jueves, 29 de octubre de 2015

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Episodio 11. Las puertas de la guerra. 

Hubo un tiempo en el que si un extraterrestre hubiera venido a la tierra de turismo y te hubiera tocado hacer de guía, una de las cosas que seguro le habrías mostrado con orgullo hubiera sido el Cañón del Colorado. Bueno, eso siempre que el foráneo interplanetario en cuestión no fuera marciano, por que ellos tienen un cañón que hace que el nuestro parezca poco más que el arañazo de un gatito. De cualquier modo, está claro que hubo un tiempo en que el Cañón del Colorado era una de las maravillas que salpicaban la corteza de nuestro pequeño planeta. Hoy en día no podría asegurarse de eso de manera tan tajante. Bueno, la verdad es que hoy en día no solo es que puede que no sea así, si no que si viniera un extraterrestre estaría de los primeros en la lista de lugares a evitar sobre el planeta Tierra. Horadadas sus paredes por cientos de túneles oscuros y atestado de puentes colgantes y plataformas truculentas que sujetan edificios de demencial arquitectura, el cañón se convirtió ya en años de los girasoles, pero en el último lustro aun más, en una ciudad oscura, humeante, siniestra y maldita de la que se mantienen alejados como de una zona radiactiva todos los habitantes de cualquier otra ciudad cercana del país. Alguna mente enferma llamó a ese agujero infecto Inquisición y ese es el nombre que ha prevalecido. Instalados en sus paredes, en un equilibrio demencial de pasarelas y plataformas, se agolpan bandidos y sanguijuelas podridas, mutantes casi todos, que forman la horda más grande de saqueadores del Yermo. El humo de maquinas extrañas, la contaminación de engendros mecánicos olvidados por La Corporación o por la civilización destruida por esta, monstruos de guerra e industriales de corazón nuclear casi eterno que rezuman una pútrida radiación en la que se bañan los habitantes de aquel infierno como si fuera el rocío de la mañana en una soleada y verde pradera. La superficie del río está casi tapada a lo largo de su recorrido por puentes y más plataformas que soportan más edificaciones precarias donde se agolpan los habitantes de esa extraña ciudad surgida de la nada, o más bien de los desechos de todas las civilizaciones de la historia. Inquisición tiene una longitud de algo más de siete kilómetros y es casi imposible averiguar su número exacto de habitantes, que se agolpan como hormigas correteando de aquí para allá, berreando y reproduciéndose, haciéndose cada día más numerosos. A ambos extremos de ese corredor de inhumanidad y podredumbre, se levantan dos enormes murallas metálicas, erigidas con todo tipo de desperdicios de maquinas muertas décadas atrás. Estas murallas flanquean el acceso a la ciudad, a la que solo se puede entrar por los puentes levadizos que se abren en ambas murallas. Y es en la puerta situada más al norte, en lo alto de la muralla, rodeada de sus mejores guerreros y de una guardia de cuatro mutantes enormes ataviados con viejas servoarmaduras de combate que rechinan y rezuman radiación por todas partes, donde una mujer mira algo al otro lado de la muralla. Es conocida como madre Mery, y es la líder y la gobernadora de Inquisición. Al contrario que sus súbditos, tiene un físico perfecto, es alta y de piernas largas y una melena larga y rizada le cae por la espalda. Nadie sabe la edad que tiene, unos dicen que tiene siglos, otros que no nació, que la hicieron en un laboratorio tal y como es ahora. Madre Mary es una mutante, como todos los de la ciudad, pero su mutación no es visible, así que no le parece mal hacer gala de ella al recién llegado que se atreve a aparecer solo en las puertas de su ciudad. Cierto que es que él o eso mide más de tres metros, pero no sería más que un bocado para las fauces de su horda. Así que Madre Mery levanta la mano y varias piedras enormes se desprenden de las paredes del cañón y levitan sobre la cabeza del desconocido. La telequinesis es una mutación mucho más útil que unos cuantos tumores.
Nimrod solo las mira divertido. 
-No soy vuestro enemigo, Madre Mary. 
-¿Y quién eres tú para presentarte a las puertas de mi ciudad?
-Soy el heraldo de la voz del mundo. Del libertador, del Gran Sorbinus que os trae un mensaje que debéis escuchar. 
Madre Mary debe mostrarse fuerte. Así que aMarygesto de su mano el puente levadizo se abre y deja que la enorme y oscura silueta de Nimrod flanquee el paso a la ciudad. No sabe que es eso que tiene delante y mentiría si no reconociera que le pone los pelos de punta, pero no debe mostrarse insegura delante de su pueblo, así que seguida de su guardia, sube al ascensor mecánico que la lleva hasta la superficie y se planta a un par de metros de esa mole. Nimrod, cuya cara carece de expresión y cuya piel reluce bajo el sol, extiende una mano y dice, e aquí al Gran Sorbinus y, tras un destello, delante de Mary, aparece un hombre. Viste un traje negro y es algo más bajo que ella, a pesar del enorme cráneo que ostenta, lleno de venas azules. Sus ojos son amarillos y sonríe como si nada en este mundo pudiera afectarle. Los guardias de Madre Mery le apuntan y el sonido de las servoarmaduras mastodónticas es de lo más amenazador. A pesar de eso, ni Sorbinus ni Nimrod mueven un músculo. Madre Mary levanta un brazo y las armas se bajan.
-Habla, Gran Sorbinus, te escucho.

