martes, 31 de octubre de 2017

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Episodio 30. Aquel día.

Hay un tipo sentado en un banco en un parque. Es un día soleado de junio, aunque el calor, seguramente por la hora temprana, deben ser algo más de las siete de la mañana, no es aun tan terrible como lo será en pocas horas. El tipo es un hombre joven, aun no llega a los treinta, de ojos color acero y una larga melena del mismo color castaño que la barba. Bebe una cerveza. Come una hamburguesa. Debajo de la chaqueta de piloto se aprecia un bulto inquietante, tanto como el maletín que reposa debajo del banco. A su lado, reposando en el asiento, hay una espada de aspecto terrible. No pierde de vista una lavandería al otro lado del parque. Los bancos, en ese maldito final del siglo XXI, son casi imposibles de atracar, cámaras acorazadas con inteligencia artificial, seguratas que son exmercenarios armados hasta los dientes con servoarmaduras, dinero con chips de seguimiento que te ponen a los drones detrás de tu culo antes de que puedas decir tarta de arándanos. Ni hablar, demasiado complicado. Afortunádamente para un ladrón como él, que el hampa siga fiel sus señas de identidad es una excepcional manera de seguir ganándose el sustento. En una partida ilegal de la mafia como la que está siguiendo desde hace días, se mueve mucho dinero. Solo hay que estar lo suficiéntemente loco o tener los cojones para cogerlo. Por el fondo del parque viene alguien. Le pega un bocado a la hamburguesa. Joder, le encanta desayunar hamburguesa. Una joven despampanante se acerca a él. Le sonríe. Hace las dos cosas como si el cosmos entero hubiera tomado forma solo para que esa mujer camine y sonría por el mundo. Lleva el pelo negro muy corto con un flequillo que le cae sobre el ojo izquierdo. Enfundada en unos vaqueros ajustados, una chaqueta verde militar y una camiseta de tirantes blanca, sienta su casi metro ochenta al lado del tipo, que le pasa la cerveza. Ella bebe un trago sin dejar de clavar unos ojos verde esmeralda en él.
-Eres la mujer más sexy del mundo.
Ella le besa, un beso fuerte, terrible, duele y hace que la cabeza le de vueltas, mientras la chica desliza la mano bajo su chaqueta y le coge la Multidude Dragoon '05 de la cartuchera que lleva pegada al costado.
-Lo sé -dice con un leve rastro de acento francés mientras se muerde el labio inferior-. Eres un tipo con suerte, Peter Connors. ¿Vamos al lío? Tengo ganas de ir de compras.
Se levanta del banco y se encamina hacia la lavandería. Antes de seguirla, Peter saca el fusil de asalto que lleva en el maletín que guarda debajo del banco. Siempre, sin dejar de mirar a Celine, pensado que es mucho más peligrosa que él. Se cuelga la espada a la espalda y comienza a andar. En compañía de esa mujer siempre se siente como mareado, en una manera fabulosa. Está llegando al lado de ella cuando se detiene en seco y le coge la mano a Celine.
-Algo no va bien.
Ella no rechista. Sabe que los sentidos de su amante son más afilados que su espada. De hecho, Peter Connors empieza a desenvainar un segundo antes de que los primeros gritos lleguen hasta ellos.

Peter siente arena del desierto en la boca, polvo en los ojos. Los motores de la nave en su cabeza. Nauseas. Está boca abajo, se incorpora y ver el familiar reflejo del acero de Tadeusz en el suelo, cerca de él, es el único consuelo que tiene ante el vacío terrible que le corroe por dentro. Se incorpora y empieza a escudriñar entre la tormenta de polvo y arena. Oye voces. Así que sin pensarlo más se dirige hacia ellas.

El Grunge no ha muerto. Eso le está diciendo el cantante de OtherSide a la chica con la que ha pasado la noche en casa de su productor. Es un tipo delgado. Está en vaqueros y sin camiseta. La chica, que le mira embelesada, mezcla de fascinación y efecto de las drogas y el alcohol que les han acompañado durante toda la noche. Han tocado en Seatle. El grupo, que la prensa especializada ha llamado ya con muy poco esfuerzo, los nuevos Nirvana, empieza a ser conocido en el mundillo underground. Su manager, Bob Dare, está convencido que están a punto de pegar el pelotazo. Sí, nena, hazle caso a Johny, este es un mundo cada vez más grande, más triste y sobre todo cada vez más jodido. El Grunge volverá, Otherside lo traerá de vuelta. La chica, que lleva la camiseta de Nirvana de Johny, le besa y se levanta para ir al baño, dejándole solo con sus pensamientos. El salón de la casa de Bob es un desastre. Ropa, botellas, colillas, gente durmiendo la mona. Al menos eso espera Johny, que estén durmiendo, anoche se pasaron mucho. El sol tiene hasta miedo de entrar por los store a medio cerrar. Sí, ese es un auténtico cuadro Grunge, piensa Johny. Las notas, empujadas por ese pensamiento a la trituradora del talento de Johny, empiezan a llegar a su cabeza, se chocan con palabras, con versos que se le enredan en la resaca. Todo empieza a tomar forma en su cabeza, en ese rincón donde cabe todo él, donde se amontona en una maravillosa tormenta de creatividad, recuerdos, talento, notas musicales e ideas. La canción suena en su cabeza, como desde un lejano altavoz a lo lejos, a través de una ventana, al final de un callejón al amanecer. Pero con total claridad. Joder, mientras Johny saborea la notas, los primeros versos que vienen a su cabeza, imagina como se debió sentir Kurt cuando, por ejemplo, Semell like teen spirit acudió a su cabeza un buen día cualquiera. Lo sabe, lo nota, tiene entre manos un éxito, un material de primera. No se lo piensa, se calza las Vans, se pone la chupa de cuero, sin esperar a que la chica le devuelva la camiseta y se lanza a la calle, a buscar un taxi que le lleve volando a su hotel, donde le espera su guitarra y una puta canción cojonuda. Cuando llega a la calle, el tráfico está como revuelto. Los coches parecen huir de algo. La primera explosión, y los gritos, borran la canción de su cabeza.

Johny no entiende cómo han llegado fuera de la nave otra vez. La arena que levanta la nave tampoco ayuda a luchar contra la confusión. Mataría por tener a mano sus gafas de sol. Aparece Celine, que le pregunta si está bien. Es tan raro verla dando muestras de preocupación. Johny solo puede asentir con la cabeza.
-¿Cómo hemos llegado aquí? -Celine también mira confundida alrededor.
-No lo sé -contesta él-. Busquemos a los demás, esto no ha acabado.
-Me temo que acaba de empezar.

Las siete de la mañana. Thelonius Bridge se despierta tarde, pasadas las once. Maldice porque una vez más las sábanas han conspirando en su contra. Ya, entre que se levanta, desayuna, y esas cosas, a tomar por culo el gimnasio. Mañana mejor, que es domingo. Aunque lleva un par de meses sin trabajar, así que vive en un perpetuo domingo. Pero va a ser positivo, por fin ha acabado la carrera, el trabajo perfecto está a la vuelta de la esquina. Prepara café, mete un par de rebanadas en la tostadora y enciende la pantalla del televisor. La pantalla holográfica aparece flotando con un boletín de noticias al que Bridge no le hace mucho caso. Apura el desayuno repasando la lista de los planes para el sábado. Cuando ya tiene decidido que va a ir al partido de la liga de Softball que juega su equipo, escucha por encima que van a dar los números de la lotería. Por inercia, abre la cartera que está en la mesa y mira su billete. Casi arrastrándose le dice a la televisión que congele la imagen. Diez mutuos después, sale por la puerta. Sin pensar demasiado. Cuando va por las escaleras se da cuenta que lleva las zapatillas de estar por casa, pero ni de coña va a subir a cambiárselas. Le ha tocado la lotería, la puta litería. Joder, qué le den por culo al trabajo ideal. Qué le den por culo a todo. En la acera casi le da un pasmo. El coche no está. Como si el mismísimo Dios quisiera darle un mensaje de, no te flipes, la mañana que le toca la lotería le roban el coche. Da igual, ¡qué le follen al coche! Tiene llegar al banco con el décimo. Un taxi. Para uno a la primera, buena señal. El frenazo que pega el conductor quizá sea mala, pero no lo piensa. Es una pakistaní de unos cuarenta años que, está muy claro, no ha tenido un buen día. Bridge respira, tratando por todos los medios de no hacer contacto visual. No hace falta. El tipo se pone a hablar en voz alta, a Bridge supuéstamente, pero bien podría ser al mundo entero. ¡Quince años! Quince. ¿Puede creerlo amigo? Quince putos años dejándome el culo en este puto taxi. Y ayer me entero que a final de mes van a despedirme. Recortes. Y para colmo es el día que mi mujer decide dejarme. ¡Por el vecino del segundo! ¿Qué le parece amigo, eh, qué le parece?
El tipo se gira y deja de mirar la circulación. Está claro que de pronto valora mucho la opinión de Bridge, quien lo único que quiere es no morir el día que le ha tocado la lotería, así que no consigue responder. El tipo vuelve a mirar a la carretera mientras dice, Bridge no sabe muy bien a quién, sí amigo tienes, razón, tienes razón. Tengo que enseñarles una lección.
-La...la verdad es que no he dicho nada, amigo.
-Sí, sí, has dado en el clavo. Eres un tío con cojones. Me has convencido.
El tipo echa mano a la guantera del coche saca una pistola que enseña exultante al bueno de Bridge, cuando paran en un semáforo. Me voy a volar la puta cabeza delante de la puerta de mi casa sí, joder me voy a ir a lo grande. Tú serás mi testigo, tío, no sé que habría hecho si no fuera por ti.
Bridge hace lo único que se le ocurre en ese momento. Gritar como un cabrón, salir corriendo y no parar hasta cinco o seis calles después. Joder que día. No sabe dónde coño está y mucho menos como demonios llegar al banco. Está pesando eso cuando empieza a escuchar el sonido de frenazos, choques de coches. Luego gritos. Se empieza a acojonar cuando escucha los primeros disparos, cuando llega la primera explosión, en su cerebro se dibuja la idea de empezar a correr. Correr por su vida. Cuando empieza la carrera, como ha traición, le llega recuerdo de que había aparcado el coche en otra calle.

Capitán Bridge. La voz robótica del Goliath le llega como de otra galaxia. Poco a poco va recuperando la conciencia. Está boca abajo, cuando abre los ojos, ve la arena del desierto a través de las cámaras del exoesqueleto. Se levanta instintivamente y la máquina secunda sus movimientos a la perfección. Mira a su alrededor. Mutantes, girasoles, coches. La nave. Todo su mundo sigue ahí, por desgracia. Sus amigos también. Johny se acerca, golpea la pierna del Goliah en un getso fraternal. ¿Todo bien? Todo, contesta Bridge. ¿Qué nos ha traído hasta aquí?
-Creo -dije Harry-, que la pregunta es quién.
Así empieza todo. La Gran Batalla de la historia. La nave luce y ruge. Amenaza. Los compañeros saborean la batalla en la boca, ese sabor amargo, metálico. El casco de Peter se cierra sobre su cara, donde ya han hecho aparición los ojos negros. Las alas se despliegan. Johny enciende un último cigarrillo. Bridge interpone su mole delante del grupo. Las armas se cargan y gritos de hasta la muerte, y ese tipo de cosas corren entre las tropas de Inquisición. Chicos, dice Peter, el primero en caer paga una ronda en el Valhala. Johny sonríe y asiente. Bridge carga los cañones de impulsos, y dice, pues, nenes, id pidiendo, yo pienso llevarme alguno de esos cabrones conmigo.

No hay comentarios: