suelta una gracia, siente un escalofrío que le recorre toda la espalda. Como si ese hijo de puta tuviese la misma gracia que un cáncer terminal.
-Venga, acabemos con esto cuanto antes -añade el tipo en cuestión.
Y esta vez si que Caroline no duda de que lo que nota en la voz de su jefe es impaciencia. Y no tiene muy claro de querer saber que es lo que le turba tanto.

Les hormiguea el dedo. Ostia que sí. Les hormiguea. Y en el fondo, los dos al mismo tiempo, sin que ninguno lo diga en voz alta, tienen un nudo en el estómago que les sugiere con dulces palabras que vomitar en ese momento sería de lo mas cool que podrían hacer.
¿El colmo? ¿Dónde está el puto colmo? El colmo es una mierda de pueblo que dejaron atrás sin pararse ni para mear hace seiscientas mil putas millas. El Líder, el maldito y jodido Líder en persona, al menos lo que queda de él, delante suya, en medio de todo ese embrollo que no entienden de ninguna manera. No es de extrañar que en ese momento, por la cabeza de Johny, imponiéndose a todas las demás locuras de ese jodido día, pase la idea de estrangular lentamente a Bridge. Sin enfado, sin acritud, entre amigos, pero estrangularle hasta que el cabrón deje de patalear. Lo peor es que el propio Bridge hace cuenta de cuantos cartuchos le quedan para decidirse a guardarse uno para él mismo.
Sí, decidídamente Johny necesita pensar. Bridge está en shock. El tipo que una vez fue el peor villano de la historia parece no entender una mierda de lo que está pasando. Confusión, gritos de Harry de que le va a volar la cabeza. Gritos de Johny de que espere, que necesita pensar. Bridge solo apunta a Jeremmiah en un gesto extraño que ni él mismo comprende. Harry insiste en volarle la cabeza al tipo en cuestión y Johny sigue interponiéndose aunque si le preguntaran por qué, estaría más cualificado de responder quiénes somos, a dónde vamos y de dónde venimos que el por qué le salva la vida aquel bastardo mal nacido.
-Después de todo lo que hizo, en serio, después de todo lo que hizo. ¿Por qué le defiendes?
-No le defiendo. Es solo que trato de entender qué coño está pasando. Anoche estaba tan tranquilo tomándome una copa sin pensar en nada y ahora estoy aquí, con tío con la puta wikipeida en la cabeza y el Líder de la Corporación preso de unos putos engendros mutantes ¿Qué coño está pasando?
-Yo no soy ese, yo me llamo Angelo. Tienen que creerme, yo no soy líder de nada. Llevo meses prisionero de esos locos. Pero vivo cerca de Baltimore y arreglo maquinaria industrial. Tienen que creerme
-¿En serio crees que nos vamos a tragar esa mierda? Yo te saqué el ojo. ¿Te acuerdas, cabrón? Cuando intentabas matarnos. -Le grita Bridge apoyando el cañón de la escopeta en su cráneo.
-Amigo, yo no sé me pasó en el ojo. Tuve un accidente de coche hace tres años y no sé quién era antes. Pero ahora solo soy Angelo, y trabajo en un puta fábrica. Yo no soy quién vosotros decís. No soy nadie, solo un tipo normal.
-¡No me jodas! ¿Otro puto amnésico que no sabe quién coño es? ¿Pero es que estaban de oferta? Si esto fuera una película habría que matar al puto guionista, joder.
-Pero qué mas da quién crea este hijoputa qué es o qué no. Vosotros lo sabéis, matadlo.
-Esperad, esperad. No me matéis. Conozco un camino para salir de estos putos túneles sin tener que vovler a pasar por esos cabrones. No está en los mapas. Es un camino de contrabandistas. Os lo enseñaré.
Los tres se miran. No es mala oferta, hasta Harry tiene que reconocerlo, porque si no está en los mapas y en los registros, lo más probable es que no esté en su cabeza.
Pero todo eso da igual. La voz de una mujer les hace girarse desde la puerta. Una pleirroja, semi oculta en las sombras, les apunta con dos pistolas.
-Siento interrumpir esta reunión de antiguos alumnos del puto fin del mundo. Pero el larguirucho ese de los ojos azules se viene conmigo. ¿Cómo va a ser? ¿Por las buenas o por las malas? ¿Adivinad cuál prefiero yo?
-Baja las armas, Caroline. Yo me ocupo de esto.
