martes, 9 de febrero de 2016

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.


Episodio 15. Muchas veces yo. (Parte I).

La noche cae con su manto de secretos susurrando cosas tenebrosas a todo aquel necio que se pare a escucharla. Un hombre mira la inmensa y negra planicie que se extiende a sus pies, se extiende hasta lo que bien podría ser el infinito, o el fin de los días, porque la noche es tan negra que las estrellas aguardan asustadas, escondidas en algún rincón. El hombre contempla esa inmensidad, todo lo que abarca entre cielo y tierra, contempla esa negrura y se siente pequeño, muy pequeño. El hombre se llama Peter Connors y, solo por matar el tiempo, trata de imaginar como sería la ciudad que aguarda ahí abajo cuando estaba viva. Intenta imaginar las luces, el sonido, los destellos de vida salpicando aquí y allá el desierto. Ha oído historias como todo el mundo del esplendor de la ciudad, de la urbe que nunca dormía y en la que todo podía pasar en una noche como aquella. Ha oído leyendas de que brillaba tanto que no había rincón del desierto desde el que no se viera su fulgor. La Babilonia moderna que nunca dormía. La ciudad del pecado. Pero ahora yace muerta y su cadáver, imperceptible, mudo, muerto a los pies de la llanura, llena de inquietud a Peter, a pesar de que solo puede adivinar débilmente las siluetas de viejos edificios. Pero está ahí, acechando. Las Vegas duerme un profundo sueño, albergando un oscuro mal, como un dragón aletargado que guarda el fuego del infierno en su interior. Pero Peter se han apartado de los demás porque necesita un poco de paz. O de soledad, más bien. Siente dolor y no le gusta mostrar sus debilidades ante los demás. Se concentra e inmediatamente siente una leve punzada de dolor en el costeado. Pero sigue, lo ignora, aprieta los dientes, busca la oscuridad, el poder dentro de él. Sus ojos se vuelven negros, de un negro que apaga la noche. El poder del nephilim lo extrae de una oscuridad que se agarra a su interior, como pegada a cada célula de su ser. Ese poder tira de él, lo desgarra, las alas, que despliega con esfuerzo, cada bola de fuego angélico, todo le desgarra por dentro y le vacían y necesita volver a llenarse. Se mira las manos y trata de formar sendas bolas de fuego, pero el dolor empieza a ser insoportable. Para y sus ojos vuelven a su color normal. Cuando se estira para combatir el dolor se da cuenta de que tiene a Laura delante y la chica le mira aterrada, blanca. Ella nunca le ha visto antes desplegar su otra mitad. Te acostumbras, le dice, no tienes que temerme.
- Lo siento, no quería molestar -dice ella-. Estaba buscando a Bridge.
- Le he visto antes ahí, un poco más abajo, cerca de esos coches abandonados.
Laura le da las gracias y al pasar junto a él le pregunta, ¿te duele? Peter trata de improvisar una forzada sonrisa y dice, tranquila, estaré listo cuando llegue el momento, al tiempo que piensa, eso espero.

He visto a Peter, bueno, ya sabes, con las alas y todo eso. Acojona, cuanto menos. Dice Laura cuando llega donde está Bridge. Este sonríe, cansado. Lleva un rato tratando de buscar cualquier cosa de utilidad en los coches abandonados que atestan la vieja autopista.
- Tranquila. Se pueden decir muchas cosas de él, pero al final siempre ha estado de nuestro lado.
-Ya. Supongo que haber vivido en un mundo destruido por unos girasoles mutantes debería haberme preparado para todo. Pero esa mierda angélica o demoníaca es muy fuerte. ¿Se supone que ahora debo creer en Dios?
-No creo -dice Bridge al tiempo que recuerda el ejército de nephilim que luchó con ellos. Y recuerda a Nimrod-. Hay más de un dios, me temo, aunque no sé qué son. Lo que está claro es que si Dios existe no nos hace ningún caso. Así que qué le den.
-Sí, guapo, tienes razón. Seguro que si existe es un paleto.
Bridge sonríe y besa a Laura y luego le limpia la primera gota de lluvia que aparece en su frente.
-Últimamente llueve mucho en el desierto.
Las palabras de Laura mueren al mismo tiempo que la sonrisa de ambos. El primer trueno llega con la voz de Peter gritando que tienen que irse, pero ya. Cuando llegan a Betsy el aguacero ya es una tormenta y los limpia parabrisas y las luces apenas pueden hacer nada por esclarecer el camino. Johny conduce casi por instinto, esquivando los coches abandonados.
