viernes, 27 de mayo de 2016

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Episodio 19. Nena, yo bajo por las escaleras.

En el piso más alto de la Pirámide Transamerica, Peter Connors agoniza encadenado de rodillas y con los brazos en cruz. Está en medio de una habitación vacía, iluminada por unas pésimas luces alógenas amarillentas. Sufre terribles temblores y un más que considerable dolor. El sudor frió que empapa todo su cuerpo hace evidente la gravedad de la enfermedad, así que Peter, que puesto que sigue respirando supone que su captor le quiere con vida, siente el consuelo de que no se van a divertir mucho con él. Le debe quedar menos de lo que duraron los Real Milly Vanili en las listas de éxitos. La fiebre es tal que las luces de la habitación empiezan a jugar alrededor suya ya trastear con su mente. Cada bocanada es un suplicio así que trata de respirar lo menos posible, pero no ayuda mucho el dolor del costado, agravado por el de los brazos después de varias horas (le sería imposible decir cuantas) de cautiverio. Un par de veces a tratado de concentrarse y soltar alguna bola de fuego angélico que pudiera romper las cadenas, pero en su estado ya tiene asumido que es completamente imposible.
Ahí es cuando oye la voz. Al principio dentro se su cabeza, luego rebotando en las paredes de la habitación y bailando de manera extraña con su fiebre. El poderoso Peter Connors nada menos, dice la voz. Es todo un honor tenerte como invitado. Es una voz que desmenuza tonos como un chef experto que toma las palabras para preparar un plato exquisito.
- Si tratas así a tus invitados, me alegro de no ser tu suegra. Tú no eres Bondansieri. Así que me debes tener atado por otra cosa.
El señor Bondansieri ya no gobierna esta ciudad. Digamos que decidió cederme a mi el mando y retirase a una vida más tranquila.
-Tranquila, seguro.
Pero perdone mi falta modales. Será mejor que me presente. La voz empieza a hacerse corpórea, tangible, poco a poco y como parte del mismo proceso, primero unos ojos blancos en medio de la luz escasa de la habitación, luego una dentadura blanca, muy blanca. Finalmente, frente a Peter hay un hombre negro, alto, de más de metro noventa. Delgado y fibrado. En sus brazos y en sus pecho, que sólo cubre un chaleco de cuero, se intuyen todos y cada uno de los músculos de un cuerpo surcado de tatuajes rituales de difícil interpretación. Lo corona todo un sinfín de anillos y collares y un sombrero bombín. Los ojos, a pesar de que el hombre ya es completamente tangible, siguen siendo blancos, aunque está claro que ven pero perfectamente.
- Me llamo Carmelo Ángel. Mago, santero, brujo Vudú, hombre de conocimiento al fin y al cabo.
- Peter Connors, hijo de puta mal nacido.
- Mi querido amigo, usted y yo sabemos que es mucho más -Carmelo Ángel sonríe de manera escalofriante-. Nephilin, hijo del caído en persona. Aún así de maltrecho tu poder es considerable.
-Escucha amigo. No me encuentro bien, por qué no dices que quieres y me dejas en paz.
-Algo se avecina, señor Connors. El mundo va a cambiar, por mucho que nos empeñemos. Usted lo sabe. Yo lo sé. Y resulta que después más de doscientos años en este mundo tengo que asegurarme de no perder mi papel en el nuevo mundo que se avecina.
- ¿Y qué pinto yo en toda esa mierda?
-No sea obtuso, señor Connors. Su poder. Llevo meses buscando seres digamos, especiales, y apoderándome de su poder. Es una magia poderosa que me ha costado perfeccionar -señala sus ojos blancos, como dando a entender que ese es uno de los sacrificios que ha tenido que hacer-. Pero cuando todo empiece a cambiar, me gustaría tener bajo mis manos todo el poder que pueda.
-Siento decirte que mi poder está cosido a mi, agarrado, por así decirlo. No podrás quitármelo.
-Yo en cambio creo que si. Sólo que quizás usted no pueda verlo. Un desagradable sacrificio. Espero que entienda que no es nada personal.
