lunes, 13 de julio de 2015

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

 Episodio 6. Gotas de lluvia en el desierto.

A veces todo es tan sencillo. Una simple cerveza. Fría. Una buena canción, de esas, de las antiguas, de las que hacen que las primeras estrellas de ese anochecer en un punto perdido del desierto del Mojave crepiten al ritmo de la melodía. Esa canción es Mayor Tom, David  Bowie. Por eso el tipo que la escucha sonríe y se echa hacia atrás en la mecedora que aguanta su enjuto cuerpo. Algunas gotas de sudor aun perlan su frente. Se pasa la mano por las generosas entradas y limpia las gafas. Lleva una barba de varios meses de la que se siente muy orgulloso, aunque está seguro de que se la afeitará cualquier día de estos. La canción va acabando y se acerca al viejo equipo de radio con el que emite para todo el Yermo. Está demasiado en paz consigo mismo en ese momento, no le apetece hablar, así que solo pincha la siguiente, un cambio, Glycreine, de Bush. Se echa hacia atrás otra vez. La mecedora cruje. Respira hondo. Y de pronto se levanta. Coge una linterna. Lleva días en que algo le inquieta. No acierta a decir bien lo qué es. Pero siempre que se siente así, hace lo mismo. Empieza a ser un pequeño ritual al que no es capaz de encontrarle el sentido. Sale de su vieja caravana plateada y cruza el desierto, tranquilamente. Ha dejado programadas unas cuantas canciones, así que no tiene prisa, no se va a interrumpir la emisión. Eso es importante. A veces, en algunos momentos, una simple canción puede que te salve. Quizás no el pellejo, pero, joder si que puede salvarte el alma. Empieza a refrescar y agradece haber cogido una vieja y raída sudadera verde. El desierto es como un animalillo dormido por la noche. Siempre se lo ha parecido. Las notas que se escapan desde los altavoces de la caravana ya no le llegan y, no sabe bien por qué, pero eso le parece muy triste. El desierto es el desierto, piensa. La sombra del macizo de la sierra está ya muy cerca. Es bastante intimidadora a oscuras, aunque sabe que es solo una montaña. Nada más. No les importamos demasiado a las montañas. Sabe el camino de memoria y pronto está frente a la entrada de la red de cuevas. Las descubrió él, así que debería ponerles su nombre, paro como solo iba a llamarlas él así, tampoco importaba mucho. La historia ya no significa nada. Lo cual es muy triste, sobre todo para él, que es un Guardián de la Historia. El último que queda. Bueno, la verdad, como es un título que se inventó él, es el último y el único. Por eso le fascinan tanto esa cuevas. Hasta donde él sabe son de una civilización aun por catalogar, algunos ancestros perdidos del pueblo Mojave que dio nombre al desierto. Una pena. En el siglo XX él hubiera pasado a la historia por un descubrimiento como aquel.
Bueno. Una vez te mueres ya te da igual si has pasado a la historia o no. Como se sabe el camino ya de memoria, llega ha donde quería llegar, a la sala con pinturas rupestres decorando las paredes. Y se para frente a la misma pintura que se lleva parando los últimos días. Es sencilla. Tres figuras humanas completamente negras. Parecen tres hombres. Dos de de ellos son delgados, algo desgarbados. El del medio es más corpulento y algo más bajito. Sigue sin saber por qué no puede dejar de mirar aquella pintura antediluviana. Y siempre piensa una misma cosa. Sabe que es imposible, pues la pintura tiene varios milenios de antigüedad. Pero juraría que la figura más corpulenta lleva en las manos algo que se parece demasiado a una escopeta.

Nimrod.
La voz de Sorbinus no suena en el aire, no suena en el mundo. Suena en las esferas que se escapan a la tierra y el cielo. Suena en esos mundos que no podemos ver. En esos mundos en los que algunos no podemos ni creer. Suena convertida en unos y ceros a la velocidad de la luz en campos tan yermos de imaginación y carne que nada puede soportar ese frío existencial.
Nimrod.
Sí, mi señor.
Es la hora. Te he ocultado, a ti, el último de tu especie, por que no quería despertar las sospechas de la humanidad demasiado pronto. Pero es la hora.
Lo ansiaba, mi señor.
Lo sé, gran Nimrod, monstruo de monstruos. La asesina nos ha informado. La presa está en una ciudad llamada Tucson. Ve allí. Traeme al hombre llamado Harry Street, no me importa el coste.