-¿Crees que es él? ¿Qué es Nimrod?
-Algo me dice que sí -contesta Peter-. Sea como sea no podemos quedarnos a averiguarlo, mejor jurárnosla en la ciudad que con lo que sea que venga detrás, eso seguro.
Nadie se fija en Thrud. No habla y el resplandor de sus ojos es tenue en esa noche cerrada. No pierde de vista las calles abandonadas que empiezan a dibujarse en la oscuridad, bajo la lluvia. Hay algo en el ambiente. Algo huele a podrido. Hay algo enfermo y malvado en el aire. Algo que le trae recuerdos de tiempos remotos. Abre la boca para hablar, casi de manera inconsciente.
-Chicos, hay algo en esta ciudad. Algo maligno, algo corrompido.
-Como lo que nos persigue -dice Caroline.
-No, esto es distinto.

Solo unos pocos kilómetros separan a Nimrod y su señor de Las Vegas. Y la voz del leviatán le hace cosas terribles a la noche.
-Hay algo en ahí, señor, algo que no nos va poner fácil la presa. algo antiguo y maligno.
-También lo noto -responde Sorbinus-. Su mente recorre las calles notando algo descorazonador, algo latente y vivo de una manera extraña y ancestral. Su poder es grande, pero es consciente de que hay poderes de orígenes oscuros que se escapan a su compresión. Y allí hay uno de esos poderes, de esos que escapan a la ciencia y a su enorme intelecto-. No tenemos tiempo para que nos retrasen ni para pelear. Es hora de cortar por lo sano y les muestres a todos el verdadero poder del Leviatán.
Nimrod, bajo el intenso aguacero que su presencia crea, sonríe y cierra los ojos. Tras él, varias decenas de Plaga cierran los ojos al mismo tiempo y se sientan en el suelo. Nimrod empieza a concentrarse y el aguacero se hace más intenso.

Están frente al edificio del Casino Luxor. La pirámide que increíblemente parecieron dejar registrada los anasazi tantos milenios atrás. Harry está muy serio, no articula palabra. Aquel sitio le produce una extraña sensación. La verdad es que ninguno habla. Las palabras de Thrud se les han clavado en el corazón. Debe ser por eso que aun no se han atrevido a salir de Betsy. La antinatural lluvia y la presencia de eso terrible y oscuro que presiente la chica no hacen que la bienvenida al hotel casino Luxor sea todo lo agradable y cálida que debió ser en la época de esplendor de aquella ciudad. Las reproducción, desvencijada por el tiempo, de la esfinge tampoco ayuda. Carcomida por las décadas a la intemperie, aun conserva sus rasgos en gran parte, pero su mirada, de noche, bajo la lluvia, es aterradora.  Hasta que la voz de Ángelo hace que algo inerte y prefabricado como la estatua no sea más que eso, algo falso y carente de peligro. Porque cuando Ángelo dice, ahí a alguien, algo se está moviendo, pronto los vestigios de un lugar dedicado al juego y la diversión, son el menor de sus problemas. Efectívamente. Sombras en todas direcciones. Se mueven tambaleantes, pero extrañamente seguras en su itinerario hacia ellos. Un murmullo empieza a levantarse por encima del ruido de la tormenta, lo que unido a este, hace que el terror se pasee por el interior del viejo autobús a sus anchas. Peter, inconsciéntemente, ignorando el dolor, vuelve sus ojos negros y aferra el puño sobre la empuñadura de Tadeusz. El sonido de armas al amartillarse parece una vieja y triste canción que nadie desea cantar, pero que no queda más remedio que hacerlo. Una miríada de ojos rojos y el murmullo, salido de gargantas que poco tienen de vivas. Pero su mirada no está perdida, ni deambulan, les miran con esos ojos rojos como el fuego, como la sangre, y en su mirada hay odio, un odio ancestral, eterno y sin tregua. Se han parado a unos diez metros de Betsy. No tienen prisa, no les molesta el agua fría cayendo sobre sus putrefactos miembros. Acechan a su presa. Algunos llevan armas de fuego y les apuntan, otros bates de béisbol, barras de hierro, cuchillos. Otros solo enseñan una dentadura negra y con un aspecto poco tranquilizador. Hasta se podría jurar que algunos de ellos hablan entre sí en un idioma que parece ser poco más que murmullos guturales. Pero lo peor es el hedor. Un hedor a decadencia, a podrido, a maldad encarnada y primigenia.
