domingo, 7 de agosto de 2016

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Episodio 22. Jinetes del cataclismo. 

El pitido en los oídos duele y borra el mundo. Casi dan ganas de cerrar los ojos y dejar que la nube de polvo y escombros que va cayendo sobre ellos les arrope y les de un momento de paz. Pero no hay tiempo. Y ni de coña hay paz, la paz ha dejado el estado. Les duele todo el cuerpo. El volantazo de Bridge ha lanzado por los aires a los que no estaban bien sujetos, aterrizando pesadamente contra los asientos y el suelo de Betsy. Pero ese volantazo les ha salvado la vida. Todo ha sido muy rápido. Un desnivel en la carretera que les hace perder brévemente el horizonte de la carretera para que al volver, a unas decenas de metros, vean la amenazadora silueta de un tanque enorme, un viejo M-1 Abraams. Luego el fogonazo del cañón y la reacción instintiva de Bridge, buscando refugio tras un edificio semi derruido, quizás las oficinas del peaje de la vieja autopista. Pero lo peor es otra cosa, algo que llama la atención de todos sus sentidos e incluso ahora, bajo la nube de escombros, es en lo único en que pueden pensar. Dos siluetas gigantescas que llenan la bahía junto al puente. Ambas de vaga forma humana y varias decenas de metros de altura. Una blanca y reluciente, la otra tan negra que da la sensación de que sólo puede verse en la noche cada vez más cerrada gracias a la luz que emite la otra. Nimrod contra Mazequiel. Ángel contra leviatán. Luchan, pero no como el concepto humano de la lucha, da la sensación de que bailarán, o se arremolinaran, como si la lucha fuera a un nivel molecular, existencial, filosófico y atemporal, una lucha más allá de la existencia. Pero lo peor es el ruido, como de mil máquinas, lentas pero terriblemente pesadas, como de mil millones de tormentas o de infinitas orquestas tocando una canción muy muy lenta, y muy triste. Levantan olas de de varios decenas de metros que se estrellan peligrosamente contra el Golden Gate, arrasando edificios y a todo aquel pobre diablo al que no le de tiempo a escapar. Pero otro sonido les llega. El de una torreta de tanque girándose y el de un poderoso motor posicionándose para volver a disparar.
- ¡Mueve el culo Bridge! Sácanos de aquí -grita Johny.
El problema es que no hay muchos lados a donde ir. Eso es una maldita autopista. Bridge da marcha atrás a toda máquina justo cuando oyen el fogonazo de un segundo disparo que no les alcanza y que no les importa demasiado dónde ha ido a parar. Después de unos segundos Bridge pregunta en voz alta, quizás para Johny, pero sin esperar realmente respuesta. Oye, ¿crees qué se puede hacer un trompo invertido con este cacharro?. El caso es que le llegan algunas exclamaciones, quizás incluso le parece oír algún comentario sobre su santa madre, pero el caso es que un segundo después, cuando el mundo y los estómagos vuelven a su sitio, Betsy está bien orientada y sigue su camino, el problema es que se alejan del puente, que es su destino, pero con esa bestia mecánica delante tienen muy jodido pasar.
-Bridge -dice Peter- toma esa intersección, trata de ir campo a través o cogiendo las vías de servicio. No vayas recto y trata de esquivar los cañonazos.
-¿Qué coño crees que vas a hacer? -pregunta Caroline.
-Vas a ir por el tanque, puto chalado -afirma, no pregunta, Celine.
-Johny -dice Peter con una sonrisa muy muy extraña -El tanque.
-¿Qué? -pregunta Johny.
-Es un puto M-1 -responde Peter como si no hiciera falta añadir nada más. De pronto a Johny se le iluminan los ojos.
-¡Cojones, es verdad¡ -Dice entre risas-. Pero tú no tienes granadas.
Peter sólo sonríe y enciende una bola de fuego angélico en la mano.
-Bien visto -admite Johny. Y Peter, después de lanzarle un beso a Thrud, sale volando por la puerta de Betsy.