Su jefe se ha puesto al lado de ella.
-Pero, jefe.
No hay respuesta, tampoco hace falta. Caroline deja de apuntar a sus presas y resopla por lo bajo, molesta. Sigue sin entender por qué su jefe se está comportando así. Se ha parado como a tres metros de los tipos que han estado persiguiendo y ella se queda a su lado, en guardia, fiel hasta la muerte.
-Hola, chicos. Cuanto tiempo -dice su jefe, Peter Connors, con una sonrisa que ella nunca antes había visto en aquel tipo.

lunes, 8 de junio de 2015

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Capitulo 3. Bestias en el desierto.

Solo es un callejón en medio de una ciudad insignificante a orillas del lago Michigan, pero para Caroline es mucho más. La calle es un hervidero de pistas, de rastros que le cuentan la historia que ocurrió allí días atrás. Sangre, sudor, todo es como un inmenso puzzle que sus ojos biónicos no tienen demasiado problema en descifrar. Dos hombres. Varios esbirros de Sorbinus que no tuvieron demasiada suerte. Y un rastro de sangre. Todo envuelto para navidad. Lo demás es coser y cantar.
Cuando dos coches negros y muy sucios, un Chevelle y Challenger del 70, con motores trucados que hacen un ruido infernal en medio de la tarde llegan a casa de Bridge y Caroline se baja de uno de ellos, no le hace falta nada más. Un rastro de gasoil de un vehículo grande y dos lineas de neumáticos que le indican una dirección que no le costará mucho trabajo seguir. Se acerca al otro coche, al Chllanger y una ventanilla negra se baja. Su jefe le mira y ella sonríe muy, pero que muy satisfecha.
-Un juego de niños. Tengo las líneas los neumáticos, creo que podré seguirlas. Nos llevan un par de días de ventaja, quizás tres, pero llevan una antigualla muy grande. Si pisamos a fondo el pedal de nuestras bestias de la carretera les alcanzaremos.
-Cual es el destino más probable -dice el hombre que conduce el Challenger.
-Por la dirección , yo diría que El Paso.
-Pues vamos allá. Hacia la frontera.
El hombre sonríe con malicia y Caroline le corresponde mientras se da la vuelta y el enorme tatuaje de un dragón que le cubre la espalda se mueve y escupe fuego animado por las nanomáquinas que bullen bajo su piel.

La oscuridad. Harry Street ya ha estado muchas veces en esa oscuridad. La conoce. Pero aun así la sigue temiendo, pero teme más el saber que esa oscuridad no va a durar mucho. Siempre es lo mismo, siempre es la misma historia. Ahí vienen. La tormenta. Números y más números, torrentes de números, palabras, imágenes, voces. Miles de millones de autopistas de información que recorren cada centímetros de su cuerpo. Bueno, más que de su cuerpo de su conciencia. El mareo. Las granas de vomitar, siempre es la misma historia, cada maldita vez que se duerme desde que tiene uso de razón. Afortunadamente eso solo se remonta a unos pocos años atrás, el resto de su vida es negrura, no recuerda nada, vacío. Un vacío como el de sus sueños antes de llenarse de manera tan brutal con aquellos océanos de información que no comprende, que no sabe de dónde salen. El miedo al vacío es casi peor que el mareo por toda aquella información extraña. Por eso cuando el sonido de una explosión primero y luego la voz de Johny le sacan del sueño de una manera muy poco elegante, se siente muy, pero que muy aliviado.

La adrenalina se le sale a Johny por las orejas. Y todavía no sabe si eso le gusta o no, si está acojonado o si quiere más, si su cuerpo y sus viejos y aun embotados reflejos de guerrero están disfrutando de todo aquello. Tampoco hay tiempo. Cruzar el Yermo, el desierto en el que se ha convertido el mundo, ese inmenso hueco de humanidad que se tumba lánguidamente entre las ciudades habitadas por los pocos reductos de pseudo civilización que quedan, es lo que tiene.
No lo tiene muy claro, pero cuenta al menos tres Buggies y un vehículo grande, posiblemente un todo terreno grande, de alguna tribu de carroñeros que les pisan los talones. El desierto si que parece ahora jodídamente grande. Recorren como locos la 10 en direccion a Tucson. Bridge y Street cubren cada flanco de Betsy, pero no tienen ni armas demasiado potentes ni demasiada munición.
-Asegurad el tiro, esperad a que estén encima chicos.