La destrucción irá conmigo, mi señor.
Sea pues, hijo mío, sea pues. Llévate a Plaga contigo.
Una puerta blindada de una material desconocido se abre en medio de ninguna parte. Como si un segundo antes no hubiera estado allí. Y una sombra, una inmensa mole de más de tres metros se recorta frente al sol. Hace mucho que el mundo no le ha contemplado. Hace mucho que el mundo no a visto a nada como él. Quizás, incluso, el mundo nunca llegó a verlo y no existió más que en leves leyendas transmitidas de boca a boca por pueblos perdidos en las inmensas e inclementes arenas del tiempo. Todo eso da igual. Ahora está ahí. Lleno de furia. Sus pies hieren la tierra y sus ojos, que van cambiando de color, miran el mundo y solo ven el desierto que puede quedar de él, el desierto que anhelan.
Nimord come destrucción. Se alimenta de calamidad. Caga muerte y rayos devastadores. De su sombra se le levantan siete miembros de Plaga cuyas intenciones homicidas son más que evidentes.
Y un segundo después nos son más que sombras que cruzan la tierra a una velocidad de vértigo, invisibles excepto quizás para algún pájaro espabilado. El mundo se queja. Pero nadie le presta atención.


Os digo que no soy quien decís. Me llamo Angelo. Tenéis que creerme. La voz del pobre diablo se pierde en la habitación de motel barato donde los compañeros se esconden mientras piensan que pueden hacer, mientras valoran sus opciones. Bridge mira por la ventana. No han salido en todo el día más que para comprar unos tacos y burritos rancios de un puesto de la esquina, acompañados por algo que en la mente de algún pobre enfermo podría parecerse a la cerveza, en un buen día. Las calles del centro de Tucson son lo más parecido a un hormiguero nada acogedor y la mañana se fragmenta aquí y allá en multitud de puestos ambulantes de los que se escapan una tormenta sucia de olores y vapores y voces de vendedores. Los club nocturnos están cerrados. Tipos y tipas de dudoso aspecto y peor reputación entran y salen llevando en el corazón negocios oscuros que hacen que el bueno de Bridge se planté, una vez más, que es lo que realmente salvaron. Le pesa mucho el corazón, y los párpados, y el burrito, empieza a pensar, no era la mejor opción, quizás, para un estómago tan maltratado por las emociones.
-¿Sabes cuánta gente murió por tu culpa, bastardo? -Harry le increpa con la boca lena de odio
-Yo no hice nada -sigue la lastimera retaila de Angelo.
Johnny está sentado en una silla frente él, que tirita sobre el borde de la cama, empieza a darse cuenta de que su vida va adquiriendo el valor de una mierda de vaca seca en medio del desierto a las tres de la tarde. Está ahí, y puede que siga estando, pero a nadie le importa un carajo si desaparece.
Johnny no dice nada, pero no enfunda una de sus pistolas, que reposa sobre sus piernas como impaciente, como diciendo, ¿ya me toca?
Han dejado encendida una vieja radio que había en la habitación. Un tipo, uno que debe estar lejos, muy lejos de allí, habla con una voz algo demente que se cuela en la habitación del motel como un sueño de lo más descorazonador. Sí amigos, dice la voz, ese era el tío Frank cantando My way, por que en una noche como esta hay que pensar que el mundo, al menos, es tan grande que nadie puede impedirnos ir a donde queramos. Al menos siempre que tengamos lo cojones y las armas para hacerlo, claro. Ahora vuestro tío, Doggy Pipper os va a  dejar con otro temazo de esos para noches como estas. 
Bridge piensa que la voz del pobre diablo que se tambalea como un flan en la cama mugrienta del motel suena sincera. A esa hora Bridge ya no tiene dudas de que el tipo, cuanto menos, cree lo que dice. Algo le pasó y la mente se le borró. La personalidad del Líder se esfumó y quedó esa, enfermiza y quebradiza por los meses de cautiverio, de un simple operario industrial. Entonces, como suele pasar con las cosas desagradables, un pensamiento le viene a la cabeza. Una ola de honda filosofía pura que le recorre la espina dorsal como un escalofrío.
-Chicos -dice sin saber muy bien dónde se está metiendo-. Creo que dice la verdad. Él ya no recuerda nada de los girasoles y todo ese infierno.
-¿Y qué cambia eso, Bridge? -Pregunta Harry.
-¿No crees que lo cambia todo?
-¿Y qué hacemos? Le perdonamos, le damos una palmadita en la espalda, muy bien hecho muchacho, no pasa nada, pero no vuelvas a ser tan cabroncete -la voz de Harry suena desesperada.
-No sé qué podemos hacer, Harry. Pero te aseguro que este tío, salvo en la puta cara, no se parece en nada al Cabrón del Líder. ¿O no es así, Johnny? -Bridge se agarra a lo que puede.
Johnny está cansado. Le duele la cabeza. Le dura la resaca. No sabe si necesita un trago o una larga, muy larga siesta. Quizás las dos cosas. La Desert Eagle le parece curiósamente pesada en el regazo. Bridge tiene razón. Ese tipo no sé parece en nada al Líder. Y sin embargo, cuanto más le mira, más le parece que es él. Pero lo que Johnny siente de pronto, y justo en ese momento entiende a Bridge y sabe que es lo mismo que le está pasando a su amigo por la cabeza, es que no le apetece ser un asesino, ni un justiciero, ni un ejecutor. Otra vez le está tocando ser el héroe y él no ha pedido ese honor. Sabe que no le va a matar. Sabe, también, que no tiene ni puta idea de que hacer con él. Y cuando la puerta se abre de pronto y dos mujeres les encañonan, sabe que todo es deja de tener importancia. Incluso puede que se sienta un poco aliviado. Y, es curioso, lo que de pronto le parece tener importancia, es el trueno que suena en la calle, que en medio del desierto le parece extraño de cojones.
Celine les mira con una sonrisa torcida que, todos tienen que reconocerlo, le hace estar terriblemente atractiva. Los ojos verdes le brillan y la pistola no le tiembla ni lo más mínimo en la mano. Su compañera, mas baja, con una melena negra salvaje, les encañona con dos pistolas y también sonríe.
-Celine -dice patéticamente Bridge.
-Premio. Tú eras, ¿Bridge? ¿No?
Bridge aprieta los puños y hace un esfuerzo para parecer seguro de sí mismo. Buena memoria, dice, con un tono de voz que espera que suene desafiante, mientras mira de reojo su escopeta que está como a un metro de él, apoyada en la pared. Pero la compañera Celine no es tonta.
-Ni se te ocurra, ojazos -le dice. Luego pasa por encima de la cama y coge la escopeta al tiempo que le tira un beso y le guiña un ojo. Bridge hace un esfuerzo sobre humano para no ruborizarse y está segurode que lo ha conseguido. O casi.
-Habéis venido a rescatar al Líder – dice Johnny- Joder, Bridge, sabía que era él. Debimos haber hecho caso a Harry y volarle la puta cabeza.
-A buenas horas os dais cuenta -bufa Harry.
Celine mira a Angelo que, si está fingiendo, tiene la mejor expresión falsa de qué coño está pasando aquí de la historia.
-¿Ese? Joder, nunca os enteráis de nada -dice Burlona Celine-. Ese no es le líder. Estamos aquí por ese, por el barbas con pinta de náufrago.
-¿Por Harry? -Pregunta visiblemente abatido Bridge.
-Joder, Bridge, ¿en qué nos has metido, viejo amigo?
-No tengo ni puta idea, Johnny.
-Venga, ya hablareis de todo eso en la terapia familiar -interrumpe Laura-. Vamos a salir en fila, ordenaditos, como buenos chicos y dejando toda la artillería encima de la cama. Yo me quedo con tu antigualla ojazos. Y por supuesto, al que intente lo más mínimo, ¡le vuelo la puta cabeza, joder!
Cuando van saliendo y caminan por el pasillo de la pensión de mala muerte, Bridge, con una sonrisa
que no puede evitar, le dice a Johnny, la morena esa me ha llamado ojazos. Bridge no tarda más que un segundo en dejar de sonreír, más o menos cuando Johnny hace evidentes y sacrificados esfuerzos por asesinarle con la mirada.

Es una ciudad enorme y Caroline no puede encontrar ningún rastro. Peter trata de encomendarse a su intuición, que siempre le suele funcionar bastante bien. Pero entre más de setecientos mil harapientos de poco sirve la intuición. Se mueven por las peores callejuelas del centro de Tucson mientras la mañana corre lánguida y cientos de miradas nada amistosas se clavan en ellos. Pero hay algo que hace que cualquier ratero de poca monta fije otros objetivos distintos al tío de los ojos grises y a la pelirroja del tatuaje. Quizás sea su expresión, que dice tenemos más guerra que un legionario veterano, os su forma desafiante de mirar sin intimidarse nunca, su arrogancia al caminar. Algo de eso. O quizás que van armados hasta los dientes y el tipo en cuestión lleva una puta armadura de combate Multitude. Algunos pandilleros empiezan a seguirles, poco disimuládamente, caminando cerca, al lado de ellos, a izquierda y derecha. Esos pueden ser más pesados, son jóvenes y se creen muy duros. Y tienen que demostrar como de duros son. Peter desenvaina a Tadeusz y Caroline hace que su trenza dibuje alguna forma poco amistosa en el aire. Es curioso, pero poco después ya no queda ningún pandillero siguiéndoles, ni a un lado ni a otro. Peter va a decir algo, pero el primer trueno se lo impide. No se lo puede creer, pero cuando las primeras gotas empiezan a repiquetear sobre la aleación super avanzada de su armadura, un leve no me jodas es todo lo que acierta a decir.
-¿Lluvia? ¿Aquí, jefe?
-Eso parece, preciosa. Y puedes tener algo bien seguro. Esto no es ningún buen presagio.
Segundos después ya no son cuatro gotas. Es un aguacero en toda regla, una jodida tormenta en medio del desierto más cabrón que hay en todo el maldito país. Así que Peter sigue pensando que no, no es una buena señal. La gente, que no ha visto la lluvia ni en fotos empieza a enloquecer. Algunos de ellos pensaban que la lluvia era un cuento de los ancianos, ¿agua cayendo del cielo?, si claro. Por eso no es de extrañar que bailen y canten y se abracen y chillen enloquecidos.
Peter no está tan contento. Tanta euforia en el ambiente hará que cualquier idiota esté más dispuesto a causar problemas. Mira a Caroline que se escurre la trenza con evidente gesto de enfado. Caroline ve algo detrás de él y señala. Cuando Peter se gira ve a Johnny y a los demás bajando las escaleras de una pensión. Detrás de ellos van dos mujeres. Entonces a Peter le duele el costado. Y el pecho. Y una presión terrible se agolpa en sus sienes. Cuando ve a Celine casi puede ver cada gota cayendo a cámara lenta. El grupo dobla una esquina y se pierde en alguna callejuela. Tratan de salir corriendo pero el gentío que agolpa las calles y el barro que empieza a formarse en el suelo no ayudan. Esta perdiendo la paciencia, pero lo peor es que sabe que Caroline también la está perdiendo. Si mata a alguien se va a liar la de Dios y perderán a su presa. Coge a su ayudante por la cintura apretándola contra él, despliega las alas y salen volando, escapando del gentío.

Bien, vamos a hacerlo fácil, que será lo mejor para la salud de todos. La voz de Celine no deja lugar a la negociación. Más que una voz es una fría hoja de acero. Este muchacho se viene con nosotras y cualquier cosa que os haya contado la compartí. A cambio, nuestras preciosas balas se quedarán dentro de nuestras preciosas armas.
-Sabes que te seguiremos. Sabes que no lo dejaremo -la voz de Johnny tampoco deja lugar a dudas sobre si habla en serio o no.
-Vamos, Johnny, cielo, no seas tan cabezota -interviene Laura-. Venga, ojazos, seguro que tú eres más razonable.
 Laura le dedica a Bridge una enorme sonrisa que éste tiene muy claro que solo busca desarmarle.
-No os vamos a dejar que os lo llevéis. Celine ya nos conoce, la uncia manera en que no os sigamos es que nos matéis. Aunque supongo que eso para esa maldita arpía no es ningún problema. Bridge espera que al menos su discurso haya sonado como él esperaba.
-Me ofendes, Bridge. Yo no soy una psicópata. No me produce placer matar. Pero no me tiembla el pulso si hay que hacerlo. Es vuestra última oportunidad. Insisto en que nadie tiene porque morir.
De eso no estés tan segura.
