lunes, 9 de mayo de 2016

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Episodio 18. La Roca.

Sorbinus pone un pie en el polvoroso desierto. Llena los pulmones con el aire de la mañana y casi se siente relajado. La verdad es que es un mundo hermoso. Por eso es aun más importante recuperarlo para sus verdaderos dueños. Aunque el mundo ya estaba ahí cuando sus amos llegaron, lo que siempre le lleva a desagradables pensamientos que no se puede permitir. Él debe cumplir su misión, nada más, nada de cuestiones sobre eternidad, origen y destino. Esas son cuitas que están lejos de su función. Así que las aparta con facilidad, mientras cruza las viejas instalaciones militares donde despertó hace no mucho y que le sirven de cuartel general. Mientras echa un vistazo a las desvencijadas pistas de aterrizaje y despegue, a los semiderruidos hangares, sonríe pensando que nadie imaginó que la verdadera base está metros y metros bajo el suelo. Instalaciones ultrasectretas y ultra avanzadas donde se atesoraban los mayores secretos que manejaba el viejo gobierno de los Estados Unidos. Y uno de esos secretos eran él y Nimrod, seguramente encontrados en algun rincón oscuro de la tierra. Los muy idiotas creyeron poder manejar algo tan poderoso con sus manos torpes y primitivas. Creyeron poder contenerlos sin ni siquiera comprender a qué se estaban enfrentando, qué tenían delante y qué había en juego. Pues ahora ya están todas las piezas sobre el tablero y si todo va bien, el Gran Sorbinus cree que no le harán falta muchos movimientos para conseguir una definitiva y aplastante victoria final. La victoria que barrerá ese hermoso mundo y podrá, por fin, permitir que una nueva historia se escriba, primero en la Tierra, luego en el resto del universo. Llega al límite del complejo, allí le espera Nimrod, brillando bajo el sol de la mañana que parece chorrear como un líquido de gotas doradas por la armadura bruñida que le sirve de piel. No sabe muy bien por qué, pero le echa una ojeada al viejo cartel que demarcaba el incoo de las instalaciones secretas. Viejo y oxidado, aun pueden leerse algunas frases, como zona militar, acceso restringido, pero sobre todo llama la atención el Área 51 escrito en letras negras lapidarías. Sorbinus solo sonríe.
-¿Próximo movimiento, excelencia? -Pregunta Nimrod con esa voz atemporal.
-Inquisición, pronto lanzaremos la ofensiva final. Tenemos casi todo lo que necesitamos.
Y los dos desaparecen, como sombras que surcan el desierto. Y la tierra mecida por el viento parece mirarles marchar con pesar. Y el silencio del desierto parece encogerse por la presencia de aquellos dos seres, demasiado viejos para andar por ese mundo.

Es triste, piensa Bridge. Bueno y puede que un poco gracioso, al menos irónico, que de las pocas cosas cosas que la civilización ha recuperado del antiguo mundo una sea la utilización de Alcatraz como prisión. Esposados, a bordo de un desvencijado ferry que atravesaba la bahía con torpeza golpeando las olas más que surcándolas, han visto como la Roca, una mole negra en medio de la noche, les recibía con un manto de oscuridad, de tristeza, que conseguía disipar cualquier tipo de esperanza. Como si esa oscuridad, que se escapa detrás de los siniestros barrotes estuviera viva. Tantas décadas de vida truncada, de sueños podridos detrás de esos muros, tienen por fuerza que haber dejado huella. Y casi puede notarse, allí, sentados en una oscura celda, helados, bajo una humedad opresiva y el crepitar de las luces eléctricas que parecen toser enfermas. Bridge piensa en Laura y cuando recuerda la cara desencajada de la chica alejándose en la noche, sabe que ella no ha tenido nada que ver en la traición, Todo ha debido ser, una vez más, producto de la retorcida mente de Celine. Esa mujer es un demonio. Pero en cierta manera no puede evitar admirarla. Johny no ha abierto la boca desde que les encerraron. Ninguno está demasiado comunicativo y nadie ha pronunciado el nombre de Peter, aunque sospecha que todos le tienen en la cabeza. Algo le dice que él lo debe estar pasando peor. Se acerca a los barrotes y echa una mirada al pasillo vacío, hacia la puerta cerrada a cal y canto tas las que se agolpan varios guardias armados. Aunque consiguieran abrir la celda, no sabe muy bien cómo pasarían a través de ellos. A su lado, Thrud comprueba una vez más la solidez de los barrotes. Algo incomoda a la chica, más allá de su forzado cautiverio.
- ¿No puedes, no sé, forzarlos?
La chica le sonríe con esa boca roja y sus ojos casi dorados brillan en la celda.
- Soy una valkiria, Bridge, no Superman. Además, ya os dije, mis poderes están muy mermados en este mundo. Y hay otra cosa...
- ¿Otra cosa?  - pregunta Caroline, uniéndose a la conversación.
- Mis espadas. Van siempre conmigo. Nadie puede blandirlas ni apartarlas de mi. Pero no puedo notarlas ni sentirlas aquí dentro. Con ellas estos barrotes no serán más que humo.
- ¿Y qué es lo que hace que no puedas sentirlas? -Bridge no tiene muy claro querer saber la respuesta a esa pregunta?
- Este lugar está protegido por magia. Una magia oscura y poderosa que me es desconocida. La siento en toda ciudad. Hechizos enfermos y retorcidos, magia de sangre, empapada en fanatismo y oscuridad.
- No me acostumbro a la magia, a pesar de todo lo que he visto -Dice Harry sin apartar la vista de los barrotes.
- Esta es poderosa. Pero hay algo más. Algo más en esta ciudad. Quiere permanecer escondido, pero lo noto. Entre el suelo, en el aire.
- ¿El qué? -Pregunta Bridge.
- No lo sé bien. Cómo una luz. Que ciega, que ahoga, que roba la calma. Una luz que congela el llanto, incluso el mío. Una luz que huele a rosas, y a muerte. A la más terrible de las eternidades.
-Pues estamos jodidos -Dice Bridge.
-Ánimo, amigo -Johny le pone la mano en el hombro-. Entre la oscuridad y la luz, la historia de nuestra vida, colega.