-No soy un maldito novato -grita Bridge, que cuenta una vez más mentalmente los cartuchos de escopeta que le quedan. Y siguen siendo catorce, mierda.
Dos de los buggies se les echan encima contra los costados de Betsy. Llevan cuchillas adheridas a los costados y a las ruedas, pero Betsy lleva los costados y los neumáticos bien protegidos por sus viejas planchas de acero que tantos envites de girasoles aguantaron. El impacto lanza a los dos buggies unos metros lejos, pero no cejan en su empeño y hace que los ocupantes, tres por coche lancen rabiosos gritos que tienen poco de humanos. Malditos mutantes, piensa Johny, pero no pierde el pulso del volante.
Bridge cierra un ojo y apunta a los ocupantes del vehículo que les acosa por el flanco derecho de Betsy. Las caras tapadas por mascaras de hockey y gafas de piloto, junto al cuero y las tachuelas de sus atuendos, les dan un aspecto bastante amenazador. El coche se lanza otra vez contra ellos. Bridge aguanta la respiración para soportar el golpe. Y se va a preparar para disparar, pero no puede, del buggie salen disparadas varias flechas que se clavan en el costado de Betsy y fallan el tiro por poco. Hijos de puta, piensa, y vuelve a aguantar la respiración. Ahí viene el coche otra vez, esta vez sí. Blam, siente el retroceso y ve como el conductor del Buggie suelta el volante al quedar sus brazos inertes y un segundo después el coche vuelca en una nube de humo y polvo que hace que los tres compañeros exclamen de alegría, contrastando con los ruidos de furia que se escapan del otro buggie. Pero la alegría solo dura un segundo, el tercer vehículo enemigo ocupa el puesto del caído en el flanco de Bridge y el otro se vuelve a lanzar contra Betsy. La sacudida hace que los dos disparos que realiza Harry con una de las Desert de Johny fallen. Pero pronto eso es el menor de su preocupaciones.
-Johny, tenemos un jodido problema. Y de los gordos -grita.
El “mierda” que exclama Bridge por lo bajo al colocarse junto a él y mirar por la ventanilla es una buena explicación de lo que se les viene encima. El todo terreno se ha puesto a su altura. Es un viejo Humvee comido por el polvo del desierto y por el óxido al que le han adherido amenazantes hojas herrumbrosas de hierro y barras anti vuelco. Es una mala bestia, pero no es el bicho metálico lo que les asusta. Es el carroñero que va en la parte de atrás y les apunta con un maldito RPG perfectamente armado y preparado para mandarles al otro barrio con traca de despedida y todo.
-¿Johny? -vuelve a gritar Harry.
-Lo he visto, lo he visto. Tranquilos, lo tengo controlado.
¿Seguro? Quiere gritar Bridge, pero no le da tiempo. El frenazo en seco de Johny para el mundo y levanta una pequeña tormenta de arena. El fogonazo del R.P.G. pasa de largo delante de ellos por poco y lo ven explotar en algún punto perdido del desierto, pero no hay tiempo para más. Acelera otra vez y siguen su frenética marcha hacia ningún parte con toda esa jauría rabiosa detrás.
A lo lejos, la silueta de la ciudad es muy poco consuelo. Los tres coches ya están otra vez detrás de ellos y Johny puede ver por el retrovisor que el fulano del R.P.G. tiene un nuevo proyectil listo para reventarlos. La suerte que han tenido la primera vez no les va a durar mucho, eso lo sabe. Necesitan un milagro. Los tanques llenos de combustible de Betsy son un tesoro demasiado grande para esos hijos de perra. Y la autonomía de su motor híbrido trucado aun más.
-Johny, sigue esa vieja carretera, la de la derecha. Hazme caso -grita Harry antes de realizar dos o tres disparos que impactan en el Humvee. No causan bajas, pero hacen que el coche se tambaleé y retrasan el disparo del tipo del R.P.G.
-Pero, ¿por qué?
-Tú hazlo. Llegaremos a un túnel.
Johny lo hace aunque refunfuñando. ¿Cómo puede saber eso aquel tipo? Sigue la vieja y corroída carretera que se bifurca a la derecha, alejándose de la ciudad y se caga en todo cuando, efectivamente, ve aparecer un túnel en medio de la nada, que se adentra en las entrañas de la tierra. Betsy se introduce en las fauces abiertas del desierto pero el túnel es corto. Y no tiene salida.
-¿Pero que has hecho? ¿Estás loco? Esto es una trampa mortal -grita.