Y Carmelo Ángel levanta las manos. Empieza a murmurar palabras ocultas y terribles que el mundo creía olvidadas, palabras de fuerzas que rasgan la realidad física con crueldad. En seguida Peter siente como la magia se le pega al cuerpo, como se le cuela por los poros, por los ojos y se le agarra al corazón, como tira de él, de su interior, como agarra su parte oscura, su parte de ángel y empieza a tirar de ella, a rasgarle, a intentar arrancarla. Siente como le crujen los huesos, como se rajan las fibras internas que componen su organismo. Los ojos se le ponen negros sin que el lo desee y se le despliegan las alas. El dolor es insufrible y no puede evitar gritar. Pero encuentra un resquicio de fuerzas y recupera en control. Ni de coña se lo va a poner tan fácil a ese fulano. Cierra el grifo, entre jadeos y hace un jodió esfuerzo por sonreír y guiñarle un ojo al tal Carmelo Angel. Este deja de entonar su cantinela mágica.
- No esperaba que fuera fácil, señor Connors -en su voz no se detecta la más mínima frustración-. Volveré más tarde, cuando su condición física me sea algo más favorable. Le aconsejo que descanse.
Un segundo después el señor Angel ya no está ahí. Y tras varios jadeantes segundos, Peter decide desmayarse, otra vez, con mucha dignidad


Joder, con lo agusto que se está inconsciente, por qué su mente se empeña en volver. Otra vez el dolor. El malestar. Hace todo lo posible por no vomitar. Odia vomitar, es la parte que más le jode de la resaca. La putada de palmarla es que no va a saber cómo coño acaba aquello. Y de pronto también piensa en el esbelto cuerpo de Thrud. Esa parte de morirse también es una mierda, aunque le sorprende que en esos últimos minutos le venga a la mente la chica, si es que se le puede llamar chica, claro. Pero sería muy falso tratar de negarse a si mismo que la manera en que la valkiria clava sus ojos dorados en él le hace sentir bastante libre. De hecho, en ese último  momento, si pudiera elegir, preferiría volver a ver a la rubia tatuada y perderse en la noche de esa ciudad, en algún tugurio con alcohol y música, que estrangular con sus propias manos a Celine.
Por eso sonríe amargamente cuando oye la voz de su ex amante. Maldita fiebre. Pero cuando vuelve a oírla, ya piensa que la broma no tiene ni puta gracia. La tercera vez que la oye, el estómago se le  revuelve y no es por la fiebre. Trata de enfocar la vista y cuando la habitación empieza a tomar forma, puede ver claramente, todo lo claramente que es capaz, a Celine delante de él.
-Antes de que chilles y llames la atención de todo el puto edificio, déjame que me explique.
Pero Peter no le hace caso. Se pone de pie y se lanza contra Celine y está da un paso atrás, a pesar de que las cadenas impiden que Peter se abalance contra ella. Se le vuelven los ojos negros y gruñe como un animal rabioso.
- Escúchame, maldita sea -dice Celine apuntándole con un arma-. No me dieron  elección, tienes que creerme. Podía entregaros y quedar libre o nos hubieran apresado en el control y hubiera ido con vosotros. Pensé en mi, claro que sí, pero también pensé que si alguno de nosotros seguía libre podía buscar la forma de liberaros.
-Debes pensar que soy el tío más tonto de aquí a Minesota.
-Si te lo hubiera dicho hubieras estallado, hubieras pensado que os quería traicionar.
-Es que nos has traicionado, maldita perra del averno, tu palabra vale menos que un ventilador a pilas en el polo norte.
-Tuve que pensar rápido, maldito bárbaro sin cerebro. Llevo dos días tirando de todos mis contactos para sacaros. Tendrás que empezar a confiar en mí, si es que que ese cerebro de chimpancé que tienes te da para ello.
Celine levanta la pistola de nuevo. Dispara una vez. Dos. Y los brazos de Peter quedan libres. Inmediatamente después vuelve a a apuntarle a la cabeza. Si quieres guerra empecemos ya, dice. Peter siente que sólo tiene un segundo, quizás dos, para decidir el movimiento final que marcará el juego. Pero no tiene ni eso, las piernas se le doblan y las fuerzas le abandonan por completo. Celine le ayuda a levantarse y no trata de apartarla, no le queda energía ni para el desprecio. Peter Connors está en la últimas, fin de la función. Por eso le resbala un poco cunado la voz de Carmelo Ángel se vuelve a materializar en la sala.
-Señorita. Debe ser usted muy buena para haber burlado mis medidas de seguridad.
Peter se se da cuenta con resignado fastidio de que Celine no se extraña al oír la voz de Angel.
-Ha dado demasiada importancia a sus defensas mágicas y descuidado las terrenales, señor Angel.
