jueves, 29 de julio de 2010

La invasión de los girasoles mutantes

Episodio 9: Dos Valkirias frente a frente.

A sus pies un campo de girasoles ardiendo en la noche, con el ruido de sus hombres rematando los que quedan vivos que aúllan de forma horrible, como pidiendo auxilio a las estrellas. Algunos, aun en la agonía, se arrastran para alcanzar con sus callosas manos los pies de la joven. Es una joven alta, de una belleza feroz, como si le hubieran arrancado la inocencia que una vez tuvo. Lleva el pelo en una corta melena oscura recogida en una coleta de la que se han escapado unos cuantos mechones empapados en sudor. Va completamente vestida de negro, con unos pantalones ceñidos y una camiseta de tirantes.
-Estos hijos de puta no se rinden nunca –dice Helen desenfundando sus armas y rematando a los girasoles que se le acercan arrastrándose.
-Nunca, jefa -le responde uno de sus hombres-. Habrá que acabar con todos.
-Esa es la idea, Jones, es la idea. Corre la voz, nos vamos. No podemos quedarnos demasiado tiempo aquí, puede aparecer la Corporación de un momento a otro.
El soldado empieza correr la voz y ruge una marabunta de voces de hombres y mujeres que empiezan a ponerse en marcha como uno solo. Pronto todos están en sus caballos y los que no pueden montar por las heridas sufridas son subidos a lomos de sus caballos. Helen se acerca a la suya, una yegua blanca de magnifico porte. Le acaricia el lomo. El animal esta nervioso por el reciente combate.
- Ya está Nashville, ya está, todo ha pasado, viviremos un día más -de una de las bolsas llegan un extraño ruido y Helen esboza una sonrisa, abre la bolsa y mira dentro. Hay un gatito pequeño, blanco y negro, que mira a la chica sin saber bien lo que está pasando-. Eso va también por ti, William. Estamos bien.
Se sube al caballo y sigue a la columna formada por sus hombres, dejando el infierno del campo de batalla detrás, tratando de no pensar en los caídos. Quedan dos horas de cabalgata hasta el campamento base. En ese mundo de mierda, es tiempo más que suficiente para olvidar a un compañero muerto más. Ya van tantos.

La noche va cayendo como si tal cosa. Pero la tierra tiembla en esa noche en particular, en un momento en particular, al norte de Iowa. Una columna inmensa de vehículos de guerra de la Corporación avanza de forma siniestra. Llenos de soldados, llenos de armas, incluso hay un par de camiones llenos de girazombis controlados por ultra frecuencias que solo la Corporación posee. En el vehiculo de cabeza, un semi-oruga enorme el coronel Antón Henninger contempla la noche con ojos inescrutables. Mientras, la capitana del Escuadrón de Combate Alpha, Celine Delpy, contempla la cara del general Xavier a través de una pantalla.
- Entonces, querida, ¿la información que su espía le ha propiciado es fiable?
- Completamente mi general –al menos eso espero, piensa.
- Perfecto, querida. Ha cumplido usted perfectamente, como siempre. No es que lo dudáramos ni un segundo –a través de la pantalla, los ojos del general parecen aun más azules-. Un momento querida, no corte la comunicación, hay alguien que quiere decirle unas palabras.
El general se retira y en su lugar aparece un hombre que Celine nunca ha visto en persona, pero cuyo rostro conoce de sobra, un rostro angulado que asusta y que no deja lugar a dudas del peligro que se agolpa detrás de esos ojos.
- ¿Capitana Delpy?
- Sí, mi Líder, a sus ordenes.
- Vamos, vamos, querida muchacha, solo soy un hombre. No hace falta tanta formalidad. Capitana Delpy.
-¿Sí, Lider?
-Espero que entienda lo importante de esta misión y lo que nos jugamos. Aun somos débiles, sobrevivir al holocausto del mundo tiene un precio y aunque controlemos a los girasoles y sus vástagos, nuestras fuerzas son escasas. Un fracaso en esta misión nos dejaría mermados. Así que, ¿confiamos en el éxito de la misión, verdad?
- Por supuesto, Lider.
-Perfecto, seria terrible tener que lamentar un error.
La voz de Líder le deja claro a Celine que sobre todo lo iba a lamentar ella. La comunicación se corta y la joven traga saliva. El coronel le mira de forma extraña, casi sonriendo.
- ¿Nerviosa? –dice con su acento alemán.
-En absoluto -responde ella, esperando que su espía aprecie lo suficiente su pellejo como para haberle dado la localización correcta del campamento de los Irreductibles de Helen.