-No, mira.
Harry señala y los tres pueden ver una pequeña puerta metálica junto a la pared del túnel.
-¿Pero, a dónde lleva eso? -Pregunta Bridge.
-Ni puta idea, pero es una salida.
Dejan a Betsy atravesada de tal modo que los carroñeros no puedan llegar hacia ellos y cogen agua, linternas y las armas. Los tres tienen la sensación de que es una mala idea, pero no tienen otra. Lo malo es que al llegar la puerta metálica esta cerrada electrónicamente por un viejo terminal de ordenador que alguna fuente oculta de energía mantiene aun en funcionamiento. Los sonidos de los carroñeros gritando y haciendo rugir los motores llegan desde el otro lado del túnel. Bridge va a gritar un agónico y ahora qué, pero no le da tiempo. Harry se pone a trastear con el teclado del terminal y la puerta se abre soltando una fétida bocanada de aire estancado nada halagüeña. Pero sin pensárselo dos veces el tipo se mete dentro. Johny le lanza a Bridge una mirada un segundo antes de seguir a Street en pos de la oscuridad y Bridge no sabe si esa mirada quiere decir, ¿quién coño es este tipo?, o ¿en qué coño me has metido? Un segundo antes de perderse en la oscuridad decide que un poco de ambas.

Han pasado varias horas y los carroñeros están muy tranquilos y exultantes. Tienen a Betsy. Así que se han detenido en la boca del túnel ha celebrarlo con desagradables sonrisas de dientes afilados y abriendo muchos sus ojos casi albinos. Todos son calvos o tienen muy poco pelo, tristes mechones ralos diseminados aquí y allá por el cráneo. Qué se le va a hacer, la radiación y las mutaciones genéticas tienen muy poco gusto para la moda. Están en su territorio así que no tienen nada que temer. Hay que vengar a los caídos. Así que se quedaran allí unas horas más esperando poder abrir la puerta que les permita dar caza a esos no mutantes que han abatido a su hermanos.
Han encendido un par de hogueras para protegerse de las bajas temperaturas que se esconden bajo ese atardecer de azul incierto que está tiñendo el desierto de hermosos tonos dorados, cada vez más cercanos al color de la sangre.
Y la verdad es que se quedan sin habla cuando dos coches terriblemente bien preparados, un Challenger y un Chevelle negros, se paran delante de la entrada del túnel. No pueden dar crédito a lo que ven sus ojos. Sobre todo cuando del Chevelle se baja una muer pelirroja, una de esos asquerosos genéticamente impolutos que les suelen mirar como si ellos fueran monstruos. Es una mujer muy hermosa con un alarga trenza que parece moverse sola. Claro que su primer impulso es atacarla y enseñarle su merecido, pero las dos pistolas automáticas que cuelgan de sus caderas hacen que se lo piensen dos veces. Tampoco ayuda el color indeterminado de sus ojos ni la sonrisa de inmensa superioridad que no pierde en ningún momento.
-Bien, chicos guapos, vamos a hacer esto fácil, ¿de acuerdo? -dice-. Esos tipos son nuestros Así que si os vais, os podéis quedar con ese trasto.
Caroline no tiene ninguna gana de ensuciarse con sangre muti, así que espera que esos folla hermanos sean todo lo sensatos que sus cerebros les permitan.
-¿Y qué haréis con ellos? -dice una voz desde la oscuridad de Humvee aparcado junto al autobús escolar abandonado. Es una voz que parece humana solo porque utiliza palabras humanas. Como si una bestia hubiera aprendido a hablar inglés.
-Uno morirá, casi seguro. El otro supongo que también. Pero más tarde.
Del Humvee sale una mole de carne de más de dos metros treinta. Los músculos son de acero y sus brazos podrían partir un hombre musculoso de un solo golpe. Lleva la cara pintada como si fuera el rostro de un demonio y dos inmensas hachas de torpe factura pero de muy amenazante aspecto cuelgan de sus costados. Cuando sale a la luz de las fogatas, los demás mutantes, nueve en total, le vitorean con asquerosos gruñidos y levantando y golpeando entre si las armas, viejos machetes y hachas y herrumbrosas armas de fuego modificadas mil veces.
