martes, 14 de septiembre de 2010

La invasión de los girasoles mutantes

Episodio 22: Fuego angélico.
Todo estalla tan rápido que no saben como reaccionar. El fuego, los gritos, las llamaradas. La calle de pronto es tomada por tropas de la Corporación que parecen salir de todas partes. De cada ventana, de cada alcantarilla. La retaguardia ya no es una opción de huida, hordas y hordas de frenéticos girasoles que se lanzan con furia ciega la taponan. Bridge trata de no perder el control de Betsy, trata de no penar en los camiones aliados, en los Hunvves que ya están ardiendo. Trata, sobre todo, de salir de esa maldita calle que se ha convertido en una trampa mortal. Los demás queman munición de forma desesperada, sabiendo que cada segundo que siguen expuestos al fuego enemigo es una posibilidad más de que una bala perdida encuentre dueño o de que les vuelen por los aires.
-¡Sácanos de aquí, Bridge, maldita sea! –grita Helen.
-Eso intento, ¿acaso crees que esos muchachos de ahí fuera me lo están poniendo fácil?
-No sé como te lo están poniendo, amigo –interviene Martin. Pero la chica tiene razón, o nos sacas de aquí o esta batalla dejará de preocuparnos dentro de muy poco.
-Dejad a Bridge que conduzca y seguir disparando, cada segundo que malgastáis en hablar es uno de esos mamones que se queda sin su ración de plomo.
A Bridge le cuesta un enorme esfuerzo mantener el volante firme, es como si pesara dos toneladas y el autobús fuera de puro mármol. Los disparos silban cada vez más cerca y el calor de las explosiones es cada vez más amenazadoramente patente. Tiene que hacer algo, tiene que hacer algo pero no se le ocurre nada. Hasta que pasan por una calle muy estrecha. Apenas hay tropas en ella. Si consigue que algunos de los Hunvees y transportes le sigan, habrán conseguido unos minutos para reorganizarse. Solo hay un problema. En medio de la calle hay una autovía elevada que la cruza y tiene serias dudas de si Besty cabrá por de debajo.
-¿Qué demonios haces, Bridge? ¿Por qué te paras, es qué quieres que nos acribillen? –le chilla walker.
Tiene que tomar una decisión y tiene que tomarla rápido. No hay más tiempo que perder. El corazón le late a mil por hora y trata de no escuchar a sus compañeros que le chillan para que se mueva. Y por fin, con el alma en un puño, suelta un agónico agarraros y, girando a la derecha, pisa el acelerador a fondo. Según se acerca el hueco le parece cada vez mas pequeño, pero ya no hay vuelta atrás, es una calle estrecha y no podrá maniobrar para dar la vuelta.
-Bridge, ¿qué haces? ¿Estás loco? No vamos a pasar -le grita Helen.
-Bridge, demonios, hazle caso, es demasiado bajo –corrobora Martin.
La verdad es que empieza a pensar que sus amigos tienen razón. Le sudan las manos y le zumban los oídos. El sonido del motor de Betsy a toda potencia le parece el de un enjambre de abejas cabreadas. Los chillidos de sus amigos son ensordecedores y el hueco por el que pretende meter el viejo autobús ahora le parece ya terriblemente pequeño, y hasta parece sonreírle con malicia. Sus amigos gritan aterrorizados y ya es tarde hasta para frenar. Cierra los ojos y pisa el acelerador un poco más a fondo.

