Episodio 2. Viejos Blues y nuevos caminos.
Mientras lo últimos acordes aun
revolotean por el pequeño club, por encima de las cabezas de los
borrachos y desheredados, de las putas en busca de su sustento
diario, el bluesman deja la guitarra apoyada contra la pared del
local y se acerca a la barra. Como parece que ha decidido que su
concierto ha acabado, la música del bar vuelve a sonar por los
altavoces y mientras suena una vieja canción de la Creedence, el
bluesman reza por que tengan algún bourbon decente con el que
pagarle.
-¿Tienes algún bourbon que no sepa a
gasolina, barman?
-¿Y tú, bluesman, tienes dinero?
- Aun, no, considéralo un adelanto.
El barman se acerca a él y le sirve en
un baso bastante poco transparente un líquido de color brumoso que
escancia de una botella etiquetada solo con tres equis.
-Solo tenemos este. Es de fabricación
casera. Tendrás que conformarte -dice el barman al tiempo que
también deja junto al baso un puñado de dólares no muy excesivo-.
A esta invita la casa. Me gusta como has tocado.
El bluesman sonríe con tristeza y
piensa para sus adentros que puede que finalmente no salvaran el
mundo. Que el mundo no puede ser salvado. Que ni puñetera falta que
le hace al mundo ser salvado.
Se bebe de un trago el bourbon. Quizás
haya algo de esperanza, aquel brebaje maldito no está tan malo. Así
que deja una parte de sus exiguas ganancias sobre la barra y le dice
al barman, hasta que se acabe, señalando el montón de dinero.
Unas cuantas canciones más y unos
cuantos bourbon más y la soledad parece que pesa algo menos.
Decide retirarse a su caravana a las
afueras de el Paso y dejar que la noche del desierto le arrope un
poco hasta que la mañana llegue con sus malas intenciones de
siempre. Al día siguiente tiene otra actuación en uno de los
tugurios de la ciudad y quiere darle una vuelta a los temas. Acaba de
cumplir treinta años, quizás debería plantearse un cambio, coger
su viejo mustang y que le den por el culo a todo aquello. Pero esas
son decisiones que nunca deben tomarse después de unos tragos. Y
sereno siempre le dan una terrible pereza.
Sale del bar y se interna por un
callejón. Lleva la guitarra colgada al hombro y decide encenderse un
cigarro. Aun con los sentidos algo embotados por el alcohol, el viejo
guerrero que se esconde tras el músico de blues nota como dos
chavales, dos desharrapadas comadrejas callejeras se acercan a él.
Se lleva la mano al costado y nota un bulto de lo más reconfortante.
Cuando ya están llegando a él, uno de ellos le mira diréctamente a
la cara. Puede ver que le reconoce y sujeta la manos de su compañero,
que evidéntemente oculta algún tipo de arma. No, a éste no, es
peligroso, oye como le dice a su compañero de fechorías y le dejan
pasar con un leve intercambio de miradas intimidatorias. Bueno, no
está mal comprobar que aun le queda un poco de reputación por el
viejo oeste. Se relaja y deja de palpar el bulto de la Desert Eagle
que lleva colgada del costado. Hasta está tentado de darse la vuelta
e invitar a los dos ladrones de pacotilla a un trago, pero pensándolo
bien no le parece la mejor idea.
Cuando llega a su caravana ve que las
luces están encendidas. Eso si que es el colmo, joder, es su puto
hogar, así que sin pensárselo dos veces suelta la guitarra el en
suelo, con cuidado, y desenfunda el arma. Abre la puerta y entra
apuntando. Hay dos tipos dentro. Uno delgado y alto y otro más
corpulento y rubio. Va a decir algo así como ya os estáis largando
de aquí, mamones, cuando reconoce al tipo rubio. Y solo puede decir
una palabras, algo así como , no me jodas, el puto Bridge.
-Hola Johnnie -le responde Bridge con
una inmensa sonrisa en el rostro-. ¿Cómo va todo?
Por fin una voz sale de entre las
sombras. O quizás sea una voz que surge al mismo tiempo de cada uno
de los individuos que le rodean.
-Somos Plaga. Arrodíllate Mujer ante
la voz del Gran Sorbinus, El Inmortal, Padre del Tiempo, Señor de
todas las Desgracias.
