miércoles, 29 de junio de 2016

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Episodio 21. City Lights.

Unos pies pisan el sur de San Francisco que ya se recorta viva y palpitante al fondo del atardecer. Son unos pies embutidos en una preciosa servoarmadura Multitude blanca. Nunca se vio ningún operativo con ese color, así que la finalidad y potencial de esa armadura son un misterio, al igual que el pasado y el corazón de la mujer que la lleva. Mira la tierra rojiza y le parece hasta hermosa, sobre todo después de haber dejado atrás la zona de San José. El fantasma de la ciudad, el cascarón más bien, contrasta con las luces que se ven al fondo. Casi se presentan como la jodida tierra prometida. Los idiotas de los habitantes de la bahía debieron pensar que dejar la ciudad ruinosa tal y como estaba serviría de pantalla y quizás de muralla natural que ayudaría a defender uno de los mayores paráisos remanentes del mundo. Pero Madre Mary sonríe, por que evidentemente se equivocaron. Para lo que sí ha servido, es para que el grueso de su ejército se colara hasta casi el mismo corazón de la ciudad, sin que nadie se diera cuenta. Los pocos puestos de seguridad y avanzadillas cayeron mucho antes de poder avisar a nadie y San Francisco se prepara para recibir el atardecer sin atisbar siguiera la marabunta de  malnacidos y maquinas de guerra que acecha a sus puertas. Sobre su imponente tanque M-1, contempla aquella postal y se impacienta ante la posibilidad de un nuevo hogar, lejos de las paredes marchitas y estériles del cañón. Una sombra a su derecha le pone los pelos de punta. Nimrod mira en la misma dirección y habla con esa voz que incluso a ella le intimida.
-No esperan lo que se les viene encima.
-No -asiente Madre Mary-. Pero deberemos entrar rápido y matar rápido. No sabemos dónde están y no hemos podido dejar muchas fuerzas para defender la única salida.
-Yo les encontraré. Tú procura que no tengan por donde escapar.
-Pero recuerda. Queremos la ciudad -Madre Mary no puede dejar de pensar en la desaparición de Las Vegas y no quiere que eso le pase a San Francisco. La quiere para ella y su pueblo.
-Descuida, tenemos un trato. Además, hay algo ahi dentro, algo que protege la ciudad y anula mis poderes.
Madre Mary no añade más. Levanta la mano. Todo el ejército guarda silencio. Solo se oye el rugir leve de algunos motores al ralentí, el sonido de bestias respirando impacientes. Entonces la primera explosión llega. Luego dos más. Madre Mary sonríe. Baja la mano y otra explosión le responde. Gritos. Motores de centenares de vehículos de todo tipo. El bramido de bestias y gritos de guerra. El sonido de música, del Oh, Fortuna de la ópera Cármina Burana saliendo de altavoces atados sin concierto de varios vehículos. Y la tierra tiembla bajo el peso de la guerra, absorbiendo las primeras gotas de lluvia que traen el desastre.

Peter se sienta en medio de la sala y trata de imaginar como fue todo aquello, en los años cincuenta del siglo XX. Thrud curiosea por el edificio que está en un estado ruinoso, como una niña traviesa.

-¿Por qué es tan importante este sitio? -le pregunta-. Está hecho polvo.
-Aquí el mundo cambió un poco. Aquí unas pocas mentes, o mejor, unos pocos corazones, imaginaron un mundo algo distinto y casi consiguieron contagiar a los demás.
Thrud se acerca a la puerta y ve el cartel caído en el suelo, muy deteriorado por el tiempo. Puede leer algo así como City Lights. El local está lleno de estanterías con viejos libros absolutamente destruidos por el paso del tiempo. Se desmoronarían si intentaran tocarlos. No queda casi ninguna sección del techo.
-Era una librería -dice Peter-. Y una noche, un hombre llamado Allen Gingsberg, aquí, el seis de octubre de 1955, leyó un poema. Y de verdad creo que una puerta se abrió.
Peter trata de imaginarse a Ginsberg leyendo, a Kerouak absolutamente borracho, con una garrafa de Oporto de cinco litros, aullando y aplaudiendo como un poseso. Quizás ese era un mundo mejor.
Thrud se le acerca y le mira a los ojos. Nunca los había visto brillar así, dice. Peter solo sonríe y mira a la valkiria directamente a los suyos. Eso no es del todo verdad. Ella retira la mirada divertida, quizás solo aparentando estar ruborizada, pero a Peter el gesto le parece natural, e irresistible. Y cuando ella vuelve a mirarle y una gota de lluvia le roza la mejilla, él solo sonríe, con tristeza. Estaba pensando en abrazarla y besarla. Cuando llega la segunda gota de lluvia y luego la tercera, filtradas con tristeza por el maltrecho techo de la librería, no lo duda. Aprieta a Thrud contra si y siente en su boca y en sus manos todo el poder y el fuego de la Valkiria, que se arremolina con su parte de demonio. Quizás solo dura un segundo, pero es suficiente. Un segundo hasta que la voz de Bridge les saca del trance. Está en la puerta, escopeta en mano, junto a Caroline y Laura. Tienen machas de sangre, aunque no parecen estar heridos.
-Tenemos que irnos -dice.
-Nimrod está aquí -dice Laura.
-Lo sé, he visto la lluvia. Por un segundo he querido pensar que era un chubasco normal.
-No somos tan afortunados, jefe -añade Caroline, que les mira y guiña un ojo divertida.
Salen apresurádamente. Bridge ha traído un viejo sedane destartalado y Johny y los demás se han quedado a defender el campamento y sobre todo las armas y Betsy. 
Cuando salen a la Avenida Columbus, el atardecer ya juguetea con las fachadas de los edificios. Lo malo es que un aullido también juguetea con el atardecer. Primero uno, luego varios. Pronto pueden ver unos humanoides ataviados con armaduras de combate y ojos rojos que trepan hacia abajo por las fachadas. Cada vez gritan más alto. Uno de esos gritos se abalanza sobre ellos, desde la fachada de la librería. Bridge se gira y le vuela la cabeza al mutante en el aire y el cuerpo cae pesadamente sobre la acera. La armadura está hecha de trozos inservibles de armaduras ligeras, seguramente de cuerpos anti disturbios o de los S.W.A.T. De la cabeza no queda mucho, le vieja escopeta de Bridge es de lo más convincente. Al coche, rápido, grita Peter. Sobre ellos se abalanzan un par de docenas de tipos parecidos al que Bridge ha dado pasaporte. Para su suerte no llevan armas de fuego, así que Caroline y Laura pueden abatir alguno antes de que se acerquen demasiado y los cinco que consiguen llegar hasta ellos antes de que entren en el coche prueban el acero ancestral de Thrud y Peter. Pero de la fachada bajan otros veinte, y no es lo peor. En la única dirección en la que pueden ir, la que no está cubierta por los escombros de las fachadas que se derrumbaron quién sabe cuándo, una linea de seis motoristas les corta el paso. Cabalgan rabiosas y deformes enduros que chillan como ratas gigantes y sus cascos imitan formas terribles de mandíbulas feroces. No les atacan, están calibrando su potencial lo que les da tiempo a meterse en el coche.
-Sácanos de aquí Bridge, ¡Vamos! -le grita Laura cogiéndole de la pierna. Pero el maldito motor del sedane ha decidido que ese es tan buen momento como cualquier otro para echarse a dormir.
Es la señal que necesitan. Los trepadores se lanzan contra ellos acompañado del rugido de las motos. Peter sale del coche y se lanza contra los mutantes que les atacan con porras con clavos y hojas de muy rudimentaria factura. Evidentemente no son rivales, pero las motos están cada vez más cerca y los primeros disparos les silban tan cerca que se quedan un segundo inmóviles. Los motoristas llevan armas pequeñas automáticas, seguramente viejas Mac-9 o mini Uzis. Precisión cero. Pero capaces de escupir una tormenta de putas balas. Peter vuelve al coche al mismo tiempo que Bridge consigue arrancarlo. Se lanza contra las motos, varios disparos les alcanzan y algunos revientan el parabrisas, pero no les dan. Bridge, gritando como un loco, se lanza contra los motoristas maníacos, que le esquivan en medio de una nube de polvo, derrapan y empiezan a perseguirles sin tregua por las calles de la ciudad. Caroline saca medio cuerpo fuera y dispara sus dos armas. Dos disparos. Dos motoristas caen al suelo. Pero su sexto sentido le dice algo. Mira a su izquierda y ve en una azotea el destello de la mira de un arma de precisión. Se nueve como un relámpago pero ve el fogonazo del disparo salir y grita como una loca.

Johny y Celine hacen recuento de armas. Harry las va cargando y Ángelo ha movido a Betsy para apartarla un poco de la línea de tiro. Luego ha hecho barricadas moviendo viejos coches y dejando una salida hacia el norte para el autobús amarillo. Junto a ellos el ángel Mazequiel parece ido. Pero lo que de verdad está haciendo es meterse en el cuerpo de sus oficiales, impartir órdenes y evaluar daños.

-Han volado todos los puentes de la ciudad. El de Oakland-San Francisco, San Mateo y Dumbarton. Solo han dejado el de Richmond y el Golden Gate, los dos al norte. Pero hay muchas tropas suyas allí. Es una pinza. Vienen a por vosotros y a quedarse con la ciudad. Y no vienen solos.
-Ese es Nimrod. Por eso llueve -dice Harry-.
-Creo que es un Leviatán -añade Johny.
-Pensaban que eran solo una leyenda. Pero se dice que su poder es comparable al de los ángeles.
-Se tragó Las Vegas entera -añade Celine.
-Os espera en el Golden Gate. Mis tropas no pueden nada contra él. No podré ayudaros a llegar al puente.
-Nos las apañaremos -dice Johny-. Pero sería de gran ayuda si nos pudieras quitar de encima a esa cosa.
El ángel desaparece y unos segundos después unos quince guardias de la ciudad, bien armados y con dos vehículos todo terreno aparecen en la salida norte, custodiando el hueco que Ángelo ha dejado para que puedan escapar. Les gritan y les dicen que vayan, que han venido a escoltarles. La ultima frase queda entrecortada por una explosión y los guardias, así como el amasijo de hierros retorcidos en los que se han convertido sus vehículos, pasan a formar parte de un desagradable tapón que les impide la salida.
Luego llegan los disparos. Y los gritos. Y mutantes saltando las llamas, bien pertrechados con armaduras, ignorando el calor como si no fuera más que una leve brisa de verano. Afortunádamente las armas pesadas que tienen los compañeros, rifles de plasma y de impulso Multitude, pueden atravesar armaduras, sobre todo armaduras echas a trozos e inoperativas como esas. Pero una figura atraviesa las llamas lentamente.
Es un tipo, bueno, un monstruo de color de dos metros enfundado en una armadura Multitude roja. Un modelo que casi no se vio en acción, un prototipo ideado para operaciones de extracción con armamento pesado. Es la Bodyguard, llamada así porque genera un campo de energía que unido a su blindaje de superaleación hace casi inexpugnable a su portador. El tipo tiene los ojos muy blancos y su piel brilla perlada por las gotas de lluvia que caen sin parar y que hacen que un intensa humareda salga del fuego de la explosión.
-Soy el general Dandreé, Caudillo de inquisición, y estoy aquí para traeros el dolor del nuevo mundo, del nuevo gobierno. 
No echa mano de las dos armas de plasma que lleva adosadas a la espalda. En lugar de ello despliega una lanza de aspecto mortal. Es un invento del general Finnegan. Además de su mortífero filo de titanio endurecido moleculármente, aquella joya suelta impulsos de choque que podrían parar un búfalo en plena carrera. Deandreé ruge y se lanza a por los compañeros, seguido de sus soldados. Estos toman posiciones y empiezan a disparar, pensando que quizás la presencia del ángel en ese momento sería más valiosa que el en Golden Gate.

Peter se lanza a por Caroline un segundo después de que oiga el disparo. El cuerpo de la chica pesa poco y no se mueve. El dragón de la espalda yace inmóvil. Busca restos de sangre, el orificio de la herida, al tiempo que le pregunta si está bien. Caroline se mueve, le aparta bruscamente y grita. Entonces levanta la cabeza y el pelo rojo le cae en mechones desordenados por la cara, por el cuello hasta la altura del hombro. El disparo le ha cortado la trenza y esta ha salido disparada y se ha perdido, junto con la punta de acero, en algún lugar del anegado San Francisco. La chica solo puede gritar, hijos de puta, y Peter está casi tentado a reírse, si no fuera por que la mirada asesina de Caroline, que le atraviesa con ese azul brillante, le aconseja que no es buena idea. No hay tiempo para más. Bridge da un volantazo y las ruedas sufren en la calzada llena de escombros y agua. La visibilidad bajo la tormenta tampoco es mucha, pero una sombra llama su atención, una mole semi oculta detrás de una esquina. Solo tienen un segundo para identificarla, y hasta eso es poco. Un fogonazo y el tanque se estremece bajo el retroceso de su propio cañón. Bridge tira de hasta el último de sus reflejos, pisa el freno y luego el acelerador, gira una esquina a la izquierda y consigue esquivar el proyectil. Un suspiro, no tienen tiempo para nada más, porque el proyectil no les ha alcanzado a ellos, pero si al edifico de al lado, que empieza a derrumbarse sobre la calle. Bridge acelera, esquiva escombros y tiene que girar bruscamente cuando una sección enorme del edificio se les viene encima. Pierde momentáneamente el control del coche que empieza a girar en círculos. El mundo parece haberse metido en una batidora que necesita terapia. Pero consigue hacerse, sudando como un puto pollo en un  horno en medio de Arizona, con el control del coche y sigue calle arriba. Escuchan las cadenas del tanque y un nuevo zambombazo y cierran los ojos deseando que no les de.


Desde las ventanas de Betsy, Ángelo y Harry reparten fuego y mantienen a raya a los carroñeros que van entrando por la barricada norte. Celine y Johny se parapetan en una barricada de vehiculos, disparando, concentrando su fuego sobre el general Deandreé, que no busca refugio, pues ni las armas más potentes que blanden sus enemigos pueden atravesar la berrara de la armadura. Coge carrerilla y es mucho más rápido de lo que su tamaño puede hacer creer. Arremete con la lanza contra el coche en el que se esconden Celine y Johny. El coche vuelca y los éstos salen disparados y caen pesadamente, doloridos, contra el suelo. Johny consigue evitar la lanza en el último momento, pero la onda de choque le laza un par de metros más lejos, con una nueva sacudida de dolor. Celine ya se ha puesto de pie y lanza una ráfaga contra Albert, pero el blindaje absorbe todos los impactos. Celine esquiva un par de golpes de la lanza y Johny se encarama a la espalda del gigante disparándole a boca jarro a la cabeza. Éste se sacude, pero no cae y echando una mano hacia atrás coge a Johny del hombro y lo manda tres metros más allá. Empieza a dolerle todo y le gustaría tener al menos un segundo para levantarse.

-Estoy hasta los cojones -grita Ángelo-. ¿Vienes?
Harry le sigue y empiezan a andar, soltando plomo, bueno ráfagas de impulsos, hacia la barricada que sigue humeando. Gritan y disparan y no se detienen ni un segundo, llenando de impactos a cada pobre diablo carroñero que tiene la desdichada idea de cruzar para atacarlos. Hasta que solo hay silencio. Silencio cadáveres y humo. Los dos compañeros recargan y no bajan la guardia, esperando una nueva oleada.
Celine dispara y Johny trata de alcanzar las partes bajas de la armadura de Deandreé con el machete. Pero nada surte efecto y el cabrón bastardo de monstruo no da muestras de cansarse ni un segundo mientras que ellos empiezan a estar exhaustos. Es cuestión de segundos que les cace a uno de ellos, o a los dos.
De pronto una explosión se traga al gigante y ven la sombra de algo sobrevolándoles. Peter aterriza a su lado y de sus manos sale aun fuego angélico. El humo se disipa y Deandreé sigue ahí pero ssu lanza ha salido disparada varios metros. Así que se echa las manos a la espalda y monta las dos armas de plasma. El infierno se desata sobre sus cabezas en forma de proyectiles de plasma verde que levantan humo y tiran paredes, consiguen esquivar la primera ráfaga, pero saben que no habrá esa suerte con la segunda. Peter se lanza contra el carroñero y golpea furiósamente con Tadeusz, de forma que el general no puede disparar, porque para los golpes con las armas y con la armadura. A juzgar por algunas muescas en sus antebrazos, parece que Tadeusz si puede atravesar, al menos algo, el blindaje de aquella máquina de guerra. Pero es rápido. Si tan solo consiguiera acertarle una vez. Eso es lo que Peter está pensando cuando la punta de la lanza de Deandreé sale por el pecho de este atravesándolo, empuñada por Johny, que grita y la clava aun más, para luego volver a sacarla. Se escucha un zumbido que deja claro que el blindaje ha dejado de funcionar. Deandreé les sigue mirando con odio y furia. Pero cae de rodillas. Va a decir algo, pero se lo piensa mejor cuando Bridge le vuela la cabeza con la escopeta.
Laura recoge las armas del general  Deandreé. Te las has cargado, le dice a Peter, una pena, tenían buena pinta. Trabajan en equipo, recogen todo el material de los carroñeros que puedan utilizar y se preparan para la marcha. Johny levanta la lanza, toca un botón y esta se adecua a su estatura. Joder, este cacharro es la puta ostia, dice, y se apoya en ella, posando.
-Te queda de puta madre, la verdad -le dice Caroline.
-Pues me la llevo.
-Tenemos que salir de aquí, han volado todos los puentes menos los del norte -informa Ángelo a los recién llegados-.
-Pues en marcha -dice Bridge.
-Tenemos un problema -Harry señala la barricada que han formado los coches destruidos de la guardia de la ciudad.
Peter se adelanta unos metros, levanta las dos manos y con dos bolas de fuego ángelico vuela la barricada por los aires. En unos segundos puede verse un hueco enorme bajo la lluvia. Andando, dice.

La batalla está acabando. Desde lo alto de la Pirámide Transamerican, Madre Mary observa los fuegos y las explosiones. De hecho, sería más acertado decir que no hay batalla. Las tropas de la ciudad se baten en retirada, escoltando a la poca población civil que queda viva hasta las barcazas del estuario, de la costa y de la bahía, dispuestas para una ocasión como aquella, para una huida a la desesperada y sin pensamientos ni esperanza de volver a la ciudad. Y no van a volver, piensa Madre Mary. Por que la ciudad ahora es suya. De las cenizas de la guerra construirán un nuevo hogar y abandonaran las secas tierras de colorado. La bahía y las tierras de cultivo les darán de comer y será la capital de un nuevo imperio que pronto se extenderá por el resto del país. Mira los puentes ardiendo. Mira el Golden Gate y sonríe. Mira la bahía, que con la noche cercana ya es solo una mancha negra y un escalofrío de satisfacción le recorre la espalda.



Betsy cruza las calles como un torbellino amarillo y Bridge está demasiado contento, quizás. La adrenalina del combate, supone. Pero la verdad es que cada vez que esquiva un proyectil o atropella alguna patrulla de carroñeros o lanza un vehículo enemigo contra las paredes de los edificios colindantes, grita desafiante. Desde las ventanas sus compañeros cubren con disparos la huida del autobús. La noche ya es casi cerrada pero la ciudad está perfectamente iluminada, así que cuando cogen la 101 por Doyle Drive hacen la ultima curva y el terreno empieza a ascender, pueden ver perfectamente el cuerpo imponente del Golden Gate iluminado. También ven explosiones y fuegos. Pero eso lo esperaban. Es la única salida de la ciudad que hay y no les queda más remedio que cruzarla como alma que lleva el diablo. Pero Bridge está tentado de pisar el freno cuando oyen ese ruido por primera vez. Como el del mar abriéndose. Como el de las montañas rajadas por el rayo. Como el ruido de un abismo mezclado con el de un motor de engranajes tan gigantescos que podrían mover el mundo. Luego miran por la ventana. Y todo se detiene unos segundos.





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