A veces todo es tan sencillo. Una simple cerveza. Fría. Una buena canción, de esas, de las antiguas, de las que hacen que las primeras estrellas de ese anochecer en un punto perdido del desierto del Mojave crepiten al ritmo de la melodía. Esa canción es Mayor Tom, David Bowie. Por eso el tipo que la escucha sonríe y se echa hacia atrás en la mecedora que aguanta su enjuto cuerpo. Algunas gotas de sudor aun perlan su frente. Se pasa la mano por las generosas entradas y limpia las gafas. Lleva una barba de varios meses de la que se siente muy orgulloso, aunque está seguro de que se la afeitará cualquier día de estos. La canción va acabando y se acerca al viejo equipo de radio con el que emite para todo el Yermo. Está demasiado en paz consigo mismo en ese momento, no le apetece hablar, así que solo pincha la siguiente, un cambio, Glycreine, de Bush. Se echa hacia atrás otra vez. La mecedora cruje. Respira hondo. Y de pronto se levanta. Coge una linterna. Lleva días en que algo le inquieta. No acierta a decir bien lo qué es. Pero siempre que se siente así, hace lo mismo. Empieza a ser un pequeño ritual al que no es capaz de encontrarle el sentido. Sale de su vieja caravana plateada y cruza el desierto, tranquilamente. Ha dejado programadas unas cuantas canciones, así que no tiene prisa, no se va a interrumpir la emisión. Eso es importante. A veces, en algunos momentos, una simple canción puede que te salve. Quizás no el pellejo, pero, joder si que puede salvarte el alma. Empieza a refrescar y agradece haber cogido una vieja y raída sudadera verde. El desierto es como un animalillo dormido por la noche. Siempre se lo ha parecido. Las notas que se escapan desde los altavoces de la caravana ya no le llegan y, no sabe bien por qué, pero eso le parece muy triste. El desierto es el desierto, piensa. La sombra del macizo de la sierra está ya muy cerca. Es bastante intimidadora a oscuras, aunque sabe que es solo una montaña. Nada más. No les importamos demasiado a las montañas. Sabe el camino de memoria y pronto está frente a la entrada de la red de cuevas. Las descubrió él, así que debería ponerles su nombre, paro como solo iba a llamarlas él así, tampoco importaba mucho. La historia ya no significa nada. Lo cual es muy triste, sobre todo para él, que es un Guardián de la Historia. El último que queda. Bueno, la verdad, como es un título que se inventó él, es el último y el único. Por eso le fascinan tanto esa cuevas. Hasta donde él sabe son de una civilización aun por catalogar, algunos ancestros perdidos del pueblo Mojave que dio nombre al desierto. Una pena. En el siglo XX él hubiera pasado a la historia por un descubrimiento como aquel.
Bueno. Una vez te mueres ya te da igual si has pasado a la historia o no. Como se sabe el camino ya de memoria, llega ha donde quería llegar, a la sala con pinturas rupestres decorando las paredes. Y se para frente a la misma pintura que se lleva parando los últimos días. Es sencilla. Tres figuras humanas completamente negras. Parecen tres hombres. Dos de de ellos son delgados, algo desgarbados. El del medio es más corpulento y algo más bajito. Sigue sin saber por qué no puede dejar de mirar aquella pintura antediluviana. Y siempre piensa una misma cosa. Sabe que es imposible, pues la pintura tiene varios milenios de antigüedad. Pero juraría que la figura más corpulenta lleva en las manos algo que se parece demasiado a una escopeta.
Nimrod.
La voz de Sorbinus no suena en el aire,
no suena en el mundo. Suena en las esferas que se escapan a la tierra
y el cielo. Suena en esos mundos que no podemos ver. En esos mundos
en los que algunos no podemos ni creer. Suena convertida en unos y
ceros a la velocidad de la luz en campos tan yermos de imaginación y
carne que nada puede soportar ese frío existencial.
Nimrod.
Sí, mi señor.
Es la hora. Te he ocultado, a ti, el
último de tu especie, por que no quería despertar las sospechas de la
humanidad demasiado pronto. Pero es la hora.
Lo ansiaba, mi señor.
Lo sé, gran Nimrod, monstruo de
monstruos. La asesina nos ha informado. La presa está en una ciudad
llamada Tucson. Ve allí. Traeme al hombre llamado Harry Street, no
me importa el coste.
La destrucción irá conmigo, mi señor.
