martes, 18 de abril de 2017

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Episodio 27. Ve hacia la luz. 

La potencia de los motores de la nave levanta el polvo del desierto en una tormenta perpetua. Debajo de ella se vive en un permanente eclipse solar. Ninguno se atreve a decirlo, pero los soldados del ejército de Inquisición tienen miedo. Bajo esa mole inmensa, con el sonido terrible de esa maquinaria incomprensible y la cortina de arena que escuece en los ojos y se pega en la ropa, en los vehículos, se mete en al boca. Han colocado los vehículos alrededor del la luz de teletransporte, en una muralla circular de varios centenares de metros y varias líneas concéntricas para dificultar el acceso hasta el centro de la nave. Nadie estaría tan loco como para atacarles, pero nunca está de más tomar precauciones. Los hombres no hablan. Se miran los unos a los otros, desconfiando de cada sombra que pueda acechar o moverse bajo la cortina de polvo. Temen descubrir algún sonido extraño entre el ruido, un enemigo oculto y paciente esperando cualquier despiste. La tensión le pondría los pelos de punta al más pintado. Pero tienen suerte, no tienen que esperar demasiado para que algo les saque de ese desesperante inmovilismo. Un sonido y luego uno de sus coches aterriza encima de otros dos creando un amasijo de hierros. Algo ha lanzado el coche como si fuera una piedra a un estanque. Las alarma corre como un reguero de pólvora. Todo el mundo se pone en guardia. Por unos segundos nada, solo el ruido de la nave. El polvo del desierto en su infinita danza. Nada. Luego unos golpes. Algo grande y pesado se está arrastrando por el desierto hacia ellos, oculto en las tinieblas. El sonido es cada vez más evidente. Son pasos, los pasos de alguna clase de monstruo. Por fin, los soldados carroñeros entrecierran los ojos porque algo está tomando forma delante de ellos, haciéndose visible entre la tormenta. Una sombra, una mole. Un sonido metálico de engranajes que mueven una fuerza descomunal, hasta que de las brumas del desierto sale una bestia mecánica, una armazón de combate, un exoesqueleto Goliath que lleva dentro a un Bridge de lo más entusiasta con las posibilidades destructivas de su nuevo juguete.
-Bajad las armas y salid corriendo de aquí y nos haré papilla.
Su voz amplificada y transformada por los altavoces del Goliath suena de puta madre. Pero esos no son bandidos de tres al cuarto, no son carroñeros vulgares. Son tíos duros, tropas de la ciudad de Inquisición, los orgullosos hijos de Madre Mary. Les tiemblan las piernas, pero aun así plantan cara, cargan sus armas y disparan, con dos cojones. Para su desgracia. El blindaje del Goliath ni se inmuta ante el calibre de las armas de los soldados enemigos, lo que arranca una carcajada borracha de satisfacción del bueno de Bridge. Y como le siguen disparando cree que sería de mala educación no responder a semejante deferencia. Da un paso al frente e inclina levemente el tronco del armazón metálico, con una sola o intención, posicionar las dos enormes ametralladoras de impulsos colocadas en los hombros. Cuando abre fuego, siente que el mismísimo Satán se escondería detrás de cualquier piedra, agarrándose las rodillas y llorando como un bebé. El horizonte queda barrido por la cadencia de lo proyectiles. Retuercen el metal de los vehículos y aumentan la temperatura del desierto. Bridge no puede evita dejarse llevar por un entusiasmo enfermizo y asesino y grita, como echando un pulso al sonido estridente de la nave, de sus cañones, del puto infierno encarnado en un tipo con mucha rabia dentro después de años de malas rachas y muchas peleas. De hecho, sigue gritando aun después de dejar de disparar, aspirando metafóricamente el polvo del desierto que ha levantado su furia. Y los gritos, los gritos del caos que empiezan a llegarle cuando los oídos se le acostumbran. A su lado ya se han posicionado sus amigos, Harry, Ángelo y Laura, aprovechando la cobertura que da el cuerpo enorme del Goliath. Empiezan a dispara de inmediato, sin dar un respiro a las tropas enemigas que no tardarán en darse cuenta que son mucho más numerosas, aunque afortunadamente tienen algo a su favor que puede dilatar uno segundos más las terrible epifanía de las tropas enemigas. Surge de entre la neblina de arena el grito inconfundible de los girazombis. Ojillos rojos salvajes se dibuja por todas partes y en un segundo, secundados por los disparos de Eugene y los demás girasoles, las hordas de almas en pena se lanzan con rabia furiosa sobre los pobres soldados de Inquisición. Serán solo unos segundos de ventaja, piensa Bridge, pero coño, bien venidos sean. Comienza a moverse y el desierto se queja bajo el peso de su máquina de guerra.


