martes, 13 de octubre de 2015

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Episodio 10. Cuervos en la tormenta.

El corazón a veces no es más que una fina barrera que te ata a un mundo cruel e injusto que se arremolina delante de tus narices, se ríe de ti, te hace ver lo pequeño que eres y le grita al cosmos que no eres nada, solo polvo que no le importa a nada ni a nadie. Eso es justamente lo que siente Johny en este momento. Siente que de verdad cada latido paga cara cada gota de sangre que arrastra. Y aunque no cruzan palabra, sabe que su camarada, su hermano de armas, Bridge, guardando un silencio sepulcral a su lado, debe sentir algo parecido. Nota la respiración de su amigo en ese atardecer de desierto, rojizo, plomizo, pastoso, como si el sol se estuviera derritiendo detrás de las colinas. También siente las respiraciones del resto del grupo, de cada uno de ellos, como el movimiento lejano del corazón de las montañas.
Y también es consciente, dolorosamente consciente, del miedo, del suyo, del de Bridge, del de los demás. Ese silencio desquiciante en medio del desierto. Ese silencio solo roto por el sonido del viento y el de los truenos lejanos que en ese momento les encoge el corazón. Lleva las gafas de sol puestas para protegerse de la arena, convertida en un arma lacerante por un viento sin escrúpulos. La boca la lleva tapada con un pañuelo, lo que hace que su voz suene extraña.
-Amigo mío, creo que nunca he visto una tormenta de arena como esa.
Delante de ellos, a unos dos kilómetros, el desierto se revuelve y se agita, como sufriendo unos terribles dolores agónicos, como si las entrañas le ardieran llenas de hierro al rojo vivo. Paredes de arena de decenas de metros se levantan y se enroscan en unos remolinos terribles, cataclísmicos, al son de truenos y relámpagos que parecen el rugido de mil bestias. Y todo eso está justo en la dirección en la que ellos tienen que ir.
Bridge, que el desierto lo ha pisado poco, piensa que la verdad es que nunca ha visto una tormenta de arena, ni como esa ni como ninguna, pero lo que si que tiene claro es que aquel monstruo de la naturaleza que tienen delante acojona de verdad.
-Da miedo, desde luego -es lo único que acierta a decir, y siente que las palabras se le pierden en algún lugar dentro de la capucha de la sudadera gris con la que se protege.
Johny piensa que sí, que da miedo. Pero lo que no dice en voz alta, lo que se calla para él, es que siente que da miedo pero no por la furia o por la violencia con la que se agita sobre la superficie del desierto. No, lo que le da miedo es, como decirlo, su forma de estar. Sí, eso, que está ahí, quieta, en un punto fijo, no se desplaza. como sujetada por un puño de acero al suelo del desierto. Como un perro guardián, como protegiendo algo. Guardando algo. Ya no pueden dar marcha atrás. eso sería ir al encuentro de Nimrod. Solo quedan las fauces de la tormenta. Pero se guarda todos esos pensamientos. Mira a su amigo y sonríe como diciendo, en peores nos hemos visto. Sabe que su sonrisa es tan poco convincente como la de Bridge, bajo el resplandor rojizo de ese atardecer tan poco acogedor. Cuando el rugido del motor de Betsy queda enmudecido por la voz del desierto embravecido, una sombra funesta les hiela el corazón.

