martes, 31 de agosto de 2010

La invasión de los girasoles mutantes.

Episodio 19: Bellezas incubando.
-Así qué, demonios, ángeles y el mismísimo Lucifer –dice Johnnie.
Peter, solo asiente y sonríe mientras pega un trago a una botella de bourbon.
-¿Delirante, eh? Pero imagina lo que hubiera pensado cualquiera si hace veinte años alguien dijera que el mundo iba a ser destruido por una invasión de girasoles mutantes.
-Joder, parece el argumento de una novela mala…
-Bueno, haría falta una imaginación portentosa para crear algo así.
-Si, eso es verdad, y un cerebro muy retorcido.
La comitiva cruza las tierras desiertas del norte. No han encontrado más campos aun, lo cual es extraño y les hace sospechar de una trampa. Pero ya es tarde para la marcha atrás, como le dijo Napoleón a Josefina en la noche de bodas. Johnnie y Peter beben sentados en el suelo de Betsy, mientras Bridge conduce y Helen y Martin duermen. El sol va entrando por las ventanas, dando un poco de realidad a una noche demencial. Los Nephilim han desaparecido, pero Peter ha asegurado que estarán a las puertas del Dorado cuando el improvisado ejército llegue. La verdad es que nadie ha querido preguntar sobre los misteriosos medios de transporte que pueden tener esos extraños personajes. Peter, sin embrago, se sentía bastante reconfortado de poder viajar en la vieja Betsy, como si nada hubiera cambiado. Tenía muchas cosas que explicar a sus amigos, y así, durante todo el viaje les ha contado todo, su pasado, y lo que había pasado desde que Celine le clavara el cuchillo.

Desde lo más alto del rascacielos que sirve de base central a La Corporación, su Líder, Jeremmiah Kiskembauer, mira el horizonte mientras piensas cuantos grandes hombres antes que él no se habrán visto en la misma situación, al borde de una muralla, desafiando al amanecer, esperando que una ola de sombras se cierna sobre todo lo que se han afanado por construir. Las tropas están listas, los girasoles sedientos de sangre y tiene de su lado al mejor general, Xavier, una mente pre clara y todo un estratega. Nada puede salir mal. Nada pueden traer consigo esos pordioseros de un mundo ya extinto que les pueda hacer frente. De hecho, piensa sonriente al recordar a su Santidad, tienen hasta a Dios de su parte. No puede evitar reírse, ¿Dios?, él hace mucho que dejó estas tierras. Desde que los hombres dejaron de creer en él. Un Dios no existe sin nadie que le crea. Él, sin embargo, tiene una infinidad de almas que creen en él con fe ciega. Los hombres fuertes y visionarios son lo más parecido a Dios que se puede encontrar. Él es lo más parecido a Dios que se puede encontrar. Un Dios viviente como los reyes de los tiempos remotos. El Cuarto Reich será un imperio sin precedentes en el mundo. Están en la hora final, como Jerjes, como su Padre Dario, como Julio César llegando a las puertas de Roma, como Amenofis III tomando las tierras de los Nubios. Piensa cerrar su puño de acero sobre los rebeldes y utilizar sus cuerpos para abonar las tierras de su nuevo mundo.
Alguien ha subido a la azotea, se ha colocado de tras de él y ha carraspeado.
-Hable, General Xavier –dice sin darse la vuelta. Mientras piensa que detrás de todo gran gobernante hay un gran general.
-Todo listo, mi Líder. La ciudad se cerrará como una ratonera sobre ellos. Son las últimas horas del último escollo para el alzamiento del IV Reich. Cuando esto se sepa, el resto de ciudades se entregarán.
-Cierto. Y los que sean dignos formarán parte de nuestro sueño y los que no –hace una pequeña pausa-. Bueno, los que no ya les buscaremos alguna ocupación. Hay mucho que reconstruir y no vendrá mal mano de obra barata.
-Por supuesto. Ya buscaremos más adelante otro tipo de soluciones.
-¿Las sorpresa final está lista?
-Listos señor, vivos, coleando y con mucha hambre. Las pruebas principales ni se acercaban a su fiereza final.
-Excelente. Me muero de ganas de verles en acción.

Helen y Johnnie echan el último sueño abrazados en uno de los asientos de Betsy. Martin mira con aire distraído por la ventana mientras no para de musitar que le hubiera gustado echar un polvo antes de la batalla. Bridge conduce, despacio, siguiendo la marcha del convoy, mientras Peter le habla desde el asiento que hay justo detrás de la plaza del conductor.
-Así, que, ¿cómo es estar muerto? –pregunta Bridge.
-Pues, espero que sea muy distinto de lo que yo vi. La gente se lo pasaba de puta madre, pero a mi me perseguía exactamente la misma mierda que cuando estaba vivo.
-¡Cielos! Tú siempre tan optimista.
-Un pesimista es un optimista bien informado –responde Peter mientras le da otro trago a la botella.
-Veo que ni tras escapar de la muerte eres capaz de dejar de beber.
-Voy camino de una batalla suicida, al frente de un ejército de medio ángeles caídos, acabo de volver de la tumba y ¡Ah! Sí, me he enterado de que Lucifer es mi padre. Voto a tal que este es el mejor momento del mundo para beber.
-Tienes razón, pásame la botella.
Peter se la pasa y Bridge da un buen trago.
-Aprovecha. Una de las pocas cosas buenas que tiene todo esto es que no hay agentes del tráfico.
-Cierto –responde Bridge devolviéndole la botella-. Pero sería realmente gracioso ver a dos girasoles vestidos de pasmas, en un coche patrulla, que nos pararan y nos pidieran los papeles.
Los dos ríen. Peter da otro trago y siente como el calor le quema por dentro. Le viene a la mente la vez que dio un largo trago y, justo cuando estaba tragando, Johnnie le hizo reír. El bourbon no iba ni para delante ni para atrás y se quedó ahí, quemándole el esófago. No había llorado más en toda su vida. Espera que todo aquello sirva para crear un mundo en el que todavía queden ratos para reírse con un camarada por nada en concreto.
-¿Crees qué todo esto servirá de algo? –le pregunta a Bridge.
Bridge se ha hecho la misma pregunta durante toda la noche y no se ha atrevido a responderse a sí mismo, así que no sabe muy bien que decirle.
-Sinceramente –dice al fin-, creo que el mundo tiene demasiados males. El hecho de que acabemos con uno no quiere decir que el mundo sea un camino de rosas y que ya nunca más vaya a haber hambre, ni guerras ni conflictos.
-Joder, luego soy yo el pesimista.
-Tú has preguntado. Pásame la botella.

Celine mira los tubos de incubación. Las criaturas parecen dormir el sueño de los justos. Junto a ella, su Santidad mira a las criaturas como quien mira a un hijo.
-¿No son hermosos? –Dice el hombre- Son mi mejor creación, mucho más completos que los girasoles.
-A mi me parecen repugnantes -dice Celine.
-¿Repugnantes? Son unas hermosas criaturas del señor.
-¿Pero qué dice? Son una depravada creación de una mente enferma como la suya. Dios no tiene nada que ver en esto.
-Hija mía. Los caminos del Señor son inescrutables. Yo soy el máximo representante de Dios en la Tierra. Y Él quiso darme el don de entender la ciencia para que pudiera entender el mundo que él nos dio. Yo he utilizado la ciencia que Dios me dio para crear estas maravillas. En última instancia son creación del Todopoderoso, utilizando a este humilde servidor como herramienta.
-Es usted un fanático. Estoy de acuerdo como el que más aquí en admitir que el fin justifica los medios. Pero jamás admitiré que algo como esto es algo divino o devoto. Es una aberración.
Celine se prepara para darse la vuelta. Pero el Papa le coge del brazo.
-No te sulfures, hija ¿Por qué no discutimos todos estos interesantes temas teológicos en mis aposentos con una buena botella de vino?
-Santidad, quíteme las manos de encima si quiere conservarlas –la mirada de Celine le deja claro al clérigo que habla muy en serio.
-Mucha gente podría interpretar tus palabras como una falta de fe. Deberías tener cuidado, no me gustaría informar al Líder de ciertas actitudes subversivas.
Celine no contesta, se da la vuelta y sale de la habitación. Pero justo antes de alcanzar la puerta, por el rabillo del ojo, le parece ver como una de las criaturas abre un ojo, lo que le pone la piel de gallina.

martes, 24 de agosto de 2010

La invasión de los girasoles mutantes

Episodio 18: El Doctor en el infierno.
Nada. Una oscuridad extrema y un silencio cargado de tristeza. El costado no le duele. Bueno, no le duele físicamente, pero recuerda la hoja entrando y la frialdad en los ojos de Celine. Nada. El más absoluto vacío. Cada paso que da no le lleva a ninguna parte, la oscuridad se lo come todo, hasta el movimiento.
-¿Bienvenido, hijo? –la voz del hombre llega al mismo tiempo que su imagen. Esta vez si puede verle la cara. Es un hombre hermoso. Demasiado, con una larga melena negra y la piel muy blanca.
-Por fin te dejas ver –dice el Doctor.
-Yo nunca me he ocultado, solo que tú no estabas preparado para verme.
-Ya. Y dime ¿dónde estoy?
-Es obvio, ¿no? –responde el hombre con una sonrisa-.Tu querida amada te clavó una buena dosis de acero en el costado.
-Ya sé que estoy muerto. ¿Pero dónde exactamente estoy?
-Eso es fácil también. Estás en el infierno.
-¿Esto es el infierno?
-Es distinto para cada persona, hijo. El tuyo, tal y como esperaba, es muy parecido al mío. Un vacío absoluto. Una tristeza cegadora. Supongo que todos los que fuimos traicionados por aquél al que amábamos tenemos un infierno parecido.
-¿Quién eres? Dímelo de un a vez.
El hombre le mira muy fijamente y su mirada desprende calor. Y un frío aterrador que afecta al alma y no a la piel.
-Ya sabes quién soy. Di mi nombre.
El Doctor está a punto de decirle al hombre que no sabe quién demonios es el, que no tiene ni idea de su nombre. Pero una palabra se cuela desde lo más profundo de su subconsciente. Una palabra de letras de fuego que le llena por dentro.
-Lucifer.
El hombre sonríe y hace una reverencia.
-El Portador de Luz. El Lucero del Alba.
-El Demonio –añade Spawlding.
-¡Yo no soy ningún demonio! –la voz del hombre casi tira de espaldas a al Doctor- Soy un ángel. El más hermoso de todos los ángeles. La mentira católica me ha convertido en el mal, el portador de desgracias. Pero solo fui el que no se plegó a la norma. Solo he sido el chivo expiatorio con el que la iglesia ha enmascarado la parte malvada de Dios.
-¿Dios tiene una parte malvada?
-Dios lo es todo, hijo mío, no tengas una visión tan limitada. El bien y el mal. Ya hora le ha declarado la guerra a la humanidad. Primero os creó y nos dio la espalda a nosotros, a sus más fieles servidores. Os dio el regalo de poder elegir, cuando nosotros teníamos que obedecer. Pero ahora, hijo mío, igual que le pasó con nosotros, se ha cansado de vosotros.
-Dices que Dios quiere acabar con la humanidad.
-Está utilizando esa Corporación, en lugar de un diluvio, pero sí, en esencia.
-¿Y se supone que tú vas a ayudarnos? ¿Por qué? Tú nos odias.
-El odio es una carga muy pesada para portarla durante toda la eternidad. Ya está bien. Si nos quiere abandonar que nos abandone, pero que nos deje tranquilos, no le necesitamos. El mundo para los humanos y el Infierno, mi reino para mí. De todas formas, no están tan lejos el uno del otro.
-No lo entiendo. Nos ayudarás, nos regalarás la tierra y tú, a cambio, ¿solo quieres esto?
-Otra vez estás siendo limitado –el hombre extiende los brazos y de pronto están en un campo, con un sol de tarde embriagador y pequeñas construcciones de corte clásico diseminadas por aquí y allá. Hay mucha gente, hombres y mujeres que hablan, pasean leen, beben, hacen el amor-. Este es mi reino. Llevo milenios esculpiéndolo para mí, para mis hermanos. Para ti, y para los hijos de mis hermanos. Los Nephilim.
-Ya me llamaste eso otra vez. ¿Qué es eso de Nephilim?
-Hay muchas leyendas. Gigantes de la Grecia clásica. Super hombres del Antiguo Testamento. Pero la verdad es más sencilla. Un Nephilim es el hijo de un ángel nacido de una mujer humana. Yo soy un ángel, yo pasé una noche con tu madre. Y tú eres mi hijo.
-¿Hay más como yo?
-No muchos, me temo. El Cielo eliminó a todos los que sus ángeles tuvieron con mujeres humanas. Yo protegí a los que tuvieron mis hermanos.
-¿Hermanos?
- Loas ángeles que me siguieron en mi levantamiento y fueron expulsados junto conmigo. Los que la iglesia llama demonios. Sus hijos son apenas un millar, pero te seguirán. Se unirán a la causa de los hombres.
-Espera, espera, espera. ¿Cómo que me seguirán? ¿A mí? Yo no soy nadie. Solo soy un estúpido que tropieza mil veces en la misma piedra y que no es capaz de hacer que nadie le quiera, ni de mantener a nadie a su lado.
-Pero eres el más poderoso de los Nephilim, el hijo del más poderoso de los ángeles.
-Te diré quien sé que soy, amigo. Un asesino, una ladrón que se ha arrastrado por caminos polvorientos y que lo único noble que ha hecho en su vida amar ciegamente a una mujer que ha tratado de matarme ¡dos veces! Pues mira, para mi dos son más que suficientes. Por lo que a mi respecta el Infierno está bien. La tierra esta muy lejos. A una vida de distancia. Que peleen los vivos.