-Draugr -dice Thrud en un lamento agónico.
-¿Estás de broma? -Pregunta Peter.
-¿Qué? -Johny se encara con su antiguo camarada. ¿Tú sabes lo que son esas cosas?
-A mi me parecen zombis, huelen como zombis, al menos -dice Bridge.
-Son muertos vivientes, sí -explica Thrud-. Pero no zombis. Son espectros malignos, viejos como el mundo, llenos de una maldad ancestral. Se apoderan de cuerpos muertos para caminar por el mundo. Antíguamente cuidaban las tumbas y sus tesoros.
-Tiene sentido -interviene Peter-. Esta ciudad se creó a partir de la nada cimentada con ambición, con avaricia. Y está sembrada de odio y cadáveres por todos lados. Cuando la gente murió, esas cosas se sentirían atraídas como las polillas a la luz.
-Y defenderán estas calles con uñas y dientes -reflexiona Harry.
-Son poderosos, y fuertes, y listos -añade Thrud-. Tenemos que movernos. Ya.
-Bridge -Grita Johny- Dirígete a la puerta de la pirámide. Las cámaras acorazadas del casino y el hotel son nuestra única posibilidad por el momento.
Bridge no necesita mucho más espoleo, sobre todo cuando los primeros disparos empiezan a estrellarse contra el armazón de Betsy  y la marabunta de muertos vivientes se lanza contra ellos con un grito aterrador. Pero sobre todo cuando ve como unos cuantos de esos fiambres fantasmales empiezan a aumentar su tamaño hasta unos tres metros y dan enormes zancadas hacia ellos. De hecho, tiene que hacer gala de toda su pericia, de todo su esfuerzo para controlar el volante cuando una de esas moles golpea la parte de atrás de Betsy y el vehículo empieza a bambolearse penosamente. Bridge trata de recuperar el control, ltratadose por delante unos cuantos de esos desgraciados, pero en seguida otros, en una proporción que asusta, ocupan el lugar de los caídos. Celine y Johny disparan desde las ventanillas para ir abriendo camino a Bridge, que por fin tiene la puerta a la vista, y no hay demasiados de esos engendros delante de ellos. Va muy deprisa y no puede evitar recordar otro momento en el que también su vida pendía de un hilo y se lanzó contra un edifcio, también con una horda demoníaca detrás. Y esta vez siente que no puede hacerlo, así que derrapa, en una maniobra tan hábil que le sorprende hasta a él, y deja la puerta de Betsy a un par de metros de la de la pirámide. Johny pasa a su lado y dice, sin mirarle, no lo repites ni en cien años. Todos bajan y Celine, Peter y Caroline se apostan en los laterales, cubriendo con armas pesadas a los demás. Abrid rápido esa puta puerta, grita Celine. Pero están cerradas a cal y canto. Johny descarga la furia de su fusil contra ellas, pero nada, evidéntemente están blindadas.
-Esperad Caroline abre de un  disparo una placa que hay junto a las puertas y descubre un viejo terminal de ordenador-. Puedo abrirlas, creo, pero necesito tiempo.
-Nena -le grita Peter bajo la lluvia-. No tenemos ese tiempo, están aquí ya.
Los draugr gritan como locos ante la inminencia de sus presas, babeando y disfrutando el sabor de la segura caza. Y Thrud salta. Por encima de Betsy en una acción de lo menos humana. Desde lo alto del autobús, con las espadas desenfundadas, empieza a brillar. Su fulgor es tal que parece detener la misma lluvia y sus ojos ya no tienen el leve tono dorado que parece relucir cuando les da el sol. No, brillan, con una luz dorada que arrasa la noche. Cuando habla su voz es muy distinta y sus palabras hacen que los draugr se detengan en seco y le miren con lo que hasta parece miedo.
-¡Alto, espectros ancianos! -Dice-. Me debéis respeto, si no a mí, a mi padre. Reconocéis mi poder y sabéis a que os enfrentáis. Dejadnos pasar.
¿Quién eres tú, que brillas y haces doler los ojos?
La voz sale de todas las gargantas a la vez. O quizás de ninguna, nadie podría decirlo.
-¿Tenéis que preguntarlo? ¡Soy Thrud, hija de Odín, Padre de Todos!

