viernes, 10 de septiembre de 2010

La invasión de los girasoles mutantes

Episodio 21: Nena, la próxima vez no seré tan agradable
Las hormigas de un hormiguero cercano a El Dorado están aterrorizadas. Ya lo dijo el gran profeta Hormigamus, en los albores de la fundición del hormiguero. La tierra temblará y se abrirá y se tragará a todas las hormigas. Lo que nunca especificó es si era a todas las hormigas del mundo o a las de ese hormiguero en concreto. Claro, que en el mundo de las hormigas, la distancia entre un hormiguero y otra es tan grande, que todos los hormigueros piensan que están solos en el universo. Más o menos como los humanos. Lo que tampoco tuvo en cuenta Hormigamus, es que unos veinte años después de esa profecía, que en tiempo hormiguil son eras y eras, el hombre iba a inventar una maquina monstruosa. Una maquina autopropulsada, de toneladas y toneladas de acero y gran poder de destrucción que iba a llamar carro de combate, o simplemente tanque. Y eso es lo que esta haciendo temblar las tierras y las vidas de las apacibles hormigas. La columna de carros de combate de los rebeldes que se dirige hacia el cuartel general de la Corporación. Es una columna bastante heterogénea. A la cabeza va el M1 del alcalde Connor. Le siguen varios M1 más, algún viejo M48 que conoció días mejores. Hay hasta un LVTP, al que le han colocado un lanzacohetes en la parte de arriba y llama la atención un viejo Sherman que algún loco ha conseguido hacer funcionar para darle un último momento de gloria. Los camiones empiezan a flanquear las columnas cargados de tropas y seguidos por los Hamvees. A pesar del ensordecedor ruido de los motores, parece que la quietud es aplastante. La ciudad parece un espejismo, aunque cada vez está más cerca y los hombres y mujeres sienten el miedo, como una sombra, que les hace no decir ni una sola palabra. De todas formas, ¿qué se podría decir? Betsy resalta como la luz de una antorcha en unas viejas olimpiadas. A la cabeza de la columna que flanqueará la ciudad por la derecha, entre los tonos militares, su color amarillo es como una estrella fugaz cargada de tristeza, una estrella que se dirige en clara colisión a una mayor, provocando así la muerte de las dos. Dentro, Bridge conduce con mano firme, evitando pensar en nada, aunque no puede evitar pensar que no hubiera estado demás que hubiera alguien que ansiara su vuelta o, al menos, alguien que llorara su muerte. Pienso cambiar eso si vuelvo, se dice.En un asiento, Martin, tratando de luchar contra la presión, piensa que le hubiera encantado hacer un trío antes de morir, así que intentará por todos los medios no morir esa noche. Helen se ha sentado sola. Johnnie esta ahí, pero por alguna extraña razón, la cercanía de la muerte no le preocupa tanto como la posible muerte de él, y necesita estar sola. Johnnie la conoce y la entiende de sobra. Además otro pensamiento no se le va de la cabeza.
- ¿Dónde coño esta Doc? –Dice al fin en voz alta-. Dijo que iría a la batalla con nosotros.
- Ya no se llama Doctor Spawlding –empieza a decir Bridge.
-Yo no sé quién coño es ese tal Peter Connnor. Sé quien es Doc, llevo mucho tiempo en la carretera con él. Y dijo que estaría aquí.
-¿No creerás que Peter se iba a perder la batalla, no? –pregunta Bridge.
-Doc, no. No conozco demasiado a ese Peter que ha vuelto de la tumba.
-Ha ido a verla –dice Helen sin dejar de mirar por la ventanilla. La noche está cerrada.
-¿Qué? ¿Ver a quién?
-¿A quién va a ser, John?
-A esa puta. ¿Cómo? ¿Cómo va a entrar él solo ahí? ¿Es qué no le ha matado ya bastantes veces?
-Dice que esta vez será diferente.