Cansado. Muy cansado. Lo último que esperaba era que no pudiera descansar en la muerte. Sigue teniendo que recordar. Cada uno de los sentimientos está ahí. A mil mundos de distancia, el peso que lleva a la espalda parece tirar más de él hacia abajo. Está sentado al borde de pequeño lago y tira piedras al agua con aire distraído, mientras que piensa que mataría por un trago.
-¿Te importa que me siente?
Levanta la cabeza. Junto a él hay un hombre. Parece más joven que él, lleva gafas y una larga melena recogida enana coleta.
-¿Y quién eres tú?
-Soy Jacob, el hijo de Azazel.
-Vaya, otro Nephitonto. Haz lo que quieras.
Jacob se sienta junto a él, le alarga un bote de cerveza y luego abre otro para él. Spawlding lo mira sorprendido.
-¿Hay cerveza en el Infierno?
-Claro, ni que estuviéramos en el Cielo, aquí saben divertirse. ¿Así que tú eres el famoso Peter Connor, el hijo del jefe?
-Eso parece.
-¿Sabes? Esperaba algo bastante más espectacular.
-Pues es lo que hay. O lo qué queda más bien.
-Llevamos tiempo esperándote, Peter.
-Pues, chico, habéis perdido el tiempo.
-Ya –Jacob de un trago a la cerveza-. A todos nos pasa lo mismo. Hemos dado tumbos abandonados y perdidos y de pronto nos saltan la bomba de lo que somos. Pero, ¿sabes qué? Que al fin, sí lo piensas, te dan una oportunidad de darle una buena patada a toda la mierda que llevamos años tragando.
-Mira, amigo. Me duele el pie de tantas patadas que he dado. Y el montón de mierda es cada vez es más grande.
-Esta vez seremos muchos pies. Nadie cuenta con nosotros. Y en cuanto aceptas tu naturaleza, no te imaginas lo que puedes hacer. Hay gente abajo que todavía nos necesita.
Gente abajo. Peter ya ha pensado en eso. Gente abajo que le ha dado por muerto. ¿Cómo explicar todo aquello? La muerte, el regreso, Lucifer. Todo parece un macabro sueño.
-¿Sabes qué tus amigos se dirigen a una trampa?
-¿Qué?
- Han unido un pequeño ejército y se dirigen a enfrentarse con la Corporación. Solo que las fuerzas a las que se van a enfrentar son mucho más poderosas de lo que esperan. Se dirigen a una muerte segura, Peter. No hay tiempo para crisis de identidad. Tienes que volver. Con nosotros. Y montar todo el ruido que podamos.
Peter maldice para sus adentros. Solo había una cosa que pudiera hacerle regresar. Acaba la lata y la aplasta.
-¿Qué hay que hacer?
Jacob se pone de pie y le hace un gesto para que le imite. Esta frente a él.
-Es fácil. Dame la mano.
Peter hace lo que Jacob le dice e inmediatamente un calor inmenso, pero no doloroso, recorre toso su cuerpo. Un segundo después siente un éxtasis y un par de alas surgen de su espalda, negras como la noche y apenas tangibles.
-Ya está amigo, el ejército de los Nephilim está completo. Vayamos a patear traseros –dice Jacob sonriendo al tiempo que despliega sus alas, rojas como el fuego y con una sonrisa, se bebe la cerveza de un trago.

lunes, 23 de agosto de 2010

La invasión de los girasoles mutantes

Episodio 17: Una tumba comida por el polvo.
El fuego arde al atardecer y los girasoles gritan amenazando con partir el cielo en dos. No han tenido que esperar mucho para que la Corporación ponga a prueba las fuerzas del nuevo ejército. El campo de girasoles al que se están enfrentando es inmenso, de los más grandes que Johnnie ha visto. Mientras Betsy, conducida por Bridge, se abre paso, con el, resto del convoy, él, Helen y Martin abren fuego desde las ventanillas. Pero hay algo que no deja de sorprender a Johnnie, es como si los girasoles se lazaran con más furia contra ellos, sin dar ni un segundo de tregua a pesar de que apenas quedan unos minutos de sol. Es como si tuvieran órdenes, como si supieran la importancia que, desde ese momento, iba tener cada batalla. Un estruendo detrás de ellos les hace girar la cabeza y dejar la matanza por un momento.
-¡Han volcado uno de los transportes! –grita Martin en medio del estruendo.
El ruido del camión al golpear contra el suelo es ahogado rápidamente por el de los chillidos homicidas de los girasoles y por el de los soldados que van dentro del camión, Algunos disparos, más chillidos, pero en pocos segundos, solo el sonido de los girasoles rasga el aire.
-Seguid disparando o nos pasará lo mismo -grita Helen.
Por un momento, Johnnie no puede evitar pensar que hay algo de hermoso en todo aquel espectáculo. Los pocos carros de combate que tienen abren la marcha, lanzando llamaradas con los lanzallamas que les han instalado, casi de forma acompasada, como una danza de belleza bizarra que hipnotiza a los girasoles y les hace inmolarse contra los muros de fuego. Walker piensa, aunque un segundo después prefiere no haberlo hecho, que los girasoles tienen una ventaja que ellos nunca tendrán. Los girasoles no temen a la muerte.

Connor conduce el M1 con seguridad, en primera línea, abriendo camino para el resto de carros y los vehículos que vienen detrás. El sonido de la ametralladora de la torreta es ensordecedor y la lluvia de casquillos que se cuelan por la escotilla le hace pensar en una fina lluvia de primavera, de esas que ocurren aunque el cielo no esté nublado. A pesar de su entrenamiento, de sus años de servicio en los Boinas Verdes, nunca había entrado en combate, no a ese nivel. A pesar de ello, no se encuentra incomodo, sabe exactamente lo que debe hacer y la adrenalina le deja un sabor más que dulzón en el paladar. Caminan hacia un nuevo amanecer. O caminan hacia el final de todo. El camino es el mismo y eso es simplemente aterrorizador. Pero ya no hay vuelta atrás. Esa primera confortación va a servir para muchas cosas. Para medir su fuerza, para medir la preparación y el valor de las tropas. El éxito de su cruzada dependerá de si consiguen o no cruzar ese primer campo de girasoles sin sufrir muchas bajas. La noche está cayendo. La noche es una aliada, pero los girasoles no parece que vayan a dar tregua aun después de la caída del sol aunque, eso sí, estarán mucho más débiles. El M1 sigue avanzando, dejando un reguero de cadáveres verdes y amarillentos.

Está anocheciendo. El silencio ha extendido el mantel y se prepara para hacerse un emparedado con cualquier sonido que amenace con perturbar la serena noche que parece avecinarse. Un leve viento levanta el polvo del camino, que revolotea y pasa cerca de una tumba. Es una tumba burda, labrada con prisas y sin medios y ningún letrero indica quién es su desdichado ocupante. La única señal es una espada. Hay un hombre de pie junto a la tumba. En las veladas sombras de la noche creciente, no se le puede ver el rostro. Va vestido de negro. Con una larga gabardina que ondea perezosamente en la brisa nocturna. Lleva el pelo muy corto. Casi rapado. Mira la tumba fijamente, tan fijamente que, a ratos, se confunde con la noche, debido a su oscuro atuendo y a que está completamente inmóvil. Y entonces, coge la espada y se pierde en la noche, sin dirección ninguna y, un segundo después, ya no está ahí.

Los fuegos que provocan las batallas, siempre perduran mucho más que las batallas en sí. Tres amigos contemplan los restos del campo de girasoles arder lentamente, sin prisa por consumirse.
-¿Hemos tenido demasiadas bajas, alcalde? –pregunta Johnnie.
-Llegados a este punto cada hombre o mujer que perdamos es una baja importante. Pero por ahora seguimos contando con una fuerza importante. El problema es cuanta resistencia más encontraremos de aquí a nuestro destino.
-Mucha –dice Helen-. De eso podéis estar seguros.
-Pues necesitamos una dosis de suerte enorme.
-¡Eh! –Dice Johnnie-. Yo soy un tipo con suerte –y le guiña un ojo a Helen.
-Está bien que no perdamos el sentido del humor. Será mejor que descansemos un par de horas, nos van a hacer falta todas las fuerzas de las que podamos hacer acopio.
En ese momento una voz llama al alcalde Connor desde alguna parte del improvisado campamento. Tanto él, como Helen y Johnnie, salen corriendo para ver que es lo que está causando tanto revuelo entre las tropas. Por fin llegan a un corro de gente que se va apartando cuando ellos llegan. En medio del corro, en el suelo, tumbada y sobre una manta, respirando con dificultad, está la señorita V. Un médico la está atendiendo.
- Tienen varios huesos rotos. Y puede que conmoción cerebral. Pero no deja que la movamos hasta que no hable con usted.
Connor se agacha junto a la joven.
-¿Qué ha pasado, hija?
-Ya ve, alcalde. Parece que mi tapadera no era tan secreta como creíamos.
-Bueno, todo eso puede esperar, te curaremos y descansarás.
-¡No! –V coge el brazo del alcalde Connor con fuerza-. Tiene que escucharme. Es una trampa. Me engañaron, me dieron información falsa sobre sus fuerzas. Realmente son mucho más poderosos de lo que pensábamos. No podremos con ellos con las fuerzas de las que disponemos.
El alcalde traga saliva. No sabe bien que decir. Las palabras de la chica han hecho que todo el mundo guarde silencio y no se atrevan ni a mirarse los unos a los otros. Pero V tiene más cosas que decir.
- Aun hay más, señor.

No lejos de allí, ocultos en la noche, dos hombres miran el campamento de los rebeldes. Uno es grande, fuerte y lleva el pelo largo recogido en una coleta. No para de moverse, como si estuviera nervioso. Lleva gafas, se las quita y las limpia con la camisa. El otro tiene el pelo muy corto, casi rapado.
- ¿Crees que tendremos problemas si bajamos ahí abajo? –pregunta el del pelo largo.
- No lo sé, Jacob. Los ánimos están un poco caldeados. Tendremos que convencerles rápido de que estamos de su lado.
-No son demasiados. Se encaminan a un desastre total.
-Bueno, ahí entramos nosotros. Esa es nuestra misión. Nivelar las fuerzas.
-Ya. Espero que así sea, que las nivelemos.
-Bueno, Jacob. Para eso somos los Nephilim.

