martes, 19 de abril de 2016

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Episodio 17. If you going to...

Un sol joven, henchido de mañana, se afana con todo su empeño en reconquistar su reino, perdido en la eterna batalla con la noche. Vamos, que pasados unos pocos minutos del mediodía, un desvencijado y cansado autobús amarillo atraviesa el desierto bajo un calor de un par de cojones. Desde el aire, a la vista del cuervo que lo observa, parece un pececillo de colores nadando en una inmensa pecera de agua amarilla. Es un cuervo grande, enorme y, aunque nadie puede verlo, o más bien apreciarlo, cuando empieza a descender para aproximarse al autobús amarillo, cualquier observador un poco avispado, debería haberse dado cuenta de que el bicho vuela a la misma velocidad que el vehículo. Lo cual, este humilde narrador, cree que es demasiado para un cuervo normal. Pero está claro que no es un cuervo normal, porque se pega a una de las ventanillas traseras del autobús, como si tuviera toda la intención de observar a sus ocupantes, y de hecho clava su ojillo, de una manera inquitetántemente consciente en un tipo, bastante maltrecho, que se estremece mientras una rubia tatuada y con media cabeza rapada le limpia la frente con paño húmedo. Luego, por increíble que pueda ser, parece que el bicho sonríe y vuelve a remontar el vuelo alejándose del autobús amarillo.
Cuando Peter despierta el sol le escuece en los ojos. Por eso no le da demasiada importancia al hecho de que que juraría que ha visto un cuervo enorme observándole a través de la ventanilla. Pero la primera oleada de dolor saca cualquier pensamiento de su embotada sesera. La primera oleada de dolor que deja de preocuparle en cuanto aparece la segunda, ni más ni menos por que el dolor al respirar es insoportable. Muchas batallas, muchas heridas. A fuerza de golpes no te queda más remedio que aprender algo. Por eso sabe que tiene un pulmón perforado casi seguro. Y, aunque eso es problemático de por sí, es lo que puede acarrear lo que también le preocupa. Infecciones. Neumonía. en cualquier caso el panorama no es demasiado alentador. Pero poco a poco los acontecimientos ocurridos antes de su desmayo empiezan a ocupar su lugar en su consciencia, como piezas del antiguo juego del Tetris. El terror, la lluvia, el Leviatán devorando el desierto. Y el cuerpo de Harry Street anegado por la lluvia y la arena mojada. El peso homicida de Tadeusz tirando de su brazo. Los demás parecen leerle el pensamiento, porque nadie dice una palabra en el habitáculo de Betsy, porque todos le miran fijamente, como si estuvieran esperando ansiósamente a que despertara. Incluso Ángelo, que ha relevado a Johny y Bridge en la conducción le lanza furtivas y rápidas miradas por encima del hombro. Pero de todas, hay una mirada que es la que más persistente mente siente, como clavada, como un índice que le golpea de manera impertinente en el pecho. Una mirada azul, de un azul intenso que chisporrotea bajo el efecto del sol. Una mirada con un ojo un poco más abierto que el otro. Peter se siente extrañamente incómodo, así que decide hacer una broma, lo cual no sabe muy bien si es una buena o mala idea.
-No tienes mal aspecto para estar muerto ¿no? -Sí vale, sabe que no es muy original, pero en ese momento la cabeza no le da para más.
-Desde luego bastante mejor aspecto que tú -le responde Harry Street.
Cuando todos empiezan a reír, Peter se une, pero el dolor en el costado es bastante insistente. Hijos de puta, no me hagáis reír que duele, dice, pero solo consigue que las risas aumenten en volumen y cantidad. Thrud, en la que se apoya, tiembla levemente presa del ataque de risa, y hasta Celine deja que su perfecto rostro se tuerza en una mueca que va más allá de la leve sonrisa maquiavélica que suele mostrar siempre.
-No me puedo creer que funcionara -exclama Bridge entre risas.

Flashback: 
El complejo entero se sacude, fragmentos de techo y pared caen al suelo y algunos de los tanques empiezan a saltar hechos pedazos. Preparan la marcha a toda prisa.
- Seguiré vuestro camino por las cámaras -dice Número 56-. Puedo abrir las puertas desde aquí. Una vez fuera, no miréis atrás.
En marcha otra vez. Peter se mueve con dificultad, pero antes de salir por la puerta, le dice algo a Bridge.