- ¿Por qué no me extraña que conozcas a este charlatán de feria? - dice Peter en un susurro.
-No le conozco, sólo he oído hablar de él.
-Pues permítame presentarme, Carmelo Angel a su servicio, señorita.
Celine no responde. Con un brazo sujeta a Peter. Con la mano que le queda libre saca algo del bolsillo. Es una pequeña figura de marfil. Una talla antropomorfa de rasgos esquemáticos y asexuada. Aparentemente algo insignificante. Pero cuando Carmelo lo ve abre los ojos de par en par y una expresión, mitad odio, mitad terror, le desfigura el rostro de ébano. Levanta la mano, como tratando de lanzar algún tipo de hechizo sobre Celine. Pero la figurita emite un leve resplandor y nada ocurre. Celine sonríe, aunque es una sonrisa de alivio más que de desafío.
-¿Qué has hecho estúpida? ¿Sabes lo que has dejado entrar?
-Algo que evidentemente te asusta, nene. Ya no pareces tan poderoso, ¿verdad?
-Eres una necia, niña. Te destruirá. Y se divertirá arrancándole las alas a tu amiguito.
Carmelo vuelve a desaparecer. Pero su voz retumba en la sala primero, os buscaré en el inframundo y os retorceré las entrañas. Luego en todo el edificio, como por un sistema de megafonía apocalíptica, hay intrusos en la última planta, no hagáis prisioneros.
Peter no entiende una mierda de lo que está pasando. Pero pronto le da igual. Una luz inunda la sala. Y luego le inunda a él. Llora y no sabe por qué. Ve también los ojos de Celine acuosos. Todo huele a flores, a mañana, y a muerte. Hasta que una voz que le suena en el pecho, una voz al tiempo de hombre al tiempo de mujer y a la vez absolutamente inhumana, una voz que le dice, hola Nephilin, hijo de la Estrella del Alba.

Escondidas en un motel barato, hace ya bastante que Laura no ha cruzado palabra con ella y Celine empieza a cabrearse. No se puede creer que su amiga se haya encariñado tanto con esa especie de oso amoroso dado al desastre de Bridge. Están en esto por el botín, creía que esa maldita premisa estaba clara desde el principio, joder.
-¿Vienes? -le dice.
-¿A dónde?.
-A diferencia de ti yo he estado haciendo algo más  que enfurruñarme. He tirado de contactos. Las cosas han cambiado, hay un nuevo manda más en la ciudad. Tienen a Peter encerrado en la Pirámide Transamérica. Mi contacto me ha concertado una cita con alguien que asegura que nos puede ayudar a entrar y sacarlo de ahí.
Laura abre mucho los ojos pero Celine le hace callar antes de que pueda decir nada.
-No te confundas. Me importa una mierda cualquier de estos patantes. Sólo me importa lo que podamos sacar de esto así que más vale que tengas eso claro, o te juro que te dejaré atrás sin mirar ni una sola vez. Ahora vamos, no sé qué nos vamos a encontrar y necesito que me guardes las espaldas.

El primer impulso de Celine y Laura es sacar las armas cuando aquel ser se les aparece en medio del salón de un viejo pero bien cuidado edificio de la parte antigua. Más de dos metros, piel blanca, sexo indeterminado y el cabello, que más parece luz, recogido en una larga coleta sujeta en tres puntos que le llega hasta la cintura. Viste de cuero blanco ajustado y de unos correajes marrones cerrados en el pecho cuelgan sobre sus caderas dos hermosas espadas. Sí, quieren sacar las armas, pero les fallan las piernas y el corazón les va a mil por hora. Y esa voz, como si les hablase una orquesta sinfónica. Cómo si les hablase el ruido de la mañana. Como si una casada fría se les derramara sobre el pecho y no les dejará respirar.
El extraño les mira y sonríe y es imposible adivinar cualquier tipo de intención tras aquellos ojos rojos descarnados.
-Puedo ayudaros, dice. Pero hay un problema. Vuestro amigo es prisionero de Carmelo Angel, santero, brujo, mago y profundo dominador de artes oscuras y tan antiguas que ni yo puedo romperlas. El edificio está protegido contra mí.
-¿Entonces cómo puedes ayudarnos? -Pregunta Celine haciendo un terrible esfuerzo por hacer pasar las palabras a través del nudo que le atenaza la garganta.
