Episodio 30. Aquel día.
Hay un tipo sentado en un banco en un parque. Es un día soleado de junio, aunque el calor, seguramente por la hora temprana, deben ser algo más de las siete de la mañana, no es aun tan terrible como lo será en pocas horas. El tipo es un hombre joven, aun no llega a los treinta, de ojos color acero y una larga melena del mismo color castaño que la barba. Bebe una cerveza. Come una hamburguesa. Debajo de la chaqueta de piloto se aprecia un bulto inquietante, tanto como el maletín que reposa debajo del banco. A su lado, reposando en el asiento, hay una espada de aspecto terrible. No pierde de vista una lavandería al otro lado del parque. Los bancos, en ese maldito final del siglo XXI, son casi imposibles de atracar, cámaras acorazadas con inteligencia artificial, seguratas que son exmercenarios armados hasta los dientes con servoarmaduras, dinero con chips de seguimiento que te ponen a los drones detrás de tu culo antes de que puedas decir tarta de arándanos. Ni hablar, demasiado complicado. Afortunádamente para un ladrón como él, que el hampa siga fiel sus señas de identidad es una excepcional manera de seguir ganándose el sustento. En una partida ilegal de la mafia como la que está siguiendo desde hace días, se mueve mucho dinero. Solo hay que estar lo suficiéntemente loco o tener los cojones para cogerlo. Por el fondo del parque viene alguien. Le pega un bocado a la hamburguesa. Joder, le encanta desayunar hamburguesa. Una joven despampanante se acerca a él. Le sonríe. Hace las dos cosas como si el cosmos entero hubiera tomado forma solo para que esa mujer camine y sonría por el mundo. Lleva el pelo negro muy corto con un flequillo que le cae sobre el ojo izquierdo. Enfundada en unos vaqueros ajustados, una chaqueta verde militar y una camiseta de tirantes blanca, sienta su casi metro ochenta al lado del tipo, que le pasa la cerveza. Ella bebe un trago sin dejar de clavar unos ojos verde esmeralda en él.
-Eres la mujer más sexy del mundo.
Ella le besa, un beso fuerte, terrible, duele y hace que la cabeza le de vueltas, mientras la chica desliza la mano bajo su chaqueta y le coge la Multidude Dragoon '05 de la cartuchera que lleva pegada al costado.
-Lo sé -dice con un leve rastro de acento francés mientras se muerde el labio inferior-. Eres un tipo con suerte, Peter Connors. ¿Vamos al lío? Tengo ganas de ir de compras.
Se levanta del banco y se encamina hacia la lavandería. Antes de seguirla, Peter saca el fusil de asalto que lleva en el maletín que guarda debajo del banco. Siempre, sin dejar de mirar a Celine, pensado que es mucho más peligrosa que él. Se cuelga la espada a la espalda y comienza a andar. En compañía de esa mujer siempre se siente como mareado, en una manera fabulosa. Está llegando al lado de ella cuando se detiene en seco y le coge la mano a Celine.
-Algo no va bien.
Ella no rechista. Sabe que los sentidos de su amante son más afilados que su espada. De hecho, Peter Connors empieza a desenvainar un segundo antes de que los primeros gritos lleguen hasta ellos.
Peter siente arena del desierto en la boca, polvo en los ojos. Los motores de la nave en su cabeza. Nauseas. Está boca abajo, se incorpora y ver el familiar reflejo del acero de Tadeusz en el suelo, cerca de él, es el único consuelo que tiene ante el vacío terrible que le corroe por dentro. Se incorpora y empieza a escudriñar entre la tormenta de polvo y arena. Oye voces. Así que sin pensarlo más se dirige hacia ellas.
El Grunge no ha muerto. Eso le está diciendo el cantante de OtherSide a la chica con la que ha pasado la noche en casa de su productor. Es un tipo delgado. Está en vaqueros y sin camiseta. La chica, que le mira embelesada, mezcla de fascinación y efecto de las drogas y el alcohol que les han acompañado durante toda la noche. Han tocado en Seatle. El grupo, que la prensa especializada ha llamado ya con muy poco esfuerzo, los nuevos Nirvana, empieza a ser conocido en el mundillo underground. Su manager, Bob Dare, está convencido que están a punto de pegar el pelotazo. Sí, nena, hazle caso a Johny, este es un mundo cada vez más grande, más triste y sobre todo cada vez más jodido. El Grunge volverá, Otherside lo traerá de vuelta. La chica, que lleva la camiseta de Nirvana de Johny, le besa y se levanta para ir al baño, dejándole solo con sus pensamientos. El salón de la casa de Bob es un desastre. Ropa, botellas, colillas, gente durmiendo la mona. Al menos eso espera Johny, que estén durmiendo, anoche se pasaron mucho. El sol tiene hasta miedo de entrar por los store a medio cerrar. Sí, ese es un auténtico cuadro Grunge, piensa Johny. Las notas, empujadas por ese pensamiento a la trituradora del talento de Johny, empiezan a llegar a su cabeza, se chocan con palabras, con versos que se le enredan en la resaca. Todo empieza a tomar forma en su cabeza, en ese rincón donde cabe todo él, donde se amontona en una maravillosa tormenta de creatividad, recuerdos, talento, notas musicales e ideas. La canción suena en su cabeza, como desde un lejano altavoz a lo lejos, a través de una ventana, al final de un callejón al amanecer. Pero con total claridad. Joder, mientras Johny saborea la notas, los primeros versos que vienen a su cabeza, imagina como se debió sentir Kurt cuando, por ejemplo, Semell like teen spirit acudió a su cabeza un buen día cualquiera. Lo sabe, lo nota, tiene entre manos un éxito, un material de primera. No se lo piensa, se calza las Vans, se pone la chupa de cuero, sin esperar a que la chica le devuelva la camiseta y se lanza a la calle, a buscar un taxi que le lleve volando a su hotel, donde le espera su guitarra y una puta canción cojonuda. Cuando llega a la calle, el tráfico está como revuelto. Los coches parecen huir de algo. La primera explosión, y los gritos, borran la canción de su cabeza.
Johny no entiende cómo han llegado fuera de la nave otra vez. La arena que levanta la nave tampoco ayuda a luchar contra la confusión. Mataría por tener a mano sus gafas de sol. Aparece Celine, que le pregunta si está bien. Es tan raro verla dando muestras de preocupación. Johny solo puede asentir con la cabeza.
-¿Cómo hemos llegado aquí? -Celine también mira confundida alrededor.
-No lo sé -contesta él-. Busquemos a los demás, esto no ha acabado.
-Me temo que acaba de empezar.
Las siete de la mañana. Thelonius Bridge se despierta tarde, pasadas las once. Maldice porque una vez más las sábanas han conspirando en su contra. Ya, entre que se levanta, desayuna, y esas cosas, a tomar por culo el gimnasio. Mañana mejor, que es domingo. Aunque lleva un par de meses sin trabajar, así que vive en un perpetuo domingo. Pero va a ser positivo, por fin ha acabado la carrera, el trabajo perfecto está a la vuelta de la esquina. Prepara café, mete un par de rebanadas en la tostadora y enciende la pantalla del televisor. La pantalla holográfica aparece flotando con un boletín de noticias al que Bridge no le hace mucho caso. Apura el desayuno repasando la lista de los planes para el sábado. Cuando ya tiene decidido que va a ir al partido de la liga de Softball que juega su equipo, escucha por encima que van a dar los números de la lotería. Por inercia, abre la cartera que está en la mesa y mira su billete. Casi arrastrándose le dice a la televisión que congele la imagen. Diez mutuos después, sale por la puerta. Sin pensar demasiado. Cuando va por las escaleras se da cuenta que lleva las zapatillas de estar por casa, pero ni de coña va a subir a cambiárselas. Le ha tocado la lotería, la puta litería. Joder, qué le den por culo al trabajo ideal. Qué le den por culo a todo. En la acera casi le da un pasmo. El coche no está. Como si el mismísimo Dios quisiera darle un mensaje de, no te flipes, la mañana que le toca la lotería le roban el coche. Da igual, ¡qué le follen al coche! Tiene llegar al banco con el décimo. Un taxi. Para uno a la primera, buena señal. El frenazo que pega el conductor quizá sea mala, pero no lo piensa. Es una pakistaní de unos cuarenta años que, está muy claro, no ha tenido un buen día. Bridge respira, tratando por todos los medios de no hacer contacto visual. No hace falta. El tipo se pone a hablar en voz alta, a Bridge supuéstamente, pero bien podría ser al mundo entero. ¡Quince años! Quince. ¿Puede creerlo amigo? Quince putos años dejándome el culo en este puto taxi. Y ayer me entero que a final de mes van a despedirme. Recortes. Y para colmo es el día que mi mujer decide dejarme. ¡Por el vecino del segundo! ¿Qué le parece amigo, eh, qué le parece?
El tipo se gira y deja de mirar la circulación. Está claro que de pronto valora mucho la opinión de Bridge, quien lo único que quiere es no morir el día que le ha tocado la lotería, así que no consigue responder. El tipo vuelve a mirar a la carretera mientras dice, Bridge no sabe muy bien a quién, sí amigo tienes, razón, tienes razón. Tengo que enseñarles una lección.
-La...la verdad es que no he dicho nada, amigo.
-Sí, sí, has dado en el clavo. Eres un tío con cojones. Me has convencido.
El tipo echa mano a la guantera del coche saca una pistola que enseña exultante al bueno de Bridge, cuando paran en un semáforo. Me voy a volar la puta cabeza delante de la puerta de mi casa sí, joder me voy a ir a lo grande. Tú serás mi testigo, tío, no sé que habría hecho si no fuera por ti.
Bridge hace lo único que se le ocurre en ese momento. Gritar como un cabrón, salir corriendo y no parar hasta cinco o seis calles después. Joder que día. No sabe dónde coño está y mucho menos como demonios llegar al banco. Está pesando eso cuando empieza a escuchar el sonido de frenazos, choques de coches. Luego gritos. Se empieza a acojonar cuando escucha los primeros disparos, cuando llega la primera explosión, en su cerebro se dibuja la idea de empezar a correr. Correr por su vida. Cuando empieza la carrera, como ha traición, le llega recuerdo de que había aparcado el coche en otra calle.
Capitán Bridge. La voz robótica del Goliath le llega como de otra galaxia. Poco a poco va recuperando la conciencia. Está boca abajo, cuando abre los ojos, ve la arena del desierto a través de las cámaras del exoesqueleto. Se levanta instintivamente y la máquina secunda sus movimientos a la perfección. Mira a su alrededor. Mutantes, girasoles, coches. La nave. Todo su mundo sigue ahí, por desgracia. Sus amigos también. Johny se acerca, golpea la pierna del Goliah en un getso fraternal. ¿Todo bien? Todo, contesta Bridge. ¿Qué nos ha traído hasta aquí?
-Creo -dije Harry-, que la pregunta es quién.
Así empieza todo. La Gran Batalla de la historia. La nave luce y ruge. Amenaza. Los compañeros saborean la batalla en la boca, ese sabor amargo, metálico. El casco de Peter se cierra sobre su cara, donde ya han hecho aparición los ojos negros. Las alas se despliegan. Johny enciende un último cigarrillo. Bridge interpone su mole delante del grupo. Las armas se cargan y gritos de hasta la muerte, y ese tipo de cosas corren entre las tropas de Inquisición. Chicos, dice Peter, el primero en caer paga una ronda en el Valhala. Johny sonríe y asiente. Bridge carga los cañones de impulsos, y dice, pues, nenes, id pidiendo, yo pienso llevarme alguno de esos cabrones conmigo.
martes, 31 de octubre de 2017
martes, 10 de octubre de 2017
La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.
Episodio 29. Voz de Dios.
Hay cosas de Madre Mary que nadie sabe. Demonios, casi nadie sabe casi nada de Madre Mary. Su origen. Su edad. El origen de su poder. Otra, es su interés, su pasión, por la historia del mundo. En sus aposentos, donde nadie entra, una basta colección de libros rapiñados aquí y allá llenan muchas de sus horas de meditación. La historia del mundo, construida vida sobre vida, amasada por los poderosos con la sangre de los desprotegidos, de los débiles, del pueblo llano. Por eso trata de construir en Inquisición su sueño, un hogar en el que los desechados dominen su propio destino. Y ahora esta delante de eso. Eso. Un símbolo de ese pasado esclavista que lleva su mente y su intelecto a ese tiempo remoto, y luego más allá, a un pasado que se escapa de su concepción del tiempo. Eso, ahí, imponente, reinando en una enorme estancia de varios kilómetros cuadrados. Una pirámide, perfecta, majestuosa, idéntica en estructura a la gran pirámide de Hufu, excepto que esta se alza por lo menos a cuatrocientos metros sobre el suelo. Esta hecha del mismo material que la nave y la superficie bruñida de color ocre está completamente cubierta de símbolos en la extraña lengua anunnaki. Sorbinus y su extraño hombre de ojos azules encabezan la marcha, flanqueados por los dos engendros, Nimrod y Tifón. A Madre Mary, en ese entorno, rodeada por esos monstruos a los que sospecha que ha vendido su alma, y la de todos sus hijos, el sonido del exoesqueleto de su fiel general, no le sirve para estar más tranquila cuando llegan al pie de la pirámide, donde no se ve ninguna puerta, ninguna abertura. La enorme estructura parece muerta. Un cadáver milenario, inerte, pero terriblemente amenazador. Sorbinus sonríe pleno de satisfacción. He aquí la morada del Trono. Pone las manos en la superficie de la pirámide y un sonido hiere los oídos. Los símbolos que llenan la superficie bruñida de la estructura comienzan a brillar con la luz azulada que parece palpitar en todo el corazón de la nave.
La energía de la nave esta casi agotada, dice Sorbinus elevando la voz por encima del zumbido que empieza a levantarse en la enorme estancia.
-¡Despierta, monstruo de monstruos, joya del Imperio! Llénate de poder y devora el día.