Reunión urgente. V descansa en el camión hospital y fuera, Johnnie, Connor, Helen y varios mandos más de las otras ciudades discuten cuales son sus opciones.
- Si vamos será un desastre –dice uno sargento de la ciudad de Spring Rain.
- Eso es en lo único que vamos a estar de acuerdo, mucho me temo –dice Connor.
- Pero –interviene Johnnie-, no creo que ya podamos volvernos atrás. Saldrán a cazarnos. Es mejor estar de frente y en guardia cuando llegue el primer ataque.
-Quizás podamos escondernos –vuelve a intervenir el sargento.
-Yo ya estoy arto de escondernos, de vivir con miedo –interviene un teniente de la ciudad de Palms Comunity.
-Yo también estoy harta –apoya Helen-. Alcalde Connor, ¿qué piensa usted?
Connor siente de repente demasiado peso en los hombros. Al fin y al cabo es solo un hombre, pero de alguna forma se siente responsable de todas aquellas almas.
-Yo creo –dice al fin-. Que si al menos uno de nosotros. Uno solo, es capaz de llegar hasta ese laboratorio con vida y acabar con todos los girasoles del plantea, merecerá la pena el esfuerzo y le dará una mínima oportunidad al resto de personas.
- Yo estoy de acuerdo –dice Johnnie-. Merece la pena intentarlo. Ya estamos perdidos de todas formas. ¿Estamos todos conformes?
Poco a poco todos van asintiendo. Aunque el miedo les atenace, aunque saben que, muy posiblemente, ninguno volverá, saben también que no les queda más remedio.
-Entonces, permítanos ayudarles -dice una voz a sus espaldas. Todos se dan la vuelta y las armas se desenfundan. Un hombre ha aparecido de la nada. Es fuerte, tiene el pelo largo recogido en una coleta y lleva gafas.
- Tranquilos, pueden guardar sus armas. Soy un amigo. Me llamo Jacob. Hemos venido a ayudar. Su causa es nuestra causa.
-No te conocemos, así que deja que seamos nosotros los que decidamos si eres amigo o enemigo –dice Johnnie- ¿Vuestra causa? ¿Tú y quiénes más?
- Mis hermanos. Se dejaran ver cuando confiéis en la verdad de mis palabras. Sé que no es fácil, por eso ha venido alguien conmigo. Es nuestro jefe. Quiere hablaros. Va a salir, por favor, bajad las armas.
Connor hace un gesto para que todo el mundo se calme y bajen las armas. Entonces, junto a Jacob, aparece otro hombre. Es algo más bajo y menos robusto. Tiene el pelo muy corto y viste una gabardina negra. De la cadera le cuelga una espada con un aspecto de lo más amenazador. Johnnie da un paso al frente y el arma se le cae de las manos. El hombre le sonríe.
-Hola, Johnnie, me alegro mucho de verte, amigo.
Johnnie no puede hablar. Solo niega con la cabeza al tiempo que murmulla que no puede ser. Helen está petrificada, como el que ve un fantasma. Y eso es exactamente lo que Connor piensa que tienen delante.
-Yo te enterré –dice al fin Johnnie-. Con mis propias manos.
-Eso es verdad, amigo. Tienes toda la razón. Todo será explicado a su debido tiempo.
Johnnie se va acercando poco a poco al hombre. Cuando está junto a él, le toca el pecho.
-¿De verdad eres tú, Doc?
-El Doctor Spawlding. Sí, ese fue uno mis nombres. Pero eso quedó atrás. Puedes llamarme Peter, supongo.
Entonces Johnnie abraza a su amigo. Un abrazo fuerte, que dura varios segundos.
-Bastardo hijo de puta, ¿es qué no hay forma de matarte?
-Oh, ya lo creo que esa perra me mató. Pero esa una historia muy larga. Hay otros temas que tratar. Alcalde Connor, tío.
-¿Tío? –interrumpe Johnnie.
-Si esa, es otra historia que contar más tarde –responde Peter con una sonrisa-. Tío, mis hermanos, los Nephilim, vamos a unirnos a vuestra cruzada, si somos bienvenidos.
-Aun no entiendo nada. Pero cada brazo cuenta.
Peter asiente con la cabeza y de entre las sombras van surgiendo hombres y mujeres. Todos visten de negro y sus ojos son claros y fríos como la noche del desierto. Son hermosos, pero con una hermosura que asusta, como si algo muy oscuro ardiera en el interior de aquellos Nephilim, como Peter los había llamado. Al cabo de un rato, casi mil hombres y mujeres se han colocado detrás de Peter y de Jacob.
-Estos son mis hermanos.

viernes, 20 de agosto de 2010

La invasión de los girasoles mutantes

Episodio 16: Las ruedas de la historia.
-Tengo que reconocerlo, chico-dice el Alcalde Connor-, no pensaba que tu idea fuera a funcionar.
Delante de ellos, justo a la entrada de Crow Valley, están todas las fuerzas de que disponen, vehículos, hombres y mujeres armados dispuestos para la batalla. Lo bueno, es que no están solos. Durante una semana, Connor, siguiendo la idea de Johnnie, ha utilizado las viejas instalaciones del telégrafo para contar su plan a todas las ciudades que estaban cerca, pidiendo su colaboración y ayuda. Solo cuatro han respondido, pero aun así, dos semanas después, Johnnie y Connor tienen delante de sí un pequeño ejército que llevar a la batalla.
-La gente tiene más hambre de libertad de lo que esperábamos –dice Johnnie.
-¿Crees qué podremos hacerles frente?
-Si las informaciones que nos ha mandado V desde el Dorado son ciertas, la fuerza de la Corporación no es tan poderosa. Solo hacía falta unirse. Pero no será una batalla fácil.
-Ninguna lo es, da igual el número de almas que participen en ella.
-No hemos localizado al espía. Saben que vamos, saben cuando vamos a llegar y saben exactamente cuantos somos.
-En ese caso, Johnnie, no les hagamos esperar.
Decenas de viejos camiones y vehículos militares se ponen en marcha y un rugido estremece el mundo. El sonido de las ruedas que mueven la historia que por fin se vuelven a poner en marcha, viejas y oxidadas, casi olvidadas, pero escondidas en alguna parte, esperando una mano firme y sin miedos que por fin las volviera a poner en marcha de nuevo. Lo trágico es que la historia solo se escribe con dolor y sangre.
Connor mete medio cuerpo por la escotilla de la torreta del viejo M1.
-¿Seguro qué preferís ir en vuestro viejo autobús? Es más seguro aquí dentro.
-No, gracias alcalde. Betsy lleva demasiado tiempo combatiendo contra los girasoles, sería muy injusto dejarla fuera del a batalla final.
- Lo que tú digas, hijo. En marcha.
El alcalde desaparece dentro de las entrañas del enorme monstruo metálico y Johnnie se dirige hacia Betsy. Mientras camina hacia la puerta, va acariciando el costado del viejo vehículo. Cuando sube, Helen le está esperando, sentada junto al asiento del conductor. Besa a la chica y ponen en marcha el motor.
-Bueno, vieja amiga. Llegó la hora.

-¡Por última vez, Silvio! –Dice el Líder- No podemos dejarlo todo y huir solo porque tú has tenido una pesadilla.
-No es una pesadilla, Jeremmiah. Algo nos amenaza.
-Claro que nos amenaza algo, necio. Un ejército que se aproxima hacia nosotros y no sé si tenemos la fuerza para pararlo. ¿Te has puesto a pensar que pasaría si encuentran el laboratorio y encuentran lo que tú ya sabes? Todo nuestro sueño se vendría abajo.
- Eso es a lo que me refiero. Creo que si no hacemos algo, si insistimos en plantar cara a esta amenaza de forma directa, ya estamos condenados –la voz de su Santidad tiembla, pero no parece que el gesto del Líder cambie lo más mínimo su semblante. Las palabras de su aliado no le convencen. No es un hombre para nada supersticioso. De hecho, aunque jamás lo reconocería delante de Panterini, ni siquiera es un hombre creyente y mucho menos devoto.
-Mira, Silvio. Con todos mis respetos. No hemos construido nuestro sueño a base de fe y miedos. Lo hemos hecho con la ciencia. Y es con la ciencia con la que debemos defenderlo. Lo que no quita para que no tenga ninguna duda, ninguna, de que Dios está de nuestro lado. Con lo cual, ¿qué mal podría acecharnos si el señor está en nuestro bando?
Silvio quiere responder algo pero no se atreve. Más que no atreverse es que no puede reconocer lo que teme desde hace días. Su fe flaquea. No siente el calor de Dios a su lado, solo el de los ojos del hombre que le visitó en sus aposentos. Desde hace días no deja de preguntarse si Dios no les habrá abandonado.
En la habitación de al lado, la señorita V lo escucha todo a través de la puerta y el corazón le late más deprisa que nunca. ¿Qué es ese gran secreto que la Corporación guarda tan celosamente en el laboratorio, ese secreto que, en palabras del propio Líder, no puede caer bajo ningún concepto en manos de los rebeldes? Tiene que informar a Connor y los demás en cuanto salga de allí, pero antes el Papa quería hablar con ella. El muy estúpido aun no ha sospechado de las dobles intenciones de ella, lo cual sigue colocándola en una situación más que privilegiada. Pero también extremadamente delicada.
Por fin las voces se detienen. La puerta de la calle se cierra y los pasos pesados de Panterini se encaminan hacia la habitación donde ella se encuentra. Cuando el hombre cruza la puerta casi ni le mira. Está lívido y unas enormes ojeras rodean sus ojos. Pasa delante de ella. Se sirve una copa de vino y la bebe de un trago.
- Verónica, querida. Tienes que volver de inmediato junto a esa panada de mugrientos y tratar de convencerles de que nuestro ejército es mayor de lo que ellos piensan.
- No creo que ese les haga disuadirse. Ya no tienen vuelta atrás.
- Puede ser, pero les hará dudar, nos dará algo de tiempo.
- Como deseéis, Santidad.
El Papa le sonríe y se acerca a ella despacio. Extiende sus enormes manos y cubre la cara de ella.
- Mi querida hija, no sabes cuanto apreciamos lo que haces por nosotros.
- Para mí es un honor, Santidad.
- Claro que sí, hija mía, claro que sí. ¡Ah! Casi lo olvido. Tengo un asunto más que tratar contigo. Ven, quiero que veas una cosa.
Panterini se acerca a un viejo televisor conectado a un DVD. Aprieta el botón de play y en breves segundos aparece en la pantalla una imagen. La sangre se le hiela a V en las venas. Es una grabación de seguridad del campo de prisioneros, de alguna cámara que no vieron. Ahí está ella, en primer plano, con la capucha quitada y con Johnnie, Helen y los demás.
-Puedo explicarlo, señor –dice. El Papa sonríe de forma extraña y amenazante y ella va acercando la mano lentamente hasta su cuchillo Degollará a ese cerdo antes de que pueda avisar a nadie. Pero cuando la hoja sale de su funda, una mano de hierro le sujeta la muñeca y un segundo después está volando por los aires. El golpe contra el suelo es durísimo y acto seguido una bota le golpea en el estomago varias veces. Le falta el aire, la sangre acude al paladar. Una mano la coge del pelo y la levanta. Es el Coronel Henniger en persona, que la golpea una y otra vez sin decir ni una palabra. Intenta reaccionar pero el hombre es demasiado fuerte y rápido y no puede ver de donde le vienen los golpes. Finalmente cae al suelo y se queda boca arriba. Cada bocanada de aire es un suplicio. El Papa está de pie junto a ella, aun sonriendo.
- ¿De verdad te pensabas que era tan estúpido? Un hombre no llega a mi posición teniendo el juicio nublado, hija mía. ¿De verdad pensabas que íbamos a permitir que tus amigos llegaran aquí, llegaran al laboratorio y encontraran el arma que podría destruir todas las plantaciones de girasoles?
Así que era eso. Tienen un sistema de seguridad, un arma que limpie la tierra de girasoles cuando ellos hubieran acabado de limpiarla de los que consideran indignos. No puede pensar nada más, la bota de del Papa cae sobre su cara y todo deja de tener importancia.
-¿Está muerta, Antón?
El Coronel se agacha y comprueba el pulso de la joven ensangrentada.
-Eso parece, Santidad.
-Bien, pues saca esa escoria de aquí.

La consciencia vuelve y el dolor también. Oleadas de dolor que recorren cada centímetro del cuerpo de V. Intenta abrir un ojo, pero lo tiene hinchado y no puede. Abre el otro. Está fuera del dorado y dos guardias la llevan en una camilla. Está claro que la han dado por muerta y saben donde la están llevando, a una zanja más allá de la ciudad, donde tiran a los prisioneros que no son capaces de soportar la hospitalidad de la Corporación.
Cuando llegan al borde de la zanja, los guardias vuelcan la camilla. Da varias vueltas de campana que le producen un dolor tal que piensa que se está despedazando viva. Luego su cuerpo se para. Esta encima de una montaña de cadáveres putrefactos. El olor es absolutamente horrible. Tiene que salir de allí, no solo para salvar su vida, tiene que contarles a los demás lo que sabe, que se encaminan hacia un atrampa y que la han utilizado a ella para tenderla. Tiene que poner a trabajar sus huesos y sus músculos. Se empieza a arrastrar, descendiendo penosamente la montaña de cuerpos en descomposición. Por fin llega al suelo y el peso del cuerpo sobre los pies casi hace que se mareé. El primer paso. Tiene que dar el primer paso, si consigue dar ese todos los demás vendrán detrás. Levanta el pie levemente. Y ahí está. Un paso, luego otro y V empieza a andar con el sol de la tarde mirándola con desgana.

martes, 17 de agosto de 2010

La invasión de los girasoles mutantes.