-Yo soy Hungus. Señor del Desierto. No temo a nada nacido bajo el sol ni bajo las estrellas. Pero hasta aquí hemos oído historias de ese coche y del demonio que lo conduce -señala con una mano enorme el coche de su Jefe y Caroline le hecha una mirada de reojo al amenazante Challenger negro
que aguarda inmóvil detrás-. No queremos tratos con demonios, trae la desgracia de los dioses del motor. Si el autobús es nuestro, los hombres son vuestros.
Caroline está a punto de exclamar un bien por lo bajo cuando una de las ventanillas del Challenger se baja y una voz extraña y fría llega desde el coche. Antes de que hable, la mujer ya sabe lo que va a pasar y solo puede pensar en lo que cuesta quitar el hedor de la sangre mutante de la ropa.
-Cambio de planes -dice su jefe desde el coche-. El autobús no se mueve de ahí. Vete con tus hombres, Gran Hungus, y vive para saquear otro día.
Hungus suelta un gruñido y saca sus hachas a pasear. Antes de poder decir Jesús, Caroline ya tiene a dos mutantes encima. Un segundo y le vuela la cabeza a uno desenfundando a la velocidad del rayo y y atraviesa al otro con la cuchilla de su trenza viviente. Mierda, el pelo, piensa.
La batalla se detiene cuando la puerta del Challenger se abre y sale un hombre del coche. Bajo una palestina blanca y negra solo se pueden ver dos ojos grises. Tiene los brazos tatuados y no es especialmente grande ni musculoso. Sujeta en su mano derecha una espada. Una sola pieza de acero endurecido moleculármente. Brilla como la plata líquida, no tiene guardas y unas piezas de un plástico especial de color negro hacen las veces de empuñadura. Es una pieza hosca y al mismo tiempo de una exquisita finura y belleza.
Otro segundo. Más gritos y cuatro mutantes partidos por la mitad agonizando sobre la arena del diserto. Quedan tres, pero se esconden detrás del gran Hungus que da un paso al frente. Al lado del la bestia mutante el hombre solo parece una hormiga. Un hachazo y por un segundo Hungus casi le parte en dos, le ha subestimando, piensa Caroline, ese bastardo enorme es jodídamente rápido. Pero su jefe rectifica enseguida, el segundo hachazo que lanza el mutante no encuentra nadie donde un segundo antes había un hombre y cuando va alanzar el tercero con el otro hacha, su brazo sale volando, deja el nido y otro mandoble le abre en canal las tripas que se esparraman por el suelo del desierto soltando un olor nauseabundo. Caroline no puede evitar pensar en qué demonios se basa la dieta de esos asquerosos. Su jefe se acerca al viejo autobús y pone la mano en el costado. Cuando Caroline se acerca a él, oye que dice por lo bajo, tiene que ser una jodida broma. La hoja está manchada, pero Caroline puede ver claramente el nombre escrito en ella. Nunca entenderá por qué ponerle Tadeusz a una espada.

En el anochecer, a un kilómetro de distancia, una chica de belleza salvaje, ojos oscuros y labios muy rojos contempla la escena con unos prismáticos de alta tecnología y maldice por lo bajo. Esos dos putos guerreros que han aparecido les van a complicar aun más el plan. Lo de que dos putos héroes de la guerra se hayan metido en todo ese asunto ya era malo, pro joder, la perra pelirroja escalofriante esa y el mamón de la espada le ponen los pelos de punta. Laura necesita un segundo para pensar. Solo uno.
-Esto se está complicando, ¿no?
Su compañera, tumbada en la arena junto a ella no dice nada. Pero tiene sus ojos verdes clavados en la noche como si no le hicieran falta los prismáticos para ver la escena. Cuando oye la voz de Laura solo resopla.
-¿Quién coño será ese tipo? -Dice Laura.
Otro resoplido de su compañera como única respuesta.
-Está bien, no hables, pero lo mismo tenemos que buscar refuerzos. Esto empieza a superarnos.
Su compañera clava en ella una mirada que le atraviesa. De la corta coleta alta que le recoge el pelo se le escapan algunos mechones negros como la noche. Parece una gata salvaje, salvaje y asustada, piensa Laura.
-¿Tú crees?
Eso es lo único que le dice su compañera antes de levantar su casi metro ochenta del suelo y encaminarse muy enfadada a sus motos.
-¿Celine, qué coño te pasa? -Le grita Laura antes de seguirla.



jueves, 4 de junio de 2015

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Episodio 2. Viejos Blues y nuevos caminos. 