Celine conduce a toda pastilla, sin perder de vista con el rabillo del ojo a la rubia tatuada que viaja en el asiento del copiloto. Quiere llegar cuanto antes a Phoenix. Se congratula de si misma, de ser una mujer de recursos. En los hangares abandonados que hay fuera de la ciudad les espera un helicóptero con los tanques llenos. Es una válvula de escape que les cuesta a Laura y a ella un buen puñado de dólares, pero en noches como esa está claro que merece la pena. El asiento de atrás Peter sigue inconsciente y hablando en sueños. Sin tocarlo sabe que tiene fiebre. Y si no sé conociera bien a sí misma podría hasta equivocarse y pensar que está algo preocupada. Está muy mal, dice la rubia, al mismo tiempo que Peter sigue hablando del padre de la chica, diciendo algo así como que siempre ha tenido muchas ganas de conocerlo. ¿Quién coño es esa tipa que ha aparecido de la nada y parece conocer a Peter? Es como si hubiera estado tiempo siguiendo sus pasos. Lo que está claro es que no va a bajar la guardia.
-Tranquila -le dice-. Es duro. Y no es del todo humano, se cura rápido. Hace falta mucho más para acabar con ese hijo de puta testarudo, te lo digo yo.
Y cuando esas palabras se le escapan, al recordar las dos veces que creyó haber matado a Peter Connors, una pequeña punzada le recorre el corazón.  Te haces mayor chica, y sentimental, se dice a si misma.
-Bueno, guapa, ¿y tú quién cojones eres? -Le pregunta a Thrud, más por aparatar sus pensamientos de en medio que por un real interés.
-No importa quién sea yo. Estoy aquí por él -dice señalando con un gesto lleno de una extraña ternura a Peter-. Digamos que soy una admiradora.
-¿Admiras a un asesino sin escrúpulos?
-La oscuridad de su corazón no me es desconocida. De donde yo vengo nadie es malo ni bueno del todo. Es cuestión de circunstancias. Pero es el gran guerrero lo que admiro. Se podría decir que la guerra es lo mío -y se queda mirando a Celine con una gran sonrisa que pone le pone los pelos de punta-. Tú también eres una gran guerrera, Celine. Pero eso es trabajo de otra.
-No tengo ni la más remota idea de lo que estás hablando, nena. Creo que se te ha ido la cabeza. Pero bueno, mientras mantengas esas dos bonitas espadas tuyas de nuestro lado, no tendremos problemas -dice Celine categóricamente, al tiempo que piensa que, por descontado, esa rubia peligrosa no va a ver ni un centavo de lo que sea que saquen de todo este asunto.
-Está sudando -añade Thrud-. ¿No crees que deberíamos intentar despertarlo?
-Tú misma. Yo paso. No imaginas el cabreo que se va a coger cuando descubra que hemos dejado abandonado en Tucson su preciado Dodge Challenger

Betsy se bambolea a un lado y a otro, mecida por las arenas del desierto embravecidas, como un mar espeso y dañino que amenaza con volcarles en cualquier momento. Su pobres faros apenas alumbran en la espesura de la tormenta y la poca luz que les llega es la de los rayos que se estrellan contra el suelo cerca de ellos. Cerca, esa es la palabra, la que todos mascullan entre dientes como un mantra, esperando que esa palabra mágica siga manteniendo los rayos lejos del viejo y maltratado cascarón de Betsy. Nadie dice nada. El silencio ocupa desafiante, sin haber sido invitado, un asiento más en el interior del vehículo. Bridge conduce apretando las manos tan fuerte sobre el volante que parece que lo va a partir , ni tan siquiera la mano que Laura le posa en el hombro sirve para calmarle. Los demás se aferran a las armas como si fueran anclas pesadas y macizas sin las que la tormenta les haría volar por los aires. A través de las cortinas vivientes de arena se pueden ver los edificios destartalados de una ciudad abandonada. Como un fantasma, como el cascarón de un buque atisbado a penas a través de las aguas turbias de un mar enfurecido. Y el silencio hace que su presencia ses más patente. Porque a medida que la ciudad se va dibujando delante de ellos, la tormenta va perdiendo fuerza, hasta tal punto que cuando cruzan las primeras calles, todo está en calma y la fuerza de la naturaleza sólo es un muro. Y el silencio sigue ahí, sólo roto por las leves palabras de Johny, esa tormenta no es natural. Y siguen avanzando despacio por las calles, tan en guardia que los nervios parecen doler esperando algo, un mazazo que venga de cualquier dirección o más bien de todas. Y si hay momentos en los que al destino no le gusta defraudar, es en esos en los que esperamos lo peor. Así que el destino se esfuerza. Y el primer sonido casi hace que todos, pero sobre todo Bridge y Johny, sonrían, como diciendo, que susto, viejo, lo que pensaba que he oído. Pero no hay tiempo para las bromas. Lo que han oído, lo han oído. Un sonido perdido en las brumas del tiempo, erradicado de la faz de la tierra con dolor, con sangre, con millones de vidas. Tanto es así que el mero hecho de que tengan que volver a oírlo es un insulto. Pero en ese momento da igual. Es el momento, una vez más de acelerar, de que hablen las armas. Bridge tira de instintos que creía muertos hace cinco años y cuando la primera oleada de girazombis se lanza contra ellos, gritando frenéticos, saliendo de cada agujero de la ciudad abandonada, acelera gritando, buscando una salida.