-¿Alguien me puede explicar de qué coño va esto, por favor? -Pregunta Harry, algo desquiciado.
-Es por un viejo vídeo juego -explica Johny - Metar Gear Solid. El prota, Solid Snake, se carga un tanque M-1. Peter quiere imitarlo.
Un silencio de lo más incómodo en el habitáculo de Betsy.
-Vosotros no soy de verdad, ¿no? -Pregunta Laura.

La noche y la lluvia que le cae en los ojos merman bastante su visibilidad. Pero la silueta del tanque no se le escapa y el nuevo fogonazo que sale del cañón ayuda bastante. No tiene tiempo ni ganas de girar la cabeza para ver si el impacto ha sido cerca de sus amigos. Suficiente distracción son esas enormes manchas luchando en medio de la bahía bajo un estruendo que enmudece el tiempo. El tanque es cada vez más grande. Si dispara es que tiene visión nocturna y la guía por láser intacta. Malo para sus amigos. Malo, muy malo, para él. Pronto llegarán las ráfagas de las ametralladora de la torreta. Pero ahora le preocupa más la silueta vestida de blanco que se recorta en lo alto del carro de combate. Parece una mujer. Con una larga melena que desafía la lluvia. Y una servoarmadura que hace que pueda atravesarle el pecho con un solo puñetazo. Va a ser más difícil de lo que pensaba. Oye las primeras ráfagas y seguido ve las balas trazadoras volar hacia él. Esquiva los proyectiles que pasan silbando a su lado, consiguiendo que se distraiga lo justo para que cuando lo siente, es demasiado tarde. Una onda telequinética que le lanza por los aires hasta que acaba cayendo en el barro. Maldición, odia a los telequíneticos. Se pone en pie. Él también tiene sus armas. Lanza una bola de fuego. La mujer la esquiva y con una voltereta cae al suelo. Pero el fuego arrasa la parte superior de la torreta, eliminando las armas a y quienes las utilizaban. La mujer mira por encima del hombro los destrozos en su vehículo y grita de rabia, lanzando una nueva onda psíquica hacia Peter, que ya no está ahí, ataca a la mujer desde el flanco y ésta para el golpe de la espada con el antebrazo de la armadura blanca. Con un gesto manda a Peter dos metros hacia atrás, sin hacerle caer y, después de sonreír satisfecha, su armadura se transforma por la parte de los antebrazos dando forma a dos temibles cuchillas.
-Bonito juguete -dice Peter-. Nunca había visto ninguno igual. Lástima que tengas mucho mejor tipo que yo y no poder quedármela cuando te mate.
-Se adapta al portador. Pero no tendrás oportunidad de probarlo. ¿Qué eres tú?
-Habla con mi agente, nena.
Peter lanza una bola de fuego que Madre Mary desvía con sus poderes. Ambos, guerreros perfectos como son, saben que eso está en tablas. Serán los filos los que decidan y en un segundo metal ancestral y metal de alta tecnología lanzan chispas desafiantes en la lluvia. Peter ve en seguida que es mejor. Pero también ve que su contrincante es fenomenal y que el más mínimo descuido mandara su cabeza de vacaciones. Y no tiene tiempo. Un nuevo fogonazo le recuerda que esta ahí por el tanque. Necesita una solución rápida. Pero un estruendo desde la bahía sirve de ante sala a una enorme ola que lo barre todo.

No llevan mucho transitando nerviosamente por vías secundarias, buscando el refugio que pueden tras edificios, cuando son conscientes que no va a ser tan fácil como esperar a que Peter inutilice el tanque. Luces, faros de vehículos. Gritos. Motores. Poco a poco todas las direcciones en las que miran se van llenando de máquinas de guerra del ejercito invasor. No se les acercan, no atacan, está claro que solo pretenden cercarlos y esperar a que el artillero del tanque de en el blanco. Y poco falta, una explosión a pocos metros de ellos les sienta y llena sus oídos con un molesto zumbido.
-¡Joder! Ese ha estado cerca. Bridge sácanos se aquí -grita Celine.