Algo pasa al otro lado del campamento y los hombres de el Inquisición tensan sus músculos, sus corazones y sus armas. Están preparados para esto. Patrullan entre los vehículos, aunque la visibilidad no va más allá de un metro delante de sus narices. El sonido de la nave lo aplasta todo. Todo. Todo menos un vago sonido que llega hasta una de las patrullas de vigilancia, unos diez hombres armados hasta los dientes. Es el sonido de una armónica, que desafía la tormenta sonora, como el sonido de una cascada lejana en medio de la noche. Las armas apuntan al frente, tratando de horadar la tormenta de arena. Un silbido triste, una melodía que se enrosca en los remolinos de aire. Un hilo dorado de sonido que lleva a los buenos muchachos de Inquisición hasta la silueta de un hombre. Le apuntan y la música cesa, el destello de un mechero encendiendo un cigarrillo la sustituye. El ascua es como una estrella lejana. ¡Quieto! Le dicen. La silueta del hombre, que estaba apoyado en uno de los vehículos, se gira para hacerles frente y se va convirtiendo en un hombre. Lleva una gabardina que deja entre ver una peligrosa servoarmadura. Un sombrero de vaquero deja sus ojos velados por un perpetuo misterio. Otra calada. Mira a los soldados al tiempo que detrás de él aparecen tres mujeres, increíblemente bellas las tres y con aspecto de ser tan hermosas como peligrosas. Una morena, una pelirroja y una rubia a la que le brillan los ojos. El hombre mira a sus compañeras y sonríe. Johny le pega una otra larga calada al cigarro, lo tira y desenfunda dos pistolas al tiempo que dice, ¿vas a ladrar, perrito, o vas morder? Y se lía. Los pobre soldados quieren reaccionar pero caen fulminados por los disparos de Johny, Celine y Caroline, menos dos de ellos, cuya vida es arrebatada con centelleante rapidez por las espadas de Thrud. Muchos más soldados son atraídos por los sonidos de la lucha y los compañeros tienen que buscar cobertura tras los vehículos que el ejército enemigo ha ido dejando aquí y allá.
-Hay que moverse, si nos rodean estamos perdidos -grita Celine al tiempo que suelta una ráfaga con su rifle de asalto. La superioridad de sus armas es lo que hace que las tropas enemigas sean más cautelosas a la hora de lanzarse a por ellos.
-En eso estamos todos de acuerdo, guapa -le responde Johny-. Pero ahí fuera está cayendo una que flipas.
-Tendremos que separarnos -Caroline chilla todo lo que puede para hacerse oír-. Celine y yo por un lado y tú y Thrud por otro. Dos equipos con una servoarmadura cada uno.
-Buen plan -responde Thrud.
Johny asiente y se ríe diciendo, sí, ahora solo falta que esos muchachos dejen de dispararnos.
Pero sus palabras y su risa son interrumpidas por el sonido de una roca enorme cayendo sobre el coche que les sirve de refugio y aplastando el techo. Les han dejado de disparar, pero solo porque sobre ellos se laza un super mutante de más de tres metros de alto, ataviado de pies a cabeza con una armadura tosca, pero sólida. El bicho se mueve hacia ellos con sorprendente velocidad para su enorme tamaño y para todo el metal que lleva encima. Salta y cae sobre el techo golpeando el lateral del coche con una enorme maza hecha con acero y cemento, justo en un segundo después de que ellos puedan esquivarlo. Se rehacen, le disparan, pero la armadura aguanta, al menos aguantará lo suficiente para que ese monstruo no cese en su empeño de aplastarles. Celine salta y de una voltereta consigue encaramarse sobre los hombros del mutante, descargando ráfagas sobre el casco que le protege la cabeza. Johny salta, y aprovechando la fuerza que le da la armadura, golpea con una tremenda patada en el pecho que hace que el gigante se tambaleé, lo que aprovecha Celine para hacer fuerza y conseguir que la mole caiga al suelo, saltando ella con una grácil voltereta hacia atrás en el último momento. Los cuatro se echan sobre el enemigo caído y descargan sus armas, pero la armadura sigue aguantando y tienen que esquivar, esta vez por los pelos, un mandoble con la maza que barre el suelo del desierto alrededor del gigante. Intenta levantarse y cuando está de rodillas, una rayo dorado corta el aire, Thrud se lanza, esquiva un mandoble de la maza derrapando sobre su espalda y, al incorporarse de un salto hacia arriba, clava la punta de una de sus espadas bajo el casco de la armadura, haciendo que salte por los aires. El gigante no se amedrenta y consigue golpear con el puño a la valquiria, lanzándola por los aires. Pero eso es solo un segundo antes de que su cabeza estalle, pues es todo el tiempo que han necesitado Johny, Celine y Caroline para acertarle de lleno en un magnífico duelo de excelentes tiradores. Gritan de alegría y como siempre, la alegríales dura muy poco. Un gruñido a su espalda hace que sepan, aun incluso antes de darse la vuelta, que algo malo les acecha. Y cuando se giran y ven otros tres supermutantes, del mismo tamaño que el que acaban de abatir, con las mismas armaduras y mazas y hachas más grandes que un hombre. Joder, es lo único que acierta a decir Johny y toma aire. Si uno casi les mata, tres, ni con las armaduras. Algo le dice que hasta ahí han llegado. Algo se lo dice, hasta que una voz le hace girarse y sentir que quizás había tirado la toalla demasiado pronto. Dispersaos, dos grupos, nos vemos en el centro. La voz de Peter suena a muerte.