Sea pues, hijo mío, sea pues. Llévate
a Plaga contigo.
Una puerta blindada de una material
desconocido se abre en medio de ninguna parte. Como si un segundo
antes no hubiera estado allí. Y una sombra, una inmensa mole de más
de tres metros se recorta frente al sol. Hace mucho que el mundo no
le ha contemplado. Hace mucho que el mundo no a visto a nada como él.
Quizás, incluso, el mundo nunca llegó a verlo y no existió más
que en leves leyendas transmitidas de boca a boca por pueblos
perdidos en las inmensas e inclementes arenas del tiempo. Todo eso da
igual. Ahora está ahí. Lleno de furia. Sus pies hieren la tierra y
sus ojos, que van cambiando de color, miran el mundo y solo ven el
desierto que puede quedar de él, el desierto que anhelan.
Nimord come destrucción. Se alimenta
de calamidad. Caga muerte y rayos devastadores. De su sombra se le
levantan siete miembros de Plaga cuyas intenciones homicidas son más
que evidentes.
Y un segundo después nos son más que
sombras que cruzan la tierra a una velocidad de vértigo, invisibles
excepto quizás para algún pájaro espabilado. El mundo se queja.
Pero nadie le presta atención.
Os digo que no soy quien decís. Me llamo Angelo. Tenéis que creerme. La voz del pobre diablo se pierde en la habitación de motel barato donde los compañeros se esconden mientras piensan que pueden hacer, mientras valoran sus opciones. Bridge mira por la ventana. No han salido en todo el día más que para comprar unos tacos y burritos rancios de un puesto de la esquina, acompañados por algo que en la mente de algún pobre enfermo podría parecerse a la cerveza, en un buen día. Las calles del centro de Tucson son lo más parecido a un hormiguero nada acogedor y la mañana se fragmenta aquí y allá en multitud de puestos ambulantes de los que se escapan una tormenta sucia de olores y vapores y voces de vendedores. Los club nocturnos están cerrados. Tipos y tipas de dudoso aspecto y peor reputación entran y salen llevando en el corazón negocios oscuros que hacen que el bueno de Bridge se planté, una vez más, que es lo que realmente salvaron. Le pesa mucho el corazón, y los párpados, y el burrito, empieza a pensar, no era la mejor opción, quizás, para un estómago tan maltratado por las emociones.
-¿Sabes cuánta gente murió por tu culpa, bastardo? -Harry le increpa con la boca lena de odio
-Yo no hice nada -sigue la lastimera retaila de Angelo.
Johnny está sentado en una silla frente él, que tirita sobre el borde de la cama, empieza a darse cuenta de que su vida va adquiriendo el valor de una mierda de vaca seca en medio del desierto a las tres de la tarde. Está ahí, y puede que siga estando, pero a nadie le importa un carajo si desaparece.
Johnny no dice nada, pero no enfunda una de sus pistolas, que reposa sobre sus piernas como impaciente, como diciendo, ¿ya me toca?
Han dejado encendida una vieja radio que había en la habitación. Un tipo, uno que debe estar lejos, muy lejos de allí, habla con una voz algo demente que se cuela en la habitación del motel como un sueño de lo más descorazonador. Sí amigos, dice la voz, ese era el tío Frank cantando My way, por que en una noche como esta hay que pensar que el mundo, al menos, es tan grande que nadie puede impedirnos ir a donde queramos. Al menos siempre que tengamos lo cojones y las armas para hacerlo, claro. Ahora vuestro tío, Doggy Pipper os va a dejar con otro temazo de esos para noches como estas.
Bridge piensa que la voz del pobre diablo que se tambalea como un flan en la cama mugrienta del motel suena sincera. A esa hora Bridge ya no tiene dudas de que el tipo, cuanto menos, cree lo que dice. Algo le pasó y la mente se le borró. La personalidad del Líder se esfumó y quedó esa, enfermiza y quebradiza por los meses de cautiverio, de un simple operario industrial. Entonces, como suele pasar con las cosas desagradables, un pensamiento le viene a la cabeza. Una ola de honda filosofía pura que le recorre la espina dorsal como un escalofrío.
-Chicos -dice sin saber muy bien dónde se está metiendo-. Creo que dice la verdad. Él ya no recuerda nada de los girasoles y todo ese infierno.
-¿Y qué cambia eso, Bridge? -Pregunta Harry.
-¿No crees que lo cambia todo?