-¿Ah, sí? ¿Hacia dónde, guapa?
Empiezan a discutir. La confusión se alza incluso por encima de los sonidos de la tormenta, de los gigantes luchando. Johny piensa. Tienen que hacer algo. Piensa. Mira las armas que tienen amontonadas al fondo de Betsy. Piensa. De pronto se fija en el equipo de escalda que hay tirando en un rincón. Piensa. Mira las armas. El arnés. Piensa. Armas. Arnés. Piensa. Piensa polla vaso, polla vaso piensa. Y sonríe.
-Celine, móntame eso y dámelo cuando te diga -señala un cañón de impulsos pesados, Multitude. Le llamaban en sus tiempos Hellraiser. Coge el equipo de escalada, se ajusta el arnés y se ata un extremo a la cintura. El otro se lo a Harry. Cuando te diga, me lo pasas por esa ventana. Harry intenta preguntar un vacío qué, pero Johny va a mil por hora. Ata el cañón a una cuerda y se la ata también a la cintura y sale por una de las ventanas del lado izquierdo del autobús. A pesar de su pasmosa agilidad le cuesta, por que la lluvia convierte el meta de Betsy en una superficie perfecta para el patinaje. Pero en un par de calculados movimientos está en el techo y está asegurando el otro extremo de la cuerda que Harry le ha pasado por la ventana del otro lado. Asegura el equipo con una cincha hasta que notas los pies firmes en el techo de Betsy. Golpea con el pie a modo se señal y en seguida nota el peso del arma que tiene atada a la cintura y empieza a tirar. Le cuesta hacer todo aquello bajo el aguacero, pero se sigue moviendo con precisión. Presiona un botón del arma y el trípode magnético se fija a al techo de Betsy y un zumbido seguido de unas señales luminosas azules le indican que el bicho está preparado para escupir fuego. Vuelve a golpear dos veces el techo del autobús, está vez con rabia, y Bridge entiende a la perfección lo que le quiere decir. Arrancan furiosamente contra las hordas de enemigos. Johny chilla como si fuera el llanero solitario. Bridge Grita como un loco. Los demás guardan el más temeroso de los silencios y se agarran con disimulo a los asientos, menos Caroline y Celine, que ya están apostadas en las ventanas con las armas apunto. Las tropas de carroñeros ni siquiera entienden qué se les ha venido encima. Pero la cortina de disparos del cañón que maneja Johny siembra la destrucción y cuando Betsy embiste y manda por los aires varios vehículos y ocupantes que formaban la barricada comienza una desesperada persecución por las afueras de San Francisco. Todo aquel vehículo enemigo que se acerca demasiado recibe el mortal regalo del cañón Multitude, que suelta ráfagas de impulsos que atraviesan chapa, motor y todo lo que les pongan por delante. Y eso que entre los bandazos que pega Bridge, la lluvia y la velocidad, apuntar es todo un reto. Pero Johny se las va apañando. Y la verdad es que lo está disfrutando. Bueno al menos hasta que un par de balas pasan demasiado cerca de su cabeza y un par de arpones de tosca factura, lanzados desde un aparatoso lanza arpones adosado a un jeep, se clavan en el techo. Van unidos a un cable de acero y el coche empieza a ejercer de lastre. Johny sonríe, porque piensa que ese listo ha pescado un pez más grande de lo que puede digerir. Lanza una ráfaga y el coche salta por los aires en una bola de humo y se queda arrastrando de ellos, como una bola de demolición que arrasa con cualquier enemigo que se les acerca. Pero sigue siendo un lastre, así que Johny dispara sobre el arpón y los restos del coche enemigo se estrellan contra cualquier pared, cayendo en el olvido. Casi está tentado a reírse. Pero cuando ante su vista aparecen dos inmensos monstruos, dos camiones enormes que escupen humo a la tormenta como si quisieran secarla, se le quitan las ganas. Hierros, púas, ruedas enormes, cañones de gran calibre que ya les escupen y dos cuñas de acero en el morro con pinta de poder derrumbar el puto Everest. Les dispara pero el blindaje de esos dos titanes sobre ruedas aguanta por el momento. Cosa que no se puede decir de él, que tiene que tirarse al suelo, bueno al techo, cuando una ráfaga de acero le cae encima y barre el cañón Multitude. Mierda, piensa. No puede soltarse a esa velocidad, así que se queda pegado al techo, casi queriendo fundirse, la cara pegada al metal, deseando que Peter se pueda encargar del tanque y salgan de allí de una maldita vez, porque aquello empieza a no ser divertido. Bridge gira en seco. Pero Johny no tiene ninguna gana de ver hacia donde.