La plaza es un infierno. Connor aun no entiende como su viejo carro de combate sigue en pie. Le duelen los músculos de sujetar con fuerza los mandos del vehiculo y está tan empapado en sudor que teme que vaya a deshidratarse de un momento a otro. La columna de tropas y Hunvees que entró por el flanco izquierdo de la ciudad ha conseguido romper el cerco y unirse con ellos en la plaza, pero las tropas de la Corporación, a pesar de haber perdido un buen número de carros, parecen multiplicarse. Pero eso no es lo peor, lo peor es que, desde hace unos minutos, se están enfrentando a la nueva pesadilla cocinada por alguna mente enferma en los laboratorios de la Corporación, unos monstruos deformes, mitad gorila mitad caniche, cuya ferocidad y fuerza exceden con mucho la de los girasoles. Han aparecido en manadas, gritando y masacrando todo lo que encontraban a su paso, incluidos a los propios soldados corporativos. Despedazan hombres como si fueran de papel y lanzan grandes trozos de piedra enormes que destrozan todo lo que encuentran a su paso. Connor sabe que no aguantarán mucho. Pero no tiene demasiado tiempo para pensar, una de esas criaturas se pone delante del M1 y lo para con las manos, Connor apenas puede creerlo, pero no consigue hacer avanzar la bestia de acero. Francis sabe que en ese momento quedarse quieto es la forma mas rápida de que algún enemigo haga blanco en ellos. Pero dos bestias más se han colocado detrás y a lado derecho del tanque amenazando seriamente con volcarlo y, si eso pasa, estarán perdidos, no podrán salir de debajo. Entonces una luz llena las pantallas del tanque y ciega a todos sus ocupantes. Un segundo después, las criaturas han desaparecido. Fuera está pasando algo, las bestias rugen y las tropas gritan.
-¿Qué demonios es eso, señor? –pregunta uno de los tripulantes del tanque.
Connor no responde, no tiene ni idea, pero piensa averiguarlo. Deja los mandos del tanque y abre la escotilla de la torreta. Justo en frente de él. Hay un hombre volando. Lleva una larga melena suelta y unas etéreas alas rojas que bate con fuerza. En la mano blande una especie de espada de fuego hace cuyo resplandor hace que Connor tenga que levantar la mano para protegerse los ojos.
-¿Cómo va eso, alcalde? ¿Le ha ce falta alguna manita? –pregunta Jacob riendo como un loco.
-Ya era hora de que aparecierais –le grita Connor.
-Pendón por el retraso, nos hemos estado encargando de un campo enorme de girasoles que les acechaban por la espada. Pero ya estamos listos para unirnos a la fiesta. ¡Nephilim! ¡Sin tregua!
Y Connor, embelesado, ve como los medio ángeles se lanzan sobre las tropas y criaturas de la Corporación descargando sobre ellos una lluvia de fuego angelical. Vuelan con tal gracia que parece que estuvieran siendo arrastrados por el viento. Jacob es como un torbellino de hermosa destrucción. Sus gritos, de una ferocidad absoluta, se alzan por encima del estruendo de la batalla y siega con su espada de fuego angélico todo lo que encuentra a su paso. Los Nephilim han equilibrado la balanza y su aparición ha dado ánimos a las tropas, pero no quiere engañarse, el enemigo sigue siendo poderoso y las bestias y soldados parecen que siguen saliendo de debajo de cada adoquín. Pero los Nephilim, a pesar de su aspecto hermoso, son como fieras desatadas, y aquí es donde Connor ve la verdadera naturaleza de los ángeles, los perros de guerra de Dios, sus fieros soldados. Y cuando Connor esta sumido en esos pensamientos, el rugido que horas antes les encogió el corazón en la distancia, hace acallar todas las voces y sonidos de la batalla, y por un instante, hombres, bestias y Nephilim dejan de matarse. El rugido amenaza con destruir los edificios en un estado bastante lamentable por las consecuencias de la batalla. Y después del rugido, unos pasos, unos pasos que hacen que el suelo tiemble.