 
Mientras lo últimos acordes aun revolotean por el pequeño club, por encima de las cabezas de los borrachos y desheredados, de las putas en busca de su sustento diario, el bluesman deja la guitarra apoyada contra la pared del local y se acerca a la barra. Como parece que ha decidido que su concierto ha acabado, la música del bar vuelve a sonar por los altavoces y mientras suena una vieja canción de la Creedence, el bluesman reza por que tengan algún bourbon decente con el que pagarle.
-¿Tienes algún bourbon que no sepa a gasolina, barman?
-¿Y tú, bluesman, tienes dinero?
- Aun, no, considéralo un adelanto.
El barman se acerca a él y le sirve en un baso bastante poco transparente un líquido de color brumoso que escancia de una botella etiquetada solo con tres equis.
-Solo tenemos este. Es de fabricación casera. Tendrás que conformarte -dice el barman al tiempo que también deja junto al baso un puñado de dólares no muy excesivo-. A esta invita la casa. Me gusta como has tocado.
El bluesman sonríe con tristeza y piensa para sus adentros que puede que finalmente no salvaran el mundo. Que el mundo no puede ser salvado. Que ni puñetera falta que le hace al mundo ser salvado.
Se bebe de un trago el bourbon. Quizás haya algo de esperanza, aquel brebaje maldito no está tan malo. Así que deja una parte de sus exiguas ganancias sobre la barra y le dice al barman, hasta que se acabe, señalando el montón de dinero.
Unas cuantas canciones más y unos cuantos bourbon más y la soledad parece que pesa algo menos.
Decide retirarse a su caravana a las afueras de el Paso y dejar que la noche del desierto le arrope un poco hasta que la mañana llegue con sus malas intenciones de siempre. Al día siguiente tiene otra actuación en uno de los tugurios de la ciudad y quiere darle una vuelta a los temas. Acaba de cumplir treinta años, quizás debería plantearse un cambio, coger su viejo mustang y que le den por el culo a todo aquello. Pero esas son decisiones que nunca deben tomarse después de unos tragos. Y sereno siempre le dan una terrible pereza.
Sale del bar y se interna por un callejón. Lleva la guitarra colgada al hombro y decide encenderse un cigarro. Aun con los sentidos algo embotados por el alcohol, el viejo guerrero que se esconde tras el músico de blues nota como dos chavales, dos desharrapadas comadrejas callejeras se acercan a él. Se lleva la mano al costado y nota un bulto de lo más reconfortante. Cuando ya están llegando a él, uno de ellos le mira diréctamente a la cara. Puede ver que le reconoce y sujeta la manos de su compañero, que evidéntemente oculta algún tipo de arma. No, a éste no, es peligroso, oye como le dice a su compañero de fechorías y le dejan pasar con un leve intercambio de miradas intimidatorias. Bueno, no está mal comprobar que aun le queda un poco de reputación por el viejo oeste. Se relaja y deja de palpar el bulto de la Desert Eagle que lleva colgada del costado. Hasta está tentado de darse la vuelta e invitar a los dos ladrones de pacotilla a un trago, pero pensándolo bien no le parece la mejor idea.
Cuando llega a su caravana ve que las luces están encendidas. Eso si que es el colmo, joder, es su puto hogar, así que sin pensárselo dos veces suelta la guitarra el en suelo, con cuidado, y desenfunda el arma. Abre la puerta y entra apuntando. Hay dos tipos dentro. Uno delgado y alto y otro más corpulento y rubio. Va a decir algo así como ya os estáis largando de aquí, mamones, cuando reconoce al tipo rubio. Y solo puede decir una palabras, algo así como , no me jodas, el puto Bridge.
-Hola Johnnie -le responde Bridge con una inmensa sonrisa en el rostro-. ¿Cómo va todo?


Es una situación en la que cualquiera, por muy duro que fuera, cagaría cubitos de hielo. Pero Caroline esta hecha de otra pasta. Concretamente de la pasta de la gente jodídamente peligrosa, de esa que está mejorada genéticamente y con implantes nanotecnológicos que le hacen más rápida, fuerte y más letal de lo que su pequeño cuerpo pueda dar a entender a primera vista. Por eso no se siente indefensa en aquella habitación inmensa, vacía y solo parcialmente iluminada por unos fluorescentes que fallan más de lo que unos nervios poco avezados podrían soportar. Le han quitado las armas al entrar pero está tranquila. Lo observa y analiza todo con sus ojazos de un color claro indeterminado tras los que lucen miles de pequeñas máquinas que le dan información sobre cuantos enemigos tiene alrededor, de como respiran, de como laten sus corazones. Eso es lo único que le perturba. Los veinte tipos que le rodean, esos cabrones encapuchados de ojos amarillos, no tienen corazones que latan de una manera humana, al menos no como la de cualquier humano que ella haya conocido, mejorado o no.