Episodio 15: Pesada carga es la verdadera fe.
En el despacho de Francis Connors, el silencio parece un invitado más al que ninguno se alegra mucho de ver. El típico que no deja de hacer chistes estúpidos y de beberse toda la cerveza, el que cuando ya lleva cuatro de esas cervezas de más, se empeña en tirarle los trastos a la novia del dueño de la casa. Francis piensa si debe contarles a los presentes, Walker, Helen, Bridge, Martin, Ralphy y V, quién era en realidad el amigo que han perdido. Cuando Walker le ha dado la noticia no ha sabido muy bien como sentirse, volver ha encontrar a su sobrino le había parecido un breve sueño. Ahora vuelve a estar muerto. Tal como llevaba los últimos años. Él no quiso que nadie conociera su secreto, quiso dejar atrás al hombre que una vez fue. Así que piensa, definitivamente, que quizás deba respetar sus deseos, a modo de última voluntad.
- Es un tiempo de grandes pérdidas –dice, al fin-. Lo peor es que, los que seguimos respirando, no podemos detenernos ni un segundo a llorar a los muertos. Hemos de empezar la evacuación de inmediato.
- Con todos mis respetos, alcalde –dice Johnnie-. Creo que tenemos que discutir eso.
- ¿Por qué?
-No hay tiempo para la huída ya. Saben donde estamos. Saben a donde vamos. Solo nos queda una opción. Golpear primero.
- ¿Insinúas que nos enfrentemos a la Corporación? –pregunta el Alcalde Connors. Tiene muchas vidas a su cargo, pero aun así no puede evitar pensar que el viejo militar de las fuerzas especiales que lleva dentro lleva mucho tiempo clamando por un poco de acción y de venganza. A la vieja escuela.
-Eso es –prosigue Walker-. Tienen un espía. Si Helen lo dice, es que es cierto.
-¿Es eso cierto, hija? ¿Cómo podemos estar seguros?
-Esa mujer no se estaba tirando un farol, alcalde –responde Helen-. Le pierde su orgullo y su prepotencia. Me lo contó porque pensaba que yo jamás saldría de esa celda, para que sufriera sabiendo que todos vuestros movimientos eran conocidos por ellos. O encontramos al espía, o nos lanzamos con todo lo que tenemos. No hay más. Johnnie tiene razón. Si saben donde vamos a estar, vallamos a por ellos. Mi rescate es la prueba de que la única oportunidad que tenemos es golpear primero. En su territorio.
¿Golpear? piensa Connors para sí.
-Eso es fácil decirlo, pero ¿con qué golpeamos?
-Con todo lo que tengamos. Tracemos un plan. Pero antes –dice Walker mirando a los presentes. Chicos no es por nada. Pero aquí solo nos podemos fiar de Helen, del alcalde y de mí, porque es la primera vez que vengo a esta ciudad. Cuanta menos gente conozca el plan, más seguros estaremos.
-¿Me estás acusando de ser el espía? –pregunta Martin.
-No estoy acusando a nadie, amigo. Solo digo que no sabemos quién puede ser. Es sensato minimizar los riesgos.
-Tiene razón, chicos –interviene V-. Es lo más sensato.
-Estoy de acuerdo –dice Connors-. Chicos, dejadnos. Pero V se puede quedar. Si la Corporación tuviese la mitad de información que tiene ella en la cabeza, estaríamos perdidos hace mucho.
Con un resoplido de Martin, él, Ralphy y Bridge salen de la habitación. Cuando se han marchado, él alcalde mira a los que quedan y se pregunta si no se están volviendo locos.
-¿Tienes un plan, Johnnie?
-¿De qué disponemos?
-Municiones y armas de sobra. Tenemos cuatro viejos Hummer de los marines, con ametralladoras del 12.70. Y tenemos un M1. Con muy pocos proyectiles.
-Un M1 ¿Es una broma? ¿Hay alguien que sepa llevarlo?
-Lo tienes delante, hijo.
Un M1. Ese monstruo nivela las fuerzas en muchas contiendas. Aunque sabe que la Corporación también tiene carros de combate, el hecho de al menos contar con uno, le hace sentirse extrañamente contento.
-¿Cuántos hombres?
-¿Qué puedan luchar? –Pregunta Helen-. Quizás doscientos. Puede que algo más.
-No es suficiente –responde Johnnie.
-Lo sabemos, hijo. Es lo que trato de decirte.
En ese momento, Walker levanta la cabeza con una más que extraña sonrisa en el rostro.
-Tengo una idea.

Silvio Panterini está en sus aposentos. Tumbado en su cama, disfruta de una excepcional copa de vino, mientras tres jovencitas dormitan en paños menores a todo lo ancho del enorme lecho. El vino juguetea en su paladar. Es un vino blanco. El más puro de los cristales deshaciéndose en su boca. Otro trago. El mundo va a ser un lugar mejor, donde los hombres de valía, los hombres de su valía, reciban todo aquello que merecen por sus constantes esfuerzos y sacrificios a la hora de crear un mundo mejor. Allá donde el Señor falló con el diluvio universal, ellos triunfarán y el Creador no podrá menos que estar orgulloso. Otro sorbo. Este le ha sabido raro. Como más espeso. Mira la copa y puede ver que está llena de sangre. La tira lejos de sí, asustado. Trata de despertar a una de las chicas, pero el tacto de su piel ya no es suave, tersa. Es rugosa, algo pegajosa y un poco húmeda. Con miedo baja la vista y contempla aterrorizado como se han convertido en tres cadáveres putrefactos que llenan las finas sábana de seda blanca de un liquido verdoso que se mezcla con la sangre. Aparta uno de los cadáveres y salta de la cama vomitando en la alfombra. Se incorpora jadeante, sin entender ni una maldita cosa de lo que está pasando. Trata de salir de la habitación cuando oye una voz a su espalda. Es una voz de hombre tan hermosa que da escalofríos. Silvio se gira lentamente. Es un hombre alto. Con una oscura y espesa melena negra. Va vestido con un traje negro.
-¿Tiene prisa, padre? ¿Va algún lado? ¿Acaso no le gusta la fiesta que le he preparado, con el mejor licor y las mejores chicas?
En ese momento los tres cadáveres putrefactos se incorporan en la cama y entre risas le hacen gestos para que se una a ellas.
-¿Quién eres tú, ser impío?
-Eso no tiene importancia. Lo único importante es lo que hago aquí.
-No puedes hacerme temer nada –dice el sacerdote santiguándose-. El poder de Cristo está de mi lado, y el de su Padre, Dios Todopoderoso.
-Mucho me temo que esos poderes a los que te aferras para justificar tus crímenes hace mucho que abandonaron esta tierra a su suerte.
-¡Blasfemo! ¿Cómo te atreves? No podrás socavar tú mi fe.
- ¿Tu fe? Utilizas tu fe para satisfacer tus más bajas pasiones. ¡Tú no sabes lo que es sufrir por tu fe! –Grita el extraño hombre y sus ojos brillan con una luz cegadora- He venido a avisarte. Con las fuerzas queme quedan ayudaré a aquellos que luchan por la libertad. Aun podéis detener esta locura.
Silvio se despierta en su cama. La copa está en su mesilla, con un poco de vino blanco. Las tres jóvenes están dormidas en la cama y sus cuerpos son hermosos y su piel tersa. Pero su Santidad aun puede sentir el calor que de la luz que desprendían los ojos de aquel hombre. Una honda tristeza se apodera de su corazón y un llanto agónico se lanza desde lo más profundo de su ser. Las lágrimas caen por sus mejillas y sus sollozos despiertan a las muchachas, que se incorporan asustadas y tratan de consolarlas. A pesar del puño de acero helado que atenaza su corazón, es un hombre fuerte, un hombre duro y se da cuenta de que no puede tener ese desliz de debilidad delante de sus acolitas. Monta en cólera y empieza a azotarlas con furia en las nalgas y en las piernas, empujándolas fuera de la cama con empujones y patadas.
-Largo de aquí, guarras. Dejadme solo. No os atreváis a tocar a un hombre de mi posición.
Las chicas salen de la habitación y su Santidad empieza a vestirse. Tiene que hablar urgentemente con el Líder.

Johnnie está en la barra de la única taberna que hay en Crow Valley. Es un bar con decoración de madera que lleva un ruso, un tal Sergei. De hecho así se llama el bar, Sergei´s. Es un tipo grande, con el pelo largo y oscuro y una barba espesa. Johnnie está borracho y mira como el humo del cigarro se le escapa juguetón hacia arriba. Levanta el Manhattan y da un sorbo. Una mano le toca en el hombro y Bridge se sienta a su lado.
-¿Una mala noche? –dice Bridge mirando la copa que Johnnie tiene en la mano y el whisky que hay en la barra.
-¿Eso?, es la copa de Doc.
Bridge solo asiente.
-¿Bueno, no os importará que me una?
-Claro que no. Y te digo una cosa, entre tú y yo, no creo que seas el espía –dice llevándose el dedo a los labios en señal de silencio. Luego se ríe.
-Es un alivio. Un whisky, por favor –el camarero le sirve-. Bueno, un brindis. Por el Doctor Spawlding.
-Eso, por el cabrón más retorcido y oscuro que me he llevado a la cara jamás. Pero el único hijo de puta bastardo que quisiera a mi lado si tuviera que echar a patadas las puertas del infierno.
-Amén.
Se hace un silencio y ambos beben. Como solo los buenos bebedores saben beber. Justo cuando no hay nada absolutamente que decir. Para eso sirve el alcohol, para llenar los huecos vacíos de las palabras
-Bridge. No creo que sobrevivamos para ver un nuevo mundo.
-Yo no creo que el mundo sobreviva para ver una nueva raza de hombres más sensata.
-Entonces, ¿esto es una carrera sin final? ¿Sin ganador?
-Eso me temo.
-Pues brindo por eso también, demonios.
-Yo brindaré esta vez porque, joder, ¿por qué no? Quizás esta vez el destino esté de nuestra parte.
Johnnie resopla.
-¿Te digo un secreto? El destino no existe. La puta causa efecto es la que rige nuestras vidas, amigo. Y eso es lo más aterrador que hay.
-Pues procuremos ser esta vez causa, en lugar de efecto –sentencia Bridge dando un trago.

jueves, 12 de agosto de 2010

La invasión de los girasoles mutantes

Episodio 14: Lo inquietante del nuevo amanecer.
Es increíble, casi absurdo, ridículo, como cambia la vida en cuestión de segundos, piensa Johnnie. Apenas si reconoce su realidad. Hace menos de una hora que ha enterrado al Doctor Spawlding y ahora va sentado en el suelo de Betsy, mientras Bridge conduce con suavidad a través del amanecer, con la espalda apoyada en la pared y Helen acurrucada en su regazo. La muchacha duerme. Quién sabe cuanto tiempo hace que la chica no duerme así de placenteramente. Cuánto tiempo desde que pudo dejarse vencer por el cansancio de los últimos días sin miedo. Pero él no puede dormir. Demasiadas cosas que asimilar. Una nueva vida que aceptar, sin más remedio. Las cosas son así, chico quieras o no. Acaricia el pelo de la joven, con suavidad, con mucho cuidado, y piensa en el tiempo que hacía que no tocaba algo con tanta delicadeza. ¿Es el fin de todo? De la búsqueda, de los días en los caminos con Spawlding, del miedo a no encontrarla nunca y hacerse viejo persiguiendo una quimera. Supone que sí, que es el final. Y el comienzo de muchas otras cosas que no sabe como va a poder encajar. La imagen de la tumba de su amigo, con Tadeusz, su espada, como única señal, no se le quita de la cabeza. Coge la botella de bourbon que tiene al lado y le pega un buen trago. Luego otro. Este va por ti, amigo. Al final los dos encontraron lo que buscaban. Y casi le entran ganas de ir a buscar al maldito destino y hacerle cruzar la frontera de tres estados a patadas. Al final, el viejo destino no había hecho gala de demasiada imaginación. Su meta y la de Spawlding estaban juntas, en el mismo lugar, en el mismo momento, enfrentadas la una a la otra. No puede evitar pensar que al final todo ha sido como tenía que ser. Él ha recuperado a Helen y Doc ha muerto a manos de Celine. Ella tenía que rematar el trabajo y acabar con el muerto en vida en el que su amigo se convirtió cuando ella le destrozó.
Pero sabe que aun no podrán detenerse. La Corporación sabe donde están y estará furiosa después del golpe al campo de prisioneros. Querrán una respuesta contundente, querrán borrarles del mapa y si, como ha dicho Helen, es cierto que tienen un espía infiltrado, saben, no solo donde encontrarlos, si no cuales son sus posibles escondites. Entonces una idea comienza tomar forma. Quizás el momento de esconderse haya pasado. Puede que sea el momento de dar la cara.