Bridge grita como un loco. El corazón se le está atragantando en el esófago y se le escapan unas pequeñas lagrimillas de pura euforia. Mira por el retrovisor y ve a tres estatuas de mármol absolutamente inmóviles que se parecen bastante a sus amigos, lo cual le hace bastante gracia y se empieza a reír como un poseso.
-¿Veis? Os dije que pasábamos, no se por qué dudáis de mi –dice chillando, aunque una voz, una voz muy pequeña y asustada desde alguna parte de su interior, le grita que es una carbón y que el primero que estaba aterrorizado era él. Pero prefiere no escucharla.
Una buena parte de sus vehículos han pasado detrás de Bridge y ha salvado gran parte de la columna.
-Buen trabajo, Bridge, nos has salvado el culo, ya lo creo –le grita Walker, mientras Martin sigue con la mirada perdida, blanco, y susurrando algo así como, hemos pasado, hemos pasado-Gira a la izquierda en cuanto puedas, creo que por ahí llegaremos a encontrarnos con el resto de nuestras fuerzas y con el alcalde.
Bridge gira una esquina y enfila una calle ancha, con lo que queda de las fuerzas aliadas detrás de él. Delante de ellos puede ver humo y el detonar de explosiones. La batalla ha llegado allí también, no cabe duda. Detrás de Bridge, el sonido de las armas al ser cargadas es el indicador de que todo empieza de nuevo. El volante vuelve a pesarle dos toneladas y cada que vez que están más cerca de la plaza, más puede sentir el calor del fuego y de las explosiones. Pero luego todo deja de tener importancia, cuando llega el rugido, ese rugido aterrador hace que todo en la noche deje de tener importancia. Cuando llegan a la plaza la batalla se está volviendo a reactivar pero, de entre todas las cosas horribles y sorprendentes que ven, los caniche-gorila, los Nephilim volando y soltando cegadoras bolas de fuego angélico, nade de eso es lo suficientemente importante para captar su atención. Más que nada porque es muy difícil que nada pueda distraerles de los dos monstruos de más de diez metros que lo destrozan todo a su paso en medo de la plaza. Uno es una bestia mecánica, una armadura que con ametralladoras pesadas en ambos brazos que escupe fuego a diestro y siniestro. El sonido que producen sus partes de metal al moverse es ensordecedor, pero nada comparado con los rugidos de la otra bestia, una especie de lagarto con tentáculos y cabeza de jabalí. Aplasta todo lo que pasa a su lado y de un manotazo aparta de todos los Nephilim que se lanzan contra él. Los proyectiles de los carros, al igual que las bolas de fuego angélico, solo parecen enfurecerlo.
-Bridge, saca a Betsy del medio de la plaza, buscad un lugar seguro desde donde disparar, es lo que están haciendo los demás, en campo abierto somos blancos seguros para esas cosas –diciendo esto, Johnnie se va al final de Betsy y empieza rebuscar entre las cajas de municiones y saca dos maletines con aspecto de ser muy pesados.
-¿Dónde vas tú? –Le pregunta Helen.
-No te preocupes, volveré –le da un beso y sale corriendo por la puerta, perdiéndose en el caos de la plaza. Helen intenta decirle algo, pero la guerra acalla las voces y todas las historias.
Jacob, desde lo alto, sopesa, la bestia mecánica, o la bestia de carne. La carne es carne y hasta donde sabe, el acero es más duro y peligroso, así que se lanza contra el gigante de acero. Esquiva las balas con una habilidad pasmosa, batiendo las alas con fuerza. Llega hasta el pecho y golpea con su espada de fuego, deja un buen agujero, pero algo superficial, nada serio. Lo malo es que el golpe hace que baje su guardia lo justo para que el robot le propine un manotazo que le lanza contra un edificio. Atraviesa la pared, pero no hay tiempo para lamentaciones ni para dolor, se pone en pie, sacude las alas y vuelve a la pelea. Intenta llegar hasta la cabeza del robot, pero los brazos son demasiado largos y, sorprendentemente teniendo en cuenta su tamaño, muy rápidos. Solo puede esquivar manotazos a duras penas. Pero tiene una idea. Empieza a retroceder, como si estuviera perdiendo terreno, como si las fuerzas le fallaran. La bestia de acero ha caído en su trampa, se lanza contra él con más furia, con más fuerza, multiplicando sus ataques. Tiene que estar muy atento, un solo descuido y uno de esos golpes puede acabar con él. Por fin siente lo que quería, la pared del edificio en su espalda. Sonríe, un respiro, ahí esta, el golpe que esperaba, un puñetazo terrible, lo esquiva un segundo antes de que el puño de acero choque contra él, volando hacia abajo. El puño de la máquina choca contra la pared y se mete hasta casi el hombro, quedando atrapado. Jacob gira sobre si mismo y golpea con su espada, con todas las fuerzas y la rabia de las que es capaz, en la axila del robot. Un estruendo y el brazo queda separado del cuerpo. La maquina queda aturdida, trastabillando. Justo en ese momento, la voz de Johnnie llega desde uno de los pisos mas altos del edificio.
-¡Eh! Hombre de hojalata, mira al pajarito –lleva un lanzamisiles y suelta un proyectil que golpea a la maquina justo en la cabeza. El robot se tambalea, hacia su derecha y queda apoyado en un edificio. En la cabeza se ha abierto un hueco, y en ese hueco puede verse al piloto. Nada menos que el coronel Anton Henninger, que no sabe bien que le ha pasado por encima. Ni lo llega a saber, porque justo cuando empieza a espabilarse, Jacob le lanza una bola de fuego angélico que vuela en mil pedazos la cabeza y al coronel con ella. El robot ni siquiera cae. Se queda apoyado en el edificio destrozado, como un muñeco triste.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

ya era hora de que ese gran personaje que es brigde tuviera el protagonismo que se merece ¡¡¡¡¡¡¡¡

Doctor Spawlding dijo...

siempre lo ha tenido, es el pilar sobre el que se sustentan todos los demas. Y pronto tendra un portagonista en la nueva historia de weird Tales Productions, LOS OCHENTEROS, JAJAJAJA.

Panteira dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Panteira dijo...

Jostia! Por un momento creía que iba a ser el retorno del archiconocido "Tapón de Vigo"!! xD