El hombre, el ser, lo que sea que tienen delante, no responde. Solo mira por la ventana con una expresión que seca las lágrimas. He pasado demasiado tiempo escondido aquí, dice. Disfrutando mi tristeza. Luego ríe, bueno, rumiándola más bien. Vuelve a mirar a Celine y Laura. Carmelo Angel es anciano, mucho más de lo que parece, y muy poderoso. Pero su poder es solo una micra al lado del mío si consigo romper sus barreras mágicas. Podría echarle de la ciudad y tomar el control. Liberar a vuestros amigos. Pero tendrás que ser tú, Celine Delpy, la que me meta dentro.
-¿Cómo?
-Atravesando sus sistemas de seguridad mundanos y acerando esto a él -en su mano aparece una figurita de aspecto humano, de rasgos indefinidos, tallada con simpleza pero delicadeza en lo que parece mármol-. Lleva mi esencia, si un humano la porta podrá cruzar las barreras de Angel.
-Insisto -dice Laura-. ¿Qué ganas tú con todo esto?
-No lo sé. Diversión. Ver qué pasa. Redimirme. ¿Qué importa? Quizás es que solo me aburro. O quizás es que siento algo dentro. Cosas terribles se están despertando y será imposible no escoger bando. Así que, este es tan bueno como cualquier otro. Así que, señorita Delpy, ¿cree usted que podrá infiltrarse en la torre.
-Se nota que no me conoces, seas lo qué seas.

Delante de Peter hay una figura, o una imagen más bien, la misma que dejó sin resuello antes a Celine y Laura. Peter no puede dejar de mirar la desgarradora y terrible belleza de aquel ser de ojos completamente rojos. Y lo siente. En el corazón, esa luz que le habla. Y la entiende, por que de una manera enfermiza es también parte de él. Entonces comprende. Y sólo puede decir, Celine, ¿qué coño has hecho?, ¿sabes con quién te has aliado?
-Sólo me dijo que podía sacarte. Para mi era suficiente.
-Nena, eres un maldito genio. Has traído hasta mi a uno de mis tíos lejanos -y Peter se ríe, porque en el fondo le hace gracia-. Has hecho un trato con un maldito ángel.
-Soy Mazequiel. Coro Celestial, guerrero de Dios. Y tú, amigo mio, tú Peter Connors, eres una abominación, algo que nunca debió existir.
Peter no espera. Con las ultimas fuerzas que le quedan, esta vez de veras, se lanza a por el ángel. Pero este levanta la mano derecha y Peter queda inmóvil en el aire, sujeto por una fuerza que le come por dentro. Celine trata de sacar el arma, pero la misma fuerza le lanza contra la pared y también la inmoviliza.
-Eres una aberración, Peter Connors -continua Mazequiel-. Pero un aberración terriblemente interesante, hermosa de alguna manera. Ya he luchado contra tu padre y mis hermanos demasiado tiempo, amigo mío. Estoy cansado de esa guerra. Es hora de buscarse otra.
La fuerza que aprisiona a Celine y Peter desaparece. Éste cae al suelo y Mazequiel le pone la mano en la frente mientras dice, no soy tu enemigo esta vez, y esa luz terriblemente triste y abrumadora inunda a Peter por dentro. Solo hace falta un segundo y todo desaparece. El dolor, la fiebre, la debilidad. Peter siente toda su fuerza, se pone en pie, despliega las alas y comprende que está curado.
-Tengo un regalo para ti -dice Mazequiel-. Los hechizos de Carmelo Angel aun son poderosos, pero he podido escabullirme un poco y robarle algo, toma.
De la nada, en la mano del ángel, aparece un objeto que Peter reconoce como si fuera su propio corazón. Tadeusz, fría amenazante, terrible, ronroneando como un gatito. La coge y no sabe bien que decir, así que no dice nada, pero es tan reconfortante la sensación de ese frío acero en su mano.
-Mi poder aquí está limitado y se debilita por momentos. Carmelo se volverá a hacer fuerte. Puedo sacaros, pero hemos de irnos ya.
Como subrayando las palabras del ángel, por la puerta se oye el sonido de pasos, de pies embutidos en botas militares subiendo pesada y apresurádamente las escaleras.
Peter sonríe y mira a Celine. Luego a Mazequiel. Llévatela a ella, yo bajo por las escaleras. Sus ojos se vuelven negros y lo último que ve Celine antes de que una luz cegadora le saque de allí, es una explosión de fuego angélico volando la puerta en mil pedazos y el brillo del filo de Tadeusz.




lunes, 9 de mayo de 2016

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Episodio 18. La Roca.

Sorbinus pone un pie en el polvoroso desierto. Llena los pulmones con el aire de la mañana y casi se siente relajado. La verdad es que es un mundo hermoso. Por eso es aun más importante recuperarlo para sus verdaderos dueños. Aunque el mundo ya estaba ahí cuando sus amos llegaron, lo que siempre le lleva a desagradables pensamientos que no se puede permitir. Él debe cumplir su misión, nada más, nada de cuestiones sobre eternidad, origen y destino. Esas son cuitas que están lejos de su función. Así que las aparta con facilidad, mientras cruza las viejas instalaciones militares donde despertó hace no mucho y que le sirven de cuartel general. Mientras echa un vistazo a las desvencijadas pistas de aterrizaje y despegue, a los semiderruidos hangares, sonríe pensando que nadie imaginó que la verdadera base está metros y metros bajo el suelo. Instalaciones ultrasectretas y ultra avanzadas donde se atesoraban los mayores secretos que manejaba el viejo gobierno de los Estados Unidos. Y uno de esos secretos eran él y Nimrod, seguramente encontrados en algun rincón oscuro de la tierra. Los muy idiotas creyeron poder manejar algo tan poderoso con sus manos torpes y primitivas. Creyeron poder contenerlos sin ni siquiera comprender a qué se estaban enfrentando, qué tenían delante y qué había en juego. Pues ahora ya están todas las piezas sobre el tablero y si todo va bien, el Gran Sorbinus cree que no le harán falta muchos movimientos para conseguir una definitiva y aplastante victoria final. La victoria que barrerá ese hermoso mundo y podrá, por fin, permitir que una nueva historia se escriba, primero en la Tierra, luego en el resto del universo. Llega al límite del complejo, allí le espera Nimrod, brillando bajo el sol de la mañana que parece chorrear como un líquido de gotas doradas por la armadura bruñida que le sirve de piel. No sabe muy bien por qué, pero le echa una ojeada al viejo cartel que demarcaba el incoo de las instalaciones secretas. Viejo y oxidado, aun pueden leerse algunas frases, como zona militar, acceso restringido, pero sobre todo llama la atención el Área 51 escrito en letras negras lapidarías. Sorbinus solo sonríe.
-¿Próximo movimiento, excelencia? -Pregunta Nimrod con esa voz atemporal.
-Inquisición, pronto lanzaremos la ofensiva final. Tenemos casi todo lo que necesitamos.
Y los dos desaparecen, como sombras que surcan el desierto. Y la tierra mecida por el viento parece mirarles marchar con pesar. Y el silencio del desierto parece encogerse por la presencia de aquellos dos seres, demasiado viejos para andar por ese mundo.

Es triste, piensa Bridge. Bueno y puede que un poco gracioso, al menos irónico, que de las pocas cosas cosas que la civilización ha recuperado del antiguo mundo una sea la utilización de Alcatraz como prisión. Esposados, a bordo de un desvencijado ferry que atravesaba la bahía con torpeza golpeando las olas más que surcándolas, han visto como la Roca, una mole negra en medio de la noche, les recibía con un manto de oscuridad, de tristeza, que conseguía disipar cualquier tipo de esperanza. Como si esa oscuridad, que se escapa detrás de los siniestros barrotes estuviera viva. Tantas décadas de vida truncada, de sueños podridos detrás de esos muros, tienen por fuerza que haber dejado huella. Y casi puede notarse, allí, sentados en una oscura celda, helados, bajo una humedad opresiva y el crepitar de las luces eléctricas que parecen toser enfermas. Bridge piensa en Laura y cuando recuerda la cara desencajada de la chica alejándose en la noche, sabe que ella no ha tenido nada que ver en la traición, Todo ha debido ser, una vez más, producto de la retorcida mente de Celine. Esa mujer es un demonio. Pero en cierta manera no puede evitar admirarla. Johny no ha abierto la boca desde que les encerraron. Ninguno está demasiado comunicativo y nadie ha pronunciado el nombre de Peter, aunque sospecha que todos le tienen en la cabeza. Algo le dice que él lo debe estar pasando peor. Se acerca a los barrotes y echa una mirada al pasillo vacío, hacia la puerta cerrada a cal y canto tas las que se agolpan varios guardias armados. Aunque consiguieran abrir la celda, no sabe muy bien cómo pasarían a través de ellos. A su lado, Thrud comprueba una vez más la solidez de los barrotes. Algo incomoda a la chica, más allá de su forzado cautiverio.