La respuesta inmediata a la voz del Gran Sorbinus es una enorme columna de luz azulada que cae del techo invisible por la distancia y entra por el piramidión de la enorme estructura. La risa enloquecida de Sorbinus casi hasta consigue imponerse al sonido de la nave, cargando sus despiadadas entrañas directamente de la luz solar. Madre Mary se obliga a no imaginar que podría hacer esa bestialidad mecánica con su oscuro corazón rebosante de energía. Ya no le cabe ninguna duda, esa alianza solo les va a reportar dolor, victorias efímeras. Son hormigas, ella, sus hijos, todos, comparados con la raza que Sorbinus quiere despertar. Gigantes de mente, gigantes temporales. No habrá lugar para ninguno de ellos en el nuevo orden que se está abriendo paso delante de sus ojos. Ni en un millón de años podría haber dicho que es lo que en ese momento le impulsa. Pero desenfunda. La respuesta del general Finney no se hace esperar y el sonido de los cañones de impulsos de sus armadura de combate hacen que Madre Mary se sienta mínimamente respaldada. Pero es un consuelo muy nimio. Sorbinus ni siquiera se gira, solo mira por encima del hombro y sonríe. Es Tifón el que responde. De la superficie bruñida de su cuerpo aterrador salen tentáculos, o líneas negras, o ondas de color. Madre Mary no es capaz de ponerle nombre a lo que hace esa antigua monstruosidad. De lo que no le cabe duda es de las consecuencias. Su fiel general, su mano derecha, queda aplastado, casi volatilizado bajo la violencia del impacto. Madre Mary acude a todo el poder que puede encontrar en su interior y hace que estalle a su alrededor, una bomba psíquica que le da los segundos que necesita para desaparecer de la vista de sus enemigos y encaminarse hacia la salida de la enorme estancia, aunque tiene la absoluta seguridad de que llega hasta ella no por sus capacidades, sino porque sus enemigos no se molestan en perseguirla, pues no le consideran una amenaza.
El desierto gime. Girasoles y carroñeros guardan silencio. Unidos ahora, más que por la tregua, por el terror que empieza a apoderarse se ellos. Los pocos girazombis que han sobrevivido a la batalla salen disparados en cualquier dirección, unas motitas de color que dejan claro, en su patético gesto, que los viejos terrores del mundo solo son un eco vacío inútil comparados con los terrores que aguardaban agazapados en los confines del tiempo. La nave vibra y gime. El suelo y hasta el aire tiemblan. La bestia estaba dormida pero se está despertando. Un zumbido terrible sacude el espacio tiempo cuando empieza a hacer acopio de energía y la chispa de la vida recorre uno a uno todos sus sistemas. Eugene siente un terror sin parangón mientras procura no pensar más que en el siguiente paso para seguir vivos.
La pirámide se mueve. Una haz de luz azul entra por el piramidión y las paredes se abren, empiezan a plegarse sobre si mismas y a desaparecer bajo el suelo de la estancia.
Es un momento solemne que parece detener el tiempo, hasta que solo queda en el lugar donde estaba la pirámide una especie de cápsula, de unos tres metros de altura. Por la forma parece estar pensada para que una persona, mejor dicho, uno de los antiguos habitantes de la nave se metiera dentro.
-El momento ha llegado -dice Sorbinus-. Un último paso y la grandeza volverá al mundo. Adelante, hijo mío, ocupa tu lugar en el destino.
La copia de Harry Street se acerca a la cápsula y esta reacciona inmediatamente a su presencia. Se abre, y el hombre, si se le puede llamar así, se pierde en su interior. El aparato se cierra y empieza a brillar en el eterno tono azul. Pero una sombra se mueve detrás de Sorbinus y su séquito. Este se mueve en el último segundo para esquivar el filo de una milenaria espada hambrienta de su vida. Luego alas. Otra sombra y una bola de fuego negro que cae sobre Nimrod haciendo que el monstruo chille de dolor. Disparos, certeros, bien dirigidos. Solo un campo de fuerza impide que aniquilen al Gran Sorbinus, que se salva de la destrucción por segunda vez en pocos segundos. Ruido. Una mole de polialeaciones super avanzadas que se lanzan con estertor metálico sobre Tifón. El engendro no tiene tiempo de reaccionar y rueda junto con Bridge y su tremendo exoesqueleto por el suelo. Antes de que Nimrod se recupere, una nueva ráfaga de fuego angélico vuelve a rodearle. Caroline, Johny, Celine y Laura siguen cubriendo el desesperado ataque de sus amigos con un fuego letal, que por desgracia no surte demasiado efecto. Tifón se rehace y cogiendo a Bridge de la pierna lo lanza a un par de decenas de metros de distancia. El golpe es antológico, pero el viejo Goliath aguanta. Tifón tiene el tiempo para pensar y de su enorme boca sale un resplandor azulado que lanza una honda de energía en la dirección de Johny y los demás. Sienten como el suelo tiembla bajo sus pies, se resquebraja, grita agónicamente al deshacerse. No consiguen mantenerse de pie y sienten que van a caer cuando todo estalla alrededor y una inmensa energía les oprime. Inconscientemente cierran los ojos. Y de pronto se sienten livianos, flotan, y cuando el caos desatado por Tifón desaparece se ven flotando sobre el suelo, sujetos por una energía que en un primer momento no entienden de dónde sale, hasta ver la imaginen de Madre Mary de pie delante, con las manos levantadas hacia ellos. Luego, obedeciendo a un gesto de sus brazos, la energía psíquica de la mujer les deja suavemente en el suelo. Listos para luchar otra vez. Cuando pasan a su lado, Johny puede ver en su rostro sudoroso el enorme esfuerzo, que va mas allá de lo mental, que la mujer ha debido hacer para salvarles. Le dice un escueto gracias y se siente un poco ridículo. Mary no le contesta, se gira y con un feroz grito lanza otra oleada de energía contra sus enemigos, lo que hace que Sorbinus, aunque no cae, si retroceda, dando una oportunidad a una furia dorada, una rayo salvaje y rubio con dos espadas mágicas, de atacarle desde el flanco. El maldito de cabeza sobredimensionada consigue esquivar los mandobles de Thrud, que se deja llevar por la furia y descuida su guardia, lo que está a un segundo de costarle la vida, pues un brazo inmenso y negro está a punto de golpearla por detrás. Nimrod ha vuelto a la lucha y reacciona rápidamente para salvar a su señor, pero su golpe mortal, dirigido a la valkiria, es detenido por el frio metal, el del filo de la hoja de Tadesuz, y por el de los ojos brillantes de Peter, que poco a poco se van volviendo negros, henchido de poder. En un gesto de pura altanería ha replegado el casco de la armadura, para que su enemigo vea bien su rostro. Tú y yo tenemos algo pendiente, cara alquitrán. Del brazo de Nimrod salen varios tentáculos afilados buscando el cuerpo de Peter. Pero éste ha aprendido desde su último enfrentamiento. Esquiva todos con una serie de hábiles movimientos con la espada. El flanco se le queda descubierto y Nimrod lanza otra puntiaguda extensión de su maldito cuerpo. En el segundo en el que Peter está pensando si va a poder parar ese golpe, una ráfaga de disparos impacta sobre el cuerpo del Leviatán, no pueden pararle, pero consiguen que se distraiga y abortar el ataque sobre Peter. Johny se pone a su lado y suelta otra ráfaga. La potencia del arma parece, al menos, frenar brevemente a ese monstruo.
-Me debes una, colega -le suelta Johny sonriendo.
-¿Pero de qué estás hablando, Johny? Hubiera podido esquivarlo seguro.
-Sí, como en aquella ciudad ardiendo cuando le salvamos el culo ami Bridge.
Y Peter se vuelve a concentrar en el combate, aunque con una sonrisa, pensando en el momento que ha rememorado Johny y del que parecen haber pasado diez vidas.
Mientras las energías psíquicas de Madre Mary y Sorbinus chocan en unas tablas agónicas que amenazan con mandar todo al puto carajo a su alrededor, Harry corre en busca de las chicas, los demás están o demasiado lejos o demasiado ocupados tratando de sobrevivir.
-¡Celine! Tenemos que destruir el sarcófago. Si mi doble sale de ahí estamos perdidos.
Todos llevan armas de impulsos devastadoras, pero cuando concentran su fuego sobre el sarcófago, una barrera de la jodida energía azul protege el artefacto.
-¡Está protegido! -Grita Caroline.
-Cubridme.
Harry deja de disparar y abre varios displays azules en el aire, tratando desesperadamente de desactivar la protección del sarcófago y de Sorbinus.
Detrás suya se abalanza la mole de Tifón, pero sabe que ya no le da tiempo a escapar, así que ignora la sombra que le amenaza, y sigue concentrdo en los menús que va abriendo y cerrando a la velocidad de la luz. Pero la sombra desaparece, un inmenso golpe la aparta de él. Cuando levanta la cabeza, Tifón está volando por los aires a una decena de metros, a su lado se hiergue la inmensa mole del Goliath manejado por Bridge, aun con el brazo levantado por el inmenso golpe que le acaba de propinar a Tifón.
El ruido que sale del sarcófago para el combate. No es un ruido humano. Es un ruido enterrado en el tiempo. Más que doler, pesa. Aplasta. El aire parece espesarse. Todo detenido en el tiempo como si el mundo no tuviera fuerzas para seguir adelante. La voz muerde, mastica el alma de los compañeros. La voz no es una voz, es un eco, el tiempo mismo concentrado en unas palabras que hacen que todo lo demás deje de tener sentido. La voz. Esa voz. Una voz que ha traspasado eras, el cosmos civilizaciones, que pequeño es el mundo, que insignificante el tiempo. La voz que es un Deux ex maquina de la existencia. Es, la Voz de Dios.
LA RESISTENCIA ES FÚTIL. YO SOY ENKI, LA MUERTE Y EL TIEMPO NO PUEDE CONTENER A UN VERDADERO DIOS.
Sienten que la voz habla ende su idioma, pero también sienten que la pueden entender en cualquier idioma de la tierra.
Después del zumbido y la luz cegadora, todo se pierde en un segundo.
Hay cosas de Madre Mary que nadie sabe. Demonios, casi nadie sabe casi nada de Madre Mary. Su origen. Su edad. El origen de su poder. Otra, es su interés, su pasión, por la historia del mundo. En sus aposentos, donde nadie entra, una basta colección de libros rapiñados aquí y allá llenan muchas de sus horas de meditación. La historia del mundo, construida vida sobre vida, amasada por los poderosos con la sangre de los desprotegidos, de los débiles, del pueblo llano. Por eso trata de construir en Inquisición su sueño, un hogar en el que los desechados dominen su propio destino. Y ahora esta delante de eso. Eso. Un símbolo de ese pasado esclavista que lleva su mente y su intelecto a ese tiempo remoto, y luego más allá, a un pasado que se escapa de su concepción del tiempo. Eso, ahí, imponente, reinando en una enorme estancia de varios kilómetros cuadrados. Una pirámide, perfecta, majestuosa, idéntica en estructura a la gran pirámide de Hufu, excepto que esta se alza por lo menos a cuatrocientos metros sobre el suelo. Esta hecha del mismo material que la nave y la superficie bruñida de color ocre está completamente cubierta de símbolos en la extraña lengua anunnaki. Sorbinus y su extraño hombre de ojos azules encabezan la marcha, flanqueados por los dos engendros, Nimrod y Tifón. A Madre Mary, en ese entorno, rodeada por esos monstruos a los que sospecha que ha vendido su alma, y la de todos sus hijos, el sonido del exoesqueleto de su fiel general, no le sirve para estar más tranquila cuando llegan al pie de la pirámide, donde no se ve ninguna puerta, ninguna abertura. La enorme estructura parece muerta. Un cadáver milenario, inerte, pero terriblemente amenazador. Sorbinus sonríe pleno de satisfacción. He aquí la morada del Trono. Pone las manos en la superficie de la pirámide y un sonido hiere los oídos. Los símbolos que llenan la superficie bruñida de la estructura comienzan a brillar con la luz azulada que parece palpitar en todo el corazón de la nave.
La energía de la nave esta casi agotada, dice Sorbinus elevando la voz por encima del zumbido que empieza a levantarse en la enorme estancia.
-¡Despierta, monstruo de monstruos, joya del Imperio! Llénate de poder y devora el día.
La respuesta inmediata a la voz del Gran Sorbinus es una enorme columna de luz azulada que cae del techo invisible por la distancia y entra por el piramidión de la enorme estructura. La risa enloquecida de Sorbinus casi hasta consigue imponerse al sonido de la nave, cargando sus despiadadas entrañas directamente de la luz solar. Madre Mary se obliga a no imaginar que podría hacer esa bestialidad mecánica con su oscuro corazón rebosante de energía. Ya no le cabe ninguna duda, esa alianza solo les va a reportar dolor, victorias efímeras. Son hormigas, ella, sus hijos, todos, comparados con la raza que Sorbinus quiere despertar. Gigantes de mente, gigantes temporales. No habrá lugar para ninguno de ellos en el nuevo orden que se está abriendo paso delante de sus ojos. Ni en un millón de años podría haber dicho que es lo que en ese momento le impulsa. Pero desenfunda. La respuesta del general Finney no se hace esperar y el sonido de los cañones de impulsos de sus armadura de combate hacen que Madre Mary se sienta mínimamente respaldada. Pero es un consuelo muy nimio. Sorbinus ni siquiera se gira, solo mira por encima del hombro y sonríe. Es Tifón el que responde. De la superficie bruñida de su cuerpo aterrador salen tentáculos, o líneas negras, o ondas de color. Madre Mary no es capaz de ponerle nombre a lo que hace esa antigua monstruosidad. De lo que no le cabe duda es de las consecuencias. Su fiel general, su mano derecha, queda aplastado, casi volatilizado bajo la violencia del impacto. Madre Mary acude a todo el poder que puede encontrar en su interior y hace que estalle a su alrededor, una bomba psíquica que le da los segundos que necesita para desaparecer de la vista de sus enemigos y encaminarse hacia la salida de la enorme estancia, aunque tiene la absoluta seguridad de que llega hasta ella no por sus capacidades, sino porque sus enemigos no se molestan en perseguirla, pues no le consideran una amenaza.
El desierto gime. Girasoles y carroñeros guardan silencio. Unidos ahora, más que por la tregua, por el terror que empieza a apoderarse se ellos. Los pocos girazombis que han sobrevivido a la batalla salen disparados en cualquier dirección, unas motitas de color que dejan claro, en su patético gesto, que los viejos terrores del mundo solo son un eco vacío inútil comparados con los terrores que aguardaban agazapados en los confines del tiempo. La nave vibra y gime. El suelo y hasta el aire tiemblan. La bestia estaba dormida pero se está despertando. Un zumbido terrible sacude el espacio tiempo cuando empieza a hacer acopio de energía y la chispa de la vida recorre uno a uno todos sus sistemas. Eugene siente un terror sin parangón mientras procura no pensar más que en el siguiente paso para seguir vivos.
La pirámide se mueve. Una haz de luz azul entra por el piramidión y las paredes se abren, empiezan a plegarse sobre si mismas y a desaparecer bajo el suelo de la estancia.
Es un momento solemne que parece detener el tiempo, hasta que solo queda en el lugar donde estaba la pirámide una especie de cápsula, de unos tres metros de altura. Por la forma parece estar pensada para que una persona, mejor dicho, uno de los antiguos habitantes de la nave se metiera dentro.