- Bridge, ayúdame, nos llevamos uno de estos.
- ¿Estás loco? ¿Para qué coño quieres eso?
- Ayúdame, maldita sea. Tengo un plan.
Peter parece muy seguro, así que, a pesar de que a Bridge le parece jodídamente raro que Peter quiera cargar en plena huida con una de las copias no viables de Harry, le ayuda a levantar el cuerpo, que no es más que un cascarón vacío, pero la verdad es que el parecido con Harry es bastante inquietante.
-Espero que tengas un buen plan, por que pesa demasiado como para cargar con esto en medio de una huida con todo un edificio derrumbándose sobre nuestras cabezas.
Peter no contesta. Tampoco contesta cuando pasan al lado de los demás y Harry, un tanto desconcertado, les pregunta que qué demonios hacen con eso. Peter tiene un plan, es lo único que acierta a decir Bridge. Y siguen su marcha mientras el cielo se cae sobre sus cabezas.

Todos intuyen que es una risa balsámica, una necesidad para lavar las heridas que les ha provocado el terror del enfrentamiento con Nimrod, el miedo de haber mirado a la cara, de tú a tú, el insondable abismo de la nada. Pero es risa al fin y al cabo. Y en esos momentos de sus vidas es casi tan necesaria como el agua.
-Sí -añade Ángelo sin despegar la vista de la carretera-. Está claro que no es muy listo,
Y todos vuelven a reír. Peter intenta incorporarse, pero no puede y Thrud le ayuda, aunque le advierte que no debería moverse. Quedarnos quietos no es una opción. dice.
-De cualquier manera -interviene Celine-. Necesitas un médico, te guste o no. Ahora mismo eres una piltrafa que no nos sirve de nada -dice, y Peter quiere pensar que sus palabras están dentro del arco de diversión que aun reina en el grupo. Sí, quiere pensar eso.
-Tampoco nos vendría mal desaparecer un rato, salir del radar de Nimrod y su Jefe.
-Laura tiene razón - dice Celine-. Tengo tantas ganas como el que más de ver que hay al final de todo esto. Pero si vamos diréctamente al Cañón de Chaco será la mejor forma de caer en las garras de esos hijos de puta.
-La mejor forma sería perdernos un tiempo en una gran ciudad. Y allí podríamos encontrar un medico para la piltrafa esta.
-Que te jodan Johny -dice Peter y su viejo camarada le lanza un beso.
-Celine -interviene Laura-. Tenemos contactos con la familia que controla san Francisco, nos dejarían pasar sin problema.
Caroline clava los ojos en Peter. Que parece querer mirar a otra parte.
-¿Qué pasa? -Pregunta Bridge, intuyendo algo.
-Digamos -dice Peter en un tono evasivo- Que quizás a mi no me reciban con los brazos abiertos.
-Ya estamos -dice Celine, paladeando cada palabra con satisfacción-. ¿Qué hiciste?
-Nada, un pequeño malentendido.
-Se escapó con un cargamento de contrabando que le iba a vender -dice Caroline.
-¡Veis?, tampoco es para tanto.
-Y con el dinero de la transacción -añade Caroline.
-Sí, eso también.
-Y con su coche, un Fire Bird Trans Am del 71 impoluto. -Apunta Caroline.
-Joder -dice Johny aguantando la risa.
-¿Algo más, cariño? -pregunta socarrona Celine, y a Peter ya no le cabe la duda de que está disfrutando de cada segundo de todo aquello.
-Bueno, pude ser, es probable que quizás...
-La jodimos -dice Bridge para si mismo-. Te fuiste con su mujer, ¿no?
-No, hombre, mal pensando, no...
-Con su hija, añade Caroline.