Siente que se ahoga. Oscuridad. Cuando recupera el aliento el tanque sigue allí, y la lluvia y Tadeusz a un metro, y la mujer de la armadura blanca que se levanta también aturdida. Otro fogonazo del tanque. ¡El cañón, claro! de pronto lo ve claro. Sale corriendo y levanta el vuelo justo al pasar junto a la mujer, siente una onda psíquica, pero la esperaba, no le da de lleno, se tambalea pero no pierde la dirección y lanza una bola de fuego contra le cañón, no cree que pueda destruirlo, pero, sí, ahí está, en medio, el metal al rojo vivo. Se lanza en picado y corta con la espada como si no hubiera cortado nunca. Nota como Tadeusz atraviesa el metal. No puede rectificar la trayectoria y se estrella dolorosamente contra el suelo. Cuando se levanta tiene el tiempo justo para esquivar un ataque de Madre Mary y mientas lanza y esquiva golpes, espera que sus camaradas entiendan como una señal el hecho de que el M-1 ha dejado de dispararles. Y sí, ahí está, aullando bajo la lluvia, el claxon y el motor a todo gas, la inconfundible silueta amarilla de aquel maravilloso vehículo que Bridge maneja como un demente a toda velocidad bajo la tormenta. Ignora a su oponente y se lanza volando contra sus amigos. Espera poder agarrarse en vuelo y según se acerca piensa que la lluvia y la velocidad le están jugando una mala pasada, pues le parece ver a Johny en lo alto del techo del autobús, sujeto con un arnés, estirando las dos manos hacia él. ¡Agárrate!
El impacto es fuerte, pero el arnés aguanta y quedan de rodillas, cogidos el uno al otro.
-¿Te lo cargaste? -Pregunta Johny.
-Y sin granadas. Con una puta espada. ¡Chúpate esa, Snake!.
Los dos ríen. Bridge pasa a toda pastilla junto a Madre Mary y el inutilizado tanque. Se meten en el puente, que es un caos de escombros y agua. Bridge esquiva toda clase de cosas bajo las olas y el aguacero, que hacen que Peter y Johny tengan que recurrir a todas sus fuerzas para no salir volando. Quedan apenas unos centenares de metros de puente.Y entonces el sonido. Bueno, antes que llegue el sonido, solo que no se dan cuenta, dejan de sentir ese pesar, esa alegría, ese lo qué sea en los corazones. Como si fueran más ligeros. Y dejan de notar ese olor a flores. Dejan algo, en fin, que no pueden explicar, detrás. Luego sí, el sonido. Un sonido que ningún humano ha escuchado jamás, pero que entienden enseguida. Es el sonido que hace un ángel al morir. La enorme silueta blanca cae lentamente sobre el lo puente, mas o menos a la mitad, partiéndolo en dos como si estuviera echo de naipes. El suelo tiembla y todos chillan, pero Betsy sigue su camino, trastabillando pero decidida. Bridge gria que se agarren y, aunque en el futuro no se lo contará a nadie, cierra los ojos al tiempo que pisa todo lo que puede el acelerador. Y por segunda vez, ahora puede que quizás sólo durante tres o cuatro metros, aquel autobús vuela, mientras una maravilla de la ingeniería se desmorona detrás y Nimrod lanza un grito de victoria a la noche. Bridge piensa que es una pena que el salto suicida de longitud con vehículo de varias toneladas no sea deporte olímpico.


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