Dos tipos pagados por Celine preparan el helicóptero, vigilados por la atenta mirada de ésta. También ha hecho traer un médico para que se encargue de Peter. Una buena idea, sin duda, si no fuera por que éste, ya consciente, no ha permitido que nadie se le acerque y menos aun que le ponga las manos encima. Thrud se sonríe para si misma, era de esperar que un guerrero como él fuera así de tozudo. La verdad, alguien que ha estado en tantas batallas, aprecia una noche como esa. No deja que la sombra que cubre la mirada de Peter y de Celine se apodere de ella. Nada puede tumbar su buen ánimo. El trabajo, la aventura, siempre le ponen de buen humor. Lleva un buen rato caminando por los hangares abandonados, entre formidables esqueletos de aviones que le recuerdan a las fabulosas criaturas de otros tiempos inventadas por los bardos. Semejantes pensamientos hacen que se dibuje en su mente la imagen fastuosa de su hogar. Parece que salió hace una eternidad de allí. Por eso, cuando un cuervo enorme y negro se planta delante de ella no se sorprende demasiado. Se encoge de hombros. El cuervo parece mirarle fijamente y aunque parezca increíble, el muy mamón da toda la impresión de estar sonriendo.
-Hola -dice Thrud-. Supongo que tu hermano no anda lejos ¿no?. La verdad es que nunca consigo saber cuál es cada uno.
Como respondiendo a sus palabras, otro enorme cuervo se posa en lo alto de la tapia semiderruida donde se apoya Thrud. Así que la chica no tiene ninguna duda de quién es la figura a que ha aparecido de la nada junto a ella.
-Hola, papi.
El tipo parece salir de entre las sombras. Pero no por un efecto óptico. Más bien es como si llevara las sombras como una capa. Es un hombre alto, de complexión atlética, aunque con los hombros algo encorvados, solo un poco, ligeramente , como si ya le empezara a pesar la edad. Pero esa edad no se traduce en su rostro. Bueno, lo cierto es que la cara del sujeto a veces parece la de un anciano que rondará los mi años y a veces la de un hombre cerca de los cuarenta en el pleno apogeo de su virilidad. Y todo eso a pesar de que entre el parche que le cubre el ojo izquierdo , el enorme sombreo de cow-boy y la barba espesamente poblada, su cara parece perpetuamente cubierta por sombras escurridizas. El hombre completa el modelito con una larga gabardina negra llena de polvo del desierto, camisa negra, tejanos y unas botas de serpiente de cascabel decoradas con
 dos ostentosas espuelas.
- ¿A qué estás jugando, pequeña? Tienes una misión que cumplir -dice el hombre y cuando habla es como si el desierto guardase la respiración.
- Lo sé , padre -Thrud a cambiado su tono. Su padre no parece estar de humor para bromas-. Pero aún hay tiempo. Solo quería conocerle antes de que todo empiece.
-Mi pequeña Thrud. Siempre enamorada de la épica. No puedes resistirte a una gran historia.
-Pero padre, al final no somos más que historias. Grandes historias.
El padre de Thrud mira el cielo del desierto con su único ojo sano. Es como si pasara lista a las estrellas. Somos historias, admite. Todo es parte de una misma historia. Y lo mejor es que estamos lejos de descubrir quién la cuenta. Luego clava ese ojo que es como un cometa en Thrud y esboza una sonrisa que hiela la noche.
-No te distraigas. No te confundas. Tu labor es crucial.
-Padre, llevo una eternidad haciendo esto
El hombre sonríe a su hija y dice, eso es lo que me preocupa. Y, después de acariciarle la mejilla se da la vuelta y desaparece en la noche mascullando por lo bajo algo así como, es una noche hermosa, perfecta para que todo empiece a cambiar.