-¿Qué coño? Es una... -Bridge no puede ni acabar la frase.
-Valkiria, sí -dice Peter pasándole el arma.
-Tú lo sabías -le chilla Celine-. Lo dijiste en el helicóptero.
-Todos lo sabríais si supierais algo de mitología nórdica. Preparaos para cruzar la puerta en cuanto la abra Caroline.
Tu padre ya no tiene poder aquí. Estas no son sus tierras, Thrud, hija de Odin, Padre de Todos. Dice la voz que sale de mil gargantas muertas. Como inmediata respuesta, un rayo se escapa de la tormenta, cae sobre Thrud y sale despedido contra los draugr, friendo en el acto a varios de ellos, lo que provoca un grito quedo y tétrico que recorre las huestes de no muertos.
-Será mejor que os deis prisa. Tienen razón, el poder del nombre de mi padre es limitado en esta época, no les detendrá por mucho tiempo -dice Thrud. Su voz vuelve a sonar normal, pero los ojos aún brillan como dos pequeñas estrellas.
Caroline grita, ya está, y las puertas se abren como una promesa incierta en la noche. Todos adentro, grita Peter. Cerrad detrás vuestra, vamos.
-¿Tú que vas a hacer? -Pregunta Caroline.
-Obedece maldita sea, Johny, llévatelos, vamos.
Johny coge a la pelirroja del brazo y tira de ella. Es como una palabra que rompe el hechizo. Thrud cae sobre su rodilla derecha y su fulgor desaparece, devolviendo a la noche y a la lluvia su protagonismo. Y sobre todo al murmullo quedo del ejército putrefacto que se vuelve a lanzar contra ellos con un chillido abrasador. Peter echa una última mirada y ve a Johny y Caroline mirándole cuando la puerta se cierra delante de ellos. Despliega las alas y sube, ignorando el dolor, al techo del autobús. Agárrate bien, le dice a la valkiria, que le sonríe levemente, empapado su rostro en la lluvia incesante. Y levanta el vuelo con un golpe seco de alas negras. No puede volar, el dolor insufrible del costado se lo deja claro. Tampoco es su intención. Por desgracia, su plan es menos elegante. Y más descabellado. Y sobre todo va a ser mucho más doloroso. Cuando ha llegado a la altura que necesita, le susurra al odio a Thrud que esconda la cara y se lanza en picado sobre la superficie negra de la pirámide. Atraviesa la superficie de vidrio y protege su cuerpo y el de la chica, que nota ardiendo a pesar del frío, creando un caparazón con las alas. El impacto contra el suelo es una dura dosis de realidad. Las vueltas de campana de después una cruda lección de lo dura que es la vida. Luego queda tumbado boca arriba, las alas desaparecen y puede ver el rostro claro y perfecto de Thrud sobre él, sonriendo. ¿Todas tus primeras citas acaban así? Le pregunta.
-Lo de la noria está muy visto, nena -dice, pero una ola de dolor le recorre y le borra la sonrisa de la cara. Thrud se incorpora y junto a Bridge ayudan a Peter a levantarse. Caroline acude corriendo y Peter se apoya levemente en sus hombros. Tranquila, estoy bien, cariño, le dice tratando de tranquilizarla.
Unos golpes en la puerta reclaman su atención en la escena.
-Esa puerta no les detendrá mucho tiempo, me temo -Thrud señala las puertas cerradas y todos pueden ver como un humo negro, una presencia volátil, un halo leve de olor insoportable se cuela por cada rendija de la estructura del edificio. Segundos después, de cada parte fantasmagórica del viejo casino, de cada rincón de la sala, que es una mueca ruinosa de lo que debió ser en su momento, las banquetas, las mesas, las barras del bar, las viejas botellas, aun con líquido dentro, surge una vez más el murmullo quedo de los no muertos y, al tiempo que la puerta comienza a aboyarse por los golpes de algo terriblemente grande y fuerte, más de una decena de cadáveres salen de las sombras. Se lanzan a por ellos, pero no les da tiempo a nada, Caroline grita, ya estoy arta, y su coleta y sus pistolas dan buena cuenta de los cadáveres putrefactos, menos de uno, que justo cuando va a poner sus muertas manos encima de ella, queda ensartado en la pared después de un breve vuelo de Tadeusz. Gracias, dice Caroline y Peter le tira un beso, que enmascara durante un segundo un evidente gesto de dolor. Se acerca, arranca su espada de la pared y se apoya en la barra del bar. Caroline se lanza sobre él pero detiene a la chica con un gesto suave. Luego se queda mirando algo, que coge y le lanza a Johny diciendo, guarda esto para luego. Cuando Walker atrapa el objeto, puede ver una vieja botella sin abrir de Maker's Malt. Johny sonríe y dice, dalo por hecho.