-El momento ha llegado -dice Sorbinus-. Un último paso y la grandeza volverá al mundo. Adelante, hijo mío, ocupa tu lugar en el destino.
La copia de Harry Street se acerca a la cápsula y esta reacciona inmediatamente a su presencia. Se abre, y el hombre, si se le puede llamar así, se pierde en su interior. El aparato se cierra y empieza a brillar en el eterno tono azul. Pero una sombra se mueve detrás de Sorbinus y su séquito. Este se mueve en el último segundo para esquivar el filo de una milenaria espada hambrienta de su vida. Luego alas. Otra sombra y una bola de fuego negro que cae sobre Nimrod haciendo que el monstruo chille de dolor. Disparos, certeros, bien dirigidos. Solo un campo de fuerza impide que aniquilen al Gran Sorbinus, que se salva de la destrucción por segunda vez en pocos segundos. Ruido. Una mole de polialeaciones super avanzadas que se lanzan con estertor metálico sobre Tifón. El engendro no tiene tiempo de reaccionar y rueda junto con Bridge y su tremendo exoesqueleto por el suelo. Antes de que Nimrod se recupere, una nueva ráfaga de fuego angélico vuelve a rodearle. Caroline, Johny, Celine y Laura siguen cubriendo el desesperado ataque de sus amigos con un fuego letal, que por desgracia no surte demasiado efecto. Tifón se rehace y cogiendo a Bridge de la pierna lo lanza a un par de decenas de metros de distancia. El golpe es antológico, pero el viejo Goliath aguanta. Tifón tiene el tiempo para pensar y de su enorme boca sale un resplandor azulado que lanza una honda de energía en la dirección de Johny y los demás. Sienten como el suelo tiembla bajo sus pies, se resquebraja, grita agónicamente al deshacerse. No consiguen mantenerse de pie y sienten que van a caer cuando todo estalla alrededor y una inmensa energía les oprime. Inconscientemente cierran los ojos. Y de pronto se sienten livianos, flotan, y cuando el caos desatado por Tifón desaparece se ven flotando sobre el suelo, sujetos por una energía que en un primer momento no entienden de dónde sale, hasta ver la imaginen de Madre Mary de pie delante, con las manos levantadas hacia ellos. Luego, obedeciendo a un gesto de sus brazos, la energía psíquica de la mujer les deja suavemente en el suelo. Listos para luchar otra vez. Cuando pasan a su lado, Johny puede ver en su rostro sudoroso el enorme esfuerzo, que va mas allá de lo mental, que la mujer ha debido hacer para salvarles. Le dice un escueto gracias y se siente un poco ridículo. Mary no le contesta, se gira y con un feroz grito lanza otra oleada de energía contra sus enemigos, lo que hace que Sorbinus, aunque no cae, si retroceda, dando una oportunidad a una furia dorada, una rayo salvaje y rubio con dos espadas mágicas, de atacarle desde el flanco. El maldito de cabeza sobredimensionada consigue esquivar los mandobles de Thrud, que se deja llevar por la furia y descuida su guardia, lo que está a un segundo de costarle la vida, pues un brazo inmenso y negro está a punto de golpearla por detrás. Nimrod ha vuelto a la lucha y reacciona rápidamente para salvar a su señor, pero su golpe mortal, dirigido a la valkiria, es detenido por el frio metal, el del filo de la hoja de Tadesuz, y por el de los ojos brillantes de Peter, que poco a poco se van volviendo negros, henchido de poder. En un gesto de pura altanería ha replegado el casco de la armadura, para que su enemigo vea bien su rostro. Tú y yo tenemos algo pendiente, cara alquitrán. Del brazo de Nimrod salen varios tentáculos afilados buscando el cuerpo de Peter. Pero éste ha aprendido desde su último enfrentamiento. Esquiva todos con una serie de hábiles movimientos con la espada. El flanco se le queda descubierto y Nimrod lanza otra puntiaguda extensión de su maldito cuerpo. En el segundo en el que Peter está pensando si va a poder parar ese golpe, una ráfaga de disparos impacta sobre el cuerpo del Leviatán, no pueden pararle, pero consiguen que se distraiga y abortar el ataque sobre Peter. Johny se pone a su lado y suelta otra ráfaga. La potencia del arma parece, al menos, frenar brevemente a ese monstruo.
-Me debes una, colega -le suelta Johny sonriendo.
-¿Pero de qué estás hablando, Johny? Hubiera podido esquivarlo seguro.
-Sí, como en aquella ciudad ardiendo cuando le salvamos el culo ami Bridge.
Y Peter se vuelve a concentrar en el combate, aunque con una sonrisa, pensando en el momento que ha rememorado Johny y del que parecen haber pasado diez vidas.
Mientras las energías psíquicas de Madre Mary y Sorbinus chocan en unas tablas agónicas que amenazan con mandar todo al puto carajo a su alrededor, Harry corre en busca de las chicas, los demás están o demasiado lejos o demasiado ocupados tratando de sobrevivir.
-¡Celine! Tenemos que destruir el sarcófago. Si mi doble sale de ahí estamos perdidos.
Todos llevan armas de impulsos devastadoras, pero cuando concentran su fuego sobre el sarcófago, una barrera de la jodida energía azul protege el artefacto.
-¡Está protegido! -Grita Caroline.
-Cubridme.
Harry deja de disparar y abre varios displays azules en el aire, tratando desesperadamente de desactivar la protección del sarcófago y de Sorbinus.
Detrás suya se abalanza la mole de Tifón, pero sabe que ya no le da tiempo a escapar, así que ignora la sombra que le amenaza, y sigue concentrdo en los menús que va abriendo y cerrando a la velocidad de la luz. Pero la sombra desaparece, un inmenso golpe la aparta de él. Cuando levanta la cabeza, Tifón está volando por los aires a una decena de metros, a su lado se hiergue la inmensa mole del Goliath manejado por Bridge, aun con el brazo levantado por el inmenso golpe que le acaba de propinar a Tifón.
El ruido que sale del sarcófago para el combate. No es un ruido humano. Es un ruido enterrado en el tiempo. Más que doler, pesa. Aplasta. El aire parece espesarse. Todo detenido en el tiempo como si el mundo no tuviera fuerzas para seguir adelante. La voz muerde, mastica el alma de los compañeros. La voz no es una voz, es un eco, el tiempo mismo concentrado en unas palabras que hacen que todo lo demás deje de tener sentido. La voz. Esa voz. Una voz que ha traspasado eras, el cosmos civilizaciones, que pequeño es el mundo, que insignificante el tiempo. La voz que es un Deux ex maquina de la existencia. Es, la Voz de Dios.
LA RESISTENCIA ES FÚTIL. YO SOY ENKI, LA MUERTE Y EL TIEMPO NO PUEDE CONTENER A UN VERDADERO DIOS.
Sienten que la voz habla ende su idioma, pero también sienten que la pueden entender en cualquier idioma de la tierra.
Después del zumbido y la luz cegadora, todo se pierde en un segundo.
lunes, 3 de julio de 2017
La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.
Episodio 28. Escombros y finales.
Mejor no mirar la luz del rayo. Mejor, incluso para un girasol mutante, mirar el mundo real, por horrible que éste sea. Mejor dejar que la vista descanse plácidamente en el fragor cercano, reconocible, de una sangrienta batalla. Eugene se sobrepone de su momentánea abstracción y da órdenes. Sus girasoles crean una barricada alrededor de la fuente de luz por la que han desaparecido sus aliados robando vehículos del ejército de Madre Mary, que empieza a dejar de acusar los efectos del ataque sorpresa ya darse cuenta de que son muy superiores en número. Tras los coches, las diezmadas hordas de griazomnbis esperan babeantes. Más allá, sonidos devorados que escapan por los pelos del feroz estruendo de la nave. Motores. Gritos. Detonaciones. Aguantarán lo que puedan. Eugene está preparado para morir allí. Tiene un breve segundo en el que casi está tentado en preguntarse si habrá un más allá para los girasoles mutantes inteligentes. Sacude la cabeza y se aferra al peso del arma. El polvo del desierto escuece en los ojos. Eso, ese escozor, es todo lo que tiene en ese momento para comprender y justificar su existencia.
Tras la luz, tras el mareo momentáneo, tras la sensación angustiosa de haber sido descompuestos en partículas y vueltos a unir en menos de un segundo, tras todo eso, luego, el corazón encogido ante la inmensidad de la nave. Es mejor no pensar que aquella monstruosidad está flotando sobre el suelo. Empiezan a comprender que se encuentran en el muelle de la nave estelar. Y la imagen es terrible en su hermosura. Decenas, cientos de naves y vehículos terrestres, colocados en distintas alturas, por todos lados. A pesar de ser incomprensible para ellos, algo les dice que son diseños muy, muy antiguos, como la nave en sí, cuyo interior está repleto una decoración recargada que bien podría recordar a la de cualquier templo de cualquier civilización antigua de la humanidad. Hay también armaduras de combate, o robots, de más de tres metros de alto. Los Anunnakis debían ser enormes. Pronto empiezan a ver el primer reto al que se deben enfrentar. El hangar, la estancia, si es que se puede llamar así, tiene varias decenas de kilómetros de largo, tardarían un día entero solo en llegar al final.
-Esto es enorme, chicos -dice Celine-. Ya no es que nos vaya a costar encontrar a esos tarados, es que solo recorrer este sitio, sin vehículo, es una locura.
- ¿Y si tratamos de usar algún cacharro de estos? -Pregunta Bridge, sin demasiada fe.
- Son máquinas milenarias de una civilización mucho más avanzada que la nuestra -contesta Ángelo con resignación-. Aun en el caso de que funcionen, no creo que sepamos pilotarlos.
- Tienes razón -añade Peter-. Harry, ¿qué opinas? ¿Harry?
Harry tiene la mirada pérdida en algún punto que los demás no pueden ver. De pronto habla.
-¿No lo oís? Está hablando, es como un murmullo, pero oigo su lenguaje.
-Esto...¿qué? -Pregunta Jonhy, lanzando una mirada furtiva a Peter y a Bridge, una mirada que dice, vale, se le ha fundido un fusible, tenía que pasar.
Harry les mira con una inmensa sonrisa. La nave, dice, puedo oír a la nave. Puedo interactuar con ella. Todo dentro de ella, el aire, todo, está vivo. Todo está conectado, es como un enorme sistema nervioso. Lo siento en la punta de los dedos.
Levanta las dos manos y poco a poco unos débiles destellos de luz azul empiezan a arremolinarse en torno a sus manos, hasta que, en pocos segundos las palmas de las manos le brillan por completo, así como sus ojos. Multitud de figuras geométricas, que sin duda deben de ser datos en el idioma Anunmkai y que recuerdan, una vez más, a idiomas y sistemas de escritura de la antigüedad, revolotean a su alrededor. Harry abre y cierra mensajes con rápidos gestos de mano.
-Mi nefasto hermano y sus secuaces están en el centro de la nave, lejos de aquí. En un lugar llamado El Trono.
- ¿Cómo podemos llegar hasta allí? -Pregunta Bridge.
-Hay un sistema de teletransporte. Pero no puedo acceder a él. Mi hermano tiene control a muchas partes de la nave. Pero puedo acceder a otros sistemas. Como por ejemplo...
-¿Por ejemplo qué?
Harry no responde a la impaciente pregunta de Caroline. No hace falta. La luz azulada empieza a rodearles, formando cuatro paredes solidas a su alrededor. Gritan sorprendidos pero Harry les hace un gesto de calma, aunque su sonrisa, acompañada por el destello azulado que sale de sus ojos, tiene de todo menos un aspecto tranquilizador. Y se elevan, en una especie de cabina de transporte formada por esa luz azul. A casi cien metros de altura, el paisaje es sobrecogedor. Sobre sus cabezas se abre la inmensidad de las partes superiores de la nave, en la que se adivinan salas y auténticos edificios enteros. Todo cruzado aquí y allá por raíles de energía azul por las que debían discurrir las vagonetas energéticas como en la que se encuentran en ese momento. Bajo ellos la inmensidad del hangar, con todos aquellos vehículos de fantasía. En las paredes, hasta donde alcanza la vista, colgando como en enormes columnas, cientos de naves de forma extraña, que parecen ser cazas de combate de forma curvilínea, superficie pulida y cromada, más numerosos que la flota de aviones de combate que cualquier país del viejo mundo pudiera haber tenido. Celine mira a Peter y sonríe, por unos segundos parece que todos los años de combate, de traición, de sentimientos descarnados a flor de piel desaparecen y solo es una mujer que mira con algo de añoranza, incluso, al hombre con el que compartió una parte muy importante de su vida.
-¿Estás disfrutando, eh? -Le pregunta.
-Esto es increíble. Se me encoge el corazón.
Le responde plácidamente Peter, con los ojos grises extrañamente brillantes.
-Disfruta de estos momentos en que nadie quiere matarnos.
-Cuando esto acabe, pienso volver a explorar todo esto. Estoy seguro que Bridge se apunta.
-Joder, puedes apostar el culo -responde Bridge. Luego se gira y le dice al oído a Johny-. Ver a estos dos de buen rollo me pone los pelos de punta.
-Sí, es espeluznante -le responde Walker riendo por lo bajo-. Es como si el mundo fuera a perecer en fuego y venganza.
La cabina atraviesa túneles salpicados de tuberías oscuras, maquinarias de fantasía que no pueden ni estar cerca de comprender. Atraviesa espacios enormes abiertos con auténticas mini ciudades, con altos edificios y otros más pequeños que parecen viviendas. Y vegetación, pequeños bosques y jardines de plantas extrañas que han sido preservados a lo largo de los siglos con robótico esmero por el sistema automatizado de la nave. Es como un mundo de fantasía. Un mundo de fantasía aterrador, les hace sentirse pequeños, muy pequeños, triturado todo su sistema de creencias, incluso aquellas que creían falsas. Un mundo que, como una muñeca rusa, escondía muchos mundos y que al mismo tiempo abría una puerta a un universo enorme, a la inmensidad del cosmos. Dentro de esa fascinación que les embarga, olvidan una cosa. Es un mundo de maravillas, pero también un mundo de peligro, un mundo que no les quiere allí.
-Algo va mal -la voz de Harry les despierta del ensueño de la peor manera.
Viajan por un pasillo estrecho y oscuro, solo iluminado por la luz azulada de la cabina de energía que les transporta.
-Algo, ¿Cómo qué? -Pregunta Johny, sin ningún tipo de broma en su voz.
-Algo me dice que enseguida lo vamos a saber.
No da tiempo para más. La luz azulada desaparece y la fuerza de la gravedad no especula lo más mínimo para cobrarse lo que se le debía. Caen pesadamente por una rampa hasta notar una caída libre nada desdeñable de unos cuantos metros. Peter abre las alas y coge a Thrud y a Ángelo. Bridge se encarga de Laura. A los demás, las servoarmaduras les ayudan a aterrizar sanos y salvos y Caroline cuenta con la ayuda de sus pequeños nano amigos que le confieren una resistencia sobrehumana. Caen pesadamente, pero ilesos. La cuestión es, ¿dónde? Una habitación cerrada. Quizás cinco por cinco metros. El techo no se ve. Harry da un par de pasos y empieza a trastear con la pared. Destellos de la luz azulada del display de la nave.
Chicos, tenemos un problema. Su voz adquiere un tono de lo mas macabro. Esta habitación es, ¿cómo decirlo?, un triturador de basura.
-¿En serio? -pregunta Peter con una expresión extrañamente divertida.
-¿De verdad? -Le pregunta Celine-. En una situación como esta y te emocionas porque es es un triturador de basura.
-¿Qué pasa? No entiendo -pregunta Bridge.
-En serio, Bridge -le dice Johny, categóricamente-. Si salimos de esta, lo primero que vas a hacer es ver la puta Guerra de las Galaxias. Este puto flipado -señala a Peter, que sigue sonriendo-, está tan contento como el pequeño Timmy en la noche del baile porque en una escena muy famosa de la peli los protas se quedan encerrados en un triturador de basura de la Estrella de la Muerte. El muy mamón se cree un Jedi.
-Sabes que yo sería un Sith -responde Peter.
-Sigue diciéndote eso, en el fondo eres un pastelito.
-Espera -interviene Bridge-. ¿En cuál de las pelis?
Johny y Peter responden al mismo tiempo. En la primera.
-Pero, ¿esa es la primera, primera, o la primera que era la cuarta?
-Qué te jodan Bridge -es la escueta respuesta de Peter.
Pero la voz, su tono más bien, de Harry, les saca de su amena y distendida charla.
-Chicos, de verdad que me jode interrumpir vuestra interesante charla coloquio sobre cine. Pero el ordenador de la nave ha planificado la eliminación de residuos en los próximos minutos.
Peter toca las paredes. Les mira y les indica que se vayan a la otra punta de la estancia. Cuando todos están a una distancia prudencial, empieza a formar una bola de fuego angélico en el puño derecho. El casco de la armadura aparece de la nada. Golpea la pared y una pequeña explosión les hace apartar la mirada. Cuando el humo se está desvaneciendo, Peter sigue ahí. Y la pared también, intacta.
-Estamos jodidos, dice Laura.
-Quizás podamos parar las paredes con la fuerza del Goliat y la de las armaduras, -apunta Ángelo.
-No lo entendéis -dice Harry-. Esto no es la Estrella de la Muerte. Eso es una tartana comparado con esto. Los residuos se eliminan con altas dosis de radiación. Nos van a freír.
-¿No puedes anularlo? -Grita Caroline.
-No desde aquí -responde Harry viajando por los displays de luz azulada de forma desesperada.
Bridge golpea las paredes con los puños del Goliat pero, a parte del sonido estridente, no produce ningún efecto. Hasta que el sonido de cosas oscuras y mecánicas, unido a un patente y desazonador zumbido, empieza a susurrarles ideas de lo más tranquilizadoras.
-Chicos -grita Laura-. Si vais a tener una idea brillante este es el momento.
Empieza a aumentar la temperatura, pero ninguno se atreve a decirlo. Peter mira a Johny y a Bridge y éste ve algo que jamás pensó que vería y que hace que el corazón le pese como plomo en el pecho. Las manos de Peter caen sobre los costados, abiertas, sin cerrarse en ese puño de furia que le arde a Peter en el alma. Si Peter se ha rendido, es hora de afrontar la realidad. Hay veces que la muy perra es como es, y no queda otra que cerrar los ojos y esperar que el final no duela demasiado. El calor aumenta. El sonido empieza a llenarlo todo.
Bridge abraza a Laura. Peter atrae a Thrud de la cintura hacia sí, le coge la mano a Caroline. Pero deja un segundo de tamaño cósmico para mirar a Celine y asentir con la cabeza en un gesto que intenta diga muchas cosas, aunque siente que quizás no haya dicho nada. Harry sigue ofuscado en los menús de luz azulada tratando de encontrar una salida. Johny, se enciende un cigarro y tras dos caladas, saca la armónica del bolsillo de la gabardina y entona un triste blues. Las notas se quedan en la habitación con una desesperada apatía, molesta, porque tan grandes héroes encuentren un final tan indigno. Y las notas suben. Suben, hasta rebotar en el techo. Hasta confundirse en un momento con un sonido que, de todas todas, solo puede ser una carga de impulsos dispara muy de cerca sobre la pared. Luego otro disparo, y otro. Al cuarto las luces de la habitación se apagan durante unos breves segundos para luego volver a encenderse. Nuevos sonidos metálicos y finalmente, entre una lluvia de chispas, la puerta de la depuradora de desperdicios se abre. Una figura les flanquea el paso y les apunta con rifle Multitude. Madre Mery les mira sonriente sin bajar el arma.
-Antes de nada -dice-, pensad que os he sacado de ese agujero. Pero también que os estoy apuntando. Calcular cuantos caeríais antes de poder dispararme.
No saben qué decir, afortunadamente, Madre Mary sigue hablando. Tú, guaperas, coge esto.
Le lanza a Peter un walkie. Peter lo coge, aprieta el botón y pregunta, ¿sí? Desde el otro lado, la voz metálica de Eugene les sorprende a todos. ¿Johny, estás ahí?
Peter le lanza el walkie a su amigo, que responde muy extrañado. Sí, Eugene, viejo, aquí Johny Walker.
-Me alegro de oiros chicos.
-¿Qué pasa socio? Ahí abajo parece tranquila la cosa.
-Han dejado de atacarnos, Johny. Se han acercado y han pedido una tregua y me han dado este Walkie. Me han dicho que podría hablar contigo. ¿Qué está pasando, Johny?
-No lo sé aun, viejo. Mantened posiciones y no bajeis la guardia. Johny corto.
Walker le vuelve a lanzar el walkie a Madre Mary y aprovecha cuando ella lo coge para apuntar él a la mujer.
-Creo, madame, que es hora de que se explique.
Mejor no mirar la luz del rayo. Mejor, incluso para un girasol mutante, mirar el mundo real, por horrible que éste sea. Mejor dejar que la vista descanse plácidamente en el fragor cercano, reconocible, de una sangrienta batalla. Eugene se sobrepone de su momentánea abstracción y da órdenes. Sus girasoles crean una barricada alrededor de la fuente de luz por la que han desaparecido sus aliados robando vehículos del ejército de Madre Mary, que empieza a dejar de acusar los efectos del ataque sorpresa ya darse cuenta de que son muy superiores en número. Tras los coches, las diezmadas hordas de griazomnbis esperan babeantes. Más allá, sonidos devorados que escapan por los pelos del feroz estruendo de la nave. Motores. Gritos. Detonaciones. Aguantarán lo que puedan. Eugene está preparado para morir allí. Tiene un breve segundo en el que casi está tentado en preguntarse si habrá un más allá para los girasoles mutantes inteligentes. Sacude la cabeza y se aferra al peso del arma. El polvo del desierto escuece en los ojos. Eso, ese escozor, es todo lo que tiene en ese momento para comprender y justificar su existencia.
Tras la luz, tras el mareo momentáneo, tras la sensación angustiosa de haber sido descompuestos en partículas y vueltos a unir en menos de un segundo, tras todo eso, luego, el corazón encogido ante la inmensidad de la nave. Es mejor no pensar que aquella monstruosidad está flotando sobre el suelo. Empiezan a comprender que se encuentran en el muelle de la nave estelar. Y la imagen es terrible en su hermosura. Decenas, cientos de naves y vehículos terrestres, colocados en distintas alturas, por todos lados. A pesar de ser incomprensible para ellos, algo les dice que son diseños muy, muy antiguos, como la nave en sí, cuyo interior está repleto una decoración recargada que bien podría recordar a la de cualquier templo de cualquier civilización antigua de la humanidad. Hay también armaduras de combate, o robots, de más de tres metros de alto. Los Anunnakis debían ser enormes. Pronto empiezan a ver el primer reto al que se deben enfrentar. El hangar, la estancia, si es que se puede llamar así, tiene varias decenas de kilómetros de largo, tardarían un día entero solo en llegar al final.
-Esto es enorme, chicos -dice Celine-. Ya no es que nos vaya a costar encontrar a esos tarados, es que solo recorrer este sitio, sin vehículo, es una locura.
- ¿Y si tratamos de usar algún cacharro de estos? -Pregunta Bridge, sin demasiada fe.
- Son máquinas milenarias de una civilización mucho más avanzada que la nuestra -contesta Ángelo con resignación-. Aun en el caso de que funcionen, no creo que sepamos pilotarlos.
- Tienes razón -añade Peter-. Harry, ¿qué opinas? ¿Harry?
Harry tiene la mirada pérdida en algún punto que los demás no pueden ver. De pronto habla.
-¿No lo oís? Está hablando, es como un murmullo, pero oigo su lenguaje.
-Esto...¿qué? -Pregunta Jonhy, lanzando una mirada furtiva a Peter y a Bridge, una mirada que dice, vale, se le ha fundido un fusible, tenía que pasar.
Harry les mira con una inmensa sonrisa. La nave, dice, puedo oír a la nave. Puedo interactuar con ella. Todo dentro de ella, el aire, todo, está vivo. Todo está conectado, es como un enorme sistema nervioso. Lo siento en la punta de los dedos.
Levanta las dos manos y poco a poco unos débiles destellos de luz azul empiezan a arremolinarse en torno a sus manos, hasta que, en pocos segundos las palmas de las manos le brillan por completo, así como sus ojos. Multitud de figuras geométricas, que sin duda deben de ser datos en el idioma Anunmkai y que recuerdan, una vez más, a idiomas y sistemas de escritura de la antigüedad, revolotean a su alrededor. Harry abre y cierra mensajes con rápidos gestos de mano.
-Mi nefasto hermano y sus secuaces están en el centro de la nave, lejos de aquí. En un lugar llamado El Trono.
- ¿Cómo podemos llegar hasta allí? -Pregunta Bridge.
-Hay un sistema de teletransporte. Pero no puedo acceder a él. Mi hermano tiene control a muchas partes de la nave. Pero puedo acceder a otros sistemas. Como por ejemplo...
-¿Por ejemplo qué?
Harry no responde a la impaciente pregunta de Caroline. No hace falta. La luz azulada empieza a rodearles, formando cuatro paredes solidas a su alrededor. Gritan sorprendidos pero Harry les hace un gesto de calma, aunque su sonrisa, acompañada por el destello azulado que sale de sus ojos, tiene de todo menos un aspecto tranquilizador. Y se elevan, en una especie de cabina de transporte formada por esa luz azul. A casi cien metros de altura, el paisaje es sobrecogedor. Sobre sus cabezas se abre la inmensidad de las partes superiores de la nave, en la que se adivinan salas y auténticos edificios enteros. Todo cruzado aquí y allá por raíles de energía azul por las que debían discurrir las vagonetas energéticas como en la que se encuentran en ese momento. Bajo ellos la inmensidad del hangar, con todos aquellos vehículos de fantasía. En las paredes, hasta donde alcanza la vista, colgando como en enormes columnas, cientos de naves de forma extraña, que parecen ser cazas de combate de forma curvilínea, superficie pulida y cromada, más numerosos que la flota de aviones de combate que cualquier país del viejo mundo pudiera haber tenido. Celine mira a Peter y sonríe, por unos segundos parece que todos los años de combate, de traición, de sentimientos descarnados a flor de piel desaparecen y solo es una mujer que mira con algo de añoranza, incluso, al hombre con el que compartió una parte muy importante de su vida.
-¿Estás disfrutando, eh? -Le pregunta.
-Esto es increíble. Se me encoge el corazón.
Le responde plácidamente Peter, con los ojos grises extrañamente brillantes.
-Disfruta de estos momentos en que nadie quiere matarnos.
-Cuando esto acabe, pienso volver a explorar todo esto. Estoy seguro que Bridge se apunta.
-Joder, puedes apostar el culo -responde Bridge. Luego se gira y le dice al oído a Johny-. Ver a estos dos de buen rollo me pone los pelos de punta.
-Sí, es espeluznante -le responde Walker riendo por lo bajo-. Es como si el mundo fuera a perecer en fuego y venganza.
La cabina atraviesa túneles salpicados de tuberías oscuras, maquinarias de fantasía que no pueden ni estar cerca de comprender. Atraviesa espacios enormes abiertos con auténticas mini ciudades, con altos edificios y otros más pequeños que parecen viviendas. Y vegetación, pequeños bosques y jardines de plantas extrañas que han sido preservados a lo largo de los siglos con robótico esmero por el sistema automatizado de la nave. Es como un mundo de fantasía. Un mundo de fantasía aterrador, les hace sentirse pequeños, muy pequeños, triturado todo su sistema de creencias, incluso aquellas que creían falsas. Un mundo que, como una muñeca rusa, escondía muchos mundos y que al mismo tiempo abría una puerta a un universo enorme, a la inmensidad del cosmos. Dentro de esa fascinación que les embarga, olvidan una cosa. Es un mundo de maravillas, pero también un mundo de peligro, un mundo que no les quiere allí.
-Algo va mal -la voz de Harry les despierta del ensueño de la peor manera.
Viajan por un pasillo estrecho y oscuro, solo iluminado por la luz azulada de la cabina de energía que les transporta.
-Algo, ¿Cómo qué? -Pregunta Johny, sin ningún tipo de broma en su voz.
-Algo me dice que enseguida lo vamos a saber.
No da tiempo para más. La luz azulada desaparece y la fuerza de la gravedad no especula lo más mínimo para cobrarse lo que se le debía. Caen pesadamente por una rampa hasta notar una caída libre nada desdeñable de unos cuantos metros. Peter abre las alas y coge a Thrud y a Ángelo. Bridge se encarga de Laura. A los demás, las servoarmaduras les ayudan a aterrizar sanos y salvos y Caroline cuenta con la ayuda de sus pequeños nano amigos que le confieren una resistencia sobrehumana. Caen pesadamente, pero ilesos. La cuestión es, ¿dónde? Una habitación cerrada. Quizás cinco por cinco metros. El techo no se ve. Harry da un par de pasos y empieza a trastear con la pared. Destellos de la luz azulada del display de la nave.
Chicos, tenemos un problema. Su voz adquiere un tono de lo mas macabro. Esta habitación es, ¿cómo decirlo?, un triturador de basura.
-¿En serio? -pregunta Peter con una expresión extrañamente divertida.
-¿De verdad? -Le pregunta Celine-. En una situación como esta y te emocionas porque es es un triturador de basura.
-¿Qué pasa? No entiendo -pregunta Bridge.
-En serio, Bridge -le dice Johny, categóricamente-. Si salimos de esta, lo primero que vas a hacer es ver la puta Guerra de las Galaxias. Este puto flipado -señala a Peter, que sigue sonriendo-, está tan contento como el pequeño Timmy en la noche del baile porque en una escena muy famosa de la peli los protas se quedan encerrados en un triturador de basura de la Estrella de la Muerte. El muy mamón se cree un Jedi.
-Sabes que yo sería un Sith -responde Peter.
-Sigue diciéndote eso, en el fondo eres un pastelito.
-Espera -interviene Bridge-. ¿En cuál de las pelis?
Johny y Peter responden al mismo tiempo. En la primera.
-Pero, ¿esa es la primera, primera, o la primera que era la cuarta?
-Qué te jodan Bridge -es la escueta respuesta de Peter.
Pero la voz, su tono más bien, de Harry, les saca de su amena y distendida charla.
-Chicos, de verdad que me jode interrumpir vuestra interesante charla coloquio sobre cine. Pero el ordenador de la nave ha planificado la eliminación de residuos en los próximos minutos.
Peter toca las paredes. Les mira y les indica que se vayan a la otra punta de la estancia. Cuando todos están a una distancia prudencial, empieza a formar una bola de fuego angélico en el puño derecho. El casco de la armadura aparece de la nada. Golpea la pared y una pequeña explosión les hace apartar la mirada. Cuando el humo se está desvaneciendo, Peter sigue ahí. Y la pared también, intacta.
-Estamos jodidos, dice Laura.
-Quizás podamos parar las paredes con la fuerza del Goliat y la de las armaduras, -apunta Ángelo.
-No lo entendéis -dice Harry-. Esto no es la Estrella de la Muerte. Eso es una tartana comparado con esto. Los residuos se eliminan con altas dosis de radiación. Nos van a freír.
-¿No puedes anularlo? -Grita Caroline.
-No desde aquí -responde Harry viajando por los displays de luz azulada de forma desesperada.
Bridge golpea las paredes con los puños del Goliat pero, a parte del sonido estridente, no produce ningún efecto. Hasta que el sonido de cosas oscuras y mecánicas, unido a un patente y desazonador zumbido, empieza a susurrarles ideas de lo más tranquilizadoras.
-Chicos -grita Laura-. Si vais a tener una idea brillante este es el momento.
Empieza a aumentar la temperatura, pero ninguno se atreve a decirlo. Peter mira a Johny y a Bridge y éste ve algo que jamás pensó que vería y que hace que el corazón le pese como plomo en el pecho. Las manos de Peter caen sobre los costados, abiertas, sin cerrarse en ese puño de furia que le arde a Peter en el alma. Si Peter se ha rendido, es hora de afrontar la realidad. Hay veces que la muy perra es como es, y no queda otra que cerrar los ojos y esperar que el final no duela demasiado. El calor aumenta. El sonido empieza a llenarlo todo.
Bridge abraza a Laura. Peter atrae a Thrud de la cintura hacia sí, le coge la mano a Caroline. Pero deja un segundo de tamaño cósmico para mirar a Celine y asentir con la cabeza en un gesto que intenta diga muchas cosas, aunque siente que quizás no haya dicho nada. Harry sigue ofuscado en los menús de luz azulada tratando de encontrar una salida. Johny, se enciende un cigarro y tras dos caladas, saca la armónica del bolsillo de la gabardina y entona un triste blues. Las notas se quedan en la habitación con una desesperada apatía, molesta, porque tan grandes héroes encuentren un final tan indigno. Y las notas suben. Suben, hasta rebotar en el techo. Hasta confundirse en un momento con un sonido que, de todas todas, solo puede ser una carga de impulsos dispara muy de cerca sobre la pared. Luego otro disparo, y otro. Al cuarto las luces de la habitación se apagan durante unos breves segundos para luego volver a encenderse. Nuevos sonidos metálicos y finalmente, entre una lluvia de chispas, la puerta de la depuradora de desperdicios se abre. Una figura les flanquea el paso y les apunta con rifle Multitude. Madre Mery les mira sonriente sin bajar el arma.
-Antes de nada -dice-, pensad que os he sacado de ese agujero. Pero también que os estoy apuntando. Calcular cuantos caeríais antes de poder dispararme.
No saben qué decir, afortunadamente, Madre Mary sigue hablando. Tú, guaperas, coge esto.
Le lanza a Peter un walkie. Peter lo coge, aprieta el botón y pregunta, ¿sí? Desde el otro lado, la voz metálica de Eugene les sorprende a todos. ¿Johny, estás ahí?
Peter le lanza el walkie a su amigo, que responde muy extrañado. Sí, Eugene, viejo, aquí Johny Walker.
-Me alegro de oiros chicos.
-¿Qué pasa socio? Ahí abajo parece tranquila la cosa.
-Han dejado de atacarnos, Johny. Se han acercado y han pedido una tregua y me han dado este Walkie. Me han dicho que podría hablar contigo. ¿Qué está pasando, Johny?
-No lo sé aun, viejo. Mantened posiciones y no bajeis la guardia. Johny corto.
Walker le vuelve a lanzar el walkie a Madre Mary y aprovecha cuando ella lo coge para apuntar él a la mujer.
-Creo, madame, que es hora de que se explique.
martes, 18 de abril de 2017
La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.
Episodio 27. Ve hacia la luz.
La potencia de los motores de la nave levanta el polvo del desierto en una tormenta perpetua. Debajo de ella se vive en un permanente eclipse solar. Ninguno se atreve a decirlo, pero los soldados del ejército de Inquisición tienen miedo. Bajo esa mole inmensa, con el sonido terrible de esa maquinaria incomprensible y la cortina de arena que escuece en los ojos y se pega en la ropa, en los vehículos, se mete en al boca. Han colocado los vehículos alrededor del la luz de teletransporte, en una muralla circular de varios centenares de metros y varias líneas concéntricas para dificultar el acceso hasta el centro de la nave. Nadie estaría tan loco como para atacarles, pero nunca está de más tomar precauciones. Los hombres no hablan. Se miran los unos a los otros, desconfiando de cada sombra que pueda acechar o moverse bajo la cortina de polvo. Temen descubrir algún sonido extraño entre el ruido, un enemigo oculto y paciente esperando cualquier despiste. La tensión le pondría los pelos de punta al más pintado. Pero tienen suerte, no tienen que esperar demasiado para que algo les saque de ese desesperante inmovilismo. Un sonido y luego uno de sus coches aterriza encima de otros dos creando un amasijo de hierros. Algo ha lanzado el coche como si fuera una piedra a un estanque. Las alarma corre como un reguero de pólvora. Todo el mundo se pone en guardia. Por unos segundos nada, solo el ruido de la nave. El polvo del desierto en su infinita danza. Nada. Luego unos golpes. Algo grande y pesado se está arrastrando por el desierto hacia ellos, oculto en las tinieblas. El sonido es cada vez más evidente. Son pasos, los pasos de alguna clase de monstruo. Por fin, los soldados carroñeros entrecierran los ojos porque algo está tomando forma delante de ellos, haciéndose visible entre la tormenta. Una sombra, una mole. Un sonido metálico de engranajes que mueven una fuerza descomunal, hasta que de las brumas del desierto sale una bestia mecánica, una armazón de combate, un exoesqueleto Goliath que lleva dentro a un Bridge de lo más entusiasta con las posibilidades destructivas de su nuevo juguete.
-Bajad las armas y salid corriendo de aquí y nos haré papilla.
Su voz amplificada y transformada por los altavoces del Goliath suena de puta madre. Pero esos no son bandidos de tres al cuarto, no son carroñeros vulgares. Son tíos duros, tropas de la ciudad de Inquisición, los orgullosos hijos de Madre Mary. Les tiemblan las piernas, pero aun así plantan cara, cargan sus armas y disparan, con dos cojones. Para su desgracia. El blindaje del Goliath ni se inmuta ante el calibre de las armas de los soldados enemigos, lo que arranca una carcajada borracha de satisfacción del bueno de Bridge. Y como le siguen disparando cree que sería de mala educación no responder a semejante deferencia. Da un paso al frente e inclina levemente el tronco del armazón metálico, con una sola o intención, posicionar las dos enormes ametralladoras de impulsos colocadas en los hombros. Cuando abre fuego, siente que el mismísimo Satán se escondería detrás de cualquier piedra, agarrándose las rodillas y llorando como un bebé. El horizonte queda barrido por la cadencia de lo proyectiles. Retuercen el metal de los vehículos y aumentan la temperatura del desierto. Bridge no puede evita dejarse llevar por un entusiasmo enfermizo y asesino y grita, como echando un pulso al sonido estridente de la nave, de sus cañones, del puto infierno encarnado en un tipo con mucha rabia dentro después de años de malas rachas y muchas peleas. De hecho, sigue gritando aun después de dejar de disparar, aspirando metafóricamente el polvo del desierto que ha levantado su furia. Y los gritos, los gritos del caos que empiezan a llegarle cuando los oídos se le acostumbran. A su lado ya se han posicionado sus amigos, Harry, Ángelo y Laura, aprovechando la cobertura que da el cuerpo enorme del Goliath. Empiezan a dispara de inmediato, sin dar un respiro a las tropas enemigas que no tardarán en darse cuenta que son mucho más numerosas, aunque afortunadamente tienen algo a su favor que puede dilatar uno segundos más las terrible epifanía de las tropas enemigas. Surge de entre la neblina de arena el grito inconfundible de los girazombis. Ojillos rojos salvajes se dibuja por todas partes y en un segundo, secundados por los disparos de Eugene y los demás girasoles, las hordas de almas en pena se lanzan con rabia furiosa sobre los pobres soldados de Inquisición. Serán solo unos segundos de ventaja, piensa Bridge, pero coño, bien venidos sean. Comienza a moverse y el desierto se queja bajo el peso de su máquina de guerra.
Algo pasa al otro lado del campamento y los hombres de el Inquisición tensan sus músculos, sus corazones y sus armas. Están preparados para esto. Patrullan entre los vehículos, aunque la visibilidad no va más allá de un metro delante de sus narices. El sonido de la nave lo aplasta todo. Todo. Todo menos un vago sonido que llega hasta una de las patrullas de vigilancia, unos diez hombres armados hasta los dientes. Es el sonido de una armónica, que desafía la tormenta sonora, como el sonido de una cascada lejana en medio de la noche. Las armas apuntan al frente, tratando de horadar la tormenta de arena. Un silbido triste, una melodía que se enrosca en los remolinos de aire. Un hilo dorado de sonido que lleva a los buenos muchachos de Inquisición hasta la silueta de un hombre. Le apuntan y la música cesa, el destello de un mechero encendiendo un cigarrillo la sustituye. El ascua es como una estrella lejana. ¡Quieto! Le dicen. La silueta del hombre, que estaba apoyado en uno de los vehículos, se gira para hacerles frente y se va convirtiendo en un hombre. Lleva una gabardina que deja entre ver una peligrosa servoarmadura. Un sombrero de vaquero deja sus ojos velados por un perpetuo misterio. Otra calada. Mira a los soldados al tiempo que detrás de él aparecen tres mujeres, increíblemente bellas las tres y con aspecto de ser tan hermosas como peligrosas. Una morena, una pelirroja y una rubia a la que le brillan los ojos. El hombre mira a sus compañeras y sonríe. Johny le pega una otra larga calada al cigarro, lo tira y desenfunda dos pistolas al tiempo que dice, ¿vas a ladrar, perrito, o vas morder? Y se lía. Los pobre soldados quieren reaccionar pero caen fulminados por los disparos de Johny, Celine y Caroline, menos dos de ellos, cuya vida es arrebatada con centelleante rapidez por las espadas de Thrud. Muchos más soldados son atraídos por los sonidos de la lucha y los compañeros tienen que buscar cobertura tras los vehículos que el ejército enemigo ha ido dejando aquí y allá.
-Hay que moverse, si nos rodean estamos perdidos -grita Celine al tiempo que suelta una ráfaga con su rifle de asalto. La superioridad de sus armas es lo que hace que las tropas enemigas sean más cautelosas a la hora de lanzarse a por ellos.
-En eso estamos todos de acuerdo, guapa -le responde Johny-. Pero ahí fuera está cayendo una que flipas.
-Tendremos que separarnos -Caroline chilla todo lo que puede para hacerse oír-. Celine y yo por un lado y tú y Thrud por otro. Dos equipos con una servoarmadura cada uno.
-Buen plan -responde Thrud.
Johny asiente y se ríe diciendo, sí, ahora solo falta que esos muchachos dejen de dispararnos.
Pero sus palabras y su risa son interrumpidas por el sonido de una roca enorme cayendo sobre el coche que les sirve de refugio y aplastando el techo. Les han dejado de disparar, pero solo porque sobre ellos se laza un super mutante de más de tres metros de alto, ataviado de pies a cabeza con una armadura tosca, pero sólida. El bicho se mueve hacia ellos con sorprendente velocidad para su enorme tamaño y para todo el metal que lleva encima. Salta y cae sobre el techo golpeando el lateral del coche con una enorme maza hecha con acero y cemento, justo en un segundo después de que ellos puedan esquivarlo. Se rehacen, le disparan, pero la armadura aguanta, al menos aguantará lo suficiente para que ese monstruo no cese en su empeño de aplastarles. Celine salta y de una voltereta consigue encaramarse sobre los hombros del mutante, descargando ráfagas sobre el casco que le protege la cabeza. Johny salta, y aprovechando la fuerza que le da la armadura, golpea con una tremenda patada en el pecho que hace que el gigante se tambaleé, lo que aprovecha Celine para hacer fuerza y conseguir que la mole caiga al suelo, saltando ella con una grácil voltereta hacia atrás en el último momento. Los cuatro se echan sobre el enemigo caído y descargan sus armas, pero la armadura sigue aguantando y tienen que esquivar, esta vez por los pelos, un mandoble con la maza que barre el suelo del desierto alrededor del gigante. Intenta levantarse y cuando está de rodillas, una rayo dorado corta el aire, Thrud se lanza, esquiva un mandoble de la maza derrapando sobre su espalda y, al incorporarse de un salto hacia arriba, clava la punta de una de sus espadas bajo el casco de la armadura, haciendo que salte por los aires. El gigante no se amedrenta y consigue golpear con el puño a la valquiria, lanzándola por los aires. Pero eso es solo un segundo antes de que su cabeza estalle, pues es todo el tiempo que han necesitado Johny, Celine y Caroline para acertarle de lleno en un magnífico duelo de excelentes tiradores. Gritan de alegría y como siempre, la alegríales dura muy poco. Un gruñido a su espalda hace que sepan, aun incluso antes de darse la vuelta, que algo malo les acecha. Y cuando se giran y ven otros tres supermutantes, del mismo tamaño que el que acaban de abatir, con las mismas armaduras y mazas y hachas más grandes que un hombre. Joder, es lo único que acierta a decir Johny y toma aire. Si uno casi les mata, tres, ni con las armaduras. Algo le dice que hasta ahí han llegado. Algo se lo dice, hasta que una voz le hace girarse y sentir que quizás había tirado la toalla demasiado pronto. Dispersaos, dos grupos, nos vemos en el centro. La voz de Peter suena a muerte.
- ¿Qué piensas hacer tú? -Le pregunta Thrud, sabiendo de sobra la respuesta.
- No te preocupes por mí.
- ¿Has perdido la puta cabeza? -Le grita Caroline-. Son tres.
-Hay que probar esta maravilla.
De la nada, el casco de la armadura se cierra sobre la cabeza de Peter. Rápido, dice, dividiros y dividir sus fuerzas.
- No dejes que te maten todavía -Johny le sonríe y se aprietan los antebrazos.
- No tengo intención.
Sus amigos se van y se pierden en la turbia atmósfera bajo la nave. Se oyen disparos y Peter se permite un segundo para preocuparse por sus amigos, por Thrud. Pero no tiene más que ese segundo.
SU ARMADURA ES DÉBIL EN LOS COSTADOS. La voz de la armadura le rebota en la cabeza. TU ESPADA CON NUESTRA AYUDA DEBERÍA ATRAVESARLAS.
Pues a ver si se dejan. Sin más lanza una bola de fuego que derriba al gigante de en medio. Cuando los otros dos se lanzan a por él, sus armas no le encuentran, porque echa a volar y arroja otra bola de fuego que les cae sobre las cabezas como una lluvia de fuego, lo que le da tiempo para llegar hasta el monstruo caído. Corriendo esquiva el mandoble del hacha que le lanza la criatura, para otro con la espada y llega debajo del brazo derecho del mutante. Con un certero movimiento, salta, le hunde la espada en el costado y la saca inmediatamente, para que no se quede atrancada, y se aleja hacia atrás batiendo las alas. El mutante emite un triste gorgoteo y cae redondo al suelo. Aterriza y limpia la hoja de la espada con un gesto enérgico.
- Si salís corriendo prometo mirar para otro lado.
Se posicionan para ganar sus flancos y Peter se encoge de hombros y dice, supongo que no, no os vais a ir corriendo.
Se lanza volando contra el que tiene a su derecha y le golpea en el pecho del tipo con una fuerte patada. La fuerza que le da la armadura abolla la armadura. DOS COSTILLAS ROTAS, escuch en su cabeza. El mutante cae sobre las rodillas. Lanza una bola de fuego al otro y aprovecha el tiempo que le da para emprenderla a espadazos contra la cabeza del mutante arrodillado. Con furia brutal consigue atravesar el casco y la criatura imita a su colega dejando una parduzca mancha de sangre extraña en el suelo al caer muerto. Está arto, aunque la armadura hace que acuse menos el cansancio. Corre en dirección al último y lanza otra bola de fuego angélico que al golpearle en el pecho y hace que esta vez partes de la armadura salgan disparadas. La armadura le marca un punto débil en la del mutante y lanza a Tadeusz que se clava hasta la empuñadura un poco más abajo del cuello del monstruo.
Cuando Bridge y los otros llegan al rayo de luz que sale de la nave, Celine, Caroline, Johny y Thrud ya están allí, rodeados de cuerpos caídos de enemigos.
-¿Y Peter? - Pregunta, temiéndose lo peor.
Tras un segundo de duda, Celine señala al cielo y ven la figura alada de Peter llegando hasta ellos.
- ¿A qué estáis esperando? Se nos van a echar encima.
- No sabemos muy bien qué hacer -responde Ángelo.
- ¿No habéis visto nunca una película?
Peter se acerca sin dudar al rayo de luz y en cuanto entra en él desaparece. Se miran unos a otros. Harry es el siguiente en entrar y uno a uno les van siguiendo. Hasta que solo queda Bridge. Se da un segundo, porque siente que se está enfrentando a algo más trascendental y ancestral que cualquier cosa que se haya cruzado en sus caminos. Luego los sonidos del ejército enemigo que llegan desde todos los rincones le sacan sin contemplaciones de su introspección. Da un paso adelante y una inmensa luz le ciega.
La potencia de los motores de la nave levanta el polvo del desierto en una tormenta perpetua. Debajo de ella se vive en un permanente eclipse solar. Ninguno se atreve a decirlo, pero los soldados del ejército de Inquisición tienen miedo. Bajo esa mole inmensa, con el sonido terrible de esa maquinaria incomprensible y la cortina de arena que escuece en los ojos y se pega en la ropa, en los vehículos, se mete en al boca. Han colocado los vehículos alrededor del la luz de teletransporte, en una muralla circular de varios centenares de metros y varias líneas concéntricas para dificultar el acceso hasta el centro de la nave. Nadie estaría tan loco como para atacarles, pero nunca está de más tomar precauciones. Los hombres no hablan. Se miran los unos a los otros, desconfiando de cada sombra que pueda acechar o moverse bajo la cortina de polvo. Temen descubrir algún sonido extraño entre el ruido, un enemigo oculto y paciente esperando cualquier despiste. La tensión le pondría los pelos de punta al más pintado. Pero tienen suerte, no tienen que esperar demasiado para que algo les saque de ese desesperante inmovilismo. Un sonido y luego uno de sus coches aterriza encima de otros dos creando un amasijo de hierros. Algo ha lanzado el coche como si fuera una piedra a un estanque. Las alarma corre como un reguero de pólvora. Todo el mundo se pone en guardia. Por unos segundos nada, solo el ruido de la nave. El polvo del desierto en su infinita danza. Nada. Luego unos golpes. Algo grande y pesado se está arrastrando por el desierto hacia ellos, oculto en las tinieblas. El sonido es cada vez más evidente. Son pasos, los pasos de alguna clase de monstruo. Por fin, los soldados carroñeros entrecierran los ojos porque algo está tomando forma delante de ellos, haciéndose visible entre la tormenta. Una sombra, una mole. Un sonido metálico de engranajes que mueven una fuerza descomunal, hasta que de las brumas del desierto sale una bestia mecánica, una armazón de combate, un exoesqueleto Goliath que lleva dentro a un Bridge de lo más entusiasta con las posibilidades destructivas de su nuevo juguete.
-Bajad las armas y salid corriendo de aquí y nos haré papilla.
Su voz amplificada y transformada por los altavoces del Goliath suena de puta madre. Pero esos no son bandidos de tres al cuarto, no son carroñeros vulgares. Son tíos duros, tropas de la ciudad de Inquisición, los orgullosos hijos de Madre Mary. Les tiemblan las piernas, pero aun así plantan cara, cargan sus armas y disparan, con dos cojones. Para su desgracia. El blindaje del Goliath ni se inmuta ante el calibre de las armas de los soldados enemigos, lo que arranca una carcajada borracha de satisfacción del bueno de Bridge. Y como le siguen disparando cree que sería de mala educación no responder a semejante deferencia. Da un paso al frente e inclina levemente el tronco del armazón metálico, con una sola o intención, posicionar las dos enormes ametralladoras de impulsos colocadas en los hombros. Cuando abre fuego, siente que el mismísimo Satán se escondería detrás de cualquier piedra, agarrándose las rodillas y llorando como un bebé. El horizonte queda barrido por la cadencia de lo proyectiles. Retuercen el metal de los vehículos y aumentan la temperatura del desierto. Bridge no puede evita dejarse llevar por un entusiasmo enfermizo y asesino y grita, como echando un pulso al sonido estridente de la nave, de sus cañones, del puto infierno encarnado en un tipo con mucha rabia dentro después de años de malas rachas y muchas peleas. De hecho, sigue gritando aun después de dejar de disparar, aspirando metafóricamente el polvo del desierto que ha levantado su furia. Y los gritos, los gritos del caos que empiezan a llegarle cuando los oídos se le acostumbran. A su lado ya se han posicionado sus amigos, Harry, Ángelo y Laura, aprovechando la cobertura que da el cuerpo enorme del Goliath. Empiezan a dispara de inmediato, sin dar un respiro a las tropas enemigas que no tardarán en darse cuenta que son mucho más numerosas, aunque afortunadamente tienen algo a su favor que puede dilatar uno segundos más las terrible epifanía de las tropas enemigas. Surge de entre la neblina de arena el grito inconfundible de los girazombis. Ojillos rojos salvajes se dibuja por todas partes y en un segundo, secundados por los disparos de Eugene y los demás girasoles, las hordas de almas en pena se lanzan con rabia furiosa sobre los pobres soldados de Inquisición. Serán solo unos segundos de ventaja, piensa Bridge, pero coño, bien venidos sean. Comienza a moverse y el desierto se queja bajo el peso de su máquina de guerra.
Algo pasa al otro lado del campamento y los hombres de el Inquisición tensan sus músculos, sus corazones y sus armas. Están preparados para esto. Patrullan entre los vehículos, aunque la visibilidad no va más allá de un metro delante de sus narices. El sonido de la nave lo aplasta todo. Todo. Todo menos un vago sonido que llega hasta una de las patrullas de vigilancia, unos diez hombres armados hasta los dientes. Es el sonido de una armónica, que desafía la tormenta sonora, como el sonido de una cascada lejana en medio de la noche. Las armas apuntan al frente, tratando de horadar la tormenta de arena. Un silbido triste, una melodía que se enrosca en los remolinos de aire. Un hilo dorado de sonido que lleva a los buenos muchachos de Inquisición hasta la silueta de un hombre. Le apuntan y la música cesa, el destello de un mechero encendiendo un cigarrillo la sustituye. El ascua es como una estrella lejana. ¡Quieto! Le dicen. La silueta del hombre, que estaba apoyado en uno de los vehículos, se gira para hacerles frente y se va convirtiendo en un hombre. Lleva una gabardina que deja entre ver una peligrosa servoarmadura. Un sombrero de vaquero deja sus ojos velados por un perpetuo misterio. Otra calada. Mira a los soldados al tiempo que detrás de él aparecen tres mujeres, increíblemente bellas las tres y con aspecto de ser tan hermosas como peligrosas. Una morena, una pelirroja y una rubia a la que le brillan los ojos. El hombre mira a sus compañeras y sonríe. Johny le pega una otra larga calada al cigarro, lo tira y desenfunda dos pistolas al tiempo que dice, ¿vas a ladrar, perrito, o vas morder? Y se lía. Los pobre soldados quieren reaccionar pero caen fulminados por los disparos de Johny, Celine y Caroline, menos dos de ellos, cuya vida es arrebatada con centelleante rapidez por las espadas de Thrud. Muchos más soldados son atraídos por los sonidos de la lucha y los compañeros tienen que buscar cobertura tras los vehículos que el ejército enemigo ha ido dejando aquí y allá.
-Hay que moverse, si nos rodean estamos perdidos -grita Celine al tiempo que suelta una ráfaga con su rifle de asalto. La superioridad de sus armas es lo que hace que las tropas enemigas sean más cautelosas a la hora de lanzarse a por ellos.
-En eso estamos todos de acuerdo, guapa -le responde Johny-. Pero ahí fuera está cayendo una que flipas.
-Tendremos que separarnos -Caroline chilla todo lo que puede para hacerse oír-. Celine y yo por un lado y tú y Thrud por otro. Dos equipos con una servoarmadura cada uno.
-Buen plan -responde Thrud.
Johny asiente y se ríe diciendo, sí, ahora solo falta que esos muchachos dejen de dispararnos.
Pero sus palabras y su risa son interrumpidas por el sonido de una roca enorme cayendo sobre el coche que les sirve de refugio y aplastando el techo. Les han dejado de disparar, pero solo porque sobre ellos se laza un super mutante de más de tres metros de alto, ataviado de pies a cabeza con una armadura tosca, pero sólida. El bicho se mueve hacia ellos con sorprendente velocidad para su enorme tamaño y para todo el metal que lleva encima. Salta y cae sobre el techo golpeando el lateral del coche con una enorme maza hecha con acero y cemento, justo en un segundo después de que ellos puedan esquivarlo. Se rehacen, le disparan, pero la armadura aguanta, al menos aguantará lo suficiente para que ese monstruo no cese en su empeño de aplastarles. Celine salta y de una voltereta consigue encaramarse sobre los hombros del mutante, descargando ráfagas sobre el casco que le protege la cabeza. Johny salta, y aprovechando la fuerza que le da la armadura, golpea con una tremenda patada en el pecho que hace que el gigante se tambaleé, lo que aprovecha Celine para hacer fuerza y conseguir que la mole caiga al suelo, saltando ella con una grácil voltereta hacia atrás en el último momento. Los cuatro se echan sobre el enemigo caído y descargan sus armas, pero la armadura sigue aguantando y tienen que esquivar, esta vez por los pelos, un mandoble con la maza que barre el suelo del desierto alrededor del gigante. Intenta levantarse y cuando está de rodillas, una rayo dorado corta el aire, Thrud se lanza, esquiva un mandoble de la maza derrapando sobre su espalda y, al incorporarse de un salto hacia arriba, clava la punta de una de sus espadas bajo el casco de la armadura, haciendo que salte por los aires. El gigante no se amedrenta y consigue golpear con el puño a la valquiria, lanzándola por los aires. Pero eso es solo un segundo antes de que su cabeza estalle, pues es todo el tiempo que han necesitado Johny, Celine y Caroline para acertarle de lleno en un magnífico duelo de excelentes tiradores. Gritan de alegría y como siempre, la alegríales dura muy poco. Un gruñido a su espalda hace que sepan, aun incluso antes de darse la vuelta, que algo malo les acecha. Y cuando se giran y ven otros tres supermutantes, del mismo tamaño que el que acaban de abatir, con las mismas armaduras y mazas y hachas más grandes que un hombre. Joder, es lo único que acierta a decir Johny y toma aire. Si uno casi les mata, tres, ni con las armaduras. Algo le dice que hasta ahí han llegado. Algo se lo dice, hasta que una voz le hace girarse y sentir que quizás había tirado la toalla demasiado pronto. Dispersaos, dos grupos, nos vemos en el centro. La voz de Peter suena a muerte.
- ¿Qué piensas hacer tú? -Le pregunta Thrud, sabiendo de sobra la respuesta.
- No te preocupes por mí.
- ¿Has perdido la puta cabeza? -Le grita Caroline-. Son tres.
-Hay que probar esta maravilla.
De la nada, el casco de la armadura se cierra sobre la cabeza de Peter. Rápido, dice, dividiros y dividir sus fuerzas.
- No dejes que te maten todavía -Johny le sonríe y se aprietan los antebrazos.
- No tengo intención.
Sus amigos se van y se pierden en la turbia atmósfera bajo la nave. Se oyen disparos y Peter se permite un segundo para preocuparse por sus amigos, por Thrud. Pero no tiene más que ese segundo.
SU ARMADURA ES DÉBIL EN LOS COSTADOS. La voz de la armadura le rebota en la cabeza. TU ESPADA CON NUESTRA AYUDA DEBERÍA ATRAVESARLAS.
Pues a ver si se dejan. Sin más lanza una bola de fuego que derriba al gigante de en medio. Cuando los otros dos se lanzan a por él, sus armas no le encuentran, porque echa a volar y arroja otra bola de fuego que les cae sobre las cabezas como una lluvia de fuego, lo que le da tiempo para llegar hasta el monstruo caído. Corriendo esquiva el mandoble del hacha que le lanza la criatura, para otro con la espada y llega debajo del brazo derecho del mutante. Con un certero movimiento, salta, le hunde la espada en el costado y la saca inmediatamente, para que no se quede atrancada, y se aleja hacia atrás batiendo las alas. El mutante emite un triste gorgoteo y cae redondo al suelo. Aterriza y limpia la hoja de la espada con un gesto enérgico.
- Si salís corriendo prometo mirar para otro lado.
Se posicionan para ganar sus flancos y Peter se encoge de hombros y dice, supongo que no, no os vais a ir corriendo.
Se lanza volando contra el que tiene a su derecha y le golpea en el pecho del tipo con una fuerte patada. La fuerza que le da la armadura abolla la armadura. DOS COSTILLAS ROTAS, escuch en su cabeza. El mutante cae sobre las rodillas. Lanza una bola de fuego al otro y aprovecha el tiempo que le da para emprenderla a espadazos contra la cabeza del mutante arrodillado. Con furia brutal consigue atravesar el casco y la criatura imita a su colega dejando una parduzca mancha de sangre extraña en el suelo al caer muerto. Está arto, aunque la armadura hace que acuse menos el cansancio. Corre en dirección al último y lanza otra bola de fuego angélico que al golpearle en el pecho y hace que esta vez partes de la armadura salgan disparadas. La armadura le marca un punto débil en la del mutante y lanza a Tadeusz que se clava hasta la empuñadura un poco más abajo del cuello del monstruo.
Cuando Bridge y los otros llegan al rayo de luz que sale de la nave, Celine, Caroline, Johny y Thrud ya están allí, rodeados de cuerpos caídos de enemigos.
-¿Y Peter? - Pregunta, temiéndose lo peor.
Tras un segundo de duda, Celine señala al cielo y ven la figura alada de Peter llegando hasta ellos.
- ¿A qué estáis esperando? Se nos van a echar encima.
- No sabemos muy bien qué hacer -responde Ángelo.
- ¿No habéis visto nunca una película?
Peter se acerca sin dudar al rayo de luz y en cuanto entra en él desaparece. Se miran unos a otros. Harry es el siguiente en entrar y uno a uno les van siguiendo. Hasta que solo queda Bridge. Se da un segundo, porque siente que se está enfrentando a algo más trascendental y ancestral que cualquier cosa que se haya cruzado en sus caminos. Luego los sonidos del ejército enemigo que llegan desde todos los rincones le sacan sin contemplaciones de su introspección. Da un paso adelante y una inmensa luz le ciega.
martes, 31 de enero de 2017
La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.
Episodio 26. Arqueología estelar.
Cuando el cielo se parte, jodida y literalmente en dos, y la historia y el cosmos y toda la puta madre que los parió a ellos y a todos los ángeles del cielo te dan un severo puntapié en la base del cráneo, puedes actuar de dos maneras. La primera, y la más normal en un ser humano corriente, es, joder, fliparlo en colores y hacer un serio esfuerzo para que tu esfínter no tire la toalla. Por lo menos quedarte con los ojos como platos y sin una maldita palabra que llevarte a la boca. La otra, la otra es la de Peter. Y esa denota muchas cosas, además de un absoluto desprecio por la vida propia y ya no digamos por la de los demás. Es la opción de ponerte a dar gritos de alegría y asombro ante el espectáculo demencial que se está produciendo delante de tus ojos. Porque lo que es los demás, cuando el cielo, insisto, se parte en dos y el sonido atronador de un objeto inmenso atravesando la atmósfera casi les deja sordos, se quedan estupefactos. Pero Peter Connors, no. Peter Connors, cuando una nave espacial alienígena, por lo que se ve, milenaria, se queda en suspensión a varios cientos metros de la superficie y a unos diez kilómetros de dónde están ellos, se pone a dar gritos de alegría como un niño al que el puto gordo de Santa Claus le ha traído justo el juguete que quería. Y es que ese es Peter Connors, capaz de asimilar que es el hijo del Diablo sin mucho problema, pero al que el hecho de que los extraterrestres existan le parece la cosa más jodídamente cool que le ha pasado en la vida. Es evidente que no fue un niño muy feliz. Porque la verdad, la cruda verdad, es que la nave que ha aparecido en el cielo es terrorífica. Se podría describir como dos inmensos zigurats de metal, de varios cientos de metro de alto y algunos kilómetros de perímetro, unidos por una sección transversal horizontal alargada de varios kilómetros de longitud. Una inmensa ciudad volante arrancada de algún lugar remoto y oscuro del cosmos. El gran Sorbinus sonríe como un bellaco, el cabrón.
-Contemplad la grandeza de La Devoradora de Mundos, joya de la antaño gloriosa armada espacial de Nibiru y nave insignia del mismísimo Enki. En su interior se haya el Trono, que nos devolverá la grandeza del señor Annunaki. Y no os preocupéis, amigos. A pesar de haber sido mis enemigos, soy un ser generoso y no le privaría a nadie el regocijo de contemplar, al menos una vez en su vida, a nuestro gran señor.
-Te arrancare la maldita cabeza y te la meteré por el culo, Gran Sorbete de lo que sea -le escupe Celine
Pero Sorbinus no le contesta. Solo levanta los brazos y la nave emite inmediatamente un rugido mecánico que les hiela la sangre. Por todo el casco se iluminan luces. La bestia está cobrando vida. Sorbinus sigue rugiendo y ellos, al igual que también todo el ejercito de Madre Mary, tiemblan.
Hasta la emoción de Peter, presa de su infantil entusiasmo por los ovnis, se desvanece ante el aterrador sonido de la bestia mecánica milenaria. Los motores anti gravitacionales amenazan con partir en dos el suelo. Otro rugido, peor que cualquier trueno. Peor que la tierra abierta en canal por el más terrible de los terremotos. Otro rugido y luego la luz, como venida de la mismísima mano de Dios. Un rayo cegador que sale dela base de la nave y toca el suelo con un resplandor que hace palidecer al sol que trata de reivindicar su reinado en lo alto del cielo.
-La puerta está abierta -grita el Gran Sorbinus-. Ha llegado el momento. Seguidme, desarrapados de la tierra y conoceréis al verdadero Dios.
-¿Y qué hacemos con ellos? -Pregunta Madre Mary.
-Que vivan. Quiero que lo vean todo. Quiero que abandonen este mundo con la imagen de la grandeza de Enki como último recuerdo.
Y los compañeros observan como el ejército de Madre mary se repliega y se dirige haciE la enorme nave. El suelo bajo sus rodillas es dolorosamente real de pronto. La tarde es dolorosamente pesada. El sonido de los motores de la nave atrona en los oídos y les hace sentirse pequeños, muy pequeños. Casi pequeños en el espacio y en el tiempo. Aplastados por una bruma cósmica que se come la era en la que les ha tocado vivir, de pronto la invasión de los girasoles mutantes apenas parece una anécdota en un juego mayor en el que solo son las astillas que forman las verdaderas piezas. Y el polvo del desierto se levanta y les golpea el pelo, la cara, las ropas, como si nada, como si fueran meras estatuas, cactus sin tragedia detrás, rocas sin futuro. Ciento cincuenta hombres se han quedado para vigilarles. Al mando de ellos el otro de los grandes generales de Madre Mary, Albert, que les mira desde sus dos metros de altura con los cuatro brazos cruzados como si solo fueran una mercancía, como si el trámite de mantenerles con vida hasta que le den la orden de lo contrario solo fuera un engorro administrativo que debe cumplir. Las rastas blancas se mueven levemente mecidas por el viento. El tipo en sí es una pesadilla.
Johny mira el montón donde han dejado sus armas, incluida Tadeusz. No sabría bien decir por qué, pero eso a Johny, así, de pronto, le parece una estupidez. Su cabeza trabaja rápido, aunque aun le queda algo del whisky de la noche pululando por las neuronas. Hay que hacer algo. Siente ese cosquilleo en los dedos cuando los nervios le piden que apriete el gatillo, solo que en ese preciso instante no tienen ningún endemoniado gatillo que apretar. Pero eso no quiere decir que no quiera dar guerra hasta el último momento. Solo mira a sus camaradas de reojo, pero sabe que sienten y piensan exactamente lo mismo. Hay que actuar. Cada segundo como un grano de un maníaco reloj de arena. Las miradas como sentencias de muerte. La vida condenada a una esquizofrénica cámara lenta. En esas situaciones rezas por algo que mande el puto equilibrio a tomar por el culo. Una explosión, el clímax de la maldita ópera, un detonante que engulla la nitroglicerina de las venas. Joder, a veces, los dioses no tienen ninguna gana de defraudar a sus humildes espectadores. Y las cosas pasas, coño, porque tienen que pasar. Al principio, solo un zumbido leve. No un sonido, ni un temblor, solo algo que se hace un hueco etre el ruido de los motores de la nave. Luego sí que se nota un leve temblor en la tierra. Hasta que por fin se puede ver, hacia el oeste, primero una mancha, luego una clara polvareda que algo está arrancándole al desierto. Los hombres y el general de madre Mary entienden que algo se acerca a ellos. Unos segundos más tarde, el rugido de varias decenas de motores hace su entrada en escena.
El general Albert entorna esos terribles ojos rojos y mira la nube de polvo que, poco a poco, se va aclarando. Huele la batalla en el aire con los dos orificios de la cara que le hacen de nariz. El sonido de las dos enormes espadas cortando el aire es casi glaciar. Chicos, dice, vamos a tener fiesta. La nube se ha disipado por fin. Camiones y furgonetas de todo tipo se han parado a unos veinte metros de distancia. Uno de los coches se abre y de dentro baja un hombre enjuto. No se le ve bien la cara, por culpa de la poblada barba y por el parche que le cubre el ojo izquierdo.
-Chicos, parece que os habéis vuelto a meter en un lío. ¿Necesitáis una ayudita? -Les grita Ángelo, sonriendo abiertamente.
-Puto loco -le responde Bridge- ¿Dónde te habías metido?
-He ido a buscar unos amigos.
La puerta del copiloto del coche se abre y de ella baja un tipo enfundado en una vieja servoarmadura. Se quita el casco y la cara bonachona y sonriente de un girasol mutante les saluda.
-Johny, Bridge, Caroline, hola.chicos. Hemos venido a ayudar.
-¡Eugene! -grita Johny-. Maldito girasol chiflado. No sabes como nos alegra veros.
-Estoy seguro Johny. Y más que os vais a alegrar. ¡Chicos!
De los camiones bajan girasoles armados hasta los dientes. El sonido de armas cargándose le hace un guiño al viento.
-Acaso pensáis que un puñado de plantas hará temblar a los terribles soldados del Inquisición -escupe el gran General Albert-. Nosotros somos la nueva plaga.
-Bueno, esperábamos que nuestra mera presencia fuera suficiente, la verdad -responde Ángelo en tono burlón-. Pero por si acaso hemos traído uno cuantos amigos.
Hace un gesto con las manos hacia adelante y es respondido por el sonido al abrirse de los portones de los camiones. Un silencio que apenas dura unos segundos y un murmullo que hiela la sangre y que todos los que vivieron, o sobrevivieron, la invasión de los girasoles mutantes, conocen de sobra. Luego ya está todo dicho y hecho. Hordas de girazombis se lanzan como locos contra los soldados de Inquisición y sobre el sorprendido Albert. Y eso es el resorte que Peter necesitaba. Se pone en pie y estira la mano y como respondiendo a su llamada, Tadeusz sale disparada llegando hasta a él, que cierra un puño de acero sobre la reconfortante y familiar geometría de la empuñadura.
Bridge, Johny y los demás le miran asombrados, pero no tienen tiempo de preguntar. Los guardias más cercanos que les custodiaban tampoco tienen tiempo de mucho antes de que Peter acabe con ellos. En un suspiro que no es ni una brizna de viento en medio la batalla están armados y listos para pelear. Eugene y Ángelo llegan hasta ellos corriendo. No hay tiempo para saludos efusivos. Además, un incomodo nudo les encoje la garganta, aunque los girazombis les ignoran y centran su sangrienta atención en los soldados enemigos, estar rodeados por centenares de ellos no es la cosa que más feliz les hace. La imponente figura del general Albert se planta delante de ellos, con las dos enormes espadas listas para cortar en dos el mundo si hace falta. Pero no le va a dar tiempo. Peter grita un, ya estoy harto, que sorprende hasta a sus compañeros. Se lanza contra los más de dos metros de Albert, y gritando frases entrecortadas, de las que solo se puede extraer algo así como, ¿quién coño te crees que eres?, yo soy el puto Peter Connors y cosas por el estilo, esquiva los golpes del general y de tres certeros movimientos, cercena armadura y músculos y las piernas de Albert se doblan bajo el yugo de ese acero implacable. De rodillas, trata de morir de forma honorable, pero Peter le atraviesa la garganta y la vida se escapa de esos ojos rojos con un gorgoteo de lo menos honorable. El duelo apenas a durado unos segundos y los compañeros se quedan sin poder reaccionar, a veces la furia asesina de Peter tiene ese efecto. Él, por su parte, sigue dando patadas al cadáver de Albert gritando que él es el jodido Peter Connors. Ángelo se acerca por detrás y le calma, aunque da un paso atrás cuando Peter se gira y parece no reconocerle. Grita de rabia y acaba de cercenar la cabeza de Albert de un certero tajo. Tranquilo, amigo, se acabó, creo que está muerto.
-Estoy tranquilo.
-Sí, sí, eres la viva imagen de la calma.
Se agrupan en torno a Peter y el cuerpo de Albert. A su alrededor, la breve batalla llega a su fin y las voces de los girazombis se van acallando a medida que lo hacen las de las victimas que masacrar. Acabada la faena, se quedan inmóviles, con la mirada perdida y la respiración entrecortada a la espera de una orden, de que les marquen un nuevo objetivo.
Da escalofríos verlos así, parados, babeando, expectantes.