Por fin una voz sale de entre las sombras. O quizás sea una voz que surge al mismo tiempo de cada uno de los individuos que le rodean.
-Somos Plaga. Arrodíllate Mujer ante la voz del Gran Sorbinus, El Inmortal, Padre del Tiempo, Señor de todas las Desgracias.
-Caroline no se arrodilla ante nadie. He venido a hablar de negocios en nombre de mi jefe, porque vosotros me habéis llamado. Decid que queréis o no me hagáis perder más el tiempo.
-¿Cómo te atreves, Mujer? Somos Plaga y pagarás tus palabras.
Se armó, piensa Caroline. Sus sentidos aumentados le lanzan a su conciencia felina datos sobre las evidentes intenciones de aquellos tipos de atacar. Grave error. Se toca la larguísima trenza pelirroja que le llega por debajo de la cintura. Nota la cuchilla de acero endurecido molecularmente y afilado como la resaca de una mañana después de una noche de fiesta. Nota como su pelo se mueve a una sola orden de su pensamiento, impulsado por millones de pequeños robots orgánicos. Solo dura un segundo, pero en su mente cada movimiento es claro y pausado. Dos giros, la trenza baila a su alrededor regalando muerte con una sonrisa y de pronto cinco de esos tipos taimados yace en el suelo con la garganta seccionada.
Luego el sonido de unos aplausos se sobrepone al de la breve batalla. Entorna los ojos. Y ve. Ve pero no ve. Una pantalla de televisión inmensa y una figura enorme, como de tres metros de alto junto a ella. Pero por alguna razón le parece mucho más espeluznante la silueta de hombre absolutamente velada por la oscuridad que muestra la enorme pantalla. Solo acierta a adivinar que parece la silueta de un hombre, aunque con un cráneo quizás demasiado grande. Luego la voz. Una voz que hace que hasta sus nanomáquinas se estremezcan y se escondan detrás de ella.
-Perfecto -dice la voz-. Una perfecta demostración de tus habilidades como asesina. Eso es justo lo que estoy buscando.
-Vengo en nombre de el hombre cuyos servicios queréis contratar. Yo hablo por él
-¿Y por que no ha venido él, querida? -La voz tiene un tono amable que repugna. Como si pudiera estrangularte solo hablándote.
-Él nunca trata directamente con clientes.
-Espero que sus habilidades, tan afamadas en el Yermo, estén a la altura de semejante falta de cortesía. Nadie hace semejante feo al Gran Sorbinus.
-Sé nota que no lo conoces. Y en cuanto a sus habilidades, esto que acabas de ver no es si no una mota de polvo comparado con lo que él le habría hecho a tus hombres, incluido el grandullón ese de ahí que no se deja ver.
Quiere parecer más entera de lo que realmente está. Pero esa silueta gigantesca y la imagen del hombre en la pantalla le asustan más de lo que está dispuesta a reconocer.
-Quiero al hombre llamado Harry Street. Y le quiero vivo. Eso es de vital importancia. Y permíteme que sea insistente en esto, querida. Que me lo traigáis vivo es de VI-TAL IM-POR-TAN-CIA.
-Dalo por hecho. Ten preparado nuestro pago.
Se da la vuelta y piensa que tiene unas gansa locas de ver la luz asfixiante del Yermo.
La sala se queda en silencio. La pantalla se apaga. Pero una voz vuelve a llenar el vació y la oscuridad levemente molestada aquí y allá por leves destellos de fluorescentes en mal estado. Habla como si mil hombres hablaran al mismo tiempo y proviene de la mole de tres metros que ha estado callado durante la entrevista entre Sorbinus y Caroline.
-No entiendo por que usas esa alimañas mortales, Gran Sorbinus. Mis hijos son Plaga, ellos encontrarán al Hombre para ti.
-Esas alimañas conocen este páramo en el que se ha convertido el mundo mejor que tú y tus hijos – la voz del gran Sorbinus se sobrepone a la del gigante-. Nos sufras, mi querido Nimrod. Tú y tus hijos aun me habréis de servir en este juego.


Joder. El sol de Texas esa mañana en particular está especialmente puñetero. A pesar de las gafas de sol, Johnnie siente como todo el calor se le agolpa en la nuca y le estruja la resaca hasta que casi le cuesta respirar. Aun así no puede moverse de donde está. La mole del viejo autobús escolar le tiene hipnotizado. La vieja Betsy, esa bestia mecánica con la que tantos kilómetros hizo aquí y allá. Un condenado fantasma de latón que le devuelve a una vida que casi había olvidado, una vida que solo veía de vez en cuando en perturbadoras pesadillas. Algo late en su corazón, aunque quisiera negarlo, aun debe quedar algo del guerrero de la carretera que se enfrentó a las peores sombras de ese mundo. También le viene a la cabeza las personas que han seguido otros caminos y tiene muy claro que esos pensamientos si que no vana tener ningún tipo de hospitalidad en su sesera. Toca el costado de Betsy y siente como si fuera un enorme animal remolón que agradece la caricia. 
-¿Cómo demonios lo conseguiste? -Le pregunta a Bridge que se ha acercado junto a él.
-Pues con un viaje largo, mucha pasta, y mucho esfuerzo y suerte para encontrar las piezas. Ya te contaré la historia. Pero no era justo que la pobre se pudriera en aquel cementerio inmundo. Al fin y al cabo fue tan heroína como nosotros. 
-Más incluso si me apuras. Entonces. Tu plan es ayudar a un completo desconocido al que persigue una especie de secta homicida maníaca y posíblemente mutuante a llegar a un punto indeterminado del desierto del Mojave a buscar a un tipo que ni sabes si existe realmente para que le de alguna pista al muchacho de por qué esos monstruos le persiguen.
-Sí. Básicamente. Al menos reconocerás que es emocionante.
Bridge le dedica una enorme sonrisa que llena su cara por completo. Le brillan los ojos azules en medio del desierto y un sinfín de gotitas de sudor juegan a echar carreras por su cara. La verdad es que aquel cabrón chiflado parece de lo más feliz con todo aquello. Pero a Johnnie no le engaña. Está asustado. Igual que él. Ha pasado mucho tiempo desde que eran los putos Sherifs y repartían leña. Mucho tiempo. Casi una vida. Quizás dos.
-Ya no somos héroes, Bridge. 
-No hay que salvar el mundo esta vez. Solo ayudar a un tipo. Tampoco es que estemos haciendo demasiado en este momento.
Johnnie sonríe y se da la vuelta pero no dice ni media palabra. Cuando ha dado unos pasos oye la voz de su amigo detrás de él preguntándole dónde va. Se para pero no se gira. No puede creer lo que va a decir ni la sonrisa de satisfacción que tiene en la cara le desconcierta hasta los intestinos. Pero ahí está, es absurdo negarla. Así que solo acierta a decir una cosa.
-Voy a por birras. Va a ser un viaje muy largo. Y a por mi guitarra.
El grito de alegría de Bridge se lo traga el desierto. 

Nueva Orleans es un vertedero de maleantes, prostitutas, yonkis psicóticos y tugurios clandestinos donde la música negra trata de tapar los desechos del alma. Pero para Caroline es su hogar. Conduce su viejo Chevelle modificado negro mate, sucio del polvo del desierto, entre disparos, hogueras y gritos. Pero nadie se cruza en su camino. Conocen ese coche, quién lo conduce y para quién trabaja. Es su hogar, claro que sí, en el fondo adora aquel vertedero post industrial y las enormes ruedas de su bestia de la carretera atraviesan las calles como un puto caballo de la muerte. Al fin llega a la antigua mansión francesa que le sirve de cuartel general y hogar. Cuando cruza la puerta la oscuridad es total, pero no es problema para sus ojos biónicos que brillan como dos ascuas traviesas. Suena un viejo blues de Robert Johnosn que se escapa desde el despacho de su jefe, que está sentado de espaldas en un sillón de cuero negro. No traspasa el umbral.
-Volviste -dice el hombre sin girarse ni salir de las sombras.
-Sí, Jefe.
-¿Y?
-Tenemos trabajo. Nos vamos de caza.
Silencio. No lo ve pero Caroline sabe que su jefe está sonriendo. A veces piensa que lo único para lo que vive ese hombre es cazar y matar. Luego un sonido metálico, el sonido de una hoja saliendo de una vaina. Es un sonido amenazador que reconoce al instante pero que siempre le pone los pelos de punta.