viernes, 31 de octubre de 2008

La invasión de los girasoles mutantes.
Episodio 4: En camino otra vez.

El Doctor contempla el desierto. Es hermoso. Las dunas parecen moverse cono en una ligera marejada y por un instante, con la ayuda del alcohol, le parece estar en una tranquila playa en un día normal, antes de todo aquello. Por un momento le parece que el peso de la espada no está y que no tiene el cuerpo y el alma lleno de cicatrices. Cierra los ojos para intentar escuchar el ruido suave del mar. Pero todo lo que oye es la voz de Johhnie a su espalda, cada vez más cerca y cada vez más insistente. Su amigo le abraza por detrás y casi le tira al suelo. Algo importante debe pasarle para que olvide que no le gusta que le toquen.
-¿Qué pasa, chico?
Johnnie toma aire. Le cuesta hablar.
-Esos dos, esos dos. ¡Conocen a Helen! Estuvieron con ella hace menos de un mes.

El traqueteo del autobús hace que Spawlding caiga a ratos en una agradable duermevela. Ya no recuerda cuando fue a última vez que tuvo esa sensación. Todavía le cuesta creer que Bridge y Martin conozcan a Helen y cree que más aterrador que cualquier orda de girasoles es pensar que sus vidas están regidas por el azar. Entonces una punzada le atraviesa el pecho. Una pensamiento se le atraganta en el alma. Celine hubiera dicho que quizás todo aquello fuera obra del destino. Él no cree en el destino. Eso le parece aun más aterrador.
Tanto él como Walker saben que los supervivientes al holocausto se han refugiado en pequeñas ciudades subterráneas. De pronto todas las novelas de ficción apocalípticas tomaron forma en pocos años. Ellos dos no se quedan demasiado tiempo en una, porque tienen una misión. El único plan de búsqueda de Helen que han seguido hasta la fecha es ir de una ciudad de esas a otra. Lo malo es que no hay ningún mapa que las marque y hay que buscarlas. Según parece, Helen vive en una cerca de Iowa, donde han pasado un tiempo el tal Brdige y el tal Martin. Ellos van de camino al norte, pero pararon un tiempo en la ciudad de Helen. Tienen una x en el maldito mapa, tienen, por primera vez en tres años, un destino concreto, y eso les hace sentirse extraños. Pero lo que más intriga al Doctor es que esos dos paletos dicen que Helen forma parte de un grupo de resistencia contra los Girasoles. Solo espera que la chica esté bien. Se le cierran los ojos y ya se ha cansado de tratar de evitarlo.

Johhnie sabe que le está exigiendo al motor eléctrico trucado de Betsy más de lo que debiera. Pero confía en que el viejo trasto aguante. Tienen un par de semanas de viaje hasta la ciudad donde vive Helen. Martin y Bridge salieron de ella hace un mes. Eso es mucho tiempo y han podido una infinidad de cosas, pero prefiere no pensarlo. La carretera, eso es lo único en lo que tiene que fijar la vista y la mente, el mundo es una línea de asfalto gris que se pierde en el horizonte, un arco iris de cemento al final del cual, si todo sale bien, si la suerte le sonríe, podrá encontrar su propio caldero lleno de oro el final de él.
La carretera, una serpiente enorme e inacabable. El desierto amenaza con tragarles en su monotonía y el mundo nunca le ha parecido tan grande.
Martin se sienta a su lado.
-Vas muy rápido –en su voz no hay reproche, solo información condescendiente.-Supongo que prefieres llegar, aunque sea un poco más tarde. Sería injusto que, después de tres años, te quedaras en la carretera. Con todo lo que los dos habéis pasado.
Sabe que tiene razón y, aunque su primera reacción es mandarlo al infierno, levanta el pie del acelerador.
-Eso está mejor, chico. Verás como todo sale bien.
-Eso espero. Este mundo, el destino o quien sea tiene una cuenta pendiente con nosotros. Es hora de pagarla.
Bridge se va acercando poco a poco a ellos, entorna la vista, como si tratara de ver algo en el horizonte.
-¿Qué pasa, Bridge? ¿Ves algo? –pregunta Johnnie.
-No lo sé. Allí adelante, como una sombra.
Walker, inconscientemente, aminora la marcha, es cierto que delante, en la carretera, se ve algo.
-Eso no son girasoles ni girazombis –dice Bridge-. Es, es...
-Demasiado grande –añade Martin.
Entonces un rugido llena el aire del desierto.