El Cañón del Colorado ruge. La voz de bestias mutantes y mecánicas que empiezan a vaciar las paredes del cañón con algún destino terrible, que hará que el mundo tiemble. El lo alto de las paredes, Madre Mary contempla la salida de sus ejércitos, flanqueada por sus fieles generales y acompañada por Sorbinus, que parece contemplar con satisfacción el podoerío militar que la gobernante de aquel infierno en la tierra ha conseguido reunir para su uso. Madre Mary no es idiota. Sabe que no tiene todo la información, pero si aquel extraño ser está dispuesto a arrasar el mundo y transformarlo, ellos tampoco podrán mantenerse al margen, así que es cuestión de escoger bando. El ruido de los motores es capaz de encoger el corazón. Pero no es menos aterrador el de los rugidos de los mandos del ejército carroñero que dan órdenes a sus atroces escuadrones con voces que solo fueron humanas en algún pasado triste y perdido. Y sí, tiene que reconocerlo. Madre Mary, embutida en una servoarmadura blanca de último modelo, una de las joyas que recuperó para ella su general Finegan que, oculto dentro de su Mech, contempla junto a Madre Mary el desfile de sus tropas.
-¿Cuál es el plan, Gran Sorbinus? -Pregunta Madre Mary.
-Dividiremos nuestras fuerzas.
-Querrás decir nuestras fuerzas -interviene el general Deandré, que recibe como respuesta un gruñido, leve pero aterrador de Nimrod.
-Pronto aportaré potencia militar a nuestra causa -responde Sorbinus mirando directamente a los ojos a Madre Mary e ignorando a derede a Deandré-. Es por eso, de hecho, que dividiremos nuestras fuerzas. Atacaremos San Francisco. Allí se ocultan nuestros enemigos. Podremos arrasarlos y acabar con la única llave que podría frenar nuestra causa. La otra mitad vendrá conmigo. Hay ciertos juguetes que deben ser recuperados y serán de increíble ayuda en la ofensiva final. Nos esperan fuerzas terribles y necesitaremos hacer acopio de todo el poder que podamos.
-Yo iré a San Francisco -dice Madre Mary-. Muchos de los nuestros han caído bajo el yugo de las armas de esa ciudad.
-Perfecto. Nimrod irá con usted. Nada podrá pararles. Yo iré con su segundo al mando, el general Finegan, ha recuperar las armas que demasiado tiempo han yacido ocultas al mundo.
Y así el mundo empieza a ser cubierto por un ejército de corazón oscuro que no piensa en el mañana, ni en el poder. Solo rabia y hambre guía aquellas tropas, aquel monstruo que tiene como cerebro una criatura de otro mundo cuyos planes nadie es capaz de discernir.

