lunes, 22 de junio de 2015

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Capítulo 4. Cuanto tiempo.

Debajo de un sin fin de planchas de cemento, de acero, a cientos de metros bajo el suelo hay una habitación. Es amplia y está llena de pantallas y ordenadores donde crepitan una cantidad obscena de datos a la velocidad de luz. Parece una masa ingente, una danza chiflada de cifras, sin sentido alguno, pero para el hombre que las contempla sí lo tienen. Él ve una autopista de información perféctamente delimitada. Perféctamente delimitada hasta el muro que siempre encuentra cuando se adentra en ella. Y eso es lo que más ofusca al gran Sorbinus. Con un simple gesto de su desmesurado intelecto puede acceder a cualquier ordenador y navega por los pocos focos de la Red que siguen activos como si fueran escenarios de su imaginación. Pero esa maldita frontera encriptada por unos simples humanos hace poco más de un siglo reta su capacidad inmortal. Un cerebro que ha habitado el universo por eras y es parado por un programa hecho por simples primates. Las venas de su enorme cráneo que alberga ese poderoso cerebro empiezan a hincharse y a su grito de rabia le responden varias de las pantallas de plasma que saltan en mil pedazos. Se obliga a relajarse. Debe dejar de hacer eso, no hay tantas pantallas de plasma hoy en día y se fabrican pocas. Pero empieza a impacientarse. Tiene que poner en el tablero todas las piezas posibles, no puede fiarse solo de dos sicarios por muy cualificados que estos parezcan.


Corren. En medio de la oscuridad no pueden hacer otra cosa que correr. El ruido de su respiración. El ruido de sus pisadas y un montón más de ruidos que prefieren no detenerse en catalogar en ese momento. A Bridge el respirar con normalidad empieza a parecerle una epopeya digna del mismo Odiseo y el calor asfixiante de esa red de túneles no hace si no empeorar las cosas. Un poco más adelante ve las luces de las linternas de sus dos compañeros. Como sigan apretando el paso se va a quedar solo en aquel paraje, tan acogedor como las fauces de un tiranosaurio con alitosis. Cuando empieza a sentir que sus piernas le miran con desconfianza y amenazan seriamente con declarase en huelga, huelga a la que su corazón estaría encantado de unirse, les grita que se detengan. Las dos luces delante suya le hacen caso y llega hasta ellos jadeando. Le alegra ver que también están apunto de echar la primera papilla. Vaya tres héroes, ninguno está en demasiada forma que digamos. Vamos a pensar un segundo, no os parece, les dice entre jadeos.
-¿Qué puto lugar es este? -grita Johny en los espacios que una tos seca le deja.
-Es una red de túneles de mantenimiento -dice Harry. Conectan el metro de la ciudad, la estación eléctrica, el alcantarillado. Todo el subsuelo en general.
-¿Y cómo coño sabes tú eso, vamos a ver? Es más, joder, ¿cómo demonios sabías como abrir esa puerta?
-No lo sé -responde Harry, tratando de evadirse de los envites de Johny.
Bridge tiene claro que la situación empieza a caldearse y sabe que lo último que tienen que hacer en ese momento es enzarzarse ellos mismos en una discusión absurda. No es el lugar mas idílico para dirimir diferencias. Pero Johny ya le ha cogido a Harry de la pechera gritando qué cómo coño sabe eso y el tipo se deshace de él con un empujón asegurando que no lo sabe.
-Sé cosas, de acuerdo. Eso es todo. Mi cerebro está lleno de información. La gran parte de ella no se qué coño significa, pero está ahí.
-¿Pero quién coño eres tú, tío? -le pregunta Johny más calmado por el asombro. Bridge iba a preguntar exactamente lo mismo. Y esa voz de su interior, esa  voz pequeña pero pesada e insistente, empieza a darle con un molesto dedo índice en el interior del cráneo, insinuando que todo eso empieza a ser más grande de lo que parecía en un primer momento.
-No lo sé – la respuesta de Harry calma los ánimos de todos. Un silencio muy molesto se pone al lado de ellos a comer palomitas esperando a que el tipo de los ojos azules siga hablando.
-Solo recuerdo que me desperté en una especie de laboratorio en una cámara de suspensión hace como siete años, poco antes de que acabarais con la Corporación. He ido de aquí para allá desde entonces con todo este barullo en la cabeza hasta que desde hace un año más o menos los cabrones de Plaga empezaron a perseguirme.
-Joder, joder, joder -Johny va de una lado a otro del túnel, muy nervioso-. Esto es grande Bridge. Lo sé. Me lo dice esta bola en el estómago, esto es grande.
Bridge piensa que él no tiene una bola en el estómago, que tiene un puto planeta.
-Bueno, aquí peleando no vanos a solucionar nada. Tenemos que ponernos en marcha.
Como si de una peli mala se tratase, y apoyando de manera inequívoca las palabras del pobre Bridge, unos rugidos y chillidos que suenan amenazadóramente cercanos en algún túnel indeterminado empiezan a llegar hasta ellos. Es hora de correr. 