Está todo oscuro y el Doctor Spawlding está frente a una puerta. En esa puerta hay un cartel con unas letras, escritas en su idioma, pero por alguna razón, Spawlding no puede leerlas. Sonríe. Ese truco ya lo ha visto más veces. Está soñando. Bien, le gusta soñar, le gusta tener pesadillas y suele tenerlas horribles. Cree que si puede enfrentarse a sus peores miedos y rincones más oscuros y salir indemne, nada en el mundo real podrá asustarle. Por eso abre la puerta sin pensarlo.
Está en una habitación a oscuras, no se ve ni el suelo ni las paredes, ni el techo, solo un montón de seres deformes vestidos de blanco, apoyados en donde deben estar las paredes. Babean y sangran por boca, nariz y oídos, manchando las ropas blancas.
Normalmente no le asustarían, porque ese es su mundo, ahí dentro nadie puede hacerle daño, pero la verdad es que tiene la extraña sensación de que esas criaturas no son creación de su imaginación, los siente extraños dentro de su mundo onírico.
-Tienes razón, no deberíamos estar aquí, pero tenía que hablar contigo, tenía que empezar a prepararte.
La voz de hombre viene de una figura oscura con forma de humano que ha aparecido en el centro de la sala. Es un voz cargada con una inmensa tristeza. El Doctor trata de distinguir algún rasgo en el rostro de quien le habla, pero es como si una eterna sombra cubriera siempre al extraño.
-¿Prepararme para qué?
-La cosas se van a precipitar y de vosotros depende el destino de la humanidad. Un paso en falso y todo se desmoronará.
-Nosotros solo somos peones. ¿Qué importancia va a jugar nuestro papel en el destino del mundo? –responde irritado y algo cansado el Doctor.
-Hasta un peón, con mucha suerte, en una de cada diez mil partidas, puede comerse al rey. Yo jugaré con vosotros, y no soy mal jugador. Intentaremos que esta sea esa partida. Será vuestra hora de ajustar cuentas, y la mía, la nuestra.
El Doctor Spawlding mira a las criaturas deformes y sorprendido ve que ahora son hombres hermosos, de ojos negros inexpresivos, que le sonríen con calma.
-¿Quién es el rey en esta partida? –pregunta.
-Cada cosa a su momento, ahora despierta, tus amigos te necesitan.
Quiere decir algo más pero el sueño ha desaparecido y está en el autobús, no hay nadie más. Está absolutamente desubicado, pero no hay tiempo para ubicarse, un rugido atroz y una ráfaga de disparos rompen el silencio. Coge a Tadeusz y sale afuera.
-¡Dios mio! –grita- ¿Qué demonios es eso?
-¡Ya era hora de que despertaras! –oye la voz de Walker desde algún punto que no puede identificar.


Continuará...

domingo, 19 de octubre de 2008

La invasión de los girasoles mutantes:
Episodio 3: ¿Dónde está el corazón del Doctor?
Johnnie lo ve todo a cámara lenta. El cargador vacío cayendo al suelo, su mano recorriendo lo que parece una distancia infinita hasta el cinturón donde guarda la munición, la carga de los girazombis. No me va a dar tiempo, piensa. Entonces se desencadena el caos y la sombra lo devora todo. Un destello metálico.
Tadeus corta carne y absorbe almas, el Doctor no piensa, solo mata, y la sangre que le salpica le pone más furioso todavía. Han caído cuatro, pero se ha despistado, no ve al otro, pero sabe donde está, le siente, lo hule justo detrás y en su mente calcula el tiempo que falta para que le salte encima, pero antes de pensar ya siente la sombra babeante de rabia abalanzarse sobre él. Un disparo y la sombra calla, solo se oye el sonido hueco del cuerpo golpeando contra el suelo.
-Debes calcular mejor, viejo -dice Walker con una sonrisa y la pistola todavía humeante.
-Para eso te tengo a ti, para que cuides mis espaldas. ¿Y estos?
-Yo soy Ben Martin y este es mi amigo Bridge -dice el que tiene pinta de sátiro.
-Me importa una mierda, Walker tenemos que salir de aquí.
Johnnie hace una seña con la cabeza hacia Bridge y Martin. El Doctor se encoje de hombros y mientras sale por la puerta dice, si nos retrasan, los mato yo mismo. Pero Johnnie tiene la sensación de que el Doctor no habla con ellos.