La verdad es que es bastante sorprendente que puedan conducir, apuntar, disparar, teniendo en cuenta que están en shock, cagando balas de cañón, desquiciados en esa pesadilla viviente que todos empezaban a pensar ya que solo había sido un mal sueño colectivo. Pero ahí está, cobrando forma de nuevo, viva y sangrante, chillándole a sus corazones que los monstruos si que se esconden en los armarios del mundo, esperando a que una mano ignorante apague la luz. Oleadas de girazombis desquiciados se lanzan contra los costados de Betsy, como si el puto mundo no hubiera avanzado
ni un centímetro. Todos, pero sobre todo Johny  y Bridge prefieren no mirara esos ojos amarillentos, sucios de vida infecta. Algo enfermizo les encoge el corazón solo con oír esos chillidos que creían extintos, esos chillidos que solo oían a lo lejos, en el silencio de las noches solitarias cuando los pensamientos recorren esos caminos oscuros que nunca pisamos si podemos evitarlo.
Betsy se bambolea y las calles parecen un hormiguero. Los barrotes dentados de acero del morro del vehículo abren paso a dentelladas entre las masas de seres que les rodean, pero la marcha cada vez es más lenta, y el pobre Bridge, que se está dejando los brazos en sujetar el volante, sabe que no podrán aguantar esa marcha mucho más. Al final las ruedas van a acabar resbalando en una pulposa masa de ex-personas, roja y gelatinosa.
-¡Sácanos de aquí, tío, por lo qué más quieras! -El grito de Harry es más un deseo desesperado expresado en voz alta que una verdadera petición a Bridge, que todo lo que hace es apretar los dientes y los puños y girar una esquina para entrar en una avenida principal. Y ahí el corazón se le para. Y el de todos sus compañeros también pide permiso para ausentarse unos segundos. Que lata su puta madre que nosotros estamos cansados. Aquí nos plantamos. Bridge resopla, cansado y asustado, sin soltarse del volante de Betsy. Es una vía principal, sí. Ancha, sí, de cuatro carriles en ambos sentidos. Todo precioso, sí. Precioso si no fuera por que los cuatro carriles no tienen otra salida que el túnel, oscuro y terrorífico donde mueren. Las sombras se ríen de ellos, desafiantes, como retándoles a que se atrevan a zambullirse en ellas.
-Ahí debajo puede haber cualquier cosa -dice Ángelo, como en un suspiro.
-Si nos quedamos encerrados ahí abajo estamos perdidos -coincide Bridge.
Johny se gira lentamente y ve hordas y hordas de girazombis lanzarse en picado calle abajo hacia ellos. Un tsunami de carne podrida y ojos amarillos que grita su nombre en un idioma sin palabras que es todo furia y rabia.
-Si nos damos la vuelta Betsy no pasará. Será el fin del viaje, muchachos -dice.
Y es en situaciones como estas que se agradece mucho, pero mucho, en serio mucho, que el destino deje de hacer el vago, se desperece, mueva el culo y tome decisiones por ti. De entre las sombras del túnel sale una figura. Una figura que agita una bengala roja y les hace señas para que vayan hacía ella. Es una situación surrealista, Bridge mira a Laura y la chica solo se muere el labio y se encoge de hombros. Y qué coño, a veces que una mujer así se muerda el labio de esa manera delante tuya es suficiente para jugártelo todo a una carta, aunque sea un maldito dos de picas.
Bridge acelera y en unos segundos están frente al tipo que les hace las señas y que ahora les da indicaciones para que aparquen junto a lo que parece una puerta de mantenimiento. Se mueve raro, con unos andares patizambos, pero no pueden verle la cara por que lleva una vieja armadura militar, sucia y gastada, uno de los primeros modelos de Multitude, más bastos y pesados. Los ojos del casco lucen rojos en la oscuridad. Por aquí, les dice abriendo la puerta. Esta puerta aguantará, nos nos seguirán en la oscuridad. Habla de un modo extraño, pero no están para detenerse en detalles nimios. Además, es normal que el casco deforme la voz. Siguen al desconocido por pasillos poco iluminados por unas luces de emergencia rojas, pero es evidente que el tipo sabe donde va. Por fin llegan a una sala de máquinas enorme, y esa voz que les decía al oído que quizás y solo quizás, se estaban metiendo en la boca del lobo, ahora les chilla con aire de satisfacción, lo veis, lo veis, os lo dije. De entre las sombras surgen varias siluetas más que no pueden identificar bien pero que está claro que les están apuntando con armas de fuego. El tipo que les ha guiado se gira hacia ellos.
-Lo lamento mucho, pero voy a tener que pediros que soltéis vuestras armas. Es para evitar malos entendidos, de verdad, nada más. Apoyando a sus palabras el sonido de varias armas automáticas al cargarse les hace ver que no tienen demasiadas opciones. Soltadlas chicos, dice Johny dejando sus pistolas en el suelo, todos, Caroline. La pelirroja, enfurruñada obedece, peor la trenza se mueve de manera sibilina a su espalda.
-Perfecto -dice su anfitrión-. Esto hará las cosas más fáciles. Ahora os pido por favor que mantengáis las mentes algo abiertas.
Y sin añadir nada más, se quita el casco de la servoarmadura, dejando al descubierto el rostro perfecto, hermoso, casi luminoso y hasta algo sonriente de lo que solo puede ser, sin ninguna duda, un puto girasol mutante.


No hay comentarios: