martes, 21 de septiembre de 2010

La invasión de los girasoles mutantes

Episodio 24: Un último viaje para Betsy
Las tropas de la Corporación, aunque no puedan creerlo empiezan a replegarse, menos las hordas de girasoles que, ciegos a cualquier sentimiento, temor u orden, siguen lanzando acometida tras acometida desde la retaguardia de los tres flancos del ejército invasor, pero el fuego de los Nephilim es realmente efectivo a la hora de frenarlos.
Mientras las tropas rebeldes salen en pos de los soldados en fuga, en el centro de la plaza tiene lugar una cumbre en la que va a decidirse la más importante de las estrategias. Johnnie y Peter, rodeados de cadáveres enemigos, esperan a que el resto de sus camaradas se reúnan con ellos. Jacob baja del cielo como un rayo, Helen llega corriendo, seguida de dos jadeantes Bridge y Martin y por último, atronando la plaza con las cadenas, el M1 de Connor, que aun sigue en pie, se para delante de ellos. La escotilla se abre y el alcalde baja de un o par de saltos.
-¿Estáis bien? –pregunta Helen a Johnnie y Peter.
- De fábula –responde Peter sonriendo.
-¿Pudrías haber sido un poco más rápido? –Responde Martin.
-¿En qué, en aparecer o en salvar vuestros culos de esa cosa enorme?
-¿Dónde diablos estabas? –le pregunta su tío, el alcalde Connor.
-Tenía que solucionar algunos problemas personales. Esto todo lo que necesitáis saber.
-¿La has…
Helen no se atreve a terminar la pregunta.
-No, eso me convertiría en lo mismo que ella.
-¿Alguien me puede explicar de qué mierdas estáis hablando?
-Basta –interviene Johnnie-, tenemos cosas mucho más importantes que discutir. Alcalde, les hemos cortado unos cuantos miembros, pero si no cortamos la cabeza hora no tendremos más oportunidades.
-Tienes toda la razón. Por esa calle está el rascacielos que sirve de cuartel general. Toda la plana mayor estará recluida allí, pero la seguridad será elevada.
-Eso no importa –dice Peter-. Sí tú y Jacob, con las tropas y los Nephilim, podéis mantener a sus ejércitos entretenidos, Johnnie, Helen los demás y yo entraremos ahí. Lo más importante es llegar a laboratorio conseguir activar el sistema de seguridad que acaba con los girasoles.
-Pues no se hable más –dice Helen-. Bridge, prepara esa vieja cafetera para un ultimo viaje.
-Ni de coña será el último viaje de Betsy –responde Bridge con una sonrisa.

El general Xavier está impaciente. La verdad es que no es un hombre especialmente ambicioso. Solo le preocupa la gloria. La batalla está perdida, pero ahí fuera, solo a unas decenas de metros. Está el guerrero más letal que existe, si se le exceptúa a él mismo, claro. Su papel siempre ha sido el de estratega, pero lo que casi nadie sabes es que fue una de los primeros éxitos científicos de la Corporación. Su poder es enorme, pero en pocas ocasiones ha tenido la ocasión de probarlo. La batalla que ha de decidir el destino del mundo empieza a importarle poco, lo único que quiere es medirse con eso Doctor Spawlding, o Peter Connor o cómo se llame. El duelo final entre dos titanes, Héctor contra Aquiles en versión moderna, la gloria definitiva. Pero Xavier no es ningún necio, así que piensa hacer todo lo posible para que él sea Aquiles. La puerta de su despacho en el bunker subterráneo bajo el rascacielos se abre y Celine entra por ella.
- ¿Quería verme, mi general?
- Sí, Celine, adelante.
-¿En que puedo ayudarle?
- Verás. Esta es una situación muy delicada y esperemos que podamos solventarla con el mayor beneficio para todos. O con el menor de los daños.
-No le entiendo, mi general.
Xavier, sin dejar de sonreír, examina la joven de arriba abajo. La verdad es que es una mujer muy hermosa, casi sentirá tener que hacerle daño. Espera que ella coopere y no tenga que estropearla mucho.
-Celine. Esto quedará entro nosotros dos. Te aseguro que no le diré nada a nuestro amado Líder, porque mi interés en este caso es estrictamente personal.
-Sigo sin comprender.
-¡No juegues conmigo, chiquilla! Mi paciencia en este momento no es muy grande. Sé que él estuvo aquí, en tu lecho. Pude sentir su presencia.
Xavier puede ver como la joven se queda sin palabras. Es normal, nadie, excepto el Líder y su Santidad saben de lo que él es capaz. Pero sus desarrollados instintos y sentidos llegan más allá de las paredes y de la distancia. Lo que Celine no sabe es que es imposible que alguien como ese Peter entrara en las dependencias de la Corporación sin que él se enterara.
- No se que a se refiere, mi general.
La respuesta de Xavier, esta vez, no se hace esperar. Con un simple gesto de la mano manda a Celine contra la pared y la deja allí, a dos palmos del suelo, pegada contra el cemento, con una oleada de punzante dolor recorriéndola de arriba abajo. La nariz de la chica empieza a sangrar mientras siente como unos siniestros dedos le clavaran las yemas justo en el cerebro.
-Esto no tiene porque ser doloroso, hija mía. No me importa lo que hicieras con él. Solo quiero que me des alguna información.
Celine intenta hablar pero le cuesta, así que Xavier suelta un poco el puño de hierro psíquico con el que atenaza a la chica.
-Yo no se nada, señor. Me sorprendió tanto como a usted verle, tenía que estar muerto.
Xavier vuelve a cerrar la presión sobre el cuerpo y la mente de la joven, que grita como si le estuvieran arrancando el corazón del pecho, aunque no es muy distinto lo que siente.
- Algo sabes. Muchacha. Él te contó porque está vivo y te contó quiénes son sus amiguitos alados.
Ni siquiera espera a que Celine le conteste, aprieta más la presión y aprieta más el cuerpo de la chica contra la pared hasta que de la boca de esta se escapa un chorro de sangre. No sigue interrogándola. Ya ha hecho su pregunta y solo espera una respuesta. Al final ésta llega, solo una palabra, que para Celine no significa nada, pero para él sí, Nephilim, dice ella entrecortadamente. Es todo lo que necesita. Suelta a la chica, que cae al suelo, retorciéndose de dolor.
-Gracias, capitana, eso es todo, puede retirarse –dice sin mirarla y haciendo que la joven salga volando de la habitación a través de las puertas que se cierran tras de ella solas, a cal y canto.

En la puerta principal, toda de cristal y nuevo diseño del rascacielos sede de la Corporación, una treintena de guardias armados esperan con temor algo, aunque no saben bien el qué. Los ruidos de la batalla son cada vez más intermitentes, pero cada vez también más cercanos. Incluso han oído rumores espeluznantes de ángeles combatiendo en las filas de sus enemigos. En cualquier caso, las órdenes son precisas, nadie debe entrar por esas puertas. Aunque saben que si el ejército invasor cruza la plaza, poco podrán hacer ellos. Pero no es un ejército lo que se lanza contra ellos, no, es un destello amarillento que atrona la noche con el sonido de un viejo motor a punto de estallar. Los guaridas tardan varios segundos en procesar si aquello es una amenaza o no, porque no es un tanque, ni ningún vehiculo de combate de ninguna clase lo que se dirige hacia ellos, sino un viejo y destartalado autobús escolar amarillo. Finalmente, los gritos que suelta el conductor, gritos de autentica locura, les hace pensar que, después de todo, si que es una amenaza. Y así es como comienza el tiroteo, y así es como bueno de Bridge tiene que empezar a agachar la cabeza esquivando los disparos de los hombres de la Corporación, que descargan sobre ellos toda su furia. Bridge, con los otros tumbados detrás, tiene que calcular la trayectoria a ciegas, puesto que ya no puede levantar la cabeza y espera no haberse equivocado, mientras, en un ultimo momento, piensa que tiene bastante gracia que todo dependa de su pericia para chocarse contra algo.
Pero el choque llega. Con total furia. Betsy entra como una centella amarilla en el hall del edificio llevándose por delante las dos ametralladoras pesadas que flanqueaban la entrada y a un buen número de los guardias, al mismo tiempo que hace que los demás se tiren al suelo o corran a esconderse. Finalmente, el autobús choca contra la pared del fondo el hall, donde se encuentran los ascensores y una nube de humo y polvo cubre toda la estancia. El motor e Betsy se para, como un latido agónico, al tiempo que sus dos ruedas delanteras, destrozadas, caen al suelo. Como un viejo animal, como un ser mitológico cansado ya de demasiadas batallas, cae sobre sus rodillas delanteras y se queda inmóvil, con el humo negro que le sale del motor como último aliento. La estancia se queda sumida en el silencio por unos momentos, mientras el humo y el polvo se van disipando, como si el telón se volviese a levantar. Los guardias que quedan vivos, apenas diez, se empiezan a incorporar tratando de entender que es lo que ha pasado. Pero no tienen demasiado tiempo, desde las ventanas del autobús les responde el ruido de armas de fuego y en pocos segundos todos son abatidos y otra vez el silencio se adueña de la sala. Luego unos golpes contra la puerta del autobús, que ha quedado atascada por el golpe, hasta que por fin sale disparada y cae al suelo de mármol con un gran estruendo. Bridge baja del autobús y se queda mirando el lamentable estado de Betsy. El siguiente en bajar es Johnnie, que mira desolado a lo que durante los últimos años ha sido su hogar y el del Doctor. Bridge le pone la mano en el hombro.
- Lo siento. No había otra forma de entrar.
- No te preocupes. Era un buen cacharro y siempre respondió. Ha caído como una valiente.
Acto seguido baja Helen y Martin y luego Peter, todos armados.
- Por esas escaleras de ahí –dice Peter señalando unas escaleras que descienden-. Al laboratorio debe llegarse por ahí.
Las escaleras llevan a unas puertas blindadas que no tienen pinta de poder volarse fácilmente.
- Lo que no sé es como demonios vamos a flanquear esas puertas.
- Déjamelo a mí –dice Walker, sacando un viejo ordenador portátil de su mochila-, ya me esperaba algo así.
Se acerca a las puertas y desmonta el panel donde se introduce la clave para abrirlas. Conecta el portátil al Terminal y empieza a teclear frenéticamente, con una sola mano, mientras que con la otra sujeta el portátil. Después de diez minutos en los que los demás tienen que cubrirle un par de veces de los ataques esporádicos de algunos guardias, las puertas se abren con un sonido casi místico.
- ¡Si! Soy un monstruo.
- Pues vamos, no perdamos tiempo –dice Helen introduciéndose la primera por el pasillo que ha aparecido. Detrás de ella va Peter y luego el resto. El pasillo está iluminado por luces alógenas y es de mármol blanco, lo que da una sensación total de asepsia. Todo está en silencio y Helen va llegando a un par de puertas dobles. Apunta con su arma por si algo saliera de ellas, pero de poco le sirve, las puertas se abren y una fuerza invisible la arrastra dentro como si la chica fuera una hoja de papel arrastrada por una fuerte corriente. El que más cerca está es Peter, que se lanza tras ella de un salto, desapareciendo en la oscuridad de la habitación, igual que Helen. Las puertas son cerradas tras ellos por una mano invisible y cuando Johnnie se acerca a ellas, un campo de fuerza le lanza un para de metros hacia atrás contra la pared. Johnnie se vuelve a levantar dolorido y se vuelve a lanzar contra el campo de fuerza con idéntico resultado, una vez más, es lanzado contra la pared. Cuando va a intentarlo de nuevo, hace falta que lo sujeten entre Bridge y Martin al mismo tiempo, mientras grita el nombre de Helen.
-Piensa un poco, Johnnie –le dice Martin-. Está más que claro que no podemos pasar. Busquemos otra entrada o la forma de destruir a estos malditos.
-Tiene razón, chico –añade Bridge-. Peter está con ella, no permitirá que le pase nada malo.
Walker, devorado por la rabia, se suelta de la presa de sus dos amigos y empieza a andar pasillo adelante, sin decir una palabra. Bridge y Martin le siguen, sin atreverse a rozar la puerta, ni a mirarla siquiera.

sábado, 18 de septiembre de 2010

La invasión de los girasoles mutantes.

Episodio 23: No habrá fumata blanca.
Las fuerzas rebeldes no tienen demasiado tiempo para celebrar la caída de la gigantesca máquina de guerra pilotada por el coronel Henninger. La otra bestia, de carne y hueso, aunque duros como el acero, aplasta todo lo que se cruza a su paso. Los edificios tiemblan simplemente con sus rugidos. Solo quedan dos tanques en pie, uno de ellos el M1 de Connor que dispara escondido desde un edificio. Las tropas están replegadas, escondidas, agazapadas entre los escombros, disparando a la desesperada, mientras los Nephilim, que han sufrido muchas bajas, siguen lanzando su fuego contra el monstruo que cada vez está más enfurecido. Están perdiendo la batalla. Esa es una realidad firme. Jacob lucha con desesperación con la bestia, pero es mucho más poderosa que la bestia mecánica. Es más rápida y su piel es mucho más difícil de atravesar, su espada levanta heridas y la sangre le salpica, pero nada parece interferir el camino de la bestia. Johnnie le ha seguido cubriendo desde el edificio, pero los cohetes tampoco le hacen demasiado, y hace bastante que no dispara, así que supone que el chico se habrá quedado sin proyectiles. Lo único que tiene claro, es que, o abaten rápido a esa maldita cosa, o la batalla acabará muy pronto. Entonces se da cuenta de que se ha despistado y ha dejado su flanco al descubierto. Son segundos, pero parecen años. Ve como un tentáculo enorme se dirige hacia él a tal velocidad que casi pude sentir el impacto antes de que llegue. Pero nunca llega. Una sombra se interpone entre él y la bestia. Un destello fugaz. El monstruo grita, pero esta vez no de rabia, si no de dolor, mientras comprueba atónito como una parte de su tentáculo cae al suelo. Jacob esta a punto de preguntarse que ha pasado cuando ve una sombra que se lanza contra la cabeza de jabalí del engendro, sin molestarse en esquivar los tentáculos que salen a su paso, ya que los cercena. Peter no llueva una espada de fuego angélico, lleva su fiel hoja, Tadeusz, que ahora parece más poderosa que nunca. La boca de jabalí, con sus colmillos como árboles, le lanza varios bocados, pero Peter consigue esquivarlos batiendo sus alas negras. La lengua viscosa de la criatura se lanza contra el, despidiendo un olor nauseabundo que hace que al Nephilim se le salten las lágrimas, pero un hábil tajo con la espada le hace darse cuenta al monstruo del error que ha cometido cuando la punta del apéndice sale disparada y cae al suelo. El monstruo grita y se tambalea moviendo la cabeza con furia. Da dos pasos hacia atrás y eso es lo que Peter estaba esperando, se lanza contra la cabeza y en un segundo los dos ojos cuelgan de sus órbitas absolutamente inútiles. Mas rugidos de dolor y Peter se deja caer hacia atrás.
-¡Jacob! ¡Nephilim! ¡A mi señal! –dice mientras cae.
Cuando ya ha pasado la boca, se gira sobre sí mismo y clava a Tadeusz en la garganta del monstruo hasta la empuñadura. Entonces el monstruo abre la boca todo lo que puede para lanzar un grito agónico. Esa es la señal y los Nephilim no necesitan más. Varias bolas de fuego angélico salen disparadas y penetran en la boca del monstruo que deja de gritar al instante, a pesar de que el fuego le devora por dentro y el dolor es insoportable. Peter sigue sujetando con fuerza la empuñadura de su espada y empieza a girar en torno al cuello del monstruo hasta que la cabeza de la criatura cae al suelo como una montaña.
Las tropas aliadas no necesitan más y se lazan con furia ciega contra las tropas de la Corporación. Los Nephilim gritan desde el cielo y se lanzan contra los soldados enemigos y Peter pone un pie en tierra y deja que su acero sacie su sed de sangre. Tiene alguien detrás, se gira y ve un cañón que le apunta.
-Ya era hora de que aparecieras, cabronazo –le dice Johnnie bajando el arma.
-Sí, ya me he dado cuenta de que no sabéis arreglároslas sin mí.
-Hijo de puta –responde Johnnie sonriendo-, ¿no has visto lo que hemos hecho Jacob y yo con el robot ese?
- ¿La cafetera era? ¿No bastaba con desenchufarla? Por todos los demonios, ni siquiera teñía tentáculos.
- Siempre serás un bastardo arrogante.
- Ya sabes que no es chulo el que quiere, si no el que puede –responde Peter riendo.
- ¿De verdad te has perdido media batalla por un polvo?
- No era un polvo. Había que cerrar esa puerta para poder abrir otras. No podía luchar con el peso de esa cadena.
- ¿Estás libre entonces?
- Sí.
-Pues vamos a patear culos.

Por las pantallas del cuarte general, el Líder, el general Xavier y su Santidad, ven caer al enorme monstruo bajo la espada y el fuego de los Nephilim. El sacerdote parece haber perdido la cabeza y al tiempo que solloza por la perdida de su criatura, grita incoherencias sobre Ángeles y castigos divinos.
-¡Por el amor de dios, Silvio, cálmate! –Le grita el Líder- ¿Qué demonios son esas criaturas voladoras?
-¿No lo ves, Jeremmiah, no lo ves? –Responde el Papa- Son Ángeles. Dios nos está castigando. Ya te lo advertí, te advertí sobre mis sueños y visiones.
-Eso son locuras de un trastornado –interviene irritado el general-. Santidad, por favor, es usted un hombre de ciencia, serénese.
Jeremmiah no sabe bien que pensar. Todo aquello no tiene ningún sentido, pero lo que no puede negar es lo que están viendo sus ojos. Delante de sí tienen a unos hombres y mujeres con alas y espadas de fuego. Y la verdad es que la explicación más plausible es que son ángeles. Siente que le va a estallar la cabeza, ¿ángeles? ¿En serio? ¿Dios existe, y el diablo y todo eso? No tiene ningún sentido, la iglesia esta de su lado, es parte de su gran imperio, porque iba Dios a mandar a sus soldados para destruirlos. Pero lo que también tiene claro es que las tropas se van a dispersar como no las replieguen en orden.
- General, ordene a las tropas que se replieguen y se aposten para aguantar el asalto. Nos recluiremos en el laboratorio, pase lo que pase no pueden llegar a allí.
Su Santidad no espera a que Jeremmiah acabe de hablar. Chillando como un loco, sale corriendo y recorre los pasillos del cuartel general hasta que el aire de la noche le da en la cara. Corre en la noche, una noche extrañamente tranquila, tendiendo en cuenta el que ruido de las explosiones y los disparos está cada vez más cerca. Pero Silvio no se detiene, quiere llegar a su mansión y esconderse allí hasta que todo pase y, si no, ya buscará la manera de huir. Por fin consigue llegar a su santuario, su mansión. Cierra las puertas y las atranca con muebles. Pero no se siente seguro y, pasando de largo sus aposentos, entra en la enorme estancia que da cobijo a su harén. Es una habitación enorme donde al menos veinte chicas jóvenes dormitan semidesnudas en sus camas. Algunas se están duchando en las duchas y saunas que hay instaladas al final de la estancia. Las jóvenes jamás pueden salir de allí, al menos que su Santidad las convoque. Pero allí hay alguien más. Alguien que no debería estar ahí, el hombre de fría belleza que se le apareció en sueños.
-¿No pensarías, Santidad, que seria así de fácil escapar? No de mí.
-¿Quién eres tú? ¿Qué quieres de mí?
-Sabes muy bien quien soy. Tu corazón te lo dice. Di mi nombre, Papa, di el nombre del más hermoso de los ángeles.
-¿Miguel?
-¿Me tomas el pelo, insecto?
-Lucifer –dice Silvio Panterini, y no es capaz de decir nada más. Al pronunciar el nombre del ángel parece que la habitación se ha enfriado.
-Eso soy yo, Santidad. El mismo. Y en cuanto a qué hago aquí, voy a hacer mi trabajo, voy a llevarte conmigo. A ti he bajado en persona a buscarte.
-Eso no es posible. Soy un servidor de Dios, el habla por mi boca. El señor jamás permitiría que vaya al infierno.
-Tú nunca has hablado con Él. Ya no habla con nadie. Ya no le importáis, la prueba palpable es que os ha dejado hacer todas las monstruosidades que tu querida Corporación le ha hecho al mundo sin mover un dedo.
-¡Lo hemos limpiado de indignos!
-No me voy a molestar en discutir con un fanático enfermo como tú quién es el que os ha dicho que vosotros sois los dignos. Has matado, violado, retorcido la naturaleza a tu voluntad, esclavizado. Es la hora de pagar padre.
Lucifer levanta la mano y un montón de sombras empiezan a surgir de las paredes y el techo. Las sombras se dirigen hacia las chicas y parecen que van entrando en ellas, una a una. Una vez todas las sombras han desparecido dentro de los cuerpos de las jóvenes, sus ojos se vuelven completamente negros.
-Bien, Santidad. Alguno de mis queridos demonios se han unido a tus chicas y seguro que las van a convencer para que sean ellas misma las que te den tu merecido. Nos vemos ya sabes donde.
Las chicas, con una sonrisa absolutamente aterradora, empiezan a andar hacia el pontífice, que trata de abrir las puertas. Pero están atrancadas y por más que tira de ellas no se mueven ni un ápice. Pero pronto deja de tener importancia eso. Las chicas le dan alcance y se lanzan contra él como locas, arañando, mordiendo y golpeando. Silvio grita, pero nadie puede oírle. Lo que casi si puede oír él es como le van arrancando la piel a tiras, con uñas y dientes. Su blanca túnica ya no es más que un montón de jirones rojos en el suelo. Una de las chicas le arrana la lengua de un bocado y otra le saca los ojos, pero le dolor y los sonidos siguen hay. Una agonía en la oscuridad y el dolor más atroces, sintiendo como varios pares de uñas escarban en su estomago y van separando la piel, desgarrándola, para meter las manos por agujeros recién abiertos y sacar sus tripas al aire. Entones empieza a sentir los mordiscos en la garganta y siente su propia sangre en la boca y la falta de aire. Se ahoga, se va ahogando poco a poco, vapuleado por el dolor, hasta que todo desaparece. El Papa ha muerto, pero el mundo está desgarrado y ni en los próximos días, ni en las próximas semanas habrá una fumata blanca. Quizás ya nunca la vuelva a haber.

martes, 14 de septiembre de 2010

La invasión de los girasoles mutantes

Episodio 22: Fuego angélico.
Todo estalla tan rápido que no saben como reaccionar. El fuego, los gritos, las llamaradas. La calle de pronto es tomada por tropas de la Corporación que parecen salir de todas partes. De cada ventana, de cada alcantarilla. La retaguardia ya no es una opción de huida, hordas y hordas de frenéticos girasoles que se lanzan con furia ciega la taponan. Bridge trata de no perder el control de Betsy, trata de no penar en los camiones aliados, en los Hunvves que ya están ardiendo. Trata, sobre todo, de salir de esa maldita calle que se ha convertido en una trampa mortal. Los demás queman munición de forma desesperada, sabiendo que cada segundo que siguen expuestos al fuego enemigo es una posibilidad más de que una bala perdida encuentre dueño o de que les vuelen por los aires.
-¡Sácanos de aquí, Bridge, maldita sea! –grita Helen.
-Eso intento, ¿acaso crees que esos muchachos de ahí fuera me lo están poniendo fácil?
-No sé como te lo están poniendo, amigo –interviene Martin. Pero la chica tiene razón, o nos sacas de aquí o esta batalla dejará de preocuparnos dentro de muy poco.
-Dejad a Bridge que conduzca y seguir disparando, cada segundo que malgastáis en hablar es uno de esos mamones que se queda sin su ración de plomo.
A Bridge le cuesta un enorme esfuerzo mantener el volante firme, es como si pesara dos toneladas y el autobús fuera de puro mármol. Los disparos silban cada vez más cerca y el calor de las explosiones es cada vez más amenazadoramente patente. Tiene que hacer algo, tiene que hacer algo pero no se le ocurre nada. Hasta que pasan por una calle muy estrecha. Apenas hay tropas en ella. Si consigue que algunos de los Hunvees y transportes le sigan, habrán conseguido unos minutos para reorganizarse. Solo hay un problema. En medio de la calle hay una autovía elevada que la cruza y tiene serias dudas de si Besty cabrá por de debajo.
-¿Qué demonios haces, Bridge? ¿Por qué te paras, es qué quieres que nos acribillen? –le chilla walker.
Tiene que tomar una decisión y tiene que tomarla rápido. No hay más tiempo que perder. El corazón le late a mil por hora y trata de no escuchar a sus compañeros que le chillan para que se mueva. Y por fin, con el alma en un puño, suelta un agónico agarraros y, girando a la derecha, pisa el acelerador a fondo. Según se acerca el hueco le parece cada vez mas pequeño, pero ya no hay vuelta atrás, es una calle estrecha y no podrá maniobrar para dar la vuelta.
-Bridge, ¿qué haces? ¿Estás loco? No vamos a pasar -le grita Helen.
-Bridge, demonios, hazle caso, es demasiado bajo –corrobora Martin.
La verdad es que empieza a pensar que sus amigos tienen razón. Le sudan las manos y le zumban los oídos. El sonido del motor de Betsy a toda potencia le parece el de un enjambre de abejas cabreadas. Los chillidos de sus amigos son ensordecedores y el hueco por el que pretende meter el viejo autobús ahora le parece ya terriblemente pequeño, y hasta parece sonreírle con malicia. Sus amigos gritan aterrorizados y ya es tarde hasta para frenar. Cierra los ojos y pisa el acelerador un poco más a fondo.

La plaza es un infierno. Connor aun no entiende como su viejo carro de combate sigue en pie. Le duelen los músculos de sujetar con fuerza los mandos del vehiculo y está tan empapado en sudor que teme que vaya a deshidratarse de un momento a otro. La columna de tropas y Hunvees que entró por el flanco izquierdo de la ciudad ha conseguido romper el cerco y unirse con ellos en la plaza, pero las tropas de la Corporación, a pesar de haber perdido un buen número de carros, parecen multiplicarse. Pero eso no es lo peor, lo peor es que, desde hace unos minutos, se están enfrentando a la nueva pesadilla cocinada por alguna mente enferma en los laboratorios de la Corporación, unos monstruos deformes, mitad gorila mitad caniche, cuya ferocidad y fuerza exceden con mucho la de los girasoles. Han aparecido en manadas, gritando y masacrando todo lo que encontraban a su paso, incluidos a los propios soldados corporativos. Despedazan hombres como si fueran de papel y lanzan grandes trozos de piedra enormes que destrozan todo lo que encuentran a su paso. Connor sabe que no aguantarán mucho. Pero no tiene demasiado tiempo para pensar, una de esas criaturas se pone delante del M1 y lo para con las manos, Connor apenas puede creerlo, pero no consigue hacer avanzar la bestia de acero. Francis sabe que en ese momento quedarse quieto es la forma mas rápida de que algún enemigo haga blanco en ellos. Pero dos bestias más se han colocado detrás y a lado derecho del tanque amenazando seriamente con volcarlo y, si eso pasa, estarán perdidos, no podrán salir de debajo. Entonces una luz llena las pantallas del tanque y ciega a todos sus ocupantes. Un segundo después, las criaturas han desaparecido. Fuera está pasando algo, las bestias rugen y las tropas gritan.
-¿Qué demonios es eso, señor? –pregunta uno de los tripulantes del tanque.
Connor no responde, no tiene ni idea, pero piensa averiguarlo. Deja los mandos del tanque y abre la escotilla de la torreta. Justo en frente de él. Hay un hombre volando. Lleva una larga melena suelta y unas etéreas alas rojas que bate con fuerza. En la mano blande una especie de espada de fuego hace cuyo resplandor hace que Connor tenga que levantar la mano para protegerse los ojos.
-¿Cómo va eso, alcalde? ¿Le ha ce falta alguna manita? –pregunta Jacob riendo como un loco.
-Ya era hora de que aparecierais –le grita Connor.
-Pendón por el retraso, nos hemos estado encargando de un campo enorme de girasoles que les acechaban por la espada. Pero ya estamos listos para unirnos a la fiesta. ¡Nephilim! ¡Sin tregua!
Y Connor, embelesado, ve como los medio ángeles se lanzan sobre las tropas y criaturas de la Corporación descargando sobre ellos una lluvia de fuego angelical. Vuelan con tal gracia que parece que estuvieran siendo arrastrados por el viento. Jacob es como un torbellino de hermosa destrucción. Sus gritos, de una ferocidad absoluta, se alzan por encima del estruendo de la batalla y siega con su espada de fuego angélico todo lo que encuentra a su paso. Los Nephilim han equilibrado la balanza y su aparición ha dado ánimos a las tropas, pero no quiere engañarse, el enemigo sigue siendo poderoso y las bestias y soldados parecen que siguen saliendo de debajo de cada adoquín. Pero los Nephilim, a pesar de su aspecto hermoso, son como fieras desatadas, y aquí es donde Connor ve la verdadera naturaleza de los ángeles, los perros de guerra de Dios, sus fieros soldados. Y cuando Connor esta sumido en esos pensamientos, el rugido que horas antes les encogió el corazón en la distancia, hace acallar todas las voces y sonidos de la batalla, y por un instante, hombres, bestias y Nephilim dejan de matarse. El rugido amenaza con destruir los edificios en un estado bastante lamentable por las consecuencias de la batalla. Y después del rugido, unos pasos, unos pasos que hacen que el suelo tiemble.

Bridge grita como un loco. El corazón se le está atragantando en el esófago y se le escapan unas pequeñas lagrimillas de pura euforia. Mira por el retrovisor y ve a tres estatuas de mármol absolutamente inmóviles que se parecen bastante a sus amigos, lo cual le hace bastante gracia y se empieza a reír como un poseso.
-¿Veis? Os dije que pasábamos, no se por qué dudáis de mi –dice chillando, aunque una voz, una voz muy pequeña y asustada desde alguna parte de su interior, le grita que es una carbón y que el primero que estaba aterrorizado era él. Pero prefiere no escucharla.
Una buena parte de sus vehículos han pasado detrás de Bridge y ha salvado gran parte de la columna.
-Buen trabajo, Bridge, nos has salvado el culo, ya lo creo –le grita Walker, mientras Martin sigue con la mirada perdida, blanco, y susurrando algo así como, hemos pasado, hemos pasado-Gira a la izquierda en cuanto puedas, creo que por ahí llegaremos a encontrarnos con el resto de nuestras fuerzas y con el alcalde.
Bridge gira una esquina y enfila una calle ancha, con lo que queda de las fuerzas aliadas detrás de él. Delante de ellos puede ver humo y el detonar de explosiones. La batalla ha llegado allí también, no cabe duda. Detrás de Bridge, el sonido de las armas al ser cargadas es el indicador de que todo empieza de nuevo. El volante vuelve a pesarle dos toneladas y cada que vez que están más cerca de la plaza, más puede sentir el calor del fuego y de las explosiones. Pero luego todo deja de tener importancia, cuando llega el rugido, ese rugido aterrador hace que todo en la noche deje de tener importancia. Cuando llegan a la plaza la batalla se está volviendo a reactivar pero, de entre todas las cosas horribles y sorprendentes que ven, los caniche-gorila, los Nephilim volando y soltando cegadoras bolas de fuego angélico, nade de eso es lo suficientemente importante para captar su atención. Más que nada porque es muy difícil que nada pueda distraerles de los dos monstruos de más de diez metros que lo destrozan todo a su paso en medo de la plaza. Uno es una bestia mecánica, una armadura que con ametralladoras pesadas en ambos brazos que escupe fuego a diestro y siniestro. El sonido que producen sus partes de metal al moverse es ensordecedor, pero nada comparado con los rugidos de la otra bestia, una especie de lagarto con tentáculos y cabeza de jabalí. Aplasta todo lo que pasa a su lado y de un manotazo aparta de todos los Nephilim que se lanzan contra él. Los proyectiles de los carros, al igual que las bolas de fuego angélico, solo parecen enfurecerlo.
-Bridge, saca a Betsy del medio de la plaza, buscad un lugar seguro desde donde disparar, es lo que están haciendo los demás, en campo abierto somos blancos seguros para esas cosas –diciendo esto, Johnnie se va al final de Betsy y empieza rebuscar entre las cajas de municiones y saca dos maletines con aspecto de ser muy pesados.
-¿Dónde vas tú? –Le pregunta Helen.
-No te preocupes, volveré –le da un beso y sale corriendo por la puerta, perdiéndose en el caos de la plaza. Helen intenta decirle algo, pero la guerra acalla las voces y todas las historias.
Jacob, desde lo alto, sopesa, la bestia mecánica, o la bestia de carne. La carne es carne y hasta donde sabe, el acero es más duro y peligroso, así que se lanza contra el gigante de acero. Esquiva las balas con una habilidad pasmosa, batiendo las alas con fuerza. Llega hasta el pecho y golpea con su espada de fuego, deja un buen agujero, pero algo superficial, nada serio. Lo malo es que el golpe hace que baje su guardia lo justo para que el robot le propine un manotazo que le lanza contra un edificio. Atraviesa la pared, pero no hay tiempo para lamentaciones ni para dolor, se pone en pie, sacude las alas y vuelve a la pelea. Intenta llegar hasta la cabeza del robot, pero los brazos son demasiado largos y, sorprendentemente teniendo en cuenta su tamaño, muy rápidos. Solo puede esquivar manotazos a duras penas. Pero tiene una idea. Empieza a retroceder, como si estuviera perdiendo terreno, como si las fuerzas le fallaran. La bestia de acero ha caído en su trampa, se lanza contra él con más furia, con más fuerza, multiplicando sus ataques. Tiene que estar muy atento, un solo descuido y uno de esos golpes puede acabar con él. Por fin siente lo que quería, la pared del edificio en su espalda. Sonríe, un respiro, ahí esta, el golpe que esperaba, un puñetazo terrible, lo esquiva un segundo antes de que el puño de acero choque contra él, volando hacia abajo. El puño de la máquina choca contra la pared y se mete hasta casi el hombro, quedando atrapado. Jacob gira sobre si mismo y golpea con su espada, con todas las fuerzas y la rabia de las que es capaz, en la axila del robot. Un estruendo y el brazo queda separado del cuerpo. La maquina queda aturdida, trastabillando. Justo en ese momento, la voz de Johnnie llega desde uno de los pisos mas altos del edificio.
-¡Eh! Hombre de hojalata, mira al pajarito –lleva un lanzamisiles y suelta un proyectil que golpea a la maquina justo en la cabeza. El robot se tambalea, hacia su derecha y queda apoyado en un edificio. En la cabeza se ha abierto un hueco, y en ese hueco puede verse al piloto. Nada menos que el coronel Anton Henninger, que no sabe bien que le ha pasado por encima. Ni lo llega a saber, porque justo cuando empieza a espabilarse, Jacob le lanza una bola de fuego angélico que vuela en mil pedazos la cabeza y al coronel con ella. El robot ni siquiera cae. Se queda apoyado en el edificio destrozado, como un muñeco triste.

viernes, 10 de septiembre de 2010

La invasión de los girasoles mutantes

Episodio 21: Nena, la próxima vez no seré tan agradable
Las hormigas de un hormiguero cercano a El Dorado están aterrorizadas. Ya lo dijo el gran profeta Hormigamus, en los albores de la fundición del hormiguero. La tierra temblará y se abrirá y se tragará a todas las hormigas. Lo que nunca especificó es si era a todas las hormigas del mundo o a las de ese hormiguero en concreto. Claro, que en el mundo de las hormigas, la distancia entre un hormiguero y otra es tan grande, que todos los hormigueros piensan que están solos en el universo. Más o menos como los humanos. Lo que tampoco tuvo en cuenta Hormigamus, es que unos veinte años después de esa profecía, que en tiempo hormiguil son eras y eras, el hombre iba a inventar una maquina monstruosa. Una maquina autopropulsada, de toneladas y toneladas de acero y gran poder de destrucción que iba a llamar carro de combate, o simplemente tanque. Y eso es lo que esta haciendo temblar las tierras y las vidas de las apacibles hormigas. La columna de carros de combate de los rebeldes que se dirige hacia el cuartel general de la Corporación. Es una columna bastante heterogénea. A la cabeza va el M1 del alcalde Connor. Le siguen varios M1 más, algún viejo M48 que conoció días mejores. Hay hasta un LVTP, al que le han colocado un lanzacohetes en la parte de arriba y llama la atención un viejo Sherman que algún loco ha conseguido hacer funcionar para darle un último momento de gloria. Los camiones empiezan a flanquear las columnas cargados de tropas y seguidos por los Hamvees. A pesar del ensordecedor ruido de los motores, parece que la quietud es aplastante. La ciudad parece un espejismo, aunque cada vez está más cerca y los hombres y mujeres sienten el miedo, como una sombra, que les hace no decir ni una sola palabra. De todas formas, ¿qué se podría decir? Betsy resalta como la luz de una antorcha en unas viejas olimpiadas. A la cabeza de la columna que flanqueará la ciudad por la derecha, entre los tonos militares, su color amarillo es como una estrella fugaz cargada de tristeza, una estrella que se dirige en clara colisión a una mayor, provocando así la muerte de las dos. Dentro, Bridge conduce con mano firme, evitando pensar en nada, aunque no puede evitar pensar que no hubiera estado demás que hubiera alguien que ansiara su vuelta o, al menos, alguien que llorara su muerte. Pienso cambiar eso si vuelvo, se dice.En un asiento, Martin, tratando de luchar contra la presión, piensa que le hubiera encantado hacer un trío antes de morir, así que intentará por todos los medios no morir esa noche. Helen se ha sentado sola. Johnnie esta ahí, pero por alguna extraña razón, la cercanía de la muerte no le preocupa tanto como la posible muerte de él, y necesita estar sola. Johnnie la conoce y la entiende de sobra. Además otro pensamiento no se le va de la cabeza.
- ¿Dónde coño esta Doc? –Dice al fin en voz alta-. Dijo que iría a la batalla con nosotros.
- Ya no se llama Doctor Spawlding –empieza a decir Bridge.
-Yo no sé quién coño es ese tal Peter Connnor. Sé quien es Doc, llevo mucho tiempo en la carretera con él. Y dijo que estaría aquí.
-¿No creerás que Peter se iba a perder la batalla, no? –pregunta Bridge.
-Doc, no. No conozco demasiado a ese Peter que ha vuelto de la tumba.
-Ha ido a verla –dice Helen sin dejar de mirar por la ventanilla. La noche está cerrada.
-¿Qué? ¿Ver a quién?
-¿A quién va a ser, John?
-A esa puta. ¿Cómo? ¿Cómo va a entrar él solo ahí? ¿Es qué no le ha matado ya bastantes veces?
-Dice que esta vez será diferente.

Connor está nervioso. Fue instruido, pero hace mucho, y jamás entró en combate. Se siente insignificante y no entiende que hace él guiando a unas pobres almas en la batalla final del mundo. Dentro del tanque hace demasiado calor y el sudor hace que se le pegue la ropa de combate al cuerpo. Por las pantallas de visón nocturna del tanque todo se ve tranquilo y parece que ya casi puede tocar los edificios con la mano. Una ciudad. Ya casi ni recordaba como eran, con calles, alumbrado, edificios. Casi siente una punzada por tener que destruirla. Su tripulación está nerviosa. No, su tripulación tiene miedo. Qué demonios, él también tiene miedo.
Empiezan a franquear los primeros edificios. Es una calle estrecha y larga que acaba en una gran plaza. Una plaza demasiado grande, demasiado espacio. Un buen lugar para una emboscada. La columna sigue, los tanques levantan el asfalto a su paso. Una treintena de carros de otra época que desentumecen sus viejos miembros para otra batalla. Servidores ciegos y leales que nunca descansarán y dejarán sus cuerpos en el campo de batalla, pero nunca morirán solos, ese es su triste sino. La plaza ruge bajo el peso de las cadenas y los ruidos de los motores chocan en las paredes de los edificios.
Todo esta a oscuras, pero cuando el ultimo tanque ha entrado en la plaza, un sin fin de focos se encienden y la cara de un hombre aparece en un centenar de pantallas de televisión.
-Ejército invasor. ¿Hay alguien que esté al mando? Les habla el general Xavier, comandante en jefe de las fuerzas de la Corporación.
Ese soy yo, piensa Connor. También piensa que es de estúpidos caer en un atrampa que sabes que te han preparado. Pero con total resignación, abre la escotilla.
-Yo estoy al mando de esta fuerza. La fuerza de los pueblos libres de la Tierra.
-¿Tienes nombre o debo llamarte solo rata? –Pregunta el general con evidente desprecio. A través de las pantallas de televisión su sonrisa es diabólica y sus ojos más azules que nunca.
-Soy el sargento de las fuerzas especiales y alcalde de Crow Valley, Francis Connor. Y –una voz le dice, piensa bien lo que vas a decir, viejo. Pero luego piensa que lo bueno de estar al borde del abismo y con un pie haciendo equilibrios, es que puedes decir lo que quieras-, y os exigimos que os rindáis y os dispongáis a ser juzgados por crímenes contra la humanidad.
La risa del general Xavier es atronadora, amplificada y rebotada por las fachadas. Parece poseído, como si no pudiera parar de reírse.
-¿Rendirnos? ¿La clase superior? ¿La raza dominante? ¿A un puñado de ratas? No, amigo mío. No solo no nos vamos a rendir. Sino que no os daremos la misma cordialidad. Os erradicaremos, como se erradica una enfermedad. ¡Sufrid el poder de La Corporación!
Y todo empieza. Como empiezan las cosas grandes y terribles. Con ruido. Con fuego. Con chillidos de dolor. Con la risa de Xavier de fondo, una explosión hace volar por los aires el LVTP cargado de almas que se extinguen como la llama de una vela por la brisa que se cuela por la ventana. De los flancos de la plaza aparecen carros de combate de la corporación. Son más nuevos, mas rápidos, pero no son muchos más, quizás el doble. Pero además, en los balcones parecen soldados con lanzacohetes antitanque. Un impacto no puede contra los M1, pero son muchos. El M1 de Connor recibe un impacto. El calor se hace insufrible, pero el alcalde no pierde el control, gira y enfila a un blindado enemigo de costado, ordena fuego y el carro vuela por los aires. Pero el fuego enemigo es insufrible. Un M48 se convierte en una bola de fuego, mientras varios de los carros aliados empiezan a disparar a las fachadas para acabar con los antitanques de las terrazas y ventanas. Las pantallas vuelan por los aires y al risa del general es sofocada. Dos M1 acorralan a un enemigo y disparan, los proyectiles le cogen de lado y rebotan explotando en la fachada de al lado, que cae encima del carro. El blindado sale con dificultad, justo para que el pequeño Sherman le vuele las cadenas y lo inmovilice. Dos soldados salen del pequeño tanque y disparan por las rendijas del conductor varias ráfagas, pero la torreta se mueve, la torreta se mueve y el pequeño Sherman, como un valiente, mordiendo hasta el final, salta por los aires en mil pedazos. Los dos soldados, gritando la muerte de sus compañeros, siguen disparando, hasta que la torreta del tanque herido deja de moverse. Connor gana las seis de otro carro enemigo. Han recibido un par de impactos, pero el M1 es un hueso duro de roer, a pesar de que ha visto como uno saltaba por los aires cerca suya. Ahora tiene ha ese hijo de puta enfilado y un segundo después de su orden el carro enemigo desaparece bajo la explosión. No tiene demasiado tiempo para alegrarse, su tripulación chilla. Otro carro le ha ganado a ellos las seis.

Una hora antes de todo eso, Celine está tumbada en su cama a oscuras. Otra vez la oscuridad, piensa. Está algo nerviosa. Siempre antes de una batalla. Está en ropa interior, sintiendo la leve brisa que se filtra por la ventana. El vello se le eriza. Y casi puede sentir como la oscuridad la acaricia, lo que hace que se estremezca un poco.
- Siempre serás la mujer más hermosa del mundo, hacía tanto tiempo que no veía tu cuerpo –dice una voz desde alguna parte de la habitación.
Intenta levantarse y saltar a la silla donde están sus ropas y sus armas. Pero una figura oscura se interpone entre medias.
- ¿Quién coño eres, que haces aquí?
- Que frase más prosaica, no mi amor. Esperaba algo más original –dice la figura oscura.
Celine enciende la luz, y por segunda vez en pocas semanas, se le para el corazón al ver a un fantasma. No es capaz de decir nada. Ni una sola palabra.
-¿Qué pasa, pequeña, tanto me cambia la muerte? Pensaba que solo me había cambiado el peinado.
Celine sigue sin poder decir nada. Peter sonríe, pero su sonrisa no es nada tranquilizadora. Es más bien aterradora.
- Vamos, dime algo. ¡Dime algo maldita sea! –se ha prometido a sí mismo no perder los nervios. Pero luego recuerda que no es un hombre de promesas.
- ¿Cómo es posible, Peter? ¿Es qué no vas a rendirte nunca?
- ¿De qué? ¿De resucitar o de amarte?
Esas palabras se le clavan en el corazón a Celine como dardos de hielo. Peter lo sabe, y por primera vez siente que tiene el control de la situación estando delante de ella. Pero también siente como esos ojos verdes se clavan en él y sabe lo fácilmente que podría perderla.
-Estás distinto –dice al fin ella.
-Es el corte de pelo, no te gusta.
-No eso te queda bien. Estás guapo, es otra cosa. Das miedo, más miedo que de costumbre. Parece que la oscuridad ahora te obedece.
Peter sonríe y despliega sus alas, más negras que la oscuridad de la noche, las bate y el pelo de Celine se mueve revoltoso. Por supuesto ella no sabe que decir y lo único que sale de su boca es:
-Has venido a matarte.
-No, no esta vez, pequeña.
-No me llames pequeña. Así es como me llamabas
Peter se acerca a ella lentamente, con las alas desplegadas. Nota como la joven está paralizada. Pero también nota otras cosas. Con sus sentidos de Nephilim despiertos puede leer muy dentro de los seres humanos. La tiene a menos de un palmo y su respiración le duele. Huele su aliento y es un olor que tiene grabado. Lentamente, sin que ella haga nada para evitarlo, le suelta el sujetador. Y ella se le lanza. Los besos de la guerrera hacen que brote sangre dulce de sus labios y por un instante consigue no pensar en nada, ni en Lucifer, ni en la guerra, ni en la traición de ella. Por unos segundos sagrados, solo siente las uñas y los dientes y el calor de la mujer que nunca ha dejado de amar y la ropa vuela y los gritos lo llenan todo. Luego, siente cada una de las heridas que ella le ha hecho como un trofeo, pero sobre todo siente el cuerpo de Celine desnudo abrazada a él, sobre su pecho. No tienen nada que decir. Y sabe que por un instante ella está a punto de decir un te quiero que les hubiera destrozado a los dos. Así que, como si le arrancaran la piel a tiras, aparta el cuerpo de ella y se levanta. Se viste, sintiendo la mayor tristeza que jamás ha sentido y un segundo antes de desaparecer en la oscuridad, dice una sola frase.
-Nena, la próxima vez no seré tan agradable.

martes, 7 de septiembre de 2010

La invasión de los girasoles mutantes

Episodio 20:  Rugidos al atardecer.
A lo lejos, El Dorado parece desierta. Los edificios se alzan altos y tranquilos, como estirándose a la luz del atardecer. Dentro de unas horas, cuando baje el sol y la noche estire su brazo, el fuego y los gritos devorarán el lugar y con él un buen número de almas, unas inocentes, otras no tanto, quizás. Por eso, ese breve silencio, ese frágil momento, a Francis Connor le saben a gloria. Junto a él, su sobrino y Johnnie contemplan la ciudad, y ninguno sabe muy bien que decir.
-¿Algún plan? –se decide por fin Peter a hablar.
-El militar es tu tío –responde Walker.
- Lo mejor será –interviene el alcalde Connor- que los blindados entren por el centro, provocando un tapón, así no podrán rodearnos. El resto de tropas y los Hunvee se encargarán de los flancos.
-Los Nephilim atacaran desde arriba y ayudarán en los flancos.
-¿Desde arriba?-pregunta Johnnie y Peter se toca el hombro como única respuesta-. Ah. Sí, las alas. Joder, esto es cada vez más raro.
-De todas formas –añade Peter-, Jacob es un excelente general. Los conoce mejor que yo, él los guiará en la batalla.
-¿Y tú? –pregunta Connor.
-¿Pensabas que no iba a combatir con mi amigo y con mi tío codo con codo?
Tanto Francis como Johnnie solo asienten y sonríen.
-Hay algo que no me da buena espina. Nos están preparando algo importante –dice Johnnie.
-Bueno –contesta Connor-. Ellos tampoco se esperan a los Nephilim.