Corren, y Johnnie teme que de un momento a otro, Tadeus va a dar buena cuenta de los dos paletos, porque no son muy rápidos. No es que le importen mucho, pero quizá tengan alguna pista de Helen y no quiere que el Doctor los mate, así que va detrás de ellos y les espolea. Betsy, su viejo autobús, está a penas a veinte metros y un centenar de girazombis les siguen. Dispara hacía atrás, sin detenerse a apuntar. Spawlding ya ha abierto la puerta y Martin y Bridge entran detrás de él. Dentro del autobús todo es oscuridad, y por alguna razón extraña, en ese momento piensa que la oscuridad es su hogar. Condenados a vagar por las sombras.
La puerta se cierra tras él y oye a los girazombis chocar contra la puerta. Betsy arranca y el fuego, la ciudad y toda aquella locura quedan atrás, por el momento.
Han pasado varias horas conduciendo sin parar. Bridge también ha cogido los mandos de Betsy en algún momento, más que nada porque asegura que antes de todo aquello, era autobusero. El sol entra por las rendijas que dejan las chapas metálicas que protegen las ventanas y mientras Martin no para de hablar sobre algo sin sentido que tiene que ver con el guacamole, Bridge dormita en un rincón, hasta que se rinde, pues su compañero no deja de preguntarle. El Doctor cierra los ojos con paciencia.
-Os lo juro, una vez en el hospital un tío estuvo sin cagar un mes y al final la mierda se le salía por la boca, por los oídos, por la nariz.
Walker para el motor y se acerca a ellos. Lleva una botella en la mano.
-Bueno, hora de descansar, no parece haber girasoles cerca y esta noche hemos salvado el cuello por los pelos. Un trago para celebrarlo
Beben y se emborrachan y en estos días de terror, sentarse a emborracharse como si fueran un grupo de amigos normal, es un lujo y, aunque todos lo saben, nadie dice nada, porque rompería el encanto.
-Os lo juro, cuando esto acabe -dice Brdige-, me buscaré una buena chica que me quiera.
-Ja! -salta Martin- Tú lo que quieres es pillar un conejo caliente para, ya sabes, ¡zas, mmmm, sí!
Mientras dice eso escenifica con gestos bastante explícitos un coito.
-Eres un cerdo, Martin, Yo hablo de amor. No tienes ni idea de lo que es el amor.
-¿Y tú si lo sabes?
Entonces, Spawlding, que llevaba un buen rato en silencio, habla, y su voz es lúgubre. El alcohol habla con él y piensa con él. Walker sabe que eso no es bueno.
-Ninguno aquí tenéis ni puta idea de lo que es el amor. Bueno, mi camarada sí, que está poniendo patas arriba este puto agujero de mierda que es el mundo para encontrar a su chica.
-Supongo que tu sí sabes lo que es amar. Tu si amas a alguien -dice Martin.
-Claro que sí, paleto. Siempre la he amado, nunca he dudado de ello. Jamás dejaré de amarla mientras me quede un aliento de vida.
Da un largo trago.
-¿Y cómo es ella? ¿Dónde está? -pregunta Bridge.
El Doctor ríe y pega otro trago.
-Te lo diré cuando la encuentre, chico, cuando encuentre a Celine sabré que es ella.
-¡Venga ya! -vuelve a intervenir Martin- Todo eso no son más que chorradas románticas. Tú no eres quien para venir a mi a decirme lo que es amar.
-Amar es sufrir, paleto, es arder, es quemarte día a día. No es comprarte una casita, ir de compras y tener una puta legión de críos e ir a ver al pequeño Beny jugar al Baseball los domingos. Eso eso otra cosa, niño. Amar es dolor, éxtasis, desesperación, tragedia y momentos agónicos de suprema felicidad. Esos es amar.
-¿Y tú qué sabes de eso? He visto como matas. Disfrutas, te olvidas de que esos pobres diablos antes eran gente. Sí no fuera por tu amigo nos hubieras matado tú mismo para que no pusiéramos en peligro tu precioso pellejo.
El Doctor se pone de pie, vacía lo que queda de un trago y deja caer la botella, que rebota pero no se rompe. Johnnie está preparado pata proteger a Martin.
-¿Sabes? Tienes razón. No tengo sentimientos. Tú los tienes porque te crees que estás vivo, porque crees que esto se va a solucionar. Pero no es verdad. Todos estamos ya muertos. Yo estoy más que muerto, me mataron y me arrancaron el corazón, por eso no tengo sentimientos.
Mientras dice eso se levanta la camiseta y justo a la altura del corazón Bridge y Martin pueden ver una enorme cicatriz, alargada, de más de veinte centímetros de largo.
-¿Lo veis?, no tengo corazón.
No dice nada más, simplemente se va. Todos se quedan en silencio, hasta que Bridge se acerca a Walker.
-¿Quién le hizo eso?
-¿Quién? Celine, su Celine. La encontró, después de todo, y ella intentó matarle. No habla mucho del tema. Pero se que aún la ama. Realmente creo que esa mujer, esté dónde esté, sí que tiene el corazón del Doctor Spawlding.
-Cielos -dice Bridge-. Y tú, no has abierto la boca, no has dicho nada de tu chica. ¿De veras crees que sigue por ahí?
-Claro, necesito creerlo. Mira tengo una foto.
Saca una foto de un bolsillo y cuando Bridge la ve, se queda blanco y se la arranca de las manos.
-¡Ben, Ben, mira esto, mira esta foto!
Martin se levanta y la coge, cuando la ve sonríe. Está algo borracho.
-Anda, que guapa sale Helen en esta foto -dice.

Continuará...

jueves, 2 de octubre de 2008

La invasión de los girasoles mutantes.
Episodio 2: Latidos en la noche.

Tres ágiles saltos y el suelo ya no está ahí. Desde lo alto de un tejado, Walker observa arder la ciudad y le parece como un hermosos cuadro viviente. La pena es que el olor se agarra a la garganta y hace que los ojos escuezan. Suda tanto que parece que va a deshacerse. Bajo sus pies, los girazombis corren como demonios asustados. Pero no están huyendo, ellos nunca huyen. Están buscando algo. Pero, ¿qué? La respuesta llega rápido, tres disparos, como truenos en medio del estruendo del incendio. En ese mundo de locos, en aquel reino de la muerte, cualquier indicio de vida es bien venido. Los girasoles y sus esbirros no usan armas, alguien está intentando defenderse.
Corre a través de los tejados, como un si fuera un ángel provisto de alas. Cada salto es una sinfonía y cada aterrizaje un poderoso culmen. Llega a un edificio bastante alto, mira hacía abajo, parta tratar de ver algo. Un grupo de girazombis miran y gritan a una pared. No, hay algo en la pared, algo que apenas se distingue Entre las sombras. Entonces, Johnnie ve dos frías ascuas brillando en la noche, dos ojos letales y un destello después, todo ha acabado. Los girazombis están muertos y el Doctor está envainando a Tadeus. Le hace una seña en la dirección desde la que han venido los disparos y se vuelve a perder entre las sombras. Hay algo en su amigo que le da escalofríos. Algo que guarda en su interior que no sabe muy bien si quiere llegara a conocer. Si el Doctor Spawlding quiere guardarse su pasado y sus secretos, por él bien, que se los quede. En el infierno no importa lo que hiciste en la otra vida. Salta a otra azotea y tres girazombis se le quedan mirando pero no les da tiempo a reaccionar. Tres fogonazos de una de sus Desert Eagle 5.0 y tiene el camino libre para seguir corriendo.
Vuelve a oír otro disparo. Esta vez ha sido muy cerca, tan cerca que cuando vuelve a escuchar otro disparo, puede ver la casa de donde ha salido, un edificio de dos plantas justo delante de él. El fuego no lo ha tocado todavía pero en la puerta se arremolinan una veintena de girazombis que aporrean las puertas y ventanas. Alguien se ha parapetado dentro de esa casa. Ni el ni su compañero son justicieros ni héroes. Las personas le hicieron esto al mundo y un par de almas más perdidas en medio de la noche no es nada que el mundo no pueda soportar, pero cualquier persona viva puede darle alguna pista de Helen. Ninguna de las personas que ha conocido desde la invasión le ha podido decir nada de ella, pero quizás esta vez le toque el maldito gordo. De un salto, llega hasta la azotea y abre la puerta. Unas escaleras descienden a la oscuridad. El brillo de sus dos pistolas ayuda a alumbrar un poco el camino.
En la planta baja, alumbrados por una triste bombilla que apenas da luz, dos tipos de se defienden a la desesperada, uno de ellos, no muy alto , con el pelo corto y una curiosa mini perilla debajo del labio inferior, dispara contra las ventanas atestadas de criaturas. El otro, más alto, rubio y algo más entrado en carnes, trata de cargar otra escopeta cuando se le caen todos los cartuchos.
-Mierda -dice.
Su compañero al verlo monta en cólera.
-¡Mierda, Bridge! ¡Eres un jodido torpe!
-¡Que te den!
Recoge un par de cartuchos, los mete y dispara también contra los cristales.
Walker no quiere que un par de paletos aterrorizados le peguen un tiro, así que espera hasta que han vaciado las armas y sale a la luz de la bombilla. No hace presentaciones, vacía dos cargadores contra una de las ventanas. Los tipos se tiran al suelo asustados y le miran como si fuera el mismísimo Dios nuestro señor enfundado en cuero negro, con un casco de anti disturbios y dos preciosidades humeantes en cada mano.
-¿Tú quien coño eres?-pregunta el de la perilla que, a Johhnnie, no sabe muy bien por qué, le recuerda a un sátiro.
-La formalidades para luego, paleto. Tenemos unos cuantos giramierdas a los que dar por el culo. Carga y sigue disparando y los dos tipos le imitan, no sin que al otro, al tal Bridge, se le vuelvan a caer los cartuchos.
La munición se va acabando, pero los enemigos, al menos, también. Entonces Walker escucha las peores palabras que puedes escuchar en un tiroteo.
-¡No me quedan cartuchos! -grita el sátiro.
-Yo también estoy limpio -dice su amigo.
Walker sabe que le queda algo, pero no cuanto, aunque en un segundo deja de preocuparse por eso. La puerta se rompe y entra un puñado de girazombis. Cuando las Eagle hablan, los zombis guardan silencio. Ocho de ellos caen al suelo. La mente de Johhnie es rápida. Solo quedan cinco, tres dentro y dos fuera, pro está vacío, tiene que recargar. No se atreve a moverse. Por alguna razón el tiempo se detiene y los zombis le miran a él y él a los zombis. Tienen la piel llena de pipas alrededor de las cuales surge una sustancia verde. Los ojos amarillos de las criaturas casi queman, puede oír su propia respiración, sentir el sudor resbalarle por la cara, mientras en ese segundo cósmico, se las arregla para preguntarse si conseguirá recargar antes de que esas alimañas se abalancen contra él. Rápidamente se lleva la mano al cinturón donde tiene los cargadores, uno bastará, si llega.

Continuará.

martes, 23 de septiembre de 2008

La invasión de los girasoles mutantes.
Episodio primero: Johnnie Walker y el Doctor Spawlding.

Arizona, año 2078, 23 de agosto.
Un viejo autobús escolar atraviesa una polvorienta carretera en medio del desierto. Las ventanas están tapadas con planchas de acero al igual que las ruedas. El ruido que produce el desvencijado motor es casi obsceno, como una sinfonía malvada compuesta por un loco. Es un cachcarro viejo, sus ruedas están cansadas y sus costados cosidos a golpes y cortes. Pero el mundo también es viejo y está mucho más cansado.
El desierto está lleno de girasoles que chillan de rabia por la inminente puesta de sol. Ven pasar al autobús, pero no se molestan en disparar sus pipas, saben que no pueden atravesar la chapa con la misma facilidad que la carne humana. Gritan de rabia y tratan de detener el monstruo metálico con sus raíces, o sus ramas, fuertes como brazos de oso, pero el autobús va bien protegido por placas de acero afiladas colocadas por todo el morro, protegiendo el radiador. Cortan tentáculos verdes como si fueran mantequilla. La sangre de los girasoles es roja, algo que nadie ha podido explicarse todavía.
A los chillidos de los girasoles se une el sonido del motor y una música potente que sale de la cabina.
En el interior de esa cabina hay dos hombres. Ambos son jóvenes. El que conduce es un tipo delgado, con una barbilla prominente cubierta por un perilla algo descuidada. Lleva una camiseta roja en la que se puede ver un dibujo de los protagonistas de una vieja película de finales del siglo pasado, Reservoir Dogs. Mientras conduce, grita e insulta a los girasoles, les llama hijos de puta y cada vez que aplasta a alguno parece enloquecer de alegría y de furia.
- ¡Esta mierda es buena Doctor, este Death Metal tuyo es cojonudo para dar boleto a unos cuantos de estos hijos de puta!
El otro tipo le mira y sonríe, va recostado en los dos primeros asientos mientras afila un espada de aspecto bastante amenazador. En la hoja puede leerse un nombre, Tadeus. Es un tipo con una mirada inquietante, como si los ojos grises solo pensasen cosas sombrías. Luce una corta melena que le cae sobre los ojos mientras afila la espada. Entre eso, y la barba, su rostro siempre parece envuelto en sombras. Lleva una camiseta negra de manga corta y en los brazos pueden verse varios tatuajes.
-La verdad es que hacia el final de su carrera -dice, sin apartar la vista de la hoja-, In Flames ya no podían considerarse como una banda de Death Metal, es más bien, no sé, In Flames metal. Pero sí, tienes razón, es una mierda cojonuda para aplastar cráneos de solitos. Pero ten cuidado, hay muchos, si se meten a cholón debajo de las ruedas podrían hacernos volcar, Johnnie.
Los asientos del autobús han desaparecido, excepto las cuatro primeras filas, el resto lo del espacio lo han aprovechado para colocar unas camas, vitrinas con libros, películas, discos. También hay una pequeña cocina eléctrica, una nevera y hasta un grifo de cerveza. Es como un hogar sobre ruedas.