Bridge piensa que debería dejar las drogas. O empezar a tomarlas. Una decena de girasoles más han aparecido entre las sombras, tienen ojos, les miran, y les apuntan con herrumbrosas armas en un gesto de lo más humano. El girasol que les ha guiado hasta esa encerrona les sonríe de una forma muy desconcertante. Se queda mirando a Ángelo de una manera extraña y sin dejar de sonreír dice, te pareces, pero no eres él, afortunádamente. Ángelo suelta un bufido y responde con un malhumorado, eso ya lo hemos discutido, gracias.
-Estoy seguro de que están un poco confusos, damas y caballeros -dice el girasol.
Johny, este girasol nos está hablando. Bridge lo dice sin pensar, de manera mecánica, como si su cerebro buscara un respiro, un mecanismo de defensa.
- No solo les estoy hablando -dice el girasol sonriendo muy afáblemente-. Es que estoy aquí delante y puedo oírles.
Un par de girasoles mas que les miran con desconfianza recogen sus armas. Harry y Caroline hacen un amago de impedirlo, pero Johny les hace un gesto con la mano para que se calmen.
- Se las devolveremos cuando los ánimos estén, algo más calmados -dice el girasol de la armadura.
-Estaremos más calmados cuando nos expliques qué pasa aquí, qué es todo esto -dice Harry.
-Si, como por qué coño habláis, entre otras cosas.
-Bueno, empecemos por el principio -dice el girasol-. Por las presentaciones, que es un lugar tan bueno como cualquier otro. Me llamo Eugene.

Una punzada en el costado hace que sea mucho menos fácil disfrutar del viaje en helicóptero. Celine pilota con destreza y en silencio, la arena del yermo brilla como un mar rojizo alimentado por los rayos de sol de un amanecer que ciegan, pero caldean el cuerpo y el corazón. Juguetea con la empuñadura de su espada y trata de disimular el enojo que le produce la divertida mirada de curiosidad con la que Thrud le mira de arriba a abajo.
-¿Ves algo que te guste, niña? - Le dice al fin Peter.
-Mucho, la verdad.
Peter nota que está apuntó de ruborizarse y desvía la mirada. En seguida se arrepiente por ser tan bocazas.
-Vaya -continúa Thrud sonriente-. No me digas que el poderoso guerrero se ruboriza por un piropo. Y no me llames niña, guapo, soy mucho más vieja que tú.
-Sé quien eres. Ese nombre, Thrud, lo conozco. Y si eres quien creo se por qué estás aquí.
Thrud sonríe y sus ojos brillan. Pero no brillan por efecto del reflejo del sol que penetra perezoso por la ventana. Brillan con luz propia, las pupilas y el iris son un hermoso lago dorado que deslumbra a Peter.
-No sabía que existíais -dice Peter.
-¿Lucifer y los nephilim pueden existir pero nosotras no?
-Bien visto. ¿Entonces qué? ¿Estás aquí por mi? ¿Llegó el momento?
-No te adelantes. Es un juego complicado. El final no esta ni cerca.
Luego se queda mirando la hoja de Tadeusz y dice, es un arma formidable, ¿puedo?. Peter mira desconfiado a la muchacha y luego, sonriendo levemente, le entrega la espada. Los ojos de Thrud, aun brillando, provocan unos reflejos en la hoja que a Peter le parecen muy hermosos.
-Sabrás que esta no es un arma normal, ¿verdad?
-Mi tío la encontró hace mucho tiempo en unas ruinas extrañas, en oriente medio. Durante mucho tiempo me hizo creer que la había forjado él. Es un bromista.
-Ninguna mano humana ha forjado esta hoja, nephilim. Es demasiado antigua. Es una tecnología que se os escapa. Está claro que es un arma a tu medida -dice devolviéndole la hoja.
Y el atardecer les cosquillea en la piel mientras el helicóptero remolonea en el desierto.