-Caroline no se arrodilla ante nadie.
He venido a hablar de negocios en nombre de mi jefe, porque vosotros
me habéis llamado. Decid que queréis o no me hagáis perder más el
tiempo.
-¿Cómo te atreves, Mujer? Somos Plaga
y pagarás tus palabras.
Se armó, piensa Caroline. Sus sentidos
aumentados le lanzan a su conciencia felina datos sobre las evidentes
intenciones de aquellos tipos de atacar. Grave error. Se toca la
larguísima trenza pelirroja que le llega por debajo de la cintura. Nota la
cuchilla de acero endurecido molecularmente y afilado como la resaca
de una mañana después de una noche de fiesta. Nota como su pelo se
mueve a una sola orden de su pensamiento, impulsado por millones de
pequeños robots orgánicos. Solo dura un segundo, pero en su mente
cada movimiento es claro y pausado. Dos giros, la trenza baila a su
alrededor regalando muerte con una sonrisa y de pronto cinco de esos
tipos taimados yace en el suelo con la garganta seccionada.
Luego el sonido de unos aplausos se
sobrepone al de la breve batalla. Entorna los ojos. Y ve. Ve pero no
ve. Una pantalla de televisión inmensa y una figura enorme, como de tres
metros de alto junto a ella. Pero por alguna razón le parece mucho
más espeluznante la silueta de hombre absolutamente velada por la
oscuridad que muestra la enorme pantalla. Solo acierta a adivinar que
parece la silueta de un hombre, aunque con un cráneo quizás
demasiado grande. Luego la voz. Una voz que hace que hasta sus
nanomáquinas se estremezcan y se escondan detrás de ella.
-Perfecto -dice la voz-. Una perfecta
demostración de tus habilidades como asesina. Eso es justo lo que
estoy buscando.
-Vengo en nombre de el hombre cuyos
servicios queréis contratar. Yo hablo por él
-¿Y por que no ha venido él, querida?
-La voz tiene un tono amable que repugna. Como si pudiera
estrangularte solo hablándote.
-Él nunca trata directamente con
clientes.
-Espero que sus habilidades, tan
afamadas en el Yermo, estén a la altura de semejante falta de
cortesía. Nadie hace semejante feo al Gran Sorbinus.
-Sé nota que no lo conoces. Y en
cuanto a sus habilidades, esto que acabas de ver no es si no una mota
de polvo comparado con lo que él le habría hecho a tus hombres,
incluido el grandullón ese de ahí que no se deja ver.
Quiere parecer más entera de lo que
realmente está. Pero esa silueta gigantesca y la imagen del hombre
en la pantalla le asustan más de lo que está dispuesta a reconocer.
-Quiero al hombre llamado Harry Street.
Y le quiero vivo. Eso es de vital importancia. Y permíteme que sea
insistente en esto, querida. Que me lo traigáis vivo es de VI-TAL
IM-POR-TAN-CIA.
-Dalo por hecho. Ten preparado nuestro
pago.
Se da la vuelta y piensa que tiene unas
gansa locas de ver la luz asfixiante del Yermo.
La sala se queda en silencio. La
pantalla se apaga. Pero una voz vuelve a llenar el vació y la
oscuridad levemente molestada aquí y allá por leves destellos de
fluorescentes en mal estado. Habla como si mil hombres hablaran al
mismo tiempo y proviene de la mole de tres metros que ha estado
callado durante la entrevista entre Sorbinus y Caroline.
-No entiendo por que usas esa alimañas
mortales, Gran Sorbinus. Mis hijos son Plaga, ellos encontrarán al
Hombre para ti.
-Esas alimañas conocen este páramo en
el que se ha convertido el mundo mejor que tú y tus hijos – la voz
del gran Sorbinus se sobrepone a la del gigante-. Nos sufras, mi
querido Nimrod. Tú y tus hijos aun me habréis de servir en este
juego.
Joder. El sol de Texas esa mañana en particular está especialmente puñetero. A pesar de las gafas de sol, Johnnie siente como todo el calor se le agolpa en la nuca y le estruja la resaca hasta que casi le cuesta respirar. Aun así no puede moverse de donde está. La mole del viejo autobús escolar le tiene hipnotizado. La vieja Betsy, esa bestia mecánica con la que tantos kilómetros hizo aquí y allá. Un condenado fantasma de latón que le devuelve a una vida que casi había olvidado, una vida que solo veía de vez en cuando en perturbadoras pesadillas. Algo late en su corazón, aunque quisiera negarlo, aun debe quedar algo del guerrero de la carretera que se enfrentó a las peores sombras de ese mundo. También le viene a la cabeza las personas que han seguido otros caminos y tiene muy claro que esos pensamientos si que no vana tener ningún tipo de hospitalidad en su sesera. Toca el costado de Betsy y siente como si fuera un enorme animal remolón que agradece la caricia.
-¿Cómo demonios lo conseguiste? -Le pregunta a Bridge que se ha acercado junto a él.
-Pues con un viaje largo, mucha pasta, y mucho esfuerzo y suerte para encontrar las piezas. Ya te contaré la historia. Pero no era justo que la pobre se pudriera en aquel cementerio inmundo. Al fin y al cabo fue tan heroína como nosotros.
-Más incluso si me apuras. Entonces. Tu plan es ayudar a un completo desconocido al que persigue una especie de secta homicida maníaca y posíblemente mutuante a llegar a un punto indeterminado del desierto del Mojave a buscar a un tipo que ni sabes si existe realmente para que le de alguna pista al muchacho de por qué esos monstruos le persiguen.
-Sí. Básicamente. Al menos reconocerás que es emocionante.
Bridge le dedica una enorme sonrisa que llena su cara por completo. Le brillan los ojos azules en medio del desierto y un sinfín de gotitas de sudor juegan a echar carreras por su cara. La verdad es que aquel cabrón chiflado parece de lo más feliz con todo aquello. Pero a Johnnie no le engaña. Está asustado. Igual que él. Ha pasado mucho tiempo desde que eran los putos Sherifs y repartían leña. Mucho tiempo. Casi una vida. Quizás dos.
-Ya no somos héroes, Bridge.
-No hay que salvar el mundo esta vez. Solo ayudar a un tipo. Tampoco es que estemos haciendo demasiado en este momento.
Johnnie sonríe y se da la vuelta pero no dice ni media palabra. Cuando ha dado unos pasos oye la voz de su amigo detrás de él preguntándole dónde va. Se para pero no se gira. No puede creer lo que va a decir ni la sonrisa de satisfacción que tiene en la cara le desconcierta hasta los intestinos. Pero ahí está, es absurdo negarla. Así que solo acierta a decir una cosa.
-Voy a por birras. Va a ser un viaje muy largo. Y a por mi guitarra.
El grito de alegría de Bridge se lo traga el desierto.
Nueva Orleans es un vertedero de maleantes, prostitutas, yonkis psicóticos y tugurios clandestinos donde la música negra trata de tapar los desechos del alma. Pero para Caroline es su hogar. Conduce su viejo Chevelle modificado negro mate, sucio del polvo del desierto, entre disparos, hogueras y gritos. Pero nadie se cruza en su camino. Conocen ese coche, quién lo conduce y para quién trabaja. Es su hogar, claro que sí, en el fondo adora aquel vertedero post industrial y las enormes ruedas de su bestia de la carretera atraviesan las calles como un puto caballo de la muerte. Al fin llega a la antigua mansión francesa que le sirve de cuartel general y hogar. Cuando cruza la puerta la oscuridad es total, pero no es problema para sus ojos biónicos que brillan como dos ascuas traviesas. Suena un viejo blues de Robert Johnosn que se escapa desde el despacho de su jefe, que está sentado de espaldas en un sillón de cuero negro. No traspasa el umbral.
-Volviste -dice el hombre sin girarse ni salir de las sombras.
-Sí, Jefe.
-¿Y?
-Tenemos trabajo. Nos vamos de caza.
Silencio. No lo ve pero Caroline sabe que su jefe está sonriendo. A veces piensa que lo único para lo que vive ese hombre es cazar y matar. Luego un sonido metálico, el sonido de una hoja saliendo de una vaina. Es un sonido amenazador que reconoce al instante pero que siempre le pone los pelos de punta.
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