Caroline trastea con el terminal y las lucecitas del la pantalla y las de sus ojazos biónicos montan una fiesta de fuegos artificiales en medio de la noche del desierto que es digna de ver. Pero su jefe no se fija en eso. Apoyado en la pared sigue mirando el autobús escolar con más guerra que un girasol veterano y mascullando cosas por lo bajo. Aun lleva la espada desenvainada en la mano. Hace frío, pero las nanomáquinas de Caroline regulan su temperatura corporal. Su jefe no tiene nanomáquinas, pero sigue en manga corta y se ha quitado la palestina. Y esos ojos grises que tanto fascinan a Caroline y al mismo tiempo tanto le asustan están perdidos en un lugar muy lejano de allí, y algo le dice que lejano no solo en el espacio, si no también en el tiempo. El encriptado del terminal es complicado, pero sus pequeños amigos microscópicos están haciendo bien su trabajo y la puerta se va a abrir de un momento a otro. Y eso le gusta. Algo le dice que cuanto antes terminen con ese trabajo mejor. Hay algo que le huele a chamusquina. Sobre todo porque empieza a ponerle de los nervios el, no puede ser o el, tiene que ser una puta broma, que su jefe suelta por lo bajo cada minuto. Y para colmo se pasa cada dos por tres la mano por la cabeza casi rapada y salpicada aquí y allá por pequeñas cicatrices de mil batallas. Si no le conociera bien diría que su jefe está nervioso. Y eso no puede ser.
-¿Te falta mucho, preciosa?
Normalmente la voz de su jefe es como una plancha de acero a las siete de la mañana en el puto polo norte, fría resbaladiza y muy posíblemente mortal de varias maneras distintas. Pero ya no le cabe duda, está nervioso. Y es la primera vez que le ve nervioso en cuatro años. Si cuando está normal, lo más probable es que mucha gente muera, en este nuevo estado no tiene ni la más remota idea de lo que puede pasar, pero no le asombra cuando una bola de preocupación se instala cómodamente en su garganta. Eso tampoco le suele pasar a ella. Por fin la puerta se abre y está a punto de suspirar de alivio.
-Ya está.
Su jefe le mira y le sonríe, buena chica. Le pega contra él y le da un beso en la frente antes de perderse en las oscuridad.
 
El fogonazo del cartucho numero once de Bridge les permite ver a sus atacantes. Parecen personas, pero sus dientes son afilados, son blancos como la puta luna y llevan los cráneos pintados con colores y formas sin sentido. Pero lo peor son sus ojos, que brillan con un espeluznante color rojizo y que parecen permitir que puedan ver sin ningún tipo de problema en la oscuridad. Dos fogonazos de las Desert de Johny mantienen a una nueva oleada a raya, pero cada vez se aceran más. Por lo menos el cerebro de Harry les está permitiendo no pararse a tomar decisiones sobre qué dirección tomar. Es como si llevara un maldito G.P.S. en el coco y gira a izquierda y a derecha sin pararse a pensar ni un segundo. No les sobran balas, pero aun menos segundos. Así que perfecto. Otra cosa es hacia dónde van. Pero está claro que no es una opción ponerse a pensar eso. Entre una claridad de ojos rojos y dientes afilados y una oscuridad incierta, la apuesta está segura, joder, está claro que sí. Corred, corred, grita Johny al tiempo que vuelve a descargar furia, plantado en medio del túnel con una pistola en cada mano, entre los habitantes de aquel mundo demencial, que chillan y maldicen en el que debe ser su propio idioma y del que se pueden intuir algunas palabras.
Al verle ahí de pie, soltando fuego, casi a cámara lenta, Bridge cree entre ver por un momento al joven de cinco años atrás, al de los ojos llenos de fuego y la sonrisa llena de verborrea y bourbon, Y el espíritu limpio. A aquel que entró aquella noche repartiendo plomo en una habitación en una ciudad en llamas. Y sí, esta vez tiene que reconocerlo, quizás eche un poco de menos aquel mundo desastroso.
Pero ahora es hora de correr, y Johny corre y le adelanta, vamos Bridge, y el pobre Bridge aprieta el paso y todo lo que no sea correr y disparar de vez en cuando deja de tener sentido.
- ¡Por aquí! -grita Harry-. Y se pierde por una puerta. Cuando Bridge y Johny cruzan la puerta le ven trasteando con otro viejo terminal y la puerta metálica se cierra tras ellos. Pueden oír los golpes, gritos y blasfemias de los moradores de los túneles tras ellos, pero parece que la puerta resistirá, un rato al menos.
Están en una especie de sala de control. Con pantallas y ordenadores todos apagados. Es un sitio bastante fantasmal. Pero hay una puerta al fondo y los tres están de acuerdo en seguir por ella en busca de una salida que les lleve lejos de los muchachos tan simpáticos que les esperan fuera. Pero lo que pueden ver a la luz de las linternas no es muy acogedor. En lo que parece un viejo y amplio almacén, los habitantes de los túneles han construido una especie de prisión con celdas rudimentarias hechas a base de tuberías, trozos de hierro y otros desperdicios. Empiezan a pasear por las celdas y a enfocarlas con las linternas temporálmente y no se sorprenden, por desgracia, cuando pueden ver algunos cadáveres en algunas de ellas. De hecho les sorprende más cuando encuentran en una a un prisionero vivo. Va vestido con harapos. No huele demasiado bien. Es evidente que su cautiverio ha sido largo y a su alrededor pueden ver los esqueletos de ratas que, no hay que ser muy listo, le han servido al pobre desdichado de dieta en esos, seguramente meses o incluso más, de cautiverio.
-Hola -dice Bridge, sin saber muy bien que coño decir.
El tipo levanta la cabeza. Es un tipo delgado, de rasgos marcados. Una espesa barba medio cana le cubre la cara y tiene el pelo largo y mugriento. Pero Bridge y Johny le reconocen al instante. Joder que sí. Ni en dos mil vidas podrían olvidar esa mirada. Está perdida, hundida en varias capas de demencia, algo trastornada y es evidente que él no les reconoce. Pero ni de broma, ellos dos, de entre toda la gente el mundo, podrían olvidar esa mirada. Bueno esa media mirada, cubierta por un parche en el ojo izquierdo. Por eso, cuando la patética sombra del que otrora fuera Jeremmiah Kiskembauer, líder absoluto de la Corporación les mira sin verles muy bien y les pide ayuda, los dos solo pueden exclamar un sonoro, ¡no me jodas!, al tiempo que levantan las armas para apuntarle.
 