Más silencio encerrado en aquellas paredes húmedas. Ángelo calla, perdido en oscuros pensamientos, preguntándose si volverán a ver a Celine, la única persona que puede arrojar luz sobre su pasado. Ahora se maldice por no haber preguntado antes. Mira todas esas personas que sufren cautiverio junto a él y le estremece pensar que la que más extraña le es, es él mismo. Y eso que entre ellos parece que todo indica que hay una valkiria de verdad y una mujer medio biónica. Y lo peor es que perdido en aquella locura se siente menos ahogado en la nada. Como todo en las últimas semanas, las cosas se precipitan rápido, descarriladas, aunque esta vez sea algo imperceptible, simplemente como si de pronto la oscuridad fuera menos espesa, menos viva, menos asfixiante. Todos lo sienten, pero es Thrud la primera que se levanta, abriendo mucho mucho los ojos.
- Algo ha ocurrido. El poder se ha debilitado un poco. Sigue siendo espeso, pero noto algunas rendijas. Recovecos. Quizás pueda...
No dice nada más. Sólo cierra los ojos. Pasan los minutos. Silencio. Sólo silencio. Ninguno de ellos se atreve a hablar, casi ni a respirar. Entonces Thrud sonríe y, sin abrir los ojos, dice, he encontrado un hueco, una rendija, no es mucho, pero bastará. Y acto seguido un relámpago y un segundo después un trueno se cuelan, a través de la noche clara, por la ventana de la celda que da al acantilado que muere en el mar. Y allí están, centelleando, reflejando la poca luz del habitáculo, una en cada mano, las dos espadas curvas de Thrud, esas espadas de incomparable factura. La valkiria les sonríe y pasa delante de ellos. Dos golpes gráciles en la cerradura y una patada de esas esbeltas piernas es suficiente para que la puerta se abra. Johny y Bridge son los primeros en salir, Caroline les adelanta y saca de sus pelo, donde las tenía ocultas, dos ganzúas y tras unos breves segundos la puerta que da las oficinas de la prisión está abierta. La abre un poco, lo suficiente para echar una mirada y la vuelve a cerrar.
- Más de veinte guardias, mierda -dice-.
- Con esas espadas no es suficiente -Dice Johny buscando alrededor algo que sirva de arma.
-Pues algo tenemos que hacer.
-Sí, Bridge. ¿Te acuerdas de aquel pasillo en El Dorado?
-Johny, hace mil años de eso. Estamos viejos, desentrenados, y sobre todo menos locos.
- Ese es el problema, viejo amigo. Estoy harto de que jueguen con nosotros. Hay que coger el maldito toro por los cuernos.
Bridge siente un fuego en el estómago. En las mejillas. En la punta de los dedos. La respiración se ha vuelto un lujo acelerado. De pronto se sorprende a si mismo, con una voz que no reconoce demasiado, diciendo, a tomar por culo, te cubro Johny.
El pobre guardia de la ciudad solo nota el golpe cuando Johny le propina una patada voladora en el pecho que le impulsa por encima del mostrador de recepción haciendo que caiga dolorosamente al otro lado. El arma del tipo vuela y Bridge, como a cámara lenta, la coge al vuelo rodando como una pelota por el suelo. Se incorpora y dispara contra el guardia más cercano, que no tiene tiempo a reaccionar. Johny coge su arma y al pistola que lleva al cinto, se la lanza a Caroline y se parapetan tras el mostrador, que en seguida empieza a recibir una buena dosis de plomo. Humo, gritos de los guardias. Los compañeros que hacen algún disparo, pero ahorrando munición.
-Van a recibir refuerzos. Estamos atrapados -dice Caroline, se levanta y de dos disparos abate a sendos guardias-. Si tienen armamento pesado estamos perdidos. Hay que moverse.
-Sí, Caroline, pero no es que nos estén haciendo un pasillo de campeones -dice Harry Street.
Johny echa un ojo rápido por encima del mostrador, antes de que un proyectil se estrelle a pocos centímetros de su cara, produciéndole leves cortes alrededor del ojo.
- ¡Merda! Están viniendo más.
Thrud lanza un grito y se lanza en medio de la tormenta, corre, da varios pasos por la pared, como si la gravedad a duras penas pudiera retenerla y dos tipos caen al suelo con el cuello cercenado. Cae al suelo da una voltereta y lanza las espadas que se clavan en otro dos guardias. Intenta llegar a las armas de los caídos, pero más tipos armados entran y tiene que resguardarse en una de las columnas , que suelta chorros de hormigón y piedra cuando las balas muerden como perros rabiosos.
- ¡Thrud! ¿Estás bien? -Grita Ángelo.
- Sí, pero estoy atrapada -dice la valkiria, y un segundo después sus espadas se vuelven  materializar en sus manos.
Dos tipