jueves, 1 de octubre de 2015

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Episodio 9. Una habitación sin vistas.

Otra vez las autopistas de información. Otra vez el mareo ante la cantidad ingente de datos. Las nauseas. El dolor. Todas esas luces y datos corriendo a toda velocidad en más direcciones de las que debería tener el universo. Harry ya está más que habituado a esta sensación. Habituado, pero nunca acostumbrado. Y es justo cuando las nauseas alcanzan sus punto álgido cuando algo se vuelve diferente. De pronto el torrente de datos parece seguir una única dirección. Es como si toda esa información tuviera un destino, un propósito, quizás un origen. Así que Harry no lo duda ni un segundo y empieza a andar, bueno, lo que su subconsciente asimila como andar para que su mente lo entienda, hacia ese punto misterioso.
Llega a una puerta. Y no duda ni una segundo en abrirla, con esa leve sensación del que sabe que no tiene más opciones, que todo se reduce a eso, aunque no tenga ni la más mínima maldita idea de por qué. Allí todo es luz. Paredes blancas. Es un habitación sin muebles y con una luz fuerte y cegadora que no parece salir de ninguna lámpara ni foco alguno. En medio de la habitación hay un niño. Bueno, es un niño por rasgos, por edad, por tamaño. No debe de tener más de diez años pero su expresión esconde milenios, esa es las sensación que le da a Harry. El niño, complétamente calvo, vestido de blanco, le mira desde unos ojos insondables de color amarillo y le sonríe afablemente, con tanta amabilidad que hace que la espalda de Harry se arqueé de terror.

Por fin estás aquí. Le dice el niño. Me ha costado tanto encontrar un camino para llegar a ti. Harry no puede dejar de fijarse en el pequeño, pero perturbador detalle, de que el niño no mueve la boca para hablar.



Un solar al que van a morir las salidas traseras de varios negocios de mala muerte. Solo una entrada que al mismo tiempo es la única salida. A Peter nada de eso le huele bien. Vigila los tejados en busca de tiradores ocultos y escudriña las sombras tras los recovecos y los cubos de basura esperando encontrar una amenaza agazapada detrás de cada uno de ellos. Nada se mueve en la noche, pero eso no le calma. Un pálpito, un mal presentimiento, una molesta voz que le susurra al oído que no se relaje. Lleva un arnés de combate que sujeta la vaina de Tadeusz a su espalda. Toca la empuñadura de la espada echando la mano detrás de su hombro en un gesto que pretende ser tranquilizador, pero el dolor que le provoca consigue todo lo contrario. Por lo qué sabe, bien podía tratarse de una trampa de Celine y se pregunta como de alto y lejos podría volar antes de que el dolor de las lesiones reclame su tributo.
-¿Estás nervioso? -Le pregunta Celine, adivinando sus brumosos pensamientos.
-Solo en guardia.
-No te la estoy jugando, Peter. En algún momento tendrás que confiar mínimamente en mi.
-No en esta vida, nena. No pienses que esta alianza, si quieres llamarla así, o lo que pasó anoche, cambia algo entre nosotros.
Celine sonríe con esa sonrisa suya capaz de distorsionar la realidad y en un susurro, que es una ola de calor dice, al menos reconocerás que fue increíble.
Peter solo bufa y vuelve a centrar su atención en las sombras del solar, sobre todo por que oye el sonido de motores acercándose. En solo unos segundos el solar se llena con el rugido de una decena de ellos, en su mayoría todo terrenos modificados y sucios, cuyas luces ciegan a Peter y a Celine. Ahora sí, desenvaina la espada sin rodeos y los dos guerreros, inconscientemente, se acercan, poniéndose el uno al lado del otro, codo con codo. Los coches empiezan a tomar posiciones a ambos flancos de la pareja y el último en entrar es un enorme Big Foot ranchera, de ruedas imponentes, que se queda cerrando la salida del callejón. En la parte de atrás, sentado en una especie de trono, va una inmensa mole de músculos. Un tipo negro de un tamaño descomunal. Lleva el torso desnudo, un torso que bien podría ser del tamaño de tres como el de Peter y ni juntando los dos muslos del nephilim se conseguiría abarcar el diámetro de esos bíceps. Cientos de caóticos tatuajes cubren la piel del mastodonte. Lleva el pelo rubio, pero lo que más le llama la atención a Peter son los ojos, unos ojos intensos y azules que, aun en las crecientes sombras, brillan con intensidad. Los dos ya han visto esos ojos, no les cabe duda y, si tuvieran alguna, cuando el tal  Joseph sale del vehículo luciendo una de esas jodidas sonrisas suyas, si siguieran teniendo alguna, hubiera desaparecido justo en ese momento. Esta claro que esos dos bastardos son hermanos, y para ese momento todas las alarmas de Peter Connors ya están sonando.
-Celine, nena. ¿Cuánto confías exactamente en tu amigo Joseph?

-Es un antiguo -y Peter nota como la chica duda en como catalogar al tipo en cuestión- colega de correrías. Nos las hemos visto de todos los colores juntos. Pero no me fiaría mucho más de lo que me fío de ti. O tú de mi.
-Pues estamos jodidos. Ten listas las armas.
Y la chica no duda. Aprendió hace mucho a no cuestionar el instinto de Peter.




-¿Quién eres?
Aun no soy nada. Hace tanto tiempo que no soy nada. Pero lo poco 
que pueda ser esta conectado ti y a tu misión.

-¿Qué mierda de misión es esa?

No soy nada, no puedo saber cosas, solo intuyo en el devenir del tiempo y el espacio. Pero vas por buen camino.

-¿Qué?¿Qué coño?

Volveremos avernos. Ahora sé como llegar hasta ti, aunque no es fácil.

Harry se despierta sudando en una de las caravanas. A su lado, Johny ronca plácidamente y Caroline comprueba el estado de sus armas.

-Buenos días -dice Harry.

-¿Un mal sueño? -pregunta Caroline.

-Uno extraño, más bien -responde Harry, esperando eso justamente, que solo fuera un sueño-. ¿Tú no duermes?

-No lo necesito. Nanomáquinas -añade Caroline como si esa fuera toda la explicación necesaria.

-Entiendo que tu jefe y la tal Celine aun no han vuelto.

-No. Ni rastro. Pero no están muertos.

Harry empieza a tener dudas, pero se queda más tranquilo al comprobar que la reticencia y, lo que es más importante, la beligerancia de Caroline ante la idea de partir sin Peter Connors ha desaparecido. Como si la pelirroja leyera los pensamientos de Harry, añade, nos alcanzará.

-Debemos prepararnos para irnos.

-Hace una hora que estoy preparada.

Harry solo asiente con una sonrisa que ni él mismo sabe muy bien como interpretar. Sale de la caravana y comprueba feliz que Bridge está poniendo a punto a Betsy. El muy cabrón tiene una sonrisa de oreja a oreja y cuando ve como la mirada de su camarada se desvía hacia la morenita, Laura, que prepara sus armas y pertrechos en la puerta de una de las caravanas, sonríe entendiendo el por qué.

-Una buena mañana para viajar, ¿eh, Bridge?

-Y que lo digas tío. Tenemos un buen vehículo, buenos compañeros y una misión, ¿qué más se puede pedir?

Harry sonríe, que lleguemos sanos y salvos, ¿no?

-Sí, eso también -le contesta Bridge entre risas.





El tipo enorme negro levanta una mano y el sonido de todos los motores se detiene, pero los focos siguen ecegando a la pareja. Entonces el tipo habla y la voz parece que sale de lo más profundo de la tierra.
-¿Así que eres tú el famoso Peter Connors, el Inmortal, el Doctor Spawlding? Esperaba algo más grandioso. Creo que no eres tan grande como reza tu leyenda.
-Tú, en cambio, no me cabe duda de que eres mucho más grande que la tuya.
Se arrepiente en el mismo momento que las palabras han salido de su boca, pero ser fanfarrón es uno de sus numerosos defectos. Celine le atraviesa con una mirada que abatiría a un ñu en carrera. Afortunádamente, con las luces de los focos no pueden ver la reacción que esas palabras tan, cuanto menos, desafortunadas, han tenido en la cara del traficante de armas.
-Estamos aquí para hacer negocios, señor Isaac. Somos gente seria. Tenemos dinero y usted armas - Celine interviene en un vago intento de que el asunto no se tuerza. Aunque, conociendo a Peter y a la calaña de la gente con la que están tratando, ya tiene toda la pinta de estar torciéndose de raíz.
-Pues resulta que tengo armas. Armas de sobra, auténticas piezas de coleccionista. Rifles de plasma Multitude, ametralladoras Devastation, y alguna que otra joya. 
-Entonces llegaremos a un acuerdo fácil. Aunque pensaba que ya teníamos un acuerdo. 
Peter sabe que ha vuelto a pasarse de la raya cuando Celine pronuncia su nombre maldiciendo por lo bajo.
-El caso es que tenemos un problema, joven señor Connors. Puedo sacar más de el doble entregándote a cualquiera de tus enemigos que esté dispuesto a pagar una fortuna por ti. Y puedo asegurar que hay donde elegir. O en su defecto por tu cabeza. Y luego puedo venderle esas armas a otro cliente. Entiende que mi plusvalía sería demasiada como para ignorarla.
-Tú, plusvalía, bola de sebo, es que mantengas tu palabra, nos entregues las armas y salgas de aquí con vida.
-Joseph -grita Celine- ¿Qué coño es todo esto?
-Lo siento, preciosa, solo son negocios.
Lo demás es tan de esperar como que el sol le lama el culo a la luna cada amanecer.