- ¿Qué piensas hacer tú? -Le pregunta Thrud, sabiendo de sobra la respuesta.
- No te preocupes por mí.
- ¿Has perdido la puta cabeza? -Le grita Caroline-. Son tres.
-Hay que probar esta maravilla.
De la nada, el casco de la armadura se cierra sobre la cabeza de Peter. Rápido, dice, dividiros y dividir sus fuerzas.
- No dejes que te maten todavía -Johny le sonríe y se aprietan los antebrazos.
- No tengo intención.
Sus amigos se van y se pierden en la turbia atmósfera bajo la nave. Se oyen disparos y Peter se permite un segundo para preocuparse por sus amigos, por Thrud. Pero no tiene más que ese segundo.
SU ARMADURA ES DÉBIL EN LOS COSTADOS. La voz de la armadura le rebota en la cabeza. TU ESPADA CON NUESTRA AYUDA DEBERÍA ATRAVESARLAS.
Pues a ver si se dejan. Sin más lanza una bola de fuego que derriba al gigante de en medio. Cuando los otros dos se lanzan a por él, sus armas no le encuentran, porque echa a volar y arroja otra bola de fuego que les cae sobre las cabezas como una lluvia de fuego, lo que le da tiempo para llegar hasta el monstruo caído. Corriendo esquiva el mandoble del hacha que le lanza la criatura, para otro con la espada y llega debajo del brazo derecho del mutante. Con un certero movimiento, salta, le hunde la espada en el costado y la saca inmediatamente, para que no se quede atrancada, y se aleja hacia atrás batiendo las alas. El mutante emite un triste gorgoteo y cae redondo al suelo. Aterriza y limpia la hoja de la espada con un gesto enérgico.
- Si salís corriendo prometo mirar para otro lado.
Se posicionan para ganar sus flancos y Peter se encoge de hombros y dice, supongo que no, no os vais a ir corriendo.
Se lanza volando contra el que tiene a su derecha y le golpea en el pecho del tipo con una fuerte patada. La fuerza que le da la armadura abolla la armadura. DOS COSTILLAS ROTAS, escuch en su cabeza. El mutante cae sobre las rodillas. Lanza una bola de fuego al otro y aprovecha el tiempo que le da para emprenderla a espadazos contra la cabeza del mutante arrodillado. Con furia brutal consigue atravesar el casco y la criatura imita a su colega dejando una parduzca mancha de sangre extraña en el suelo al caer muerto. Está arto, aunque la armadura hace que acuse menos el cansancio. Corre en dirección al último y lanza otra bola de fuego angélico que al golpearle en el pecho y hace que esta vez partes de la armadura salgan disparadas. La armadura le marca un punto débil en la del mutante y lanza a Tadeusz que se clava hasta la empuñadura un poco más abajo del cuello del monstruo.

Cuando Bridge y los otros llegan al rayo de luz que sale de la nave, Celine, Caroline, Johny y Thrud ya están allí, rodeados de cuerpos caídos de enemigos.
-¿Y Peter? - Pregunta, temiéndose lo peor.
Tras un segundo de duda, Celine señala al cielo y ven la figura alada de Peter llegando hasta ellos.
- ¿A qué estáis esperando? Se nos van a echar encima.
- No sabemos muy bien qué hacer -responde Ángelo.
- ¿No habéis visto nunca una película?
Peter se acerca sin dudar al rayo de luz y en cuanto entra en él desaparece. Se miran unos a otros. Harry es el siguiente en entrar y uno a uno les van siguiendo. Hasta que solo queda Bridge. Se da un segundo, porque siente que se está enfrentando a algo más trascendental y ancestral que cualquier cosa que se haya cruzado en sus caminos. Luego los sonidos del ejército enemigo que llegan desde todos los rincones le sacan sin contemplaciones de su introspección. Da un paso adelante y una inmensa luz le ciega.