Los rayos de sol se cuelan por la tienda de campaña y despiertan a Helen. Le Duele todo el cuerpo, pero eso no es raro después de una batalla. William le salta encima del pecho y lanza un leve maullido, como diciendo que ya es hora de ponerse en marcha. Como le gustaría poder despertarse sin tener que enfrentarse a un mundo en ruinas cada día. Desde fuera de la tienda le llega una voz de hombre.
- ¿Estás visible?
- Sí Raplhy, pasa.
Ralphy es su hombre de confianza y segundo al mando. Es un hombre pequeño, pero rudo y duro como un tocón, con unos brazos extrañamente largos que dan la sensación de poder asfixiar a un oso.
-Traigo café.
-Perfecto, Ralphy, eres un sol.
William se roza contra la pierna del hombre, que le acaricia mientras le alcanza una taza humeante a la joven.
-¿Cuándo estaremos listos para partir?
- Más o menos en unas tres horas jefa, ¿a dónde iremos, al norte por fin?
-Ya hemos hablado de eso. Aun no somos fuertes para enfrentarnos a la Corporación, tenemos que hacernos más fuertes, más grandes. Iremos al oeste.
-Como mandes. Tú eres la jefa.
-No seas condescendiente conmigo –dice Helen con evidente tono de complicidad.
Un estruendo. Gritos. Otro estruendo. Más gritos. Los primeros disparos y el caos que llega en visita inesperada de mañana. Helen y Ralphy salen fuera de la tienda y apenas pueden reaccionar ante lo que ven. Explosiones, sus hombres corriendo sin dirección alguna y decenas de soldados de la Corporación avanzando casi sin resistencia. En ese momento los portones de dos enormes camiones se abren y aun sin fin de girazombis salen del interior entre chillidos de locura.
-¿Cómo nos han encontrado, Helen, cómo?
-Eso no importa, Ralphy. Escúchame, tienes que irte.
-¿Qué, no pienso huir de la batalla?
-No te pido que huyas, lo que te pido es que corras a la ciudad. Coge un caballo antes de que te vean y ve a la ciudad, avísales. Si nos han encontrado sabrán de dónde venimos y sabrán que la ciudad esta ahí. Luego irán a por ellos. Ralph, tienes que avisarles.
Es evidente que Ralphy tienes serios problemas para cumplir las órdenes de su jefa, pero al final, con lágrimas cayéndole de los ojos, se da la vuelta y sale corriendo.
Helen entra la tienda, esconde William en su trasportin, se viste, coge las pistolas y se lanza al infierno.
Pero el infierno no dura mucho, apenas una hora, y todos los esfuerzos de la joven son inútiles. Los soldados salen de todas partes, tienen armamento pesado y están bien entrenados. Corre montada en Nashville de un lado a otro, disparando, aplastando, dando órdenes. Pero sus hombres están siendo diezmados y nos puede hacer nada para evitarlo. Lo sabe, la batalla está perdida. Es eso lo que piensa cuando un fogonazo y una ola de calor derriban a su yegua.
Cuando despierta, ve a Nashville destrozada a su lado. Le duele todo pero no parece estar herida de gravedad. Se levanta, aun aturdida por el golpe y la explosión. Tarda un poco en darse cuenta, pero el silencio ha sustituido al ruido de la batalla. Solo se oyen gritos esporádicos, algún disparo aislado y nada más. Está rodeada por soldados corporativos que le apuntan con sus armas. Uno de ellos, un hombre rubio, se adelanta unos pasos. Helen ya no tiene sus pistolas, así que desenfunda su gran cuchillo de combate.
- Suelta el cuchillo, muchacha. Ríndete –le dice con mucha calma el hombre, con un leve acento alemán.
Helen ni siquiera contesta. Se pone en guardia con el cuchillo en la mano. Los soldados cargan sus armas.
-¡Alto! Esa perra es mía, llevo demasiado tiempo buscándola –de entre los soldados sale una mujer alta, con los ojos muy claros y el pelo corto y pelirrojo-. Hola, me llamo Celine delpy.
-¡Me importa un mierda como te llames, puta! Ven aquí si llevas tanto tiempo buscándome.
-Es lo que pienso hacer. Te voy a arrastrar por todo el país por haberme hecho perseguir tu flácido culo de un lado a otro.
-¿Flácido mi culo? A ver como se queda el tuyo cuando te lo patee.
Se lanza contra la mujer. El cuchillo centellea al sol de la mañana. Pero su oponente es rápida, esquiva el golpe y lanza una patada que Helen para con el antebrazo. Otro tajo al aire, pero Celine ya no esta ahí. Ha girado sobre si misma y le golpea en la espalda. Helen tropieza pero no cae. Es rápida, muy rápida, y ella está cansada, muy cansada y dolorida.
- ¿Quee pasa, nena? –Dice Celine en tono burlón- ¿Es que nunca te has enfrentado a un rival de verdad?
Helen chilla de rabia y le lanza una ristra de ataques que Celine va esquivando con dificultad, hasta que uno le alcanza en el brazo y la sangre empieza a manar de un pequeño corte. Lo demás es tan rápido que Helen no tiene tiempo ni de asimilarlo. Los ojos de Celine brillan de rabia como ascuas verdes. Dos golpes y el cuchillo sale disparado de su mano. Otro golpe y todo se vuelve negro.

2 comentarios:

Eriwen dijo...

Ains que te gusta una pelea de gatas....

Doctor Spawlding dijo...

Pues anda que no me he tenido que refrenar para no hacer que estuviera lloviendo y ellas llenas de barro. jajajajajajajajajajaja.