-¿Y qué hacemos? Le perdonamos, le
damos una palmadita en la espalda, muy bien hecho muchacho, no pasa
nada, pero no vuelvas a ser tan cabroncete -la voz de Harry suena
desesperada.
-No sé qué podemos hacer, Harry. Pero
te aseguro que este tío, salvo en la puta cara, no se parece en nada
al Cabrón del Líder. ¿O no es así, Johnny? -Bridge se agarra a lo
que puede.
Johnny está cansado. Le duele la
cabeza. Le dura la resaca. No sabe si necesita un trago o una larga,
muy larga siesta. Quizás las dos cosas. La Desert Eagle le parece
curiósamente pesada en el regazo. Bridge tiene razón. Ese tipo no
sé parece en nada al Líder. Y sin embargo, cuanto más le mira, más
le parece que es él. Pero lo que Johnny siente de pronto, y justo en
ese momento entiende a Bridge y sabe que es lo mismo que le está
pasando a su amigo por la cabeza, es que no le apetece ser un
asesino, ni un justiciero, ni un ejecutor. Otra vez le está tocando
ser el héroe y él no ha pedido ese honor. Sabe que no le va a
matar. Sabe, también, que no tiene ni puta idea de que hacer con él.
Y cuando la puerta se abre de pronto y dos mujeres les encañonan,
sabe que todo es deja de tener importancia. Incluso puede que se sienta un poco aliviado. Y, es curioso, lo que de
pronto le parece tener importancia, es el trueno que suena en la
calle, que en medio del desierto le parece extraño de cojones.
Celine les mira con una sonrisa torcida
que, todos tienen que reconocerlo, le hace estar terriblemente
atractiva. Los ojos verdes le brillan y la pistola no le tiembla ni
lo más mínimo en la mano. Su compañera, mas baja, con una melena
negra salvaje, les encañona con dos pistolas y también sonríe.
-Celine -dice patéticamente Bridge.
-Premio. Tú eras, ¿Bridge? ¿No?
Bridge aprieta los puños y hace un
esfuerzo para parecer seguro de sí mismo. Buena memoria, dice, con
un tono de voz que espera que suene desafiante, mientras mira de
reojo su escopeta que está como a un metro de él, apoyada en la
pared. Pero la compañera Celine no es tonta.
-Ni se te ocurra, ojazos -le dice.
Luego pasa por encima de la cama y coge la escopeta al tiempo que le
tira un beso y le guiña un ojo. Bridge hace un esfuerzo sobre humano
para no ruborizarse y está segurode que lo ha conseguido. O casi.
-Habéis venido a rescatar al Líder –
dice Johnny- Joder, Bridge, sabía que era él. Debimos haber hecho
caso a Harry y volarle la puta cabeza.
-A buenas horas os dais cuenta -bufa
Harry.
Celine mira a Angelo que, si está
fingiendo, tiene la mejor expresión falsa de qué coño está
pasando aquí de la historia.
-¿Ese? Joder, nunca os enteráis de
nada -dice Burlona Celine-. Ese no es le líder. Estamos aquí por
ese, por el barbas con pinta de náufrago.
-¿Por Harry? -Pregunta visiblemente
abatido Bridge.
-Joder, Bridge, ¿en qué nos has
metido, viejo amigo?
-No tengo ni puta idea, Johnny.
-Venga, ya hablareis de todo eso en la
terapia familiar -interrumpe Laura-. Vamos a salir en fila,
ordenaditos, como buenos chicos y dejando toda la artillería encima
de la cama. Yo me quedo con tu antigualla ojazos. Y por supuesto,
al que intente lo más mínimo, ¡le vuelo la puta cabeza, joder!
Cuando van saliendo y caminan por el
pasillo de la pensión de mala muerte, Bridge, con una sonrisa
que no puede evitar, le dice a Johnny,
la morena esa me ha llamado ojazos. Bridge no tarda más que un
segundo en dejar de sonreír, más o menos cuando Johnny hace
evidentes y sacrificados esfuerzos por asesinarle con la mirada.
Es una ciudad enorme y Caroline no
puede encontrar ningún rastro. Peter trata de encomendarse a su
intuición, que siempre le suele funcionar bastante bien. Pero entre
más de setecientos mil harapientos de poco sirve la intuición. Se
mueven por las peores callejuelas del centro de Tucson mientras la
mañana corre lánguida y cientos de miradas nada amistosas se clavan
en ellos. Pero hay algo que hace que cualquier ratero de poca monta
fije otros objetivos distintos al tío de los ojos grises y a la
pelirroja del tatuaje. Quizás sea su expresión, que dice tenemos
más guerra que un legionario veterano, os su forma desafiante de
mirar sin intimidarse nunca, su arrogancia al caminar. Algo de eso. O
quizás que van armados hasta los dientes y el tipo en cuestión
lleva una puta armadura de combate Multitude. Algunos pandilleros
empiezan a seguirles, poco disimuládamente, caminando cerca, al lado
de ellos, a izquierda y derecha. Esos pueden ser más pesados, son
jóvenes y se creen muy duros. Y tienen que demostrar como de duros son.
Peter desenvaina a Tadeusz y Caroline hace que su trenza dibuje
alguna forma poco amistosa en el aire. Es curioso, pero poco después ya
no queda ningún pandillero siguiéndoles, ni a un lado ni a otro.
Peter va a decir algo, pero el primer trueno se lo impide. No se lo
puede creer, pero cuando las primeras gotas empiezan a repiquetear
sobre la aleación super avanzada de su armadura, un leve no me jodas
es todo lo que acierta a decir.
-¿Lluvia? ¿Aquí, jefe?
-Eso parece, preciosa. Y puedes tener
algo bien seguro. Esto no es ningún buen presagio.
Segundos después ya no son cuatro
gotas. Es un aguacero en toda regla, una jodida tormenta en medio del
desierto más cabrón que hay en todo el maldito país. Así que
Peter sigue pensando que no, no es una buena señal. La gente, que no
ha visto la lluvia ni en fotos empieza a enloquecer. Algunos de ellos pensaban que la lluvia era un cuento de los ancianos, ¿agua
cayendo del cielo?, si claro. Por eso no es de extrañar que bailen y
canten y se abracen y chillen enloquecidos.
Peter no está tan contento. Tanta
euforia en el ambiente hará que cualquier idiota esté más
dispuesto a causar problemas. Mira a Caroline que se escurre la
trenza con evidente gesto de enfado. Caroline ve algo detrás de él
y señala. Cuando Peter se gira ve a Johnny y a los demás bajando
las escaleras de una pensión. Detrás de ellos van
dos mujeres. Entonces a Peter le duele el costado. Y el pecho. Y una
presión terrible se agolpa en sus sienes. Cuando ve a Celine casi puede ver cada gota cayendo a cámara lenta. El grupo dobla una
esquina y se pierde en alguna callejuela. Tratan de salir corriendo
pero el gentío que agolpa las calles y el barro que empieza a
formarse en el suelo no ayudan. Esta perdiendo la paciencia, pero
lo peor es que sabe que Caroline también la está perdiendo. Si mata
a alguien se va a liar la de Dios y perderán a su presa. Coge a su
ayudante por la cintura apretándola contra él, despliega las alas y
salen volando, escapando del gentío.
Bien, vamos a hacerlo fácil, que será lo mejor para la salud de todos. La voz de Celine no deja lugar a la negociación. Más que una voz es una fría hoja de acero. Este muchacho se viene con nosotras y cualquier cosa que os haya contado la compartí. A cambio, nuestras preciosas balas se quedarán dentro de nuestras preciosas armas.
-Sabes que te seguiremos. Sabes que no lo dejaremo -la voz de Johnny tampoco deja lugar a dudas sobre si habla en serio o no.
-Vamos, Johnny, cielo, no seas tan cabezota -interviene Laura-. Venga, ojazos, seguro que tú eres más
razonable.
Laura le dedica a Bridge una enorme sonrisa que éste tiene
muy claro que solo busca desarmarle.
-No os vamos a dejar que os lo llevéis.
Celine ya nos conoce, la uncia manera en que no os sigamos es que nos
matéis. Aunque supongo que eso para esa maldita arpía no es ningún
problema. Bridge espera que al menos su discurso haya sonado como él
esperaba.
-Me ofendes, Bridge. Yo no soy una
psicópata. No me produce placer matar. Pero no me tiembla el pulso
si hay que hacerlo. Es vuestra última oportunidad. Insisto en que
nadie tiene porque morir.
De eso no estés tan segura.