Laura despliega el mapa de carreteras delante de todos. La opción es bien sencilla. Perderse por un sin fin de carreteras secundarias o tirar por la inter estatal, un camino bien asfaltado, más seguro, más corto, más rápido. A Bridge se le empieza a diluir la euforia de la noche anterior y de la inminencia del viaje cuando se ve en la dura decisión de preguntar, ¿y entonces dónde está la duda?
-La duda, ojazos, está en este punto -Laura señala un punto en concreto del mapa con un gesto enérgico-. Toda esta zona de aquí es un agujero negro. Nadie que se haya adentrado por este tramo de la inter estatal ha llegado al otro lado.
-¿Es una broma? -Pregunta Johny-. Suena a argumento de película mala.
-Tiene razón -interviene Caroline-. Es sabido entre vagabundos, cazarrecompensas y gente así. Ni siquiera los carroñeros mutantes ni los bandidos se adentran en aquella zona.
-El caso es que -opina Angelo-, cuanto más tardemos en llegar a dónde sea que vayamos, más posibilidades de cazarnos tendrán esos monstruos.
Todos están de acuerdo en eso. No hay discusión posible, pero una vez más, el pobre Bridge siente la necesidad de ser la voz molesta que se para en los detalles fastidiosos.
-Ya, pero -empieza a decir y esta a punto de fallarle la voz-. Quizás lo que encontremos allí sea peor que Nimrod.
-Entonces los monstruos esos no nos seguirán allí- Añade Johny y todos ríen su gracia durante unos segundos que saben a gloria.
Pero es la voz de Harry la que zanja el debate. Al fin y al cabo, le guste o no, él es el centro de todo aquello.
-Tal como yo lo veo, sabemos lo que tenemos detrás. Y es una puta pesadilla. Así que por mi veamos que nos tiene preparado el destino delante, ¿no?
Sus palabras sirven como espuela para el ánimo de todos. Así que en un segundo la decisión está tomada y Betsy se abre paso como una bestia hacia lo desconocido.

Dos de los vehículos vuelan por los aires consumidos por dos bolas de fuego angélico y algo eleva a Celine por los aires para aterrizar un segundo después detrás de unos contenedores. Las balas empiezan a silbar, ella asoma la cabeza para abatir a dos tipos con dos disparos limpios. Pero hay más, muchos más. Y no es lo peor, cuando mira a Peter, ve su tez blanca, sudorosa, y como se sujeta el costado con la mano izquierda. Aun estás débil, le dice. Éste solo le mira con unos ojos negros como la noche y desparece desplegando las alas hacia el tejado más próximo, donde se han apostado varios tiradores de Isaac, que no tardan en probar el hambre voraz de Tadeusz. Celine hace gala de su punteria mortal y sobre humana detrás de los cubos, aun cegada por los faros de los vehículos, y algunos hombres prueban el dulce sabor del polvo. Pero tres coches más han parado detrás del de Isaac que grita frenético a sus hombres para que den caza a los dos guerreros. Los hombres de Isaac son demasiados. O lo serían para guerreros normales. Pero ellos son de todo menos eso, aunque Peter siente un dolor punzante en el costado y sabe de sobra que va a tardar muy poco en ser abandonado por sus fuerzas. Tiene que llegar a la cabeza de la serpiente antes que eso, o morir en el intento. No le van a vender como mercancía.

Nimrod mira el desierto. Amenaza sólo con devorarlo con los ojos. Nimrod el Grande, el leviatán, el Devorador de mundos, tiene hambre. Mucha hambre. Es su esencia, el centro de su ser, ese hambre atroz, ancestral, estelar. Fue creado para el desastre, para el dolor, para ser un adalid de tristeza. El sol moribundo de la tarde crea pequeñas y efímeras obras de arte en la superficie negra de su cuerpo. Cierra los ojos y tras él nace Plaga. Decenas de ellos, rabiosos, deseosos de sangre, su respiración entrecortada por la furia. Nimrod da un paso adelante, da igual la dirección, hacia allí sólo habrá desgracia.


Celine maldice y grita rabiosa, como una fiera arrinconada contra la pared. Se ha quedado sin munición, así que tiene que moverse aprovechando la confusión de la batalla. Intenta salir pero dos esbirros de Isaac le cierran el paso apuntándole con sus armas. Es triste como los dos pobres incautos ni siquiera ven venir el final en forma de puñal que secciona piel, garganta y vidas. Celine grita como una fiera salvaje y en medio de su euforia homicida ve a Peter aterrizando en el centro del solar, entre dos moles mutantes de más de dos metros de altura, armados con servopuños biónicos. Un golpe esas cosas partiría en dos un autobús. Peter esquiva un golpe pero Celine observa como al caer al suelo se echa una mano al costado y se tambalea. Está herido, no está recuperado para una batalla como esa. Si no consigue llegar hasta él todo acabará pronto. Pero una bola de fuego angélico iguala el tanteador, como una canasta en el último segundo. El mutante al que va dirigida logra esquivarla con un golpe del servopuño pero esos segundos son suficientes para que Tadeusz destroce las burdas placas de metal de su armadura y seccione todo lo que hay debajo. El monstruo cae de rodillas al suelo con las manos cruzadas sobre el vientre gritando de una forma horrible que se eleva por encima de la batalla. Celine aprovecha y trata de salir de los contenedores pero una ráfaga de disparos le hace replantearse su postura. No pinta bien. Chilla de rabia y de furia. Peter jadea con la rodilla clavada en el suelo, apoyado en la espada. No ve el golpe que el otro mutante va a lanzar contra él. Es el fin. O debería serlo, si no fuera por un destello, un rayo dorado que se interpone entre su compañero de armas y el mosntruo. 
Peter levanta la cabeza y con dificultad atisba a la joven tatuada del bar. Maneja dos espadas gemelas curvas con tal destreza que el mutuante, que bien podría triplicarla en tamaño, no entiende de dónde han salido los varios cortes en cuello y esternón por los que se le escapa la vida. Y sin palabras la joven y Peter se entienden, con una mirada, un gesto, y un segundo después ella está degollando hombres de Isaac y él aterriza justo en frente del señor de la guerra, cuyo hijo de puta, queda entre cortado por los tres palmos de acero que le atraviesan el pecho. Luego, con un contundente movimiento, Peter desliza a la hoja hacia arriba y la cabeza del hombre queda seccionada en dos. 
Joseph ve la muerte de su hermano en primera persona. Pero no hay tiempo de lamentarse, es tiempo de salir por patas de allí. Pero no le sorprende que un segundo después de encontrarse a Celine de frente, sienta la punzada de un disparo en el pecho. El segundo, en la cabeza, francamente, le da bastante igual. Los hombres de Isaac que aún están en pie. Se quedan inmóviles por unos segundos. Celine tiene frente a ella a la joven rubia que tan apunto ha aparecido. Ésta levanta las manos y dice, estoy de vuestra parte. Pero ella le sigue apuntando. Peter baja del pick up y se planta entre las dos jadeante. Sangra por la boca y un segundo después se desploma de rodillas en el suelo. La joven rubia se lanza a ayudarle. Hay que sacarle de aquí. Le cogen entre las dos y lo arrastran aprovechando la confusión de los mercenarios al servicio del finado señor de la guerra. Espera, dice Celine, y guía a los tres hasta el vehículo donde Isaac ha traído las armas que iban a servir como cebo de la trampa. Echan a Peter en el siento de atrás y salen de allí, dejando atrás las luces de los focos y los gritos que sirven de marco a la muerte. Peter sonríe entre terribles dolores. De pronto ha caído en algo. ¿ Thrud? Le dice en voz alta a la joven rubia. Thrud, ¿en serio? No me jodas, ya sé quién eres. Y luego se desmalla muy placenteramente. Joder, se lo ha ganado.

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