- ¿No puedes, no sé, forzarlos?
La chica le sonríe con esa boca roja y sus ojos casi dorados brillan en la celda.
- Soy una valkiria, Bridge, no Superman. Además, ya os dije, mis poderes están muy mermados en este mundo. Y hay otra cosa...
- ¿Otra cosa?  - pregunta Caroline, uniéndose a la conversación.
- Mis espadas. Van siempre conmigo. Nadie puede blandirlas ni apartarlas de mi. Pero no puedo notarlas ni sentirlas aquí dentro. Con ellas estos barrotes no serán más que humo.
- ¿Y qué es lo que hace que no puedas sentirlas? -Bridge no tiene muy claro querer saber la respuesta a esa pregunta?
- Este lugar está protegido por magia. Una magia oscura y poderosa que me es desconocida. La siento en toda ciudad. Hechizos enfermos y retorcidos, magia de sangre, empapada en fanatismo y oscuridad.
- No me acostumbro a la magia, a pesar de todo lo que he visto -Dice Harry sin apartar la vista de los barrotes.
- Esta es poderosa. Pero hay algo más. Algo más en esta ciudad. Quiere permanecer escondido, pero lo noto. Entre el suelo, en el aire.
- ¿El qué? -Pregunta Bridge.
- No lo sé bien. Cómo una luz. Que ciega, que ahoga, que roba la calma. Una luz que congela el llanto, incluso el mío. Una luz que huele a rosas, y a muerte. A la más terrible de las eternidades.
-Pues estamos jodidos -Dice Bridge.
-Ánimo, amigo -Johny le pone la mano en el hombro-. Entre la oscuridad y la luz, la historia de nuestra vida, colega.

El Cañón del Colorado ruge. La voz de bestias mutantes y mecánicas que empiezan a vaciar las paredes del cañón con algún destino terrible, que hará que el mundo tiemble. El lo alto de las paredes, Madre Mary contempla la salida de sus ejércitos, flanqueada por sus fieles generales y acompañada por Sorbinus, que parece contemplar con satisfacción el podoerío militar que la gobernante de aquel infierno en la tierra ha conseguido reunir para su uso. Madre Mary no es idiota. Sabe que no tiene todo la información, pero si aquel extraño ser está dispuesto a arrasar el mundo y transformarlo, ellos tampoco podrán mantenerse al margen, así que es cuestión de escoger bando. El ruido de los motores es capaz de encoger el corazón. Pero no es menos aterrador el de los rugidos de los mandos del ejército carroñero que dan órdenes a sus atroces escuadrones con voces que solo fueron humanas en algún pasado triste y perdido. Y sí, tiene que reconocerlo. Madre Mary, embutida en una servoarmadura blanca de último modelo, una de las joyas que recuperó para ella su general Finegan que, oculto dentro de su Mech, contempla junto a Madre Mary el desfile de sus tropas.
-¿Cuál es el plan, Gran Sorbinus? -Pregunta Madre Mary.
-Dividiremos nuestras fuerzas.
-Querrás decir nuestras fuerzas -interviene el general Deandré, que recibe como respuesta un gruñido, leve pero aterrador de Nimrod.
-Pronto aportaré potencia militar a nuestra causa -responde Sorbinus mirando directamente a los ojos a Madre Mary e ignorando a derede a Deandré-. Es por eso, de hecho, que dividiremos nuestras fuerzas. Atacaremos San Francisco. Allí se ocultan nuestros enemigos. Podremos arrasarlos y acabar con la única llave que podría frenar nuestra causa. La otra mitad vendrá conmigo. Hay ciertos juguetes que deben ser recuperados y serán de increíble ayuda en la ofensiva final. Nos esperan fuerzas terribles y necesitaremos hacer acopio de todo el poder que podamos.
-Yo iré a San Francisco -dice Madre Mary-. Muchos de los nuestros han caído bajo el yugo de las armas de esa ciudad.
-Perfecto. Nimrod irá con usted. Nada podrá pararles. Yo iré con su segundo al mando, el general Finegan, ha recuperar las armas que demasiado tiempo han yacido ocultas al mundo.