Sorbinus no desfallece. Sorbinus, el Gran Sorbinus, igual que Nimrod, el último de su especie, siente su victoria, su meta, su final, muy cerca, como un hormigueo en la punta de los dedos, como un escalofrío en la nuca. Puede sentir esa presencia arraigada en las capas del mundo, esa luz en la oscuridad que guía sus obras y su existencia. la siente en el viento, en la luz, en como el mundo cruje y se estremece. El lamento final del mundo. Los escollos son cada vez más insignificantes y su superioridad le da la confianza suficiente para saber que triunfará, al fin y al cabo tiene la ley de su mano, la verdad absoluta. Por eso disfruta del proceso de laboratorio enormemente, mientras maneja el material informático y la precisa maquinaria genética de última generación, protegida en el bunker desde tiempos inmemoriales. Ese maldito y extraño ser alado estuvo cerca de truncar sus planes, de retrasarlos al menos, pero el esos insectos no podrán interponerse en su camino. Así que mira la cámara blanca del que sale un leve zumbido y una frío halo blanco que cae al suelo lentamente con satisfacción, y también, por qué no decirlo, con algo de impaciencia. Hasta que un sonido mecánico distinto sale de la máquina y la compuerta se abre y tras unos segundos en los que el aire congelado que se escapa de la maquina impide ver nada, unos ojos azules se abren y miran al gran Sorbinus sin saber muy bien lo que está pasando.

San Francisco es una roca henchida de maldad y terror, uno de los mayores estados constituidos de ese mundo desolado post girasoles. Dominado con puño de hierro por criminales y bandas mafiosas. Aun así, la que en otro tiempo fuera una ciudad hermosa y vital, conserva bastante de su antigua belleza y según se acercan por la bahía hacia la única entrada por la que se puede acceder a la ciudad en vehículo, el puente del Golden Gate, Johny no puede evitar sentir una dulce sensación de placer por poder conducir en aquel cálido atardecer ante semejante espectáculo. Todos están en silencio. cansados, el ánimo algo ensombrecido, heridos. Pero la verdad que esos minutos de paz son un lujo si piensa en los últimos días que han vivido. Y de los que les quedan por vivir, bueno, si no les mata algún psicópata de los miles que se agolpan en las calles de esa ciudad que les espera al otro lado de la bahía, o alguno de los poderosos enemigos que el maldito Peter se ha granjeado. Gira levemente la cabeza para mirar a su antiguo camarada, y la verdad es que reconoce muy poco del hombre con el que tantos kilómetros recorrió por un mundo de pesadilla, solo los ojos parecen los mismos en esa carcasa rapada y más delgada que cuando cabalgaban juntos. Los mismos ojos, pero mucho más cansados. Más desencantados, más fríos, mucho más lejanos. Se pregunta si los suyos también darán esa sensación. Luego están los ojos de Celine, que arden como un fuego frío, con se verde que podría arrancarte la piel a tiras. O los ojos de Bridge, desencantados pero siempre dados a mirar con optimismo, aunque sea forzado, el camino que les queda por delante.
Por fin llegan al desvencijado puente, que cruje mecido por el viento de la bahía como si le dolieran todos los huesos. Una caravana interminable de vehículos se agolpa para poder entrar en la ciudad, cercada por alambradas electrificadas, carreteras cortadas y cualquier tipo de barricada. Una promesa de protección frente a mutantes y bandidos, aunque está gobernada por la corrupción y la maldad, el mundo fuera de esos muros, imaginarios o no, es mucho, mucho peor, La fila avanza muy poco, pero aunque es raro, la verdad que una cola parece uno de los pocos reductos de civilización que le quedan al mundo, así que Johny disfruta de no tener prisas por primera vez en mucho tiempo. Según se acercan a la entrada, custodiada por dos torretas con cañones automáticos y una decena de guardias bien armados y caras de pocos amigos, siente la fría, y a la vez cálida, presencia de Celine detrás. Déjame hablar a mi cuando lleguemos. Johny no tiene pensado contradecirle. Peter, escóndete, que no te vean, añade la fiera de ojos verdes. Luego Johny ve como la muer baja del autobús e intercambia unas breves palabras con los guardias, moviéndose como una gata, haciendo que cada gesto valga una fortuna y tejiendo una perfecta tela de araña de la que, Johny esta seguro, ninguno de esos pobres diablos se va a poder escapar, lo que le lleva a pensar, haciendo que una bola se le asiente en la base del estómago, si no llevará días tejiendo una tela a un mayor con ellos. Los guardias sonríen como bobos y levantan la barrera, mientras Celine vuelve a bordo de Betsy contoneándose satisfecha en la oscuridad cada vez más incipiente. Johny respira y y hace que el viejo vehículo se mueva, despacio, sin prisas, como si no tuviera absolutamente nada que ocultar. Al pasar junto al puesto de vogilancia, además de los guardias armados, puede ver algunos sujetos con pinta de pocos amigos embutidos en unas envejecidas pero muy amenazadoras servoarmaduras. La verdad es que la ciudad tiene un buen arsenal y todo un ejército de tíos rudos, es normal que los habitantes del desierto se mantengan alejados.