-Hay, que salir de aquí -dice Harry-. Seguidme.
Y empieza así una alocada carrera en post del tipo de los ojos azules, recorriendo pasillos de mantenimiento y de administración del casino, cruzando puertas y atravesando salas, eliminando grupos de draugr. En algún momento de esos minutos interminables, a todos y cada uno de ellos se les pasa por la cabeza preguntarle a Harry cómo sabe dónde diantre se están dirigiendo, pero está claro, una vez más, que el tipo tiene los planos del casino en la cabeza, como tantas otras cosas. Así que callan y siguen corriendo. Hasta que por fin llegan a una sala de seguridad, llena de monitores que en otro tiempo debieron estar conectados a las cámaras de seguridad del casino. Peter se apoya sin que nadie le vea en la pared y se lleva la mano a la boca para limpiar un leve rastro de sangre. Cuando levanta la vista ve que Celine le está mirando fijamente, mordiéndose el labio en lo que bien podía ser un gesto de preocupación. Peter habla con la mirada, y la idea, ni una palabra, llega alta y clara a la mujer de ojos verdes, que cómo los demás, centra su atención en Harry. Ni siquiera tienen que aguantar la respiración, porque el propio aire se ha quedado mudo, quieto, espectante, como si supiera que los últimos días, los peligros, la muerte acehando, los monstruos, todo conducía a este camino, a este punto ciego en medio de una ciudad maldita y muerta en todos los sentidos en los que una ciudad pudiera estar muerta. Y la verdad es que no es un momento mágico. Harry no es Moisés, solo es un hombre que apoya una mano en una pared. Y ante él no se abre ningún camino a través del mar, solo brilla su huella en esa pared inerte, sobre la que se levanta una puerta antes imperceptible y descubre una escalera, débilmente iluminada por luces de emergencia. Una escalera que desciende. Puede que al infinito. Puede que a las respuestas esperadas. Puede que al infierno mismo. Puede que a algo que lleva décadas oculto y esperando a que un puñado de necios abra las puertas tocando la tecla adecuada, la tecla que nadie en su sano juicio pulsaría jamás. Pero ya está hecho. Da igual si sale la tirada ganadora o el destino se traga los dados en un pozo profundo de brea. Hay que avanzar. Y eso hacen, despacio, casi escalón a escalón. La temperatura baja levemente según descienden y un olor aséptico les inunda las fosas nasales. Llegan a una puerta metálica que se despresuriza al instante y se abre hacia un lado flanqueándoles el paso.
Empiezan a atravesar pasillos y estancias de lo que evidéntemente es un laboratorio abandonado. Salas de ensayo, camillas, instrumental médico y de investigación corroído por el tiempo. Nada fuera de lo común, si no fuera por que ese laboratorio estaba oculto en las entrañas de un casino. Y por el hecho de que el camino que van siguiendo es el que les marcan las puertas automáticas que se van abriendo según se acercan. Hasta que atraviesan la última. Y Harry está a punto de vomitar. Y los demás tienen que hacer grandes esfuerzos para cerrar la boca. Una enorme sala iluminada por unas luces amarillentas enfermizas, de varios metros de alta y como de las dimensiones de una cancha de baloncesto. Hace frío allí. Pero es normal. Es de suponer que es la temperatura idónea para preservar el contenido de las decenas de tanques de invernacíon en los que flotan tranquílamente en un sueño inducido un buen número de lo que, no cabe ninguna duda, parecen copias de Harry Street. Unas casi iguales, otras más pequeñas, otras con algún tipo de deformidad. Pero los rasgos del hombre que se ha convertido en su compañero de viaje se reconocen en todas ellas. Como se reconocen en el tipo con mono blanco que se está acercando a ellos. Se reconocen los mismos rasgos faciales, la misma nariz, los mismos ojos, la misma boca. Solo que ese tipejo debe tener sesenta años. Levantan las armas. El tipo solo sonríe.
-¿Así saludas a tu hermano, número 76? -Dice. 

Continuará.