Ralphy esta sentado en una roca, comiendo un poco de queso. Helen se acerca al hombrecillo y se sienta a su lado.
-¿Qué tal, sargento? ¿Nervioso?
-Bueno, no es para menos. Nos lo jugamos todo a una carta.
-Eso es verdad. Una sola carta. ¿Sabes una cosa, Ralphy? Empiezo a pensar que tú sabes mucho de eso.
-¿De qué, Helen? No te entiendo.
-De cartas. Tienes pinta de ser un buen jugador. Tienes pinta de guardarte siempre un as en la manga.
La expresión de Ralphy cambia al instante. Intenta levantarse, pero Helen le sujeta por el hombro, obligándole a permanecer sentado, al tiempo que saca, de una forma muy natural, una de sus pistolas de la funda.
-¿Cómo lo has averiguado? –pregunta Ralphy.
-¿El qué, que todo este tiempo has sido un maldito espía? ¿Qué nos vendiste y qué por tu culpa muchos buenos compañeros murieron? Digamos que V tenía más información de la que dijo en voz alta. Connor me ha dado el honor de hacer justicia.
-¿Y qué piensas hacer?
-Vete. Corre con tus amos, perro despreciable. Pero más te vale no cruzarte conmigo en la batalla.
Ralphy no se mueve. No sabe muy bien que decir ni como reaccionar. Dos finas lágrimas parecen estar a punto de caerle de los ojos, pero eso es mucho más de lo que Helen puede soportar.
-¡Lárgate de aquí antes de que cambie de opinión!
Ralphy se levanta y empieza a correr. Helen mira su arma, como si le pidiera al objeto consejo sobre que hacer. El tacto del metal frío le reconforta en las yemas de los dedos. Sonríe, con la mirada gacha. Dos mechones de pelo le caen sobre los ojos. Se los aparta con delicadeza y se pone de pie. Y sin mirar, apunta hacia donde Ralphy corre desesperado y aprieta el gatillo. El hombre cae pesadamente, como un muñeco, como un fardo. Se queda inmóvil, con la luz de la tarde derramada sobre el mundo, y la sangre saliendo a borbotones de su espalda y de su boca. Helen se acerca. Ralphy emite unos pequeños ruiditos, que no parecen palabras, si no sollozos, mientras la vida se le escapa en forma de espesa mancha carmesí, que va ensombreciendo sus ropas y el suelo alrededor.
- La verdad –dice Helen sin ninguna entonación especial-, es que solo quería ver como tus ojos albergaban un poco de esperanza antes de quitártela. Me pareció una pena justa.
No sabe si el hombre le ha escuchado. Ralphy yace muerto a sus pies y no le importa lo más mínimo. De pronto piensa que no le gusta lo que esta guerra está haciendo con ella. Un ruido a su espalda. Todavía lleva el arma en la mano. Se gira en un segundo y apunta. Peter levanta las manos al tiempo que sonríe.
-Tranquila, tranquila, soy yo.
-¿Por qué tendría que tranquilizarme que un medio demonio se acercara a hurtadillas?
-En realidad es medio ángel -dice Peter bajando las manos-, pero tienes razón, perdona no quería asustarte. ¿Era el espía? –pregunta señalando al cadáver de Ralphy.
-Sí, todo este tiempo a mi lado y me estaba apuñalando.
-Bueno. Ha tenido su merecido. ¿Estás bien? Ejecutar no es lo mismo que matar.
- Estoy bien. Eso es lo que me preocupa.
-La guerra nos cambia a todos. Este mundo nos ha cambiado a todos. Pero se supone que estamos haciendo algo para cambiarlo.
-Eres un tipo extraño, Peter. Parece que añorarás este mundo si conseguimos que los girasoles desaparezcan
Peter sonríe con malicia.
-¿Crees qué habrá sitio para mi en un mundo mejor?
Helen no sabe que contestar, esa es la verdad. Todas las pesadillas del ser humano han cobrado forma desde la invasión de los girasoles. Y desde luego una raza de hijos de ángeles caídos es una más de ellas. Mira a Peter a los ojos. Ve la inmensa tristeza y la oscuridad y la soledad, y sabe que no habrá un lugar para él. ¿Y para ella? ¿Y para los demás?
-Bueno. La verdad es que he dedicado un montón de tiempo a buscarte y al final nunca voy a tener la oportunidad de conocerte.
-Quizás cuando todo esto acabe –dice Helen con una triste sonrisa.
-Sí, quizás. Pero por si acaso, ha sido un placer,
-Lo mismo digo.
-Nos vemos en la batalla, ahora debo encargarme de un asunto.
-¡No me lo puedo creer! Vas a ir a verla.
Peter se queda inmóvil y no sabe bien que decir. Le sudan las manos y las palabras se le amontonan en la garganta.
-Tengo que hacerlo.
-¿Es que los hombres sois idiotas? ¿Cuántas veces tiene qué matarte?
-Esta vez será distinto.

Bridge y Johnnie escuchan petrificados como Martin asegura que una vez conocido un tío que quería hacerse gay, pero que al que le daba asco el semen. Así que empezó a probarlo poco a poco, mezclándolo con la leche, con el yogurt.
-Os juro que es verdad. Cuando trabaja en el hospital.
-¿Pero dónde coño estaba ese hospital tuyo? –Pregunta Johnnie- ¿En Sodoma?
-Eres el hijo de puta más enfermo que me he echado a la cara –dice Bridge.
-¿Si? Pues acuérdate de que follaba mucho más que tú.
-Ya, por eso dejé de creer en Dios.
Su distraída conversación es acallada por un sonido proveniente de la ciudad. Es un sonido animal, un rugido aterrador que ningún animal conocido pudiera proferir. Los rugidos llegan arrastrados por el viento y vuelan por todo el campamento del ejército rebelde, instalando una sombra de terror en los hombres y una de desconfianza en el de los Nephilim. Los rugidos no cesan. No son fieras, ni girasoles.
-Ni siquiera Zarrapastro rugía así ¿Qué demonios es eso? –pregunta Johnnie, aunque no espera que nadie pueda responderle.
-La Corporación aun tiene más sorpresas que tirarnos encima –dice el alcalde Connor.
Johnnie ve como el terror se va instalando entre ellos. Si empiezas una batalla asustado, nunca la ganarás. Esa es una verdad que Johnnie sabe muy bien. Así que se sube encima del M1 de Connor y empieza a hablar, pero no sabe muy bien de donde le salen las palabras. Solo quiere gritar más que esos terribles rugidos.
- No tengáis miedo. ¿Qué más nos pueden echar encima? Han reducido nuestras vidas hasta convertirnos en alimañas asustadas. Querían exterminarnos como conejos en nuestras madrigueras. Pero aun así conseguimos encontrar la fuerza y el valor para levantarnos, salir de nuestros agujeros y hacerles frente. Ellos lo tienen todo. Nosotros no tenemos nada. Pero estamos aquí, a las puertas de su ciudad, cercándoles, cosa que ellos no han podido hacer, porque hemos sido más listos. Llevamos años enfrentándonos a las peores pesadillas, pesadillas que el hombre solo había podido imaginar, hasta que un puñado de fanáticos las hizo realidad. Y así tampoco nos han vencido. Hasta el mismísimo infierno se ha puesto de nuestra parte –ante estas palabras, los Nephilim gritan con voces llenas de orgullo y rabia-. No tienen nada que pueda asustarnos ¡Nada! Si ellos rugen ¡Nosotros rugiremos el doble!
Y poco a poco, de la voz de uno primero, de la de otra y otro después, se va alzando un grito de guerra que silencia los rugidos provenientes de la ciudad. Un grito de guerra de cientos de voces que parecen una.