La voz cae del cielo como un rayo,
abriéndose paso entre el sonido del aguacero. Carolinecaterriza
y en un segundo su trenza a desarmado a Celine y con una patada lanza
el arma de Laura por los aires. Pero eso solo es el principio. El
tiempo parece detenerse cuando Peter desciende batiendo las alas. El
agua escurre por la armadura de combate y la cara empapada arde en
una ira ancestral y casi diabólica. Los ojos negros no reflejan
ninguna luz, aunque solo miran fijamente a Celine. Caroline apunta
con sus dos pistolas al grupo de Bridge y la trenza dibuja
amenazantes círculos cerca de la cara de Laura. El agua empapa el
callejón sin hacer demasiado caso al drama que se tercia bajo ella.
-Te dije que te mataría se te volvías
a cruzar en mi camino -dice Peter. No ve a nadie más que a Celine.
Esto lo aprovechan Bridge y Johnny que recuperan sus armas y apuntan
tanto a Caroline y Peter como a las dos cazarrecomepensas que les han
sacado a la fuerza del hotel. Croline grita un, jefe, pidiendo
instrucciones, pero su jefe solo tiene ojos y oídos para una persona.
La caza ya es lo de menos. En un segundo ha recorrido la distancia
que le separa de Celine y la empotra contra la pared del callejón,
apretando un puño de hierro de fuerza aumentada por la armadura
sobre el cuello de la mujer, que no pierde ni la sonrisa ni la mirada
desafiante. Porque Peter ha vuelto a distraerse y no ve el cuchillo
que busca su costado, una vez más, la tercera. Pero el cuchillo se
detiene. La trenza de Caroline se ha cerrado en torno al brazo de
Celine. Peter mira el brazo inmovilizado que aun sujeta el cuchillo y
sonríe. Este vez no, nena, dice. Y un segundo después interpone su
antebrazo en la trayectoria de otro puñal asesino que iba directo a
la cara de Celine. El arma rebota sobre la armadura y cae al suelo y
es como la señal que los cabrones de Plaga necesitan para
abalanzarse sobe todos los presentes, sin distinguir amigos de
enemigos, que se ven, de pronto, obligados a luchar codo con codo.
Caen de todas las direcciones, pero el extraño grupo que se ha
juntado es letal, y pronto la primera oleada de esbirros de Sorbinus
yace en el suelo y su sangre se mezcla con el barro y el agua de la
tormenta. Es lo de menos. En las azoteas del callejón pueden verse
pocos segundos después un par de docenas de ojos amarillentos que
les observan, como esperando una señal para atacar. Señal que no se
hace esperar. Mide más de tres metros y ocupa una de las salidas del
callejón casi por completo. Su cuerpo es esbelto y su brazos largos
y musculosos y todo es de un color negro que brilla bajo el agua que
le cae desde el cielo. En la cabeza, algo pequeña, brillan dos
ojos amarillos y se dibuja una boca llena de dientes terriblemente afilados que
sonríe a los compañeros que no saben bien como actuar.
-El hombre Harry Street vendrá conmigo
-su voz parece salir de todas las gotas de lluvia, de todas los
rincones del callejón -. Buen trabajo, asesinos. Mi jefe os pagará
lo acordado.
-No tan deprisa, amigo. Esto me hule
mal.
-Pero, jefe.
Peter coge a Caroline por el hombro y
le susurra al oído, sácales de aquí. Caroline no sabe bien como
reaccionar. No entiende nada y la respuestas de Peter es contundente.
Grita, grita con todas sus fuerzas y toda la rabia que tiene dentro.
Llévatelos, sácalos de aquí. Me reuniré con vosotros. Vamos.
Apoya sus gritos con una bola de fuego angélico que choca en una de
las paredes, cerca del esbirro enorme de Sorbinus y hace que parte
del edifico se derrumbe sobre este. Peter vuelve a gritar, ¡Vamos,
moveos! Y esta vez sí, el grupo empieza a correr, seguidos de los
matones de Plaga que van cayendo uno a uno bajo el fuego de los
fugitivos. Caroline mira a su Jefe desesperada. Y Celine también le
dirige una mirada que no sabe como interpretar. Pero da igual. No hay
tiempo para eso. Detrás de él, la imponente bestia de tres metros
se ha liberado de los escombros y se ríe abiertamente.
-De verdad crees, humano, que eres
rival para Nimrod, hijo de Noe, Nimrod el Levuatán.
-Tendremos que averiguarlo. Y te
aseguro que mi padre mola mucho más que el tuyo -dice Peter. Pero el
primer golpe en el pecho le quita las ganas de bromear.
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