Ves despacio, le dice Celine en un tono gélido y sin emoción alguna. Y poco a poco van cruzando los dos kilómetros de longitud del puente. Mucha gente no logra establecerse en la ciudad, así que los sueños se quedan allí, colgando a más de doscientos metros de altura, lo que conlleva que se hay formado en los costados de la calzada toda una ciudad colgante, con edificios hechos de cualquier material que se pueda rapiñar, bares, casas, tiendas de chatarra. Allí habita todo un enjambre de seres que en otra vida fueron personas y hasta ellos llega toda una dudosa sinfonía de olores de los alimentos más variopintos, y quizá menos recomendables, que se cocinan en los tugurios y los puestos de comida. Betsy cruza la calzada mientras la noche ya se ha sentado tranquilamente en la bahía y del sol solo queda un leve y melancólico rastro que se derrama por el horizonte, desangrándose apaciblemente en el mar. Humo, luces de neones con nombres exóticos. ladridos de perros, chillidos de niños. A esas horas el puente está más vivo que nunca y Johny casi llega a tener la sensación de que quizás no sea tan malo estar vivo, después de todo. Llegan al final del puente y empiezan a surcar las primeras calles, guiados por Celine. El ambiente es mucho menos ajetreado que en el puente, más oscuro y bastante menos acogedor. Y cuando cruzan una esquina esa sensación tiene su juste respuesta. Quedan cegados por varios focos y una voz les grita a través de un megáfono.
-Peter Connors. Tú y tus secuaces salid con las manos en alto. Y ni se te ocurra intentar nada. Sabemos que estás herido y ahora mismo tienes varios cañones de plasma e impulsos apuntando a tu maldito trasero.
A pesar de la intensa luz pueden intuir las siluetas de hombres armados y un par de vehículos de combate con munición pesada. Si se les ocurre hacer frente tienen todas las de perder. Ayudado por Thrud, Peter se acerca a la puerta de Betsy, la abre y grita.
-Vuestro jefe me quiere a mi, ellos no tienen nada que ver, dejad que se vallan.
Un hombre alto, uniformado, se les acerca apuntando a Peter con una pistola. Eso no me corresponde decidirlo a mi. El Comodoro ha ordenado que os lleve a todos y eso es justo lo que voy a hacer, preferiblemente vivos, pero eso es decisión vuestra. Peter se deja arrastrar por la furia y a pesar del dolor lacerante y de que le tiemblan las piernas vuelve los ojos de color negro. El sonido de armas cargándose. La intención palpable de hombres sin escrúpulos de abrir fuego flotando en el ambiente. Peter nota una mano que le agarra del hombro y se encuentra con Johny. Déjalo, no nos sirve de nada morir ahora. Siempre encontramos un salida, ya lo sabes. Peter tarda unos segundo en reaccionar, pero finalmente baja los escalones de la puerta y le entrega la espada al tipo que parece que está al mando y que le sigue apuntando. Uno a uno todos va bajando y entregando sus armas. Incluso Thrud, con una extraña sonrisa de despreocupación, entrega sus dos espadas curvas. Las últimas en bajar son Celine y Laura. El tipo que está al mando se les acerca.
-Muy bien, madmoiselle Delpy, ha cumplido su parte del trato, usted y su amiga pueden irse.
Todos exclaman asombrados, Celine les mira como si de sus ojos pudieran salir rayos. Coge a Laura del brazo y le dice, vámonos. Ésta forcejea y mira a Bridge, sin entender lo que pasa, y Bridge intenta dar un paso hacia ella, pero recibe el golpe de la culata de un fusil en el estómago y cae doblado. Peter grita el nombre de Celine con tanta rabia que parece que los edificios de alrededor se van a derrumbar. Da un paso, dominado completamente por la rabia, ignorando el malestar y el dolor, pero un contundente culatazo en la cabeza le postra de rodillas y, con la cabeza zumbándole, solo puede ver la imagen borrosa de Celine y Laura perdiéndose en la noche de San Francisco, como si de una vez por todas las piezas volvieran a encajar y todo estuviera por fin en su sitio.