Y así el mundo empieza a ser cubierto por un ejército de corazón oscuro que no piensa en el mañana, ni en el poder. Solo rabia y hambre guía aquellas tropas, aquel monstruo que tiene como cerebro una criatura de otro mundo cuyos planes nadie es capaz de discernir.

Más silencio encerrado en aquellas paredes húmedas. Ángelo calla, perdido en oscuros pensamientos, preguntándose si volverán a ver a Celine, la única persona que puede arrojar luz sobre su pasado. Ahora se maldice por no haber preguntado antes. Mira todas esas personas que sufren cautiverio junto a él y le estremece pensar que la que más extraña le es, es él mismo. Y eso que entre ellos parece que todo indica que hay una valkiria de verdad y una mujer medio biónica. Y lo peor es que perdido en aquella locura se siente menos ahogado en la nada. Como todo en las últimas semanas, las cosas se precipitan rápido, descarriladas, aunque esta vez sea algo imperceptible, simplemente como si de pronto la oscuridad fuera menos espesa, menos viva, menos asfixiante. Todos lo sienten, pero es Thrud la primera que se levanta, abriendo mucho mucho los ojos.
- Algo ha ocurrido. El poder se ha debilitado un poco. Sigue siendo espeso, pero noto algunas rendijas. Recovecos. Quizás pueda...
No dice nada más. Sólo cierra los ojos. Pasan los minutos. Silencio. Sólo silencio. Ninguno de ellos se atreve a hablar, casi ni a respirar. Entonces Thrud sonríe y, sin abrir los ojos, dice, he encontrado un hueco, una rendija, no es mucho, pero bastará. Y acto seguido un relámpago y un segundo después un trueno se cuelan, a través de la noche clara, por la ventana de la celda que da al acantilado que muere en el mar. Y allí están, centelleando, reflejando la poca luz del habitáculo, una en cada mano, las dos espadas curvas de Thrud, esas espadas de incomparable factura. La valkiria les sonríe y pasa delante de ellos. Dos golpes gráciles en la cerradura y una patada de esas esbeltas piernas es suficiente para que la puerta se abra. Johny y Bridge son los primeros en salir, Caroline les adelanta y saca de sus pelo, donde las tenía ocultas, dos ganzúas y tras unos breves segundos la puerta que da las oficinas de la prisión está abierta. La abre un poco, lo suficiente para echar una mirada y la vuelve a cerrar.
- Más de veinte guardias, mierda -dice-.
- Con esas espadas no es suficiente -Dice Johny buscando alrededor algo que sirva de arma.
-Pues algo tenemos que hacer.
-Sí, Bridge. ¿Te acuerdas de aquel pasillo en El Dorado?
-Johny, hace mil años de eso. Estamos viejos, desentrenados, y sobre todo menos locos.
- Ese es el problema, viejo amigo. Estoy harto de que jueguen con nosotros. Hay que coger el maldito toro por los cuernos.
Bridge siente un fuego en el estómago. En las mejillas. En la punta de los dedos. La respiración se ha vuelto un lujo acelerado. De pronto se sorprende a si mismo, con una voz que no reconoce demasiado, diciendo, a tomar por culo, te cubro Johny.
El pobre guardia de la ciudad solo nota el golpe cuando Johny le propina una patada voladora en el pecho que le impulsa por encima del mostrador de recepción haciendo que caiga dolorosamente al otro lado. El arma del tipo vuela y Bridge, como a cámara lenta, la coge al vuelo rodando como una pelota por el suelo. Se incorpora y dispara contra el guardia más cercano, que no tiene tiempo a reaccionar. Johny coge su arma y al pistola que lleva al cinto, se la lanza a Caroline y se parapetan tras el mostrador, que en seguida empieza a recibir una buena dosis de plomo. Humo, gritos de los guardias. Los compañeros que hacen algún disparo, pero ahorrando munición.
-Van a recibir refuerzos. Estamos atrapados -dice Caroline, se levanta y de dos disparos abate a sendos guardias-. Si tienen armamento pesado estamos perdidos. Hay que moverse.
-Sí, Caroline, pero no es que nos estén haciendo un pasillo de campeones -dice Harry Street.
Johny echa un ojo rápido por encima del mostrador, antes de que un proyectil se estrelle a pocos centímetros de su cara, produciéndole leves cortes alrededor del ojo.
- ¡Merda! Están viniendo más.