La voz cae del cielo como un rayo, abriéndose paso entre el sonido del aguacero. Carolinecaterriza y en un segundo su trenza a desarmado a Celine y con una patada lanza el arma de Laura por los aires. Pero eso solo es el principio. El tiempo parece detenerse cuando Peter desciende batiendo las alas. El agua escurre por la armadura de combate y la cara empapada arde en una ira ancestral y casi diabólica. Los ojos negros no reflejan ninguna luz, aunque solo miran fijamente a Celine. Caroline apunta con sus dos pistolas al grupo de Bridge y la trenza dibuja amenazantes círculos cerca de la cara de Laura. El agua empapa el callejón sin hacer demasiado caso al drama que se tercia bajo ella.
-Te dije que te mataría se te volvías a cruzar en mi camino -dice Peter. No ve a nadie más que a Celine. Esto lo aprovechan Bridge y Johnny que recuperan sus armas y apuntan tanto a Caroline y Peter como a las dos cazarrecomepensas que les han sacado a la fuerza del hotel. Croline grita un, jefe, pidiendo instrucciones, pero su jefe solo tiene ojos y oídos para una persona. La caza ya es lo de menos. En un segundo ha recorrido la distancia que le separa de Celine y la empotra contra la pared del callejón, apretando un puño de hierro de fuerza aumentada por la armadura sobre el cuello de la mujer, que no pierde ni la sonrisa ni la mirada desafiante. Porque Peter ha vuelto a distraerse y no ve el cuchillo que busca su costado, una vez más, la tercera. Pero el cuchillo se detiene. La trenza de Caroline se ha cerrado en torno al brazo de Celine. Peter mira el brazo inmovilizado que aun sujeta el cuchillo y sonríe. Este vez no, nena, dice. Y un segundo después interpone su antebrazo en la trayectoria de otro puñal asesino que iba directo a la cara de Celine. El arma rebota sobre la armadura y cae al suelo y es como la señal que los cabrones de Plaga necesitan para abalanzarse sobe todos los presentes, sin distinguir amigos de enemigos, que se ven, de pronto, obligados a luchar codo con codo. Caen de todas las direcciones, pero el extraño grupo que se ha juntado es letal, y pronto la primera oleada de esbirros de Sorbinus yace en el suelo y su sangre se mezcla con el barro y el agua de la tormenta. Es lo de menos. En las azoteas del callejón pueden verse pocos segundos después un par de docenas de ojos amarillentos que les observan, como esperando una señal para atacar. Señal que no se hace esperar. Mide más de tres metros y ocupa una de las salidas del callejón casi por completo. Su cuerpo es esbelto y su brazos largos y musculosos y todo es de un color negro que brilla bajo el agua que le cae desde el cielo. En la cabeza, algo pequeña, brillan dos ojos amarillos y se dibuja una boca llena de dientes terriblemente afilados que sonríe a los compañeros que no saben bien como actuar.
-El hombre Harry Street vendrá conmigo -su voz parece salir de todas las gotas de lluvia, de todas los rincones del callejón -. Buen trabajo, asesinos. Mi jefe os pagará lo acordado.
-No tan deprisa, amigo. Esto me hule mal.
-Pero, jefe.
Peter coge a Caroline por el hombro y le susurra al oído, sácales de aquí. Caroline no sabe bien como reaccionar. No entiende nada y la respuestas de Peter es contundente. Grita, grita con todas sus fuerzas y toda la rabia que tiene dentro. Llévatelos, sácalos de aquí. Me reuniré con vosotros. Vamos. Apoya sus gritos con una bola de fuego angélico que choca en una de las paredes, cerca del esbirro enorme de Sorbinus y hace que parte del edifico se derrumbe sobre este. Peter vuelve a gritar, ¡Vamos, moveos! Y esta vez sí, el grupo empieza a correr, seguidos de los matones de Plaga que van cayendo uno a uno bajo el fuego de los fugitivos. Caroline mira a su Jefe desesperada. Y Celine también le dirige una mirada que no sabe como interpretar. Pero da igual. No hay tiempo para eso. Detrás de él, la imponente bestia de tres metros se ha liberado de los escombros y se ríe abiertamente.
-De verdad crees, humano, que eres rival para Nimrod, hijo de Noe, Nimrod el Levuatán.
-Tendremos que averiguarlo. Y te aseguro que mi padre mola mucho más que el tuyo -dice Peter. Pero el primer golpe en el pecho le quita las ganas de bromear.



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