En ocasiones las palabras son perras malas. En otros solo malos tragos que la vida te cuela en el gaznate y te hace tragar a empujones. Hay momentos en la vida en que las palabras se cagan en los sueños, malos o buenos, y en el que el mundo se convierte en un puto bastardo desagradecido. Hay momentos en que, una vez más, el corazón estorba en el pecho y llorar amarga el alma. Eso es lo que sienten todos los compañeros cuando atraviesan túneles oscuros escoltados por los girasoles parlantes, mientras las palabras del que parece el líder, Eugene, provocan llagas en sus corazones, en sus miedos, en sus recuerdos, en las caras de los compañeros caídos.
Todo aquel que juega a ser dios paga el precio, dice Eugene en un tono de voz entre triste y melancólico. Los dementes de La Corporación crearon a nuestros homicidas hermanos y destruyeron vuestro mundo. Pero, igual que la naturaleza sigue sus propios rumbos sin preguntar a nadie, el experimento terrible que esos dementes perpetraron, escogió vivir a su propia manera y se soltó de la cuerda de su amo. Eligió un camino que nadie, ni el Líder, ni su Santidad, ni los que luchabais en el bando opuesto había planeado. Una de las partidas de girasoles que crearon sufrió una mutación distinta a la que los transformaba en los monstruos que tristemente tan bien conocéis. Nuestra existencia les sorprendió a ellos tanto como a nosotros, así que en un primer momento no supieron bien que hacer. Nos mantuvieron aislados, nos enseñaron a leer, nos adiestraron, supongo que esperando que pudiéramos convertirnos en una especie de fuerza de élite de La Corporación.
-¿Y no fue así? -Pregunta Caroline más desconfiada que nunca. Eugene le sonríe ampliamente.
-Johny -dice Ángelo, que no se siente demasiado cómodo con la forma algunos girasoles le miran-, no nos están apuntando ni amenazando. Esto es muy raro.
-Pues no -continúa Eugene-. De hecho, lo que hicimos fue fugarnos. Nos escapamos de allí con un vehículo y algunos inventos de La Corporación que supusimos, muy acertádamente que nos serían muy útiles.
- La tormenta de arena -comprende de pronto Harry.
- Sí, un aparato de control climático de lo más curioso. Nos ayuda a mantener nuestro hogar en secreto. Al fin y al cabo, nuestra especie no es muy amada por la vuestra.
Salen a la superficie. Pueden ver una ciudad bastante funcional, con edificios y calles reconstruidos, escombros retirados y un buen puñado de girasoles vestidos como cualquier persona en su día a día. Les miran con muchísima curiosidad, pero lo cierto, tal y como ha hecho notar Ángelo, es que no sienten ninguna amenaza real, mas a allá de la mirada atenta de los guardias girasoles armados, que es más un gesto de precaución que de amenaza real.
- Bienvenidos a nuestra ciudad. Entiendo que esto es difícil de comprender para vosotros. Pero no somos una amenaza y jamás le hicimos daño a ninguna persona en la guerra. Podéis confiar en nosotros, a pesar de lo queos dicte vuestro miedo o vuestro corazón. Así que, -dice alargando a Bridge su vieja escopeta-, ¿qué va a ser, amigos?
Y no sabe muy bien por qué, sin mirar a los demás, Bridge coge su vieja arma de las manos del girasol mutante parlante que parece ser un buen tipo. Y es que lo peor es que empieza a caerle bien. Y le parece ver, a lo lejos, a su maldita razón largarse enfadada tirando la toalla.