El Doctor Spawlding, que así se hace llamar, coge una botella de Jim Bean, da un largo trago y se la pasa a su amigo.
-Un buen trago para m amigo Johnnie Walker. Porque nunca dejemos de caminar -dice.
Johnnie coge la botella y la levanta en señal de brindis, pero cuando va a beber, el autobús da un bote y se derrama algo del líquido en la camiseta.
Jodidos hijos de puta! Es que ni muriéndose dejan de dar por el puto culo. Coge el maldito volante, quieres, voy a a cambiarme.
Se intercambian los puestos y el Doctor Sapwlding coge los mandos de la nave mientras su compañero se pierde en las sombras cada vez más espesas que van apoderándose del interior del autobús.
El Doctor Sapawlding mantiene el pulso firme en el volante, él no tiene la misma pericia conduciendo que su compañero, estuvo claro desde el principio que su parte aportativa en el dúo era la de, digamos, eliminar cosas. Hace ya más de tres años que cabalgan juntos. El Doctor encontró a Johnnie vagando por un pueblo perdido cerca de Delawer. El tipo estaba buscando a su novia, pues se habían separado al escapar de su pueblo cuando empezó la invasión.
Estuvo tentado de decirle que lo más probable es que ella ya estuviera muerta, o transformada en un girazombie, puesto que el noventa por ciento de la población había perecido de una forma o de la otra. Pero Johonnie tenía un brillo especial en la mirada, el brillo de un hombre enamorado. Decía que sentía que Helen estaba viva, que podía sentirla en alguna parte del país y que no iba a parar hasta encontrarla. Al Doctor Spawlding le conmovió tanto aquella historia que decidió acompañarle. El Doctor es en el fondo un romántico empedernido, un enamorado de los ideales. Pero lo que de verdad le pasa, y lo sabe, es que envidia amar a alguien con esa intensidad y que alguien en algún rincón del mundo le ame a él.
Tres años en el camino. Empieza a ver la luz en los ojos de su camarada más apagada y eso le preocupa, pues es la única luz que le incita a seguir en ese mundo de mierda, ese infierno en el que se ha convertido el país tras la invasión de los girasoles mutantes.
Algo llama su atención. Una luz en el horizonte. Un resplandor grande y palpitante.
-Johnnie, ven a ver esto.
Es completamente de noche. Los girasoles han cejado en su empeño de atacar el autobús, así que el Doctor aminora la marcha mientras el resplandor, cada vez mas grande, va llenado el horizonte.
-¿Qué demonios es eso? -pregunta Walker.
La carretera empieza a descender levemente y a sus pies ven un valle.
Pronto se ve lo que es el resplandor, una ciudad, una ciudad en llamas.
Nada de especial, salvo que las ciudades están ya tomadas en su mayoría por los girasoles y por lo girazombis. Esa ciudad está siendo atacada, por girasoles, o por rebeldes humanos.

Continuará