Thrud lanza un grito y se lanza en medio de la tormenta, corre, da varios pasos por la pared, como si la gravedad a duras penas pudiera retenerla y dos tipos caen al suelo con el cuello cercenado. Cae al suelo da una voltereta y lanza las espadas que se clavan en otro dos guardias. Intenta llegar a las armas de los caídos, pero más tipos armados entran y tiene que resguardarse en una de las columnas , que suelta chorros de hormigón y piedra cuando las balas muerden como perros rabiosos.
- ¡Thrud! ¿Estás bien? -Grita Ángelo.
- Sí, pero estoy atrapada -dice la valkiria, y un segundo después sus espadas se vuelven  materializar en sus manos.
Dos tipos se acercan corriendo, pero Bridge los abate con dos disparos sorprendéntemente certeros, que provocan la sonrisa de Johny. Pero no hay tiempo para camaraderías. Los guardias parecen no acabarse, pero la munición sí. No pueden llegar hasta Thrud, y tarde o temprano la van a flanquear y abatir. Johny piensa que siempre se las arreglan para salir de cualquier aprieto, pero esta vez empiezan a necesitar un milagro.
Y el milagro llega como todos. Con un trueno. Con confusión. Con gritos. Algo ha  pasado en la otra sala, la sala por la que no paraban de entrar guardias. El olor a pólvora lo inunda todo y hace que escuezan los ojos. Algunas luces, alcanzadas por balas perdidas, fallan, se apagan y vuelven. En medio de todo aquello los guardias se van por la puerta, desde la que llegan gritos ahogados de terror, gritos de, es un demonio, y disparos, y explosiones, y un humo espeso que impide ver nada. Luego poco a poco va llegando la calma. Se miran los unos a los otros y ya solo se ouen algunos gritos, algún disparo aislado, algún lamento agónico desde el otro lado de la puerta. Y ese humo espeso. Se levantan, se aprovisionan de armas y municiones y se acercan, muy despacio, cañones arriba, hacia la puerta. Dos siluetas se hacen visibles antes de que puedan reaccionar, y cuando están cara a cara con Celine y Laura, que también les apuntan a ellos, nadie sabe muy bien que decir. Hasta que, como casi siempre, es Celine quien habla, con esa sonrisa torcida.
-Hola, chicos, ¿a qué os alegráis de vernos?
-Perra demoníaca -Grita Caroline, y sólo se detiene en su ímpetu por que Celine es más rápida y le apunta a la cara.
Laura ignora toda la tensión y se lanza en brazos de Bridge, que la recibe dubitativo, pero cuando la chica le besa, baja inmediatamente la guardia.
-Nos vendisteis -escupe Harry.
-No es tan fácil -responde Celine sin dejar de sonreír.
-Para mi sí que lo es -los ojos de Caroline son puro fuego azul.
Esperad. La voz llega desde la otra habitación, entre el humo. Johny, vuelve a decir la voz.
-No puede ser -exclama este. Johny pasa delante de Caline, atraviesa la puerta y el humo y allí en medio, espada en mano, las alas desplegadas, los ojos negros, rodeado por decenas de cadáveres, está el maldito Peter Connors.
Caroline se lanza a por él y Connors le abraza. Luego ella se aparta como temiendo que el ímpetu de su abrazo pudiera herirle. Pero él le acaricia con ternura la cara y dice, tranquila, estoy curado.
-¿Pero cómo coño es posible? -Pregunta Bridge.
-Es una larga historia, vais a alucinar, pero ahora tenemos que salir cagando rayos de aquí.
-Tenemos un lugar seguro, creo -dice Laura.
Se ponen en marcha pero sin que nadie lo vea, Thrud agarra a Peter de la muñeca.
-Esa luz -dice-. Habéis traído una parte con vosotros, la noto. Peter, me aterra.
Peter deja de sonreír. Esta de nuestro lado, por ahora al menos. Vayamos paso a paso.
Thrud sonríe.
-Me alegra que estés repuesto, noto toda tu fuerza -dice.
-A mi me alegra verte, a secas -responde Peter, mirándola muy serio.
-¿Intentas ruborizar a una valkiria?
-Que no se diga que al menos no lo he intentado.
Corren para alcanzar a los demás, aunque nadie ve que tardan unos segundos más en soltarse de la mano. Una vez fuera, la noche les recibe como una vieja amiga cansada. Cuando se suben al ferry para volver a la ciudad, aunque ninguno dice nada, todos pueden sentir una presencia, algo que les llena el corazón de una extraña luz y la garganta de lágrimas.