En marcha, dice Peter. Tenemos una nave que derribar.
-Te olvidas del ejército que hay en medio -la voz de Harry suena a una terrible tristeza.
-Nosotros también tenemos uno, ¿no? -Bridge mira con algo de congoja a las horda de girasoles.
-Necesitaremos un plan -añade Johny.
Peter sonríe. Mira los zombis, los soldados girasoles, el armazón del Goliath encima de Betsy. La Valkiria, cruza una mirada fiera con Celine e intercambia una sonrisa de complicidad con Johny.
-Nos hemos visto en peores -añade por fin.
Se encaminan hacia Betsy. Casi caminando a cámara lenta y con una música épica de fondo.
-una cosa -dice de pronto Bridge-. ¿Cómo has hecho eso de la espada, qué vuele hasta tu mano?
Peter sonríe. Un viejo truco Jedi.
-¿Jedi?
-Sí, Jedi, ya sabes, Star Wars.
-Ah -contesta Bridge-. No la vi.
Todos se detienen en seco y se quedan mirando a Bridge. La música se detiene.
-Tío. Todo el mundo ha visto Star Wars.
-Hasta nosotros la vimos en el viejo cine de nuestra ciudad -dice Eugene.
Todos ríen. Bridge se encoge de hombros. Bueno, hay mucha gente que no la ha visto, digo yo.
-Sí -apunta Peter-. Los ciegos.
-Y los muertos -añade Johny.
Todos ríen mientras andan hacia Betsy.
-Bueno, pero en serio, ¿cómo hiciste que la espada fuera saltara hasta tu mano? -Insiste Bridge, y sus carcajadas suenan con alegría, aunque sean, casi seguro, las últimas que se vayan a oír en aquella región en muchas horas.
Cuando el cielo se parte, jodida y literalmente en dos, y la historia y el cosmos y toda la puta madre que los parió a ellos y a todos los ángeles del cielo te dan un severo puntapié en la base del cráneo, puedes actuar de dos maneras. La primera, y la más normal en un ser humano corriente, es, joder, fliparlo en colores y hacer un serio esfuerzo para que tu esfínter no tire la toalla. Por lo menos quedarte con los ojos como platos y sin una maldita palabra que llevarte a la boca. La otra, la otra es la de Peter. Y esa denota muchas cosas, además de un absoluto desprecio por la vida propia y ya no digamos por la de los demás. Es la opción de ponerte a dar gritos de alegría y asombro ante el espectáculo demencial que se está produciendo delante de tus ojos. Porque lo que es los demás, cuando el cielo, insisto, se parte en dos y el sonido atronador de un objeto inmenso atravesando la atmósfera casi les deja sordos, se quedan estupefactos. Pero Peter Connors, no. Peter Connors, cuando una nave espacial alienígena, por lo que se ve, milenaria, se queda en suspensión a varios cientos metros de la superficie y a unos diez kilómetros de dónde están ellos, se pone a dar gritos de alegría como un niño al que el puto gordo de Santa Claus le ha traído justo el juguete que quería. Y es que ese es Peter Connors, capaz de asimilar que es el hijo del Diablo sin mucho problema, pero al que el hecho de que los extraterrestres existan le parece la cosa más jodídamente cool que le ha pasado en la vida. Es evidente que no fue un niño muy feliz. Porque la verdad, la cruda verdad, es que la nave que ha aparecido en el cielo es terrorífica. Se podría describir como dos inmensos zigurats de metal, de varios cientos de metro de alto y algunos kilómetros de perímetro, unidos por una sección transversal horizontal alargada de varios kilómetros de longitud. Una inmensa ciudad volante arrancada de algún lugar remoto y oscuro del cosmos. El gran Sorbinus sonríe como un bellaco, el cabrón.
-Contemplad la grandeza de La Devoradora de Mundos, joya de la antaño gloriosa armada espacial de Nibiru y nave insignia del mismísimo Enki. En su interior se haya el Trono, que nos devolverá la grandeza del señor Annunaki. Y no os preocupéis, amigos. A pesar de haber sido mis enemigos, soy un ser generoso y no le privaría a nadie el regocijo de contemplar, al menos una vez en su vida, a nuestro gran señor.
-Te arrancare la maldita cabeza y te la meteré por el culo, Gran Sorbete de lo que sea -le escupe Celine
Pero Sorbinus no le contesta. Solo levanta los brazos y la nave emite inmediatamente un rugido mecánico que les hiela la sangre. Por todo el casco se iluminan luces. La bestia está cobrando vida. Sorbinus sigue rugiendo y ellos, al igual que también todo el ejercito de Madre Mary, tiemblan.
Hasta la emoción de Peter, presa de su infantil entusiasmo por los ovnis, se desvanece ante el aterrador sonido de la bestia mecánica milenaria. Los motores anti gravitacionales amenazan con partir en dos el suelo. Otro rugido, peor que cualquier trueno. Peor que la tierra abierta en canal por el más terrible de los terremotos. Otro rugido y luego la luz, como venida de la mismísima mano de Dios. Un rayo cegador que sale dela base de la nave y toca el suelo con un resplandor que hace palidecer al sol que trata de reivindicar su reinado en lo alto del cielo.
-La puerta está abierta -grita el Gran Sorbinus-. Ha llegado el momento. Seguidme, desarrapados de la tierra y conoceréis al verdadero Dios.
-¿Y qué hacemos con ellos? -Pregunta Madre Mary.
-Que vivan. Quiero que lo vean todo. Quiero que abandonen este mundo con la imagen de la grandeza de Enki como último recuerdo.
Y los compañeros observan como el ejército de Madre mary se repliega y se dirige haciE la enorme nave. El suelo bajo sus rodillas es dolorosamente real de pronto. La tarde es dolorosamente pesada. El sonido de los motores de la nave atrona en los oídos y les hace sentirse pequeños, muy pequeños. Casi pequeños en el espacio y en el tiempo. Aplastados por una bruma cósmica que se come la era en la que les ha tocado vivir, de pronto la invasión de los girasoles mutantes apenas parece una anécdota en un juego mayor en el que solo son las astillas que forman las verdaderas piezas. Y el polvo del desierto se levanta y les golpea el pelo, la cara, las ropas, como si nada, como si fueran meras estatuas, cactus sin tragedia detrás, rocas sin futuro. Ciento cincuenta hombres se han quedado para vigilarles. Al mando de ellos el otro de los grandes generales de Madre Mary, Albert, que les mira desde sus dos metros de altura con los cuatro brazos cruzados como si solo fueran una mercancía, como si el trámite de mantenerles con vida hasta que le den la orden de lo contrario solo fuera un engorro administrativo que debe cumplir. Las rastas blancas se mueven levemente mecidas por el viento. El tipo en sí es una pesadilla.
Johny mira el montón donde han dejado sus armas, incluida Tadeusz. No sabría bien decir por qué, pero eso a Johny, así, de pronto, le parece una estupidez. Su cabeza trabaja rápido, aunque aun le queda algo del whisky de la noche pululando por las neuronas. Hay que hacer algo. Siente ese cosquilleo en los dedos cuando los nervios le piden que apriete el gatillo, solo que en ese preciso instante no tienen ningún endemoniado gatillo que apretar. Pero eso no quiere decir que no quiera dar guerra hasta el último momento. Solo mira a sus camaradas de reojo, pero sabe que sienten y piensan exactamente lo mismo. Hay que actuar. Cada segundo como un grano de un maníaco reloj de arena. Las miradas como sentencias de muerte. La vida condenada a una esquizofrénica cámara lenta. En esas situaciones rezas por algo que mande el puto equilibrio a tomar por el culo. Una explosión, el clímax de la maldita ópera, un detonante que engulla la nitroglicerina de las venas. Joder, a veces, los dioses no tienen ninguna gana de defraudar a sus humildes espectadores. Y las cosas pasas, coño, porque tienen que pasar. Al principio, solo un zumbido leve. No un sonido, ni un temblor, solo algo que se hace un hueco etre el ruido de los motores de la nave. Luego sí que se nota un leve temblor en la tierra. Hasta que por fin se puede ver, hacia el oeste, primero una mancha, luego una clara polvareda que algo está arrancándole al desierto. Los hombres y el general de madre Mary entienden que algo se acerca a ellos. Unos segundos más tarde, el rugido de varias decenas de motores hace su entrada en escena.
El general Albert entorna esos terribles ojos rojos y mira la nube de polvo que, poco a poco, se va aclarando. Huele la batalla en el aire con los dos orificios de la cara que le hacen de nariz. El sonido de las dos enormes espadas cortando el aire es casi glaciar. Chicos, dice, vamos a tener fiesta. La nube se ha disipado por fin. Camiones y furgonetas de todo tipo se han parado a unos veinte metros de distancia. Uno de los coches se abre y de dentro baja un hombre enjuto. No se le ve bien la cara, por culpa de la poblada barba y por el parche que le cubre el ojo izquierdo.
-Chicos, parece que os habéis vuelto a meter en un lío. ¿Necesitáis una ayudita? -Les grita Ángelo, sonriendo abiertamente.
-Puto loco -le responde Bridge- ¿Dónde te habías metido?
-He ido a buscar unos amigos.
La puerta del copiloto del coche se abre y de ella baja un tipo enfundado en una vieja servoarmadura. Se quita el casco y la cara bonachona y sonriente de un girasol mutante les saluda.
-Johny, Bridge, Caroline, hola.chicos. Hemos venido a ayudar.
-¡Eugene! -grita Johny-. Maldito girasol chiflado. No sabes como nos alegra veros.
-Estoy seguro Johny. Y más que os vais a alegrar. ¡Chicos!
De los camiones bajan girasoles armados hasta los dientes. El sonido de armas cargándose le hace un guiño al viento.
-Acaso pensáis que un puñado de plantas hará temblar a los terribles soldados del Inquisición -escupe el gran General Albert-. Nosotros somos la nueva plaga.
-Bueno, esperábamos que nuestra mera presencia fuera suficiente, la verdad -responde Ángelo en tono burlón-. Pero por si acaso hemos traído uno cuantos amigos.
Hace un gesto con las manos hacia adelante y es respondido por el sonido al abrirse de los portones de los camiones. Un silencio que apenas dura unos segundos y un murmullo que hiela la sangre y que todos los que vivieron, o sobrevivieron, la invasión de los girasoles mutantes, conocen de sobra. Luego ya está todo dicho y hecho. Hordas de girazombis se lanzan como locos contra los soldados de Inquisición y sobre el sorprendido Albert. Y eso es el resorte que Peter necesitaba. Se pone en pie y estira la mano y como respondiendo a su llamada, Tadeusz sale disparada llegando hasta a él, que cierra un puño de acero sobre la reconfortante y familiar geometría de la empuñadura.
Bridge, Johny y los demás le miran asombrados, pero no tienen tiempo de preguntar. Los guardias más cercanos que les custodiaban tampoco tienen tiempo de mucho antes de que Peter acabe con ellos. En un suspiro que no es ni una brizna de viento en medio la batalla están armados y listos para pelear. Eugene y Ángelo llegan hasta ellos corriendo. No hay tiempo para saludos efusivos. Además, un incomodo nudo les encoje la garganta, aunque los girazombis les ignoran y centran su sangrienta atención en los soldados enemigos, estar rodeados por centenares de ellos no es la cosa que más feliz les hace. La imponente figura del general Albert se planta delante de ellos, con las dos enormes espadas listas para cortar en dos el mundo si hace falta. Pero no le va a dar tiempo. Peter grita un, ya estoy harto, que sorprende hasta a sus compañeros. Se lanza contra los más de dos metros de Albert, y gritando frases entrecortadas, de las que solo se puede extraer algo así como, ¿quién coño te crees que eres?, yo soy el puto Peter Connors y cosas por el estilo, esquiva los golpes del general y de tres certeros movimientos, cercena armadura y músculos y las piernas de Albert se doblan bajo el yugo de ese acero implacable. De rodillas, trata de morir de forma honorable, pero Peter le atraviesa la garganta y la vida se escapa de esos ojos rojos con un gorgoteo de lo menos honorable. El duelo apenas a durado unos segundos y los compañeros se quedan sin poder reaccionar, a veces la furia asesina de Peter tiene ese efecto. Él, por su parte, sigue dando patadas al cadáver de Albert gritando que él es el jodido Peter Connors. Ángelo se acerca por detrás y le calma, aunque da un paso atrás cuando Peter se gira y parece no reconocerle. Grita de rabia y acaba de cercenar la cabeza de Albert de un certero tajo. Tranquilo, amigo, se acabó, creo que está muerto.
-Estoy tranquilo.
-Sí, sí, eres la viva imagen de la calma.
Se agrupan en torno a Peter y el cuerpo de Albert. A su alrededor, la breve batalla llega a su fin y las voces de los girazombis se van acallando a medida que lo hacen las de las victimas que masacrar. Acabada la faena, se quedan inmóviles, con la mirada perdida y la respiración entrecortada a la espera de una orden, de que les marquen un nuevo objetivo.
Da escalofríos verlos así, parados, babeando, expectantes.
En marcha, dice Peter. Tenemos una nave que derribar.
-Te olvidas del ejército que hay en medio -la voz de Harry suena a una terrible tristeza.
-Nosotros también tenemos uno, ¿no? -Bridge mira con algo de congoja a las horda de girasoles.
-Necesitaremos un plan -añade Johny.
Peter sonríe. Mira los zombis, los soldados girasoles, el armazón del Goliath encima de Betsy. La Valkiria, cruza una mirada fiera con Celine e intercambia una sonrisa de complicidad con Johny.
-Nos hemos visto en peores -añade por fin.
Se encaminan hacia Betsy. Casi caminando a cámara lenta y con una música épica de fondo.
-una cosa -dice de pronto Bridge-. ¿Cómo has hecho eso de la espada, qué vuele hasta tu mano?
Peter sonríe. Un viejo truco Jedi.
-¿Jedi?
-Sí, Jedi, ya sabes, Star Wars.
-Ah -contesta Bridge-. No la vi.
Todos se detienen en seco y se quedan mirando a Bridge. La música se detiene.
-Tío. Todo el mundo ha visto Star Wars.
-Hasta nosotros la vimos en el viejo cine de nuestra ciudad -dice Eugene.
Todos ríen. Bridge se encoge de hombros. Bueno, hay mucha gente que no la ha visto, digo yo.
-Sí -apunta Peter-. Los ciegos.
-Y los muertos -añade Johny.
Todos ríen mientras andan hacia Betsy.
-Bueno, pero en serio, ¿cómo hiciste que la espada fuera saltara hasta tu mano? -Insiste Bridge, y sus carcajadas suenan con alegría, aunque sean, casi seguro, las últimas que se vayan a oír en aquella región en muchas horas.
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