En la mesa los tres hombres más poderosos de la tierra frente a ella, sentados mirándola fijamente. Detrás, de pie, expectante y con una sonrisa de malicia, el cuarto. Celine no puede evitar pensar que le encantaría que le dejaran un rato a solas con el coronel Henninger. Le iba a borrar esa estúpida sonrisa de la cara. Pero tienen cosas más importantes de las que preocuparse. El Líder no la mira, mira un montón de papeles que tiene delante encima de la mesa. Su santidad, el Papa Panterini sí le está mirando. Pero a la chica no le gusta nada la mirada que aquel hombre le está echando mientras se mesa la larga barba rojiza. El general Xavier también le mira. Y esa mirada es casi peor, con esa sonrisa congelada siempre en el rostro. Celine piensa que es como la mirada de una cobra dispuesta a atacar.
- Entonces –dice el Líder, sin levantar la vista de los papeles-, ¿todos sus hombres fueron eliminados por un grupo de seis atacantes? ¿Treinta y cuatro hombres?
- Sí, mi Líder, pero…
- Más un campo entero de girasoles.  
- Sí, mi Líder –Celine agacha la cabeza, sabe que las excusas no valen con ese hombre.
- ¿Tiene alguna explicación?
- Sí, mi Líder, aunque no se si es valida. Nada justifica mi fracaso.
- Nadie –interviene el general Xavier- le acusa de nada, querida.
- Por ahora –añade su Santidad. El general le echa una mirada que paralizaría a un ñu.
- Solo queremos entender lo que pasó.
- Estaban bien armados. Preparados. Bien dirigidos. Atacaron por sorpresa. Pero sobre todo, tenían dos guerreros increíbles con ellos.
- Sí, esos dos guerreros –dice el Líder levantando la vista. Celine no puede evitar tragar saliva al ver aquellas dos pequeñas ascuas clavadas sobre ella-. Hábleme de ellos.
- Uno es el que entró en el complejo principal y liberó a los prisioneros. Fue de pasillo en pasillo eliminado a mis hombres. Mis hombres son los mejores, peor no pudieron hacer nada contra ese tipo. El otro acabo con casi toda la guarnición, a espada y con armas de fuego. Fue algo inhumano.
- ¿Y usted acabo con él?
- Sí, mi Líder. Le clave un puñal en el costado.  
- Bien hecho, hija mía. Pero, y es pero que me sea sincera, cuando habla de ese hombre le brillan los ojos de manera especial. ¿Acaso le conocía?
Celine traga saliva. Sabe lo difícil que es ocultarle información al Líder. Pero también sabe que si reconoce que fue amante de Peter, que lucharon juntos durante años y que una vez incluso le amó, el Líder nunca confiará en ella. Y en la Corporación, perder la confianza del  Líder, es casi tan seguro como sujetar una granada sin anilla con los dientes. Solo tiene una carta y debe jugársela. Si el destino no quiere  que gane esa partida, mala suerte hasta aquí hemos llegado, piensa.
- Sí, mi Líder. Se llamaba Peter Connors. Fuimos compañeros hace años en una banda de salteadores. Pensaba que estaba muerto. Era un guerrero formidable.
- Y no tuvieron, digamos, algún tipo de relación sentimental.
Ahí están, las cartas sobre la mesa, ahora le toca apostar a ella y no tiene ni un maldito as. Le toca jugar de farol.
- No, mi Líder. Era un tipo solitario y más bien extraño. Yo en esa época estaba unida al líder de la banda –bueno, piensa Celine, no es del todo mentira. Al fin y al cabo fue por el líder un, hombre mucho más ambicioso, por quien Celine decidió abandonar a Peter. Y quien dice abandonar dice clavarle un cuchillo en el pecho. Por primera vez.
Los tres hombres guardan silencio. El Líder clava su mirada en ella mientras asiente con la cabeza. El general sigue sonriendo y el Papa sigue mirándola de arriba abajo.
- ¿Sigue su espía infiltrado en los rebeldes?
- Sí, mi Líder. Sabemos donde está la ciudad y donde está el refugio de emergencia que tienen en las montañas. Seguramente se atrincherarán allí.  
- Bien, eso está muy bien. Es pronto para decidir que haremos. Han demostrado tener más fuerza de la que pensábamos. No podemos volver a subestimarles, así que debemos pensar con calma nuestro siguiente movimiento. En cuanto a usted, capitana Delpy.
- ¿Sí, mi Líder?
- No cabe duda que ha cometido un error terrible. Pero al mismo tiempo no cabe duda de que ha tenido otros muchos éxitos que responden por usted. Hasta en el fracaso se revolvió como una gata y de un zarpazo eliminó a un poderoso enemigo. El general Xavier responde por usted.
- Además, seria una lastima estropear algo tan hermoso –interviene el Papa.
-Así que –continúa el Líder, como si no hubiera escuchado al líder eclesiástico-. Sigue usted contando con nuestra confianza. Puede retirarse, pero, hija, no seremos tan tolerantes con futuros fracasos.
- Sí, mi Líder, gracias, mi Líder.
Escalera real, piensa Celine mientras sale de la habitación.
- ¿Confías en su lealtad, Xavier? –pregunta el Líder.
- En su lealtad hacia con nosotros no más de lo que podría confiar en la de cualquiera. Pero si creo en sus ansias de poder y sabe que solo podrá colmarlas con nosotros. Y tengo fe ciega en sus aptitudes.
- Ya veremos, viejo amigo, ya veremos.

La habitación de Halen está llena de viejos póster de grupos olvidados y de dibujos hechos por ella misma. En un rincón, algo llena de polvo hay un avieja guitarra. Johnnie recuerda la que él le regaló  hace ya tantos años. ¿Dónde estará esa guitarra? Seguramente en el mismo lado que los jóvenes que eran en aquellos días. Es en ese momento, tumbado en la cama de Helen, cuando Johnnie es consciente de que le duele todo el cuerpo y de que está realmente agotado. William le salta encima y trata de jugar con él, pero Johnnie le baja de la cama con delicadeza.
- Más tarde, amiguito, ahora el tío Johnnie tiene que descansar.
Helen entra por la puerta. Se le queda mirando y le sonríe.
-¿Qué pasa, de que te ríes?
- Nada –dice ella-. Es solo que había soñado muchas veces con eso, con verte tumbado en mi cama.
Helen se va acercando a él, despacio, mientras se suelta el pelo. Johnnie se incorpora y, sentado en la cama, le besa el vientre. Helen se agacha y le besa.
- Se que estás cansado. Has perdido a tu amigo. Podemos dormir si quieres y mañana será otro día.
La imagen de la tumba del Doctor le viene a la mente.
- Ya dormiré cuando esté muerto –dice Johnnie, arrastrando a Helen a la cama con él.

lunes, 9 de agosto de 2010

La invasión de los girasoles mutantes.

Episodio 13: Una hoja en la noche.
Grita como un loco mientras lanza a Betsy contra la verja metálica llevándosela por delante junto con el resto de los girasoles que aun quedaban en pie. Luego, tanto él como Martin, salen del autobús y van rematando las pocas bestias mutantes que quedan.
- Venga, vamos –dice Bridge-. Hacia la puerta principal. Johnnie ya estará dentro.
Cruzan corriendo la distancia que les separa del la puerta principal, que está abierta, flanqueada por los cuerpos de cuatro guardias. Dentro solo hay caos, gritos, gente corriendo, disparos y el ruido de la alarma que les martillea en la cabeza.
- Son los prisioneros –dice Martin-. Johnnie ha debido abrir todas las puertas. Ten cuidado. No le vayamos a volar la cabeza a un pobre desgraciado de estos.
-Descuida, no soy tan torpe. Mira, allí están Johnnie, Ralphy y la señorita V.
- ¿Habéis visto a Helen?
- No, Johnnie, acabamos de entrar.
- Ya no quedan guardias. V y el Doctor los han despachado. Vamos a separarnos, la puerta será el punto de encuentro. Hay que encontrar a Helen y salir de aquí echando ostias. Podría haber refuerzos de camino.
Se separan y Johnnie sigue registrando las celdas, abriéndose paso entre la gente. Algunos de los presos corren desesperadamente, como si temieran que la recién recuperada libertad les fuera a durar poco. Otros, en cambio, pululan por los pasillos sin rumbo fijo, con la mirada perdida. Walker supone que esos son los que más tiempo llevan de cautiverio. Le cuesta avanzar entre el gentío, lo que no ayuda demasiado a aplacar sus nervios, que amenazan con estallarle bajo la piel. Pero de pronto ve una aparición. Una imagen fugaz que aparece y desparece entre la riada de personas que trata de escapar de las celdas. Apenas la ve un segundo, la coleta, los mechones que se escapan, antes de que vuelva a desparecer entre otros dos presos. Corre en la misma dirección, corre como si todos los secretos de la creación se encontraran a lo largo de los cincuenta metros escasos de aquel pasillo. La vuelve a ver. Está de espaldas pero no le hace falta más.
- ¡Helen! –grita, y se siente muy extraño. Hace tanto tiempo que no pronunciaba esa palabra en alto que le parece mentira, un juego, un sueño- ¡Helen! –vuelve a repetir, para ver si así consigue que todo sea más real. Esta vez ella le oye y se da la vuelta.
Puede ver como Helen se queda paralizada. Lo que más le sorprende es que en los ojos de la chica se puede leer el miedo. Como si no pudiera acabar de creerse que él estuviera allí, llamándola en medio de toda aquella locura. Como si pensara que el cautiverio le había hecho perder la razón. Ninguno de los dos corre. Se dirigen el uno hacia el otro, con los ojos muy abiertos, casi sin pestañear, como temiendo que el otro desparezca en cualquier momento. Finalmente llegan el uno frente al otro y se quedan muy quietos, y todo lo demás desaparece. Hasta parecen no notar los empujones que los presos les dan en su frenética huida.
-Soy yo, Helen.
Helen le mira muy fijamente y por un segundo teme que ella se haya olvidado de él. Entonces ella levanta la mano y le acaricia el rostro.
- Te has cortado el pelo –dice ella, y sus palabras suenan un tanto extrañas.
- Me lo volveré a dejar largo, si quieres.
Ella se lanza sobre él. El momento se rompe y se besan como si nadie se hubiera besado antes que ellos en el mundo, como si cualquier banda sonora hubiera sido escrita solo para ese momento. Se besan como si ese beso pudiera salvar un mundo podrido hasta las entrañas, como la hoja que brota de un tronco calcinado.
- ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Cómo me has encontrado?
- ¿No querrás que te cuente en veinte segundos los últimos años, no? Salgamos de aquí nena –dice Walker, poniendo en la mano de Helen una de sus Desert Eagles, y volviéndola a besar.

- Estabas muerto, yo te vi. Comprobé tu pulso.
- Hiciste mucho más que eso, ¿no?
- No trates de culparme a mí.
- Tienes razón, Celine, como siempre. Fui yo el que se cayó accidentalmente sobre la hoja de tu cuchillo. maldita torpeza la mía.
- Vete al infierno.
- ¿Otra vez, cariño? ¿Qué tal si esta vez vas tú primero y me vas haciendo un sitio?
El dedo del gatillo le hormiguea y justo en ese momento el Doctor se da cuenta de que no quiere entrar a preguntarse si tendrá fuerzas para matarla. Por ahora se dice a sí mismo que la necesitan viva. Necesitan toda la información que puedan sacarle.
- ¿Es eso, Pete? ¿Vas a matarme? ¿De verdad tendrás agallas para matar a la mujer que amas?
- Peter Connors no existe. Tú le mataste, ¿recuerdas? Él puede que no te matara, a mí, al Doctor Spawlding, es mejor que no le cabrees.
- ¿Qué haces apoyando a esta gentuza, Doctor Spawlding? –la voz de ella se llena de desprecio cuando pronuncia el nuevo nombre del hombre que una vez fue su amante.
- Por razones que tú ni siquiera sabes que existen. Por lealtad, por amistad. Pero sobre todo, por no vender mi alma a la escoria que ha destruido este mundo.
- Eres patético. Nunca tuviste ambición, por eso quise dejarte. Te conformabas con las migajas que quedaban del mundo.
- No me hacia falta más si tú estabas a mi lado. Así de idiota era. No necesitaba ningún imperio, ni colaborar con una banda de asesinos para conseguir poder.
- Eres tan limitado. Me das pena. Esa banda de asesinos construirá un nuevo orden mundial y yo estaré en esa pirámide de poder. Mientras, la historia barrerá el polvo de tus huesos y el recuerdo de que alguna vez exististeis tú y esa panda de necios que te siguen. ¿De verdad pensabas que iba a conformarme con arrastrarme por el suelo en busca de desperdicios? ¿Solo para estar contigo?
Una inmensa tristeza ensombrece el corazón de Spawlding. Ningún filo, ninguna explosión, ninguna bala podría hacer mas daño que las palabras de Celine.
- Pues mira, sí. De verdad lo pensaba. Pensaba que me amabas y no necesitabas nada más. Igual que yo. Pagué muy caro mi error. La herida que me dejaste en el pecho cicatrizó. Otras que me dejaste no lo harán nunca. Mi mundo eras tú. He vagado en las tinieblas desde entonces. Ahora, camina. Y no hagas ninguna tontería.

El almacén se va quedando vacío y Helen abraza a todos sus amigos. No puede ni reaccionar cuando ve a sus viejos camaradas, en especial a Bridge y a Martin, en aquel lugar, en compañía de Johnnie, trabajando codo con codo para rescatarla.
- Ah, no dice-. Esto si que me lo explicas. ¿Cómo os habéis conocido?
- Bueno, digamos que este par de paletos estaban a punto convertirse en comida para girazombis y mi camarada, el Doctor, al que ya conocerás, y yo les salvamos. Eso nos llevo a la ciudad, a ti y todo lo demás.
- No entiendo nada.
- Ya, mira, bueno, en serio. Luego te lo explico.
- Venga, salgamos de este maldito lugar de una vez. Esta siendo una noche muy larga –dice Martin.
- Esperad –interviene Helen-. Tengo que ir un momento a los barracones.
- ¿Por qué? –pregunta Walker.
- Tengo que ir a por William.
- ¿William? ¿Quién es William?
- Mi gato –dice Helen sin mirarle y encaminándose hacia la puerta.

Celine de pronto se para y se da la vuelta. El cañón del arma de Spawlding le toca en el vientre. Le sonríe. Y Spawlding piensa que hay pocas cosas más bellas y peligrosas que esa sonrisa. Casi siente que podría abrasarle y congelarle al mismo tiempo.
- ¿Qué haces, Celine?
- No puedo dejar que me lleves con los rebeldes. Tienes que entenderlo, Peter.
Todos los sistemas de alarma del Doctor empiezan a zumbar y hasta puede oír una voz que grita a pleno pulmón, peligro, peligro.
- No me obligues…
- ¿A matarme? Los dos sabemos que no lo harías, Peter.
Peligro, peligro. Colisión inminente.
- ¿De verdad destruirías algo tan hermoso? Te conozco de sobra, cariño. Puede que a tus amigos les hayas engañado con ese numerito del guerrero frío y sin corazón. Pero yo recuerdo bien como eras.
¿Cómo era yo? Se pregunta el Doctor Spawlding. Aunque en ese momento se da cuenta de que es más bien Peter Connors quién se lo pregunta. Igual que se pregunta que queda del hombre que una vez fue. Celine le sigue sonriendo y ha empezado a bajar el cañón del arma y a acercarse hacia él. Puede sentir la fuerza del magnetismo que aquella mujer, después de tantos años, sigue surtiendo en él.
- Recuerdo al hombre salvaje y apasionado. Al hombre que no podría evitar agarrar mi cintura con fuerza y besarme si me tuviera… así de cerca.
Caline ya esta prácticamente pegada a él y las señales han comprendido que nadie las va a escuchar ese día.
La fiebre. El dolor. El deseo sobrehumano. El calor que se le agolpa en las sienes. Cuando empiezan a besarse, Peter, el Doctor, se siente como un hombre que ha estado años sin beber un trago de agua, vagando por el más árido de los desiertos. Cuando ella le toca, su cuerpo reconoce al instante el de ella y cuando todo empieza a dar vueltas, sabe exactamente donde agarrarse. Quizás todo fue una pesadilla. Quizás despierte y nada de todo aquello haya pasado y esté en una cama, con Celine desnuda a su lado.
Pero la realidad tiene sus anclas. La voz de Johnnie llamándole le trae de vuelta. Abre los ojos y puede ver a su amigo, con una expresión de absoluta incredulidad en el rostro corriendo hacia él junto a una joven que debe ser Helen. Pero el dolor en el costado hace que todo se vuelva borroso. Celine se va alejado de él, con esa sonrisa de hielo en los labios. Le fallan las piernas. Le cuesta respirar, cada bocanada de aire es una oleada de dolor en el costado. Mira con incredulidad el machete que Celine le ha clavado y lo único que puede hacer es sonreír con una expresión triste y estúpida en el rostro. La boca le sabe sangre. Ella se va alejando de él, mientras lucha para que no se le doblen las piernas.
- Lo siento, mi amor –le dice ella-. Pero, al fin y al cabo, todo se trata de morir o de matar.
Ella desaparece en la noche y él cae al suelo. Nota como la sangre se le escapa a borbotones del cuerpo. Oye a Johnnie gritar su nombre, pero le parece que está lejísimos. Cuando su amigo llega hasta él y se arrodilla a su lado, el Doctor Spawlding solo puede sonreír débilmente y decir, parece que nunca aprendo, ¿eh, amigo?
Luego todo se vuelve negro.

viernes, 6 de agosto de 2010

La invasión de los girasoles mutantes.

Episodio 12: Cuanto tiempo sin verte, cariño.
Seis pares de ojos contemplan la noche desde lo alto de una loma. A sus pies un inmenso valle y en medio de este valle los esqueletos de antiguos almacenes, resquicios de una civilización perdida. Pero en medio de toda aquella desolación queda un brillo de vida. Uno de los almacenes, uno grande flanqueado de pequeños edificios, rodeados de una valla metálica. Luces, voces en la noche, movimiento. Es el campo de prisioneros que la Corporación ha improvisado en aquel viejo edifico. Walker contempla el panorama con los prismáticos de visón nocturna.
- Este es el plan. Tres equipos. Doc y la señorita V entraréis por detrás y os encargareis del generador que da corriente a la valla electrificada.
- Eso hará saltar la alarma –dice Spawlding.
- Justo. Hay entra el equipo dos. Bridge y Martin se lanzarán hacia la puerta con Betsy. Con las armas, Betsy y el lanzallamas, tendréis que encargaros de los girasoles que flanquean la entrada. Estarán dormidos, de noche son mucho menos peligrosos.
-Cuenta con ello –dice Martin.
- Bridge, conduces tú –dice Walker tirándole las llaves, que Bridge no consigue atrapar y se le caen la suelo.
- Dios santo. Aun así conduces mejor que Martin.
- Que te den.
- Bueno. Con todo el jaleo que vais a montar, espero que el flanco izquierdo, por el que entraremos el sargento Ralphy y yo, quede más despejado y podamos abrirnos paso hasta las celdas. ¿Alguna pregunta?
- Yo tengo una –dice Spawlding cargando un subfusil con mira telescópica- ¿Dónde está la parte difícil?
Walker solo sonríe.

Dos sombras en la noche. Spawlding comprueba satisfecho como V, que se ha cubierto el rostro con un antifaz para no ser reconocida, no se queda atrás y se mueve con destreza.
-Entraremos por aquí –dice el Doctor sacando una pala y excavando un agujero bajo la verja lo suficientemente grande como para que los dos puedan arrastrarse por debajo. Tiran el equipo por encima y en un segundo están dentro.
- El generador esta al final de este callejón –dice V adentrándose en las sombras.

- No puedo acercarme más, prepara el lanzallamas.
Bridge ha llevado a Betsy colina abajo, en punto muerto para no hacer el menor ruido. Ambos van pertrechados con trajes de los SWAT, como el resto el equipo. Walker y Spawlding hace tiempo que se dieron cuenta de los útiles que eran estos uniformes para parar la pipas con las que los girasoles convierten a la gente en girazombis. Delante tienen unos cuantos, que se estremecen en la noche, como una marabunta de insectos.
- Nunca nos hemos enfrentado a tantos, Ben.
- Bueno, hoy estoy muy caliente y tengo un regalito para ellos –contesta Martin colocándose el cañón del lanzallamas entre las piernas.
- Sí, hoy vamos a joderles.

Walker, se arrastra por el agujero bajo la verja. Ralphy ya está dentro. Corren y se esconden entre dos viejos contenedores de basura. Delante suya tienen una ancha calle y la puerta principal del almacén que sirve de prisión. Está custodiado por varios guardias.
- Por ahí no podremos entrar –dice Johnnie.
- ¿Qué te parece esto? Sígueme -dice Ralphy cruzando la calle agazapado.
Se pegan contra el costado del almacén. El sargento empuja otro contenedor y lo pega contra la pared, encaramándose en el. Walker le imita y pude ver que tienen una ventana abierta al alcance.
-Bien pensado.

Está sentada en medio de uno de los despachos. Tiene el viejo móvil que utiliza para conectar con su espía encima de la mesa. Todo está en sombras, puesto que piensa mejor en la oscuridad. Esto le heredé de él, piensa Celine, era un tipo muy sombrío. De repente se da cuenta de que desde la conversación con Helen ha pensado varias veces en el hombre que dejó tendido en Texas, en el polvo del desierto, con un cuchillo en el pecho y el corazón partido. El corazón partido literalmente, piensa con una sonrisa. Pero lo qué no es capaz de dilucidar es por qué demonios está pensando en él, justo esa noche, tantos años después de que él se convirtiera en alimento para los gusanos. De lo que no le queda ninguna maldita duda es de que esa noche se avecina tormenta.
Como si los pocos dioses que todavía perdieran el tiempo escuchando a los humanos estuvieran atentos a la tele esa noche, el móvil se enciende en la oscuridad. Una perdida. La luz del teléfono en la oscuridad de la habitación es como el primer rayo de la tormenta.
-Ahora empezarán los truenos –va a coger el Walkie para avisar a sus hombres pero el primer trueno llega, una fuerte explosión.

Cuatro guardias yacen en el suelo y Spawlding limpia la hoja de Tadeusz.
- Eres un poco fantasma, ¿no? Llevas silenciador, ¿por qué no les disparas y ya está?
- Esto es más noble.
- Pues a mi todo este numerito del Zorro me da escalofríos.
- ¿Pero qué os pasa a todos con el Zorro? ¿Acaso soy un maldito puertorriqueño con antifaz y mayas negras?
- Chico, el Zorro vivía en la Alta California y era hijo de un hacendado español.
- Lo que tú digas, pero prefiero que me comparéis con o Obi Wan Kenobi, o con Anaquin en su defecto.
- ¿Pero quién coño es toda esa gente?
- Está claro que nadie entiende de cine clásico. En fin, pásame el C4. Es hora de abrir una puerta al infierno.

La explosión. Los girasoles aúllan inquietos. Es la señal. Bridge enciende el motor y las luces largas, directamente apuntadas a los girasoles que chillan de rabia y de furia.
- Vaya, eso les ha cabreado. Vamos Ben, es hora de fumigar.
Acelera y el autobús se va hacia atrás.
- Mete la directa, mamón. Es demasiado pronto para la marcha atrás, aun no esta caliente la cosa –le grita Martín.
Bridge vuelve a acelerar, las ruedas chirrían y levantan una cortina de humo un segundo antes de que Betsy se lance contra la manada de girasoles. Choca con la primera fila y saltan pedazos de criaturas por los aires, pero la marcha del autobús se refrena y los girasoles se lanzan encima de el, aunque no pueden atravesar las planchas de acero que lo protegen. En ese momento Bridge saca el cañón del lanzallamas por una de las ventanillas y una cortina de fuego reduce a cenizas a un buen puñado de girasoles. Esto cabrea a los que están alrededor, que se lanzan con una furia animal y ciega contra Betsy, que empieza a bambolearse peligrosamente.
- Muévete o nos van a volcar –grita Bridge soltando otra nueva llamarada.
-Eso intento, pero son demasiados.
Le cuesta, pero poco a poco va consiguiendo abrirse paso hasta la puerta, despacio, pero de manera continuada, mientras Martin va de una ventanilla a otra escupiendo fuego y gritando como un loco.
- Vamos nenas, hay para todas. ¿Has visto, Bridge? Todas estas putas quieren mi salchicha, y la tengo al rojo.
Lo único que Bridge puede pensar, mientras lucha por mantener el autobús sobre sus ruedas, es que nunca se había planteado si los girasoles tenían sexo.

Están dentro. Pasillos. Muchas celdas. Voces de dolor y voces dando órdenes.
- Ha funcionado, todos se van hacia el generador –dice el sargento Ralphy-. Pero V y tu amigo van a tener problemas.
- Si conozco bien al Doctor, son esos guardias los que se están encaminado hacia un serio problema. Ahora nosotros tenemos uno, hay que buscar el control de las cerraduras y abrirlas todas. No vamos a dejar a esta gente aquí. Además, la confusión no nos vendrá mal.
Salen de su escondite, pero al instante dos guardias se lanzan sobre ellos. Los pobres infelices no saben que les ha pasado, pero en un segundo, Walker ha hundido un cuchillo en la garganta de uno y el sargento cierra una presa con sus fuertes y largos brazos en torno al otro.
- ¿Dónde está la sala de control? ¡Contesta!
- Por ese pasillo, la segunda habitación, pero no me mat…
El cuchillo de Walker acaba la frase del guardia que cae desplomado al suelo. Han secuestrado a Helen y lo van pagar, muy caro, hasta el último de ellos. En la habitación hay dos guardias más, pero Walker no les da tiempo ni de reaccionar, dos disparos velados por el silenciador y se acabó. Unos segundos después, el sonido de las cerraduras abriéndose y el de los chillidos ansiosos de libertad se elevan por encima de los disparos y la alarma.

Una rayo de muerte. Eso es el Doctor Spawlding en la noche. Una centella que se abre paso a través de los enemigos, como si las balas no fueran capaces de alcanzarle, soltando ráfaga tras ráfaga que son emisarias de muerte. Tiene las espaldas bien cubiertas, V es una excelente tiradora y si alguno se le escapa ella da buena cuenta de él.
Después de unos minutos, no queda ni un enemigo en pie, pero no saben de cuantas fuerzas disponen.
- Iré a echar un ojo a los barracones por si hubiera más. Tú vete a la nave principal y cubre a Johnnie –dice Spawlding.
V se va y él empieza a caminar entre los barracones. De uno de ellos sale una figura que intenta echar a correr en la dirección opuesta al Doctor.
- ¡Quieto, sabandija! –Dice Spawlding apuntando a la figura con el arma-. Tira el arma y date la vuelta.
La figura le obedece. El arma cae pesadamente al suelo. La figura se da la vuelta. El mundo se frena en seco, al menos el mundo de esas dos personas, de esas dos micras finitas en la inemsidad del cosmos. Es una mujer alta. Con el pelo rojizo y la piel blanca. Una mujer que conoce de sobra. La cicatriz del pecho le duele. La mujer le mira como si estuviera viendo un verdadero fantasma, las lágrimas le caen por las mejillas y el pecho se le agita con la respiración.
- ¡Celine! –Es lo único que acierta a decir Spawlding-.
- Peter –dice ella, con la voz entrecortada
Su verdadero nombre le duele más que cualquier herida. Le recuerda al hombre que murió, al que amó a aquella mujer despiadada más que a su propia alma.
- Cuanto tiempo sin verte, cariño.

miércoles, 4 de agosto de 2010

La invasión de los girasoles mutantes.

Episodio 11: Finales cercanos.
Walker y Spawlding ultiman los preparativos para su misión de rescate. Los hombres del alcalde Connors les han grabado en un viejo GPS la localización del campo de prisioneros donde la Corporación mantiene a Helen. No tienen un plan. Nunca han sido muy amigos de tener planes, más bien se han dejado mecer como una hoja al viento. Ya lo pensarán cuando se estén acercando, sobre el terreno.
- Al menos el alcalde nos ha proporcionado armas. Este lanzallamas nos vendrá de miedo si nos taponamos con girasoles.
- Y que lo digas, Doc. Vamos a hacer una barbacoa baja en calorías.
- No pensaríais hacerla sin nosotros, ¿verdad? –pregunta Martin desde la puerta. Él y Bridge han subido al autobús y van perpetrados para una batalla, armados, con un casco militar y cajas de municiones. Bridge lleva su vieja escopeta.
- Chicos –dice Walker-. Esta no es vuestra guerra. Ya habéis pagado de sobra la deuda que teníais con nosotros por salvaros el culo en aquella ciudad.
- Maldito delgaducho arrogante –interviene Bridge-. Lo teníamos todo controlado antes de que vosotros dos, malditos psicópatas, entrarais con vuestro numerito de John Wayne y el Zorro. Y si no recuerdo mal, si no es por mí y mi vieja amiga no hubierais descubierto el punto débil de Zarrapastro.
- Mejor no menciones eso –interrumpe el Doctor pasándose la mano por el cabello, como alegrándose de que aquella parte de su sesera aun estuviera allí.
- Ya, bueno. Pero de no ser por mí ahora estaríais en poder de la Corporación, eso no vas a negármelo.
- En serio, amigos –prosigue Martin-. Hemos pasado demasiado juntos. Prometo no contaros ninguna historia de cuando trabajaba en el Hospital.
Walker mira a Spawlding con una sonrisa en la cara.
- ¿Por qué tú eres John Wayne y yo soy el zorro? –pregunta éste.
- Siempre he querido decírtelo, lo de la espada es un poco gay.
Spawlding sonríe y se encoje de hombros.
- En fin –dice-, más vale cuatro tiradores que dos.
- Entonces seis serán mucho mejor, ¿no crees, guapo? –dice una voz de mujer desde la puerta del autobús. En ella se encuentran las señorita V y el sargento Ralphy-. Nosotros también vamos. -Desde la puerta le lanza al Doctor una lata de cerveza- ¿Te hace ahora esa cerveza?
- ¿Por qué no? Siempre es buen momento para una cerveza.

Helen está sentada en el catre de la celda. Frente a ella está la mujer que consiguió capturarla, la tal Celine Delpy. La mujer le da escalofríos, nunca había visto unos ojos más fríos y una sonrisa más desapiada que la de aquella mujer. Era demasiado hermosa, demasiado distante, como si hiciera tiempo que hubiera renunciado a sus sentimientos, a su corazón, a su alma.
- Míranos, Helen. ¿Qué le ha pasado a este mundo? Dos chicas de veintitantos como nosotras, guapas, inteligentes. Deberíamos estar llevando un bonito vestido e ir a algún bar en busca de un novio guapo.
- Yo ya tengo un novio.
- ¿De veras? Espero que no estuviera en vuestro precioso campamento. Porque, guapa, aparte de ti, no quedó nadie con vida.
- Que te jodan, puta.
- No, no estaba allí, si no ahora hubieras tratado de sacarme los ojos. ¿Sabes? Una vez yo tuve un novio. Le amaba con locura.
- Un novio, ¿tú? Dudo mucho que siquiera tengas corazón y menos que una vez fuese capaz de amar a alguien.
Celine se queda de perfil, mirando la pared con expresión ausente, como si su cerebro hubiese desempolvado recuerdos que ella le hubiera mandado destruir hacia mucho. Helen piensa que es la primera vez que aquella estatua de mármol le parece lejanamente humana.
- Supongo que él pensaría lo mismo puesto que le maté –dice, aunque Helen no tiene la sensación de que hable con ella, puesto que Celine sigue mirando a la pared. Un segundo después, la sombra que había cubierto la mirada de la capitana desaparece y vuelve a mirarla con aquella mirada y aquella sonrisa de acero.
- En fin, solo he venido a decirte que no hace falta que nos digas donde esta tu preciosa ciudad de Crow Valley, perra. Me alegra poder confesarte que hace tiempo que he infiltrado un espía entre vosotros y ya sabemos de qué fuerzas disponéis y donde estáis. Hasta sabemos de vuestro precioso refugio de emergencia. Así que, preciosa, ahora mismo todas nuestras fuerzas están listas para agruparse en nuestro cuartel general y en pocas semanas estaremos listos para arrasaros. Solo quería decírtelo en persona. Hasta he dado orden de que no se te ejecute hasta después de la operación, quiero que te enteres de cuando tu preciosa resistencia ha sido borrada de nuestro mundo.
Helen solo quiere poder aguantarse las lágrimas, no darle a esa maldita zorra la satisfacción de ver como se derrumba. Mira al suelo y aprieta los puños.
- El mundo no es vuestro, ni nuestro, el mundo no es de nadie.
- Es ahí justo donde te equivocas, nena. Por cierto –dice mientras sale de la celda-. Que mono que es ese gatito tuyo, se llevara bien con los míos.
Helen aprieta tanto los puños que el dolor de las uñas clavándose en la piel le hace morderse los labios.

Johnnie conduce tan rápido como Betsy se lo permite. Esta vez nadie le dice que se lo tome con calma. El tiempo apremia. El mundo se está plegando y llegará el final de muchas historias, y no quiere ni pensar que en el mundo en el que viven, los finales felices son tan valiosos como el oro. Pero mucho más difíciles de encontrar. Casi cinco años buscándola, si de verdad está en ese campo, nada podrá interponerse entre los dos. Como solía decir su viejo amigo Spawlding, son hombres y esa noche necesitaba demonios. Otra frase de una película del siglo veinte. Afortunadamente, lo más parecido a un demonio que había conocido, a parte de los girasoles, estaba sentado en un asiento leyendo un viejo libro.
Por el rabillo del ojo puede ver como la mujer que les ha acompañado, la señorita V, se le acerca.
- ¿Cómo vas? –le pregunta.
- Bien, este autobús y yo somos viejos amigos. Conocemos nuestros límites.
- Bien, ¿ves esa señal que pone condado de Crewny? Vete aminorando, a unos veinte metros está el camino de tierra que te dije.
- ¿El que conduce a vuestro escondite?
- Exacto. Ahí podremos repostar, descansar, esperar a que anochezca y seguir nuestro camino. A partir de ahí empieza lo difícil. Campos de girasoles, patrullas de la Corporación y lo que quiera que nos espere en el campo de prisioneros.
Johnnie coge el camino de tierra que la señorita V le ha indicado.
- No me importa.
-Lo sé, Helen me hablo mil veces de ti. Hasta tarareaba sin parar las canciones que compusiste antes y después del holocausto.
- Cielos –dice Johnnie con una sonrisa de inmensa melancolía-. Casi se me había olvidado que en otra vida fui músico. Hace siglos que no toco la guitarra
- Bueno, quizás cuando todo esto acabe, Helen te deje un rato para que nos des un pequeño concierto. Al fin y al cabo tenéis mucho tiempo que recuperar. Párate ahí.

El Coronel Henninger ultima los detalles para que las tropas se dirijan a el Dorado, donde se unirán con el resto y se iniciaran los preparativos para la ofensiva final. En el patio del campo de prisioneros, los blindados y tropas forman antes de iniciar la marcha. Siente el poder de mandar tantos puños firmes, tantas voluntades con un solo gesto de su mano. Definitivamente, piensa, los grandes hombres se distinguen de los demás por el poder. El poder lo es todo. En este momento piensa que es el cuarto hombre más poderoso del planeta y se siente lleno de orgullo. Al fin y al cabo, del cuatro puesto al primero no hay tantos escalones.
- ¡Coronel! ¡Deténgase!
La voz de la capitana Delpy le saca de sus ensoñaciones. La chica viene corriendo hacia él, parece preocupada por algo, pero él solo puede pensar en que la mujer es alta de veras.
- ¿Qué ocurre, capitana Delpy?
- Tiene que retrasar la marcha de las tropas.
-¿Por qué?
- Acabo de recibir un mensaje de mi espía. Un grupo de rescate viene hacia aquí para liberar a Helen y a todos los prisioneros.
- Ya veo ¿un contingente muy numeroso?
- No, solo son seis hombres.
- ¿Ha perdido usted el juicio, capitana Delpy? Tiene a veinte de sus hombres, un centenar de girasoles a las puertas, ¿y me está diciendo que no se ve capaz de hacerle frente a un equipo de rescate de seis efectivos?
- Verá, señor, es solo que mi espía dice que dos de esos hombres son especialmente peligrosos.
- ¿Acaso usted y sus hombres no lo son?
- Sí, señor, siento mis dudas, señor.
- Ahora, si me disculpa, tengo un largo camino hasta el Dorado. Por cierto, capitana. ¿Cómo está tan seguro su espía de todos esos detalles?
- Porque viene con ellos.

Mientras los demás repostan, Spawlding se adentra en la noche, un pequeño reconocimiento, para asegurarse de que no hay moros en la costa. O monos, nunca ha sabido decir bien esa frase. Lleva un fusil de asalto con mira nocturna, uno de sus juguetes favoritos y, por supuesto, a Tadeusz en la espalda. Pero para lo que se encuentra, no necesita armas.
- Tú, otra vez –dice.
- Sí, hijo mío –dice el hombre del rostro oculto en sombras-. ¿Ya has asumido que soy real?
- Ya no sé que asumir y que no asumir. Pero deja de llamarme hijo mío.
- ¿Por qué, acaso conociste a tu padre y a tu madre? ¿Acaso no fuiste adoptado?
- ¿Cómo demonios sabes eso?
- Porque, yo soy tu padre.
-Mientes, mientes. Eres un cerdo mentiroso –y sin más, suelta una ráfaga de disparos que no parecen hacerle el menor efecto al hombre del rostro en sombras-.
- Examina tus sentimientos, sabes que es cierto.
El Doctor cae de rodillas, algo que no se ve muy a menudo. Las lágrimas caen de sus ojos, algo que nadie en muchos años ha visto. Las gastó todas cuando Celine le traicionó. Pero algo en su interior no deja de decirle que lo que dice aquél extraño es cierto. Toda su vida se había preguntado por su verdadero origen, a pesar de que sus padres y su hermana siempre le aceptaron como si realmente fueran su familia biológica.
- Entonces, dime quién eres. Quién soy yo.
- No es el momento.
- ¡Qué te jodan! Me tienes arto con tu secretismo. Vete al infierno.
- No es tan sencillo. Hay reglas que ni yo puedo romper. No puedo intervenir de manera directa. Tú deberás hacerlo por mí, pero para eso tienes que enfrentarte antes a muchas cosas. Es eso lo que he venido a decirte. La primera prueba que tienes que pasar te estará esperando en ese campo de prisioneros. Has de ser fuerte.
Y habiendo dicho esto el hombre se esfuma. Pero cuando el Doctor se da la vuelta, vuelve a oír su voz detrás suya.
- Otra cosa. Hay un espía entre vosotros. Ten cuidado Nephilim.

martes, 3 de agosto de 2010

La invasión de los girasoles mutantes

Episodio 10: Malas noticias.
Túneles y más túneles en la ciudad subterránea de Crow Valley. Túneles y grandes salas apuntaladas con vigas metálicas, escavadas casi con las uñas y la desesperación a lo largo de los años tras el holocausto. Las luces crepitan, luces artificiales alimentadas por paneles solares y viejos generadores de gasoil. A pesar de que es cierto que conocen a Bridge y a Martin, no les han dejado conservar sus armas y ha habido un momento de verdadera tensión cuando han requerido la espada del Doctor. Hubiera sido mas fácil que le pidieran que dejara en custodia uno de sus brazos. Ahora avanzan custodiados por cuatro miembros de la seguridad de la ciudad y les conducen ante la presencia del Alcalde, puesto que Walker ha pedido ver a quién esté al mando.
- No te preocupes, Johnnie –le dice Martin, poniéndole la mano en el hombro-. El Alcalde Connors es un buen hombre, justo y sabio. Aprecia a Helen como una hija, se alegrará de saber quien eres.
-Eso espero.
Por fin llegan al despacho, una habitación pequeña, pero bien iluminada. Las paredes están llenas de libros. Hay cuatro jaulas de metraquilato con cuatro girasoles, unos magníficos ejemplares de casi metro sesenta que les miran con rabia. El Alcalde Connors toca una vieja guitarra apoyado en la mesa de su despacho. Es un hombre joven, no más de cuarenta y cinco años. Lleva el pelo muy corto y de un tono rojizo igual que el de la cerrada barba que luce. Tiene una frente prominente y un curioso colmillo que luce con malicia cada vez que el hombre sonríe. Junto a él hay un hombre bajito, pero fuerte.
-Buenas tardes caballeros. Bienvenidos a mi ciudad. Espero que los modales de mis guardias no hayan sido demasiado rudos.
-Nos han tratado peor –dice Walker-, puede estar seguro.
-Soy el alcalde Francis Connor y este es el sargento Ralphy –el hombre saluda con un gesto de cabeza.
-Yo soy Johnnie Walker. Este es mi amigo, el Doctor Spawlding y creo que a Bridge y a Ben Martin ya los conoce.
-Por supuesto que sí. Es un placer ver caras amigas, no abundan. ¿Doctor Spawlding? ¿Es usted médico?
-¿Y usted?
Johnnie cierra el puño y traga saliva. El carácter de su amigo es un volcán y cualquier salida de tono puede provocar una erupción antes de que consiga saber si Helen está en la ciudad. Lo tiene tan cerca.
- No –dice el alcalde-. Pero yo no me hago llamar Doctor. Pero sí oí historias, hace unos diez años, de un joven guerrero que lideraba una banda de carroñeros y salteadores de caminos, cuando las ciudades empezaban a funcionar. Dicen que manejaba una espada con letal pericia.
- En ese caso me encantaría medirme a él. Y en respuesta a su pregunta, no, no soy médico. Es solo un nombre que me pusieron hace tiempo. Un recuerdo de otra vida.
- Ya veremos. Johnnie, hijo. No imaginas las veces que Helen me ha contado cosas sobre ti.
El corazón de Walker casi se detiene. Está viva. Nunca lo había dudado, pero ahora casi podía sentirla respirar. Cierra con fuerza los puños, como para agarrarse al mundo que da vueltas, para mantener el equilibrio.
- ¿Está aquí?
- Lo estaba hasta hace dos días.
- ¿Qué significa eso?
- Ayer –dice el sargento Ralphy-. Un destacamento de la Corporación atacó nuestro campamento base. Cayeron sobre nosotros sin avisar. Helen me ordenó huir de allí para venir a la ciudad a avisar, pero me escondí entre unos matorrales y pude ver con los prismáticos como nuestra compañía, Los irreductibles de Helen, era aniquilada.
Caían leves lágrimas de los ojos del sargento Ralphy mientras contaba las malas nuevas.
- ¿Ya ella, qué le pasó a ella? ¡Contesta! –Johnnie no se da cuenta de lo mucho que está gritando hasta que su amigo le pone la mano en el hombro.
- Pude ver como se la llevaron prisionera.
-Entonces está viva.
-Eso da igual –dice el alcalde Connors-. Estará en el campo de concentración que hay a trescientas millas al norte, custodiado por las fuerzas de la Corporación, en espera a ser interrogada.
-¿Qué cojones es eso de la Corporación? –Pregunta Spawlding-. No paro de oír hablar de esa puta mierda en los últimos días.
-Hace poco que lo descubrimos. Hace apenas dos años que se dejaron ver. Luego capturamos a algunos de sus soldados y les hicimos hablar. Son los culpables de todo –Connors señala a los girasoles que se mueven amenazantes es sus jaulas trasparentes-. Era una organización terrorista que se amparaba bajo una red de multinacionales. Pero su único propósito era levantar el Cuarto Reich. Todo por la enferma visión de su Líder, Jeremmiah Kiskembauer. Encontró el apoyo del Papa, Silvio Panterini, y con el poder del Vaticano de su lado, puso en marcha su plan. Un arma química que convertiría la naturaleza en un monstruo a sus órdenes que limpiaría el mundo de todos aquellos que consideraban impuros. Y casi lo consigue. Solo que se les fue de las manos.
- ¿Ellos crearon a los girasoles? ¿Ellos provocaron esto? –pregunta Walker, con los nervios a punto de explotarle.
- No solo los crearon –contesta el sargento Ralphy-. Tienen unas maquinas que emiten ciertas frecuencias y con ellas controlan a los girasoles y a los girazombis.
-Por eso –añade el alcalde Connors señalando a los girasoles-, estas bellezas que veis aquí enjauladas. Intentamos buscar esas frecuencias y volver su arma contra ellos.
- ¿Y por qué de repente se dan a conocer? –pregunta Bridge.
- Ellos esperaban que sus creaciones acabaran con todo el mundo. No contaban con Helen y su grupo.
- Todo esto me da igual –interviene Walker-. Voy a ir a rescatar a Helen.
-No podemos hacer nada muchacho. Sus fuerzas son muy numerosas. Ya sabrán que estamos aquí, no podemos perder tiempo, hay que evacuar la ciudad. Tenemos un refugio al oeste.
-No le estoy pidiendo ayuda, Alcalde.
Walker se da la vuelta y abandona el despacho. Spawlding se da la vuelta para ir en pos de su amigo.
-Un momento, Doctor, me gustaría hablar en privado con usted. Si los demás me disculpan.
- En seguida voy Johnnie, espérame en Betsy, recupera nuestras armas.
- Hecho, Doc.
Cuando todos los demás han abandonado la habitación, el Alcalde Connors abre una puerta y habla con alguien que Spawlding no puede ver. Pero no tarda en salir de dudas. Por la puerta entra una chica. Es casi tan alta como el Doctor. Mientras anda, menea las caderas y mira al Doctor con unos ojos oscuros y muy intensos y una sonrisa que él no puede identificar. Lleva a Tadeusz, su espada, en la mano. Spawlding no puede evitar, no sabe muy bien por qué, fijarse en el peinado de la joven, que lleva su larga melena oscura recogida en dos coletas. El alcalde coge la espada de manos de ella.
- Señor Spawlding –dice el alcalde-.
-Doctor –responde este.
-Como quiera. Le presento a la señorita V. Una de las mejores armas de que disponemos en este momento. La señorita V es una espía infiltrada en la Corporación. La señorita V ha conseguido, nada menos, que su santidad, Silvio Panterini, piense que ella es una espía infiltrada aquí y que su lealtad es para con él.
- ¿Y cómo sabe que no es así?
- Entre otras cosas, Doctor, porque si fuera así, la Corporación haría mucho que nos hubiera borrado del mapa. Nuestras vidas son prueba de su lealtad para con nosotros. V, preciosa, cuéntale a nuestro invitado lo que atormenta a su Santidad estos días.
- Ese carbón dice que Dios le está advirtiendo en sueños de dos guerreros que son una amenaza para sus planes. Sobre todo uno, porque está respaldado por un oscuro poder. Un guerrero que lleva una espada. ¿Eres tú, guapo? Eres tú el guerrero misterioso, el guerrero maldito que puede acabar con la Corporación ¿Qué poder es ese del que habla su santidad?
La imagen del hombre que se le ha aparecido dos veces viene con fuerza a la mente del Doctor. Pensaba que estaba perdiendo la cabeza, pero ahora empieza a desear, ante la posibilidad de que todo aquello tuviera algo de real, haberla perdido de verdad.
-Supersticiones de un loco fanático. Yo no soy nadie.
-Todos somos alguien, guapo.
- Señorita V, podría dejarme charlar un momento a solas con el Doctor.
-Claro, alcalde Connors. Nos veremos por ahí. Quizás podamos tomar una cerveza.
-Nunca está de más una cerveza –responde Spawlding, y la joven pasa su lado y deja el despacho.
El alcalde se acerca a Spawlding con la espada en la mano.
-Una buena hoja. ¿Un regalo?
-Me la hizo un familiar.
-Es una espada excelente.
-Siempre fuiste un gran herrero, tío.
El Alcalde mira a Spawlding y un par de lágrimas están a punto de correr por sus mejillas. Luego abraza al Doctor.
- ¡Jesús, Maria y José! Pensaba que estabas muerto, hijo.
-Y así era, tío Francis, así era. Casi muero. Me salvó un brujo piel roja cerca de Sioux City.
- ¿Qué pasó?
Como toda respuesta, Spawlding se levanta la camiseta y muestra la cicatriz cerca del corazón.
- ¿Celine? –Spawlding asiente.
- Siempre te dije que te olvidaras de esa mujer. Que no era buena.
- Ya me conoces. Adicto a los problemas. Bueno, tío, me voy a ir. Pero volveremos con Helen, te lo aseguro.
-Es un suicidio.
-Ya he estado muerto, ¿recuerdas? –el alcalde sonríe a su sobrino.
-¿Tengo que seguir llamándote Doctor Spawlding?
-Por el momento sí. El hombre que conociste no existe
-Tu hermana está aquí también.
Una punzada de Dolor cruza el hueco donde se supone que debería estar el corazón de Spawlding. Su hermana. Casi había olvidado que una vez tuvo una vida, que era un hombre con familia y sueños. Eso había quedado atrás. Ahora solo hay dolor y muerte.
-No le digas nada aun. Si vuelvo, yo hablaré con ella.