Durante años fuisteis la escoria mas baja de este mundo. La voz de Sorbinus golpea en las paredes del Gran Cañón amenazando con derribarlos. Cientos, millares de ojos y oídos le escuchan a través de un antiguo sistema de megafonía. La escoria olvidada del mundo en la trastienda que nadie quería abrir. Pero no necesitáis que nadie os abra la puerta. No deben preocuparse por no abrírosla, si no por cómo van a sujetarla desde el otro lado cuando empecéis a empujar y la hagáis añicos para tomar lo que es vuestro. Vuestro por el derecho del coraje y de la fuerza. Se está alzando un viejo y antiguo poder, uno que la humanidad olvidó en un gesto negligente y soberbio, olvidando que todo esto no es más que un préstamo. Ese poder os ha elegido para que seáis sus garras y sus fauces, habla a través de mi, así que yo os preguntó, ¿queréis devorar este mundo hasta el tuétano?
Un murmullo. Luego un silencio. Y Madre Mary se acerca al borde de la plataforma desde la que está hablando Sorbinus, que le cede sus sitio junto a los micrófonos. Madre Mery supone que la sombra de Nimrod atenaza los corazones de hasta su más fieros guerreros. Pero la guerra ha llegado a a sus puertas y ellos van a abrirlas gustosos. Levanta los dos brazos al tiempo que exclama, ¡Guerra!, con todo el odio que atesora en su corazón. Miles de voces la secundan y las paredes del cañón se encogen entre tanto grito, desbordadas de tanta rabia, de un odio espumoso, babeante y ancestral que hace temblar el corazón de la tierra. Luego vienen los rugidos de los motores, de cientos de bestias de guerra, transformadas una y mil veces, maquinas de corazón oscuro sedientas de sangre. Ese día cualquier pensamiento triste tiene lugar, cualquier anhelo carece de sentido. Ese día, bajo esa tempestad de gritos enloquecidos, en el oleaje de ese odio desmedido, el mundo sale perdedor y la vida no vale más que el plomo de una bala o filo de acero de algún hacha. Ese día la tierra llora para sus adentros, pero nadie la escucha, todo el mundo está demasiado ocupado. Por eso mira para otro lado cuando las puertas de la ciudad de Inquisición se abren y de ellas salen, como escupidos al mundo, varios vehículos que abandonan el cañón y se pierden en todas las direcciones posibles. También mira para otro lado cuando una sutil señal de radio y una prima hermana suya, un bip bip típico del código morse, se desperezan y se derraman por las colinas y montañas en busca de unos funestos oídos. Madre Mary, sin mirarle con sus ojos color tierra encendidos por la luz del desierto, le dice a Sorbinus, pronto nuestro ejército será más grande. Solo necesitaremos un lugar al que marchar. 
-No te preocupes por eso, hija mía. Eso es cosa de mi hijo Nimrod y mía.
-¿Y tú qué eres? -Le pregunta Madre Mary a Nimrod que le mira sonriente. 
-Soy un Leviatán, mujer, el último de ellos. El más poderoso de ellos. He dormido durante milenios pero ahora estoy aquí para construir un mundo nuevo.
Mary no contesta. Genial. Espera no haber metido a su pueblo en un agujero mayor que en el que se encontraba. Pero su pueblo quiere guerra. Ha nacido y vive para ella. No tenía más opciones. Mira el sol, y algo le dice que será de las últimas veces que lo vea tal y como es. O al menos tal y como es ella. 


Doggy acaba de poner una buena canción en la radio. No sabe bien a dónde o a quién va a llegar. Pero por si acaso, aunque solo llegue a una persona, merece la pena haberla puesto. Ticket to ride, una buena canción para acabar esa tarde. Una tarde triste, pero empieza a pensar que en medio del desierto, ahí solo en su caravana, poniendo canciones quizás para nadie, todas las tardes son tristes. Empieza a refrescar. Es momento de programar unas cuantas canciones, acabarse la cerveza, buscar la sudadera verde e iniciar la peregrinación a las cuevas para seguir estudiándolas. Entonces, ¿por qué se siente tan inquieto? ¿Por qué tiene esa desagradable sensación en la boca del estómago? Ese rojo del atardecer en el desierto. Como si el mundo sangrara. El mundo es hermoso, nos empeñemos en hacerle lo que queramos hacerle. El mundo es una festival. Deberíamos celebrarlo y no empeñarnos en consumirlo hasta que no quede nada. Pensamientos lúgubres de un eremita que empieza a hacerse viejo. Y se da la vuelta para entrar en la caravana. Pero escucha un sonido. Un sonido inconfundible. Un sonido que le le dice que quizás no esté tan viejo, que quizás su intuición no está tan oxidada. Es un sonido que le invita a darse la vuelta y, utilizando la mano derecha como visera para protegerse del sol mortecino, contemple entre fascinado y temeroso, el helicóptero que se dirige hacia él sin ningún lugar a dudas, 

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