Connor está nervioso. Fue instruido, pero hace mucho, y jamás entró en combate. Se siente insignificante y no entiende que hace él guiando a unas pobres almas en la batalla final del mundo. Dentro del tanque hace demasiado calor y el sudor hace que se le pegue la ropa de combate al cuerpo. Por las pantallas de visón nocturna del tanque todo se ve tranquilo y parece que ya casi puede tocar los edificios con la mano. Una ciudad. Ya casi ni recordaba como eran, con calles, alumbrado, edificios. Casi siente una punzada por tener que destruirla. Su tripulación está nerviosa. No, su tripulación tiene miedo. Qué demonios, él también tiene miedo.
Empiezan a franquear los primeros edificios. Es una calle estrecha y larga que acaba en una gran plaza. Una plaza demasiado grande, demasiado espacio. Un buen lugar para una emboscada. La columna sigue, los tanques levantan el asfalto a su paso. Una treintena de carros de otra época que desentumecen sus viejos miembros para otra batalla. Servidores ciegos y leales que nunca descansarán y dejarán sus cuerpos en el campo de batalla, pero nunca morirán solos, ese es su triste sino. La plaza ruge bajo el peso de las cadenas y los ruidos de los motores chocan en las paredes de los edificios.
Todo esta a oscuras, pero cuando el ultimo tanque ha entrado en la plaza, un sin fin de focos se encienden y la cara de un hombre aparece en un centenar de pantallas de televisión.
-Ejército invasor. ¿Hay alguien que esté al mando? Les habla el general Xavier, comandante en jefe de las fuerzas de la Corporación.
Ese soy yo, piensa Connor. También piensa que es de estúpidos caer en un atrampa que sabes que te han preparado. Pero con total resignación, abre la escotilla.
-Yo estoy al mando de esta fuerza. La fuerza de los pueblos libres de la Tierra.
-¿Tienes nombre o debo llamarte solo rata? –Pregunta el general con evidente desprecio. A través de las pantallas de televisión su sonrisa es diabólica y sus ojos más azules que nunca.
-Soy el sargento de las fuerzas especiales y alcalde de Crow Valley, Francis Connor. Y –una voz le dice, piensa bien lo que vas a decir, viejo. Pero luego piensa que lo bueno de estar al borde del abismo y con un pie haciendo equilibrios, es que puedes decir lo que quieras-, y os exigimos que os rindáis y os dispongáis a ser juzgados por crímenes contra la humanidad.
La risa del general Xavier es atronadora, amplificada y rebotada por las fachadas. Parece poseído, como si no pudiera parar de reírse.
-¿Rendirnos? ¿La clase superior? ¿La raza dominante? ¿A un puñado de ratas? No, amigo mío. No solo no nos vamos a rendir. Sino que no os daremos la misma cordialidad. Os erradicaremos, como se erradica una enfermedad. ¡Sufrid el poder de La Corporación!
Y todo empieza. Como empiezan las cosas grandes y terribles. Con ruido. Con fuego. Con chillidos de dolor. Con la risa de Xavier de fondo, una explosión hace volar por los aires el LVTP cargado de almas que se extinguen como la llama de una vela por la brisa que se cuela por la ventana. De los flancos de la plaza aparecen carros de combate de la corporación. Son más nuevos, mas rápidos, pero no son muchos más, quizás el doble. Pero además, en los balcones parecen soldados con lanzacohetes antitanque. Un impacto no puede contra los M1, pero son muchos. El M1 de Connor recibe un impacto. El calor se hace insufrible, pero el alcalde no pierde el control, gira y enfila a un blindado enemigo de costado, ordena fuego y el carro vuela por los aires. Pero el fuego enemigo es insufrible. Un M48 se convierte en una bola de fuego, mientras varios de los carros aliados empiezan a disparar a las fachadas para acabar con los antitanques de las terrazas y ventanas. Las pantallas vuelan por los aires y al risa del general es sofocada. Dos M1 acorralan a un enemigo y disparan, los proyectiles le cogen de lado y rebotan explotando en la fachada de al lado, que cae encima del carro. El blindado sale con dificultad, justo para que el pequeño Sherman le vuele las cadenas y lo inmovilice. Dos soldados salen del pequeño tanque y disparan por las rendijas del conductor varias ráfagas, pero la torreta se mueve, la torreta se mueve y el pequeño Sherman, como un valiente, mordiendo hasta el final, salta por los aires en mil pedazos. Los dos soldados, gritando la muerte de sus compañeros, siguen disparando, hasta que la torreta del tanque herido deja de moverse. Connor gana las seis de otro carro enemigo. Han recibido un par de impactos, pero el M1 es un hueso duro de roer, a pesar de que ha visto como uno saltaba por los aires cerca suya. Ahora tiene ha ese hijo de puta enfilado y un segundo después de su orden el carro enemigo desaparece bajo la explosión. No tiene demasiado tiempo para alegrarse, su tripulación chilla. Otro carro le ha ganado a ellos las seis.

Una hora antes de todo eso, Celine está tumbada en su cama a oscuras. Otra vez la oscuridad, piensa. Está algo nerviosa. Siempre antes de una batalla. Está en ropa interior, sintiendo la leve brisa que se filtra por la ventana. El vello se le eriza. Y casi puede sentir como la oscuridad la acaricia, lo que hace que se estremezca un poco.
- Siempre serás la mujer más hermosa del mundo, hacía tanto tiempo que no veía tu cuerpo –dice una voz desde alguna parte de la habitación.
Intenta levantarse y saltar a la silla donde están sus ropas y sus armas. Pero una figura oscura se interpone entre medias.
- ¿Quién coño eres, que haces aquí?
- Que frase más prosaica, no mi amor. Esperaba algo más original –dice la figura oscura.
Celine enciende la luz, y por segunda vez en pocas semanas, se le para el corazón al ver a un fantasma. No es capaz de decir nada. Ni una sola palabra.
-¿Qué pasa, pequeña, tanto me cambia la muerte? Pensaba que solo me había cambiado el peinado.
Celine sigue sin poder decir nada. Peter sonríe, pero su sonrisa no es nada tranquilizadora. Es más bien aterradora.
- Vamos, dime algo. ¡Dime algo maldita sea! –se ha prometido a sí mismo no perder los nervios. Pero luego recuerda que no es un hombre de promesas.
- ¿Cómo es posible, Peter? ¿Es qué no vas a rendirte nunca?
- ¿De qué? ¿De resucitar o de amarte?
Esas palabras se le clavan en el corazón a Celine como dardos de hielo. Peter lo sabe, y por primera vez siente que tiene el control de la situación estando delante de ella. Pero también siente como esos ojos verdes se clavan en él y sabe lo fácilmente que podría perderla.
-Estás distinto –dice al fin ella.
-Es el corte de pelo, no te gusta.
-No eso te queda bien. Estás guapo, es otra cosa. Das miedo, más miedo que de costumbre. Parece que la oscuridad ahora te obedece.
Peter sonríe y despliega sus alas, más negras que la oscuridad de la noche, las bate y el pelo de Celine se mueve revoltoso. Por supuesto ella no sabe que decir y lo único que sale de su boca es:
-Has venido a matarte.
-No, no esta vez, pequeña.
-No me llames pequeña. Así es como me llamabas
Peter se acerca a ella lentamente, con las alas desplegadas. Nota como la joven está paralizada. Pero también nota otras cosas. Con sus sentidos de Nephilim despiertos puede leer muy dentro de los seres humanos. La tiene a menos de un palmo y su respiración le duele. Huele su aliento y es un olor que tiene grabado. Lentamente, sin que ella haga nada para evitarlo, le suelta el sujetador. Y ella se le lanza. Los besos de la guerrera hacen que brote sangre dulce de sus labios y por un instante consigue no pensar en nada, ni en Lucifer, ni en la guerra, ni en la traición de ella. Por unos segundos sagrados, solo siente las uñas y los dientes y el calor de la mujer que nunca ha dejado de amar y la ropa vuela y los gritos lo llenan todo. Luego, siente cada una de las heridas que ella le ha hecho como un trofeo, pero sobre todo siente el cuerpo de Celine desnudo abrazada a él, sobre su pecho. No tienen nada que decir. Y sabe que por un instante ella está a punto de decir un te quiero que les hubiera destrozado a los dos. Así que, como si le arrancaran la piel a tiras, aparta el cuerpo de ella y se levanta. Se viste, sintiendo la mayor tristeza que jamás ha sentido y un segundo antes de desaparecer en la oscuridad, dice una sola frase.
-Nena, la próxima vez no seré tan agradable.

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