Un arco de la trenza de Caroline y lo de siempre, ya se sabe, cuatro gargantas que se abren para gritarle al mundo algo que el mundo no tiene ni pizca de ganas de escuchar. Así que sus dueños se mueren entre gorgoteos de lo más patético. El resto de moradores dentudos de la oscuridad se lo piensan dos veces mientras lo ojos azulados de la asesina brillan traviesos y divertidos. No se le ve bien la cara pero la sonrisa les asustaría aun más que la cuchilla de su trenza. El dragón se mueve impaciente en su espalda y escupe una bocanada de fuego. Un valiente se lanza pero esta vez Caroline no especula. Un fogonazo de una de sus pistolas y al suelo con el engendro. Los otros empiezan  chillar y hablar en su extraña jerga que una vez fue inglés. En algún momento se van a dar cuenta de que son muchos más que los intrusos y solo por contingentes, por la fuerza pura y simple del número, puede que ella y su jefe se vean en un apuro. Pero se le hace evidente que su jefe ha pensado lo mismo. Pasa a su lado y se interpone entre ella y los malditos psicópatas que les impiden el paso, diciendo entre dientes, no tenemos tiempo para esto. Los ojos ya no le brillan, ya no son grises, son de un negro profundo que destaca aun en la oscuridad reinante. Caroline sabe lo que eso significa.
Cuando las alas negras se despliegan llenan el túnel y tiñen las paredes y el techo con una danza de llamas negras, porque más que unas alas parecen eso, una hoguera de sombras que se agolpan en las paredes y el techo del corredor. No hace falta mucho más. La trenza mortífera y viviente de Caroline ya era demasiado para ellos, pero ese ser, ese demonio es algo diferente a los humanos que ellos están acostumbrados a cazar y un temor atávico y ancestral a lo oculto y lo desconocido se apodera de ellos. Salen corriendo en tropel vociferando. La mercenaria pelirroja, con una sonrisa en los labios, jura que entre la amalgama de sonidos y vocablos ilegibles, puede oír uno que se parece mucho a la palabra diablo.
Su jefe pliega las alas y las luces de las linternas parecen volver a brillar.
-Un buen truco, jefe.
Sí -dice éste-. Entre mis alas y tu trenza, muchas veces creo que en lugar de cazar desgraciados deberíamos poner un circo.
No sabe muy bien por qué. Pero cuando su jefe suelta una gracia, siente un escalofrío que le recorre toda la espalda. Como si ese hijo de puta tuviese la misma gracia que un cáncer terminal.
-Venga, acabemos con esto cuanto antes -añade el tipo en cuestión.
Y esta vez si que Caroline no duda de que lo que nota en la voz de su jefe es impaciencia. Y no tiene muy claro de querer saber que es lo que le turba tanto.

Les hormiguea el dedo. Ostia que sí. Les hormiguea. Y en el fondo, los dos al mismo tiempo, sin que ninguno lo diga en voz alta, tienen un nudo en el estómago que les sugiere con dulces palabras que vomitar en ese momento sería de lo mas cool que podrían hacer.
¿El colmo? ¿Dónde está el puto colmo? El colmo es una mierda de pueblo que dejaron atrás sin pararse ni para mear hace seiscientas mil putas millas. El Líder, el maldito y jodido Líder en persona, al menos lo que queda de él, delante suya, en medio de todo ese embrollo que no entienden de ninguna manera. No es de extrañar que en ese momento, por la cabeza de Johny, imponiéndose a todas las demás locuras de ese jodido día, pase la idea de estrangular lentamente a Bridge. Sin enfado, sin acritud, entre amigos, pero estrangularle hasta que el cabrón deje de patalear. Lo peor es que el propio Bridge hace cuenta de cuantos cartuchos le quedan para decidirse a guardarse uno para él mismo.
Sí, decidídamente Johny necesita pensar. Bridge está en shock. El tipo que una vez fue el peor villano de la historia parece no entender una mierda de lo que está pasando. Confusión, gritos de Harry de que le va a volar la cabeza. Gritos de Johny de que espere, que necesita pensar. Bridge solo apunta a Jeremmiah en un gesto extraño que ni él mismo comprende. Harry insiste en volarle la cabeza al tipo en cuestión y Johny sigue interponiéndose aunque si le preguntaran por qué, estaría más cualificado de responder quiénes somos, a dónde vamos y de dónde venimos que el por qué le salva la vida aquel bastardo mal nacido.
-Después de todo lo que hizo, en serio, después de todo lo que hizo. ¿Por qué le defiendes?
-No le defiendo. Es solo que trato de entender qué coño está pasando. Anoche estaba tan tranquilo tomándome una copa sin pensar en nada y ahora estoy aquí, con tío con la puta wikipeida en la cabeza y el Líder de la Corporación preso de unos putos engendros mutantes ¿Qué coño está pasando?
-Yo no soy ese, yo me llamo Angelo. Tienen que creerme, yo no soy líder de nada. Llevo meses prisionero de esos locos. Pero vivo cerca de Baltimore y arreglo maquinaria industrial. Tienen que creerme
-¿En serio crees que nos vamos a tragar esa mierda? Yo te saqué el ojo. ¿Te acuerdas, cabrón? Cuando intentabas matarnos. -Le grita Bridge apoyando el cañón de la escopeta en su cráneo.
-Amigo, yo no sé me pasó en el ojo. Tuve un accidente de coche hace tres años y no sé quién era antes. Pero ahora solo soy Angelo, y trabajo en un puta fábrica. Yo no soy quién vosotros decís. No soy nadie, solo un tipo normal.
-¡No me jodas! ¿Otro puto amnésico que no sabe quién coño es? ¿Pero es que estaban de oferta? Si esto fuera una película habría que matar al puto guionista, joder.
-Pero qué mas da quién crea este hijoputa qué es o qué no. Vosotros lo sabéis, matadlo.
-Esperad, esperad. No me matéis. Conozco un camino para salir de estos putos túneles sin tener que vovler a pasar por esos cabrones. No está en los mapas. Es un camino de contrabandistas. Os lo enseñaré.
Los tres se miran. No es mala oferta, hasta Harry tiene que reconocerlo, porque si no está en los mapas y en los registros, lo más probable es que no esté en su cabeza.
Pero todo eso da igual. La voz de una mujer les hace girarse desde la puerta. Una pleirroja, semi oculta en las sombras, les apunta con dos pistolas.
-Siento interrumpir esta reunión de antiguos alumnos del puto fin del mundo. Pero el larguirucho ese de los ojos azules se viene conmigo. ¿Cómo va a ser? ¿Por las buenas o por las malas? ¿Adivinad cuál prefiero yo?
-Baja las armas, Caroline. Yo me ocupo de esto.
Su jefe se ha puesto al lado de ella.
-Pero, jefe.
No hay respuesta, tampoco hace falta. Caroline deja de apuntar a sus presas y resopla por lo bajo, molesta. Sigue sin entender por qué su jefe se está comportando así. Se ha parado como a tres metros de los tipos que han estado persiguiendo y ella se queda a su lado, en guardia, fiel hasta la muerte.
-Hola, chicos. Cuanto tiempo -dice su jefe, Peter Connors, con una sonrisa que ella nunca antes había visto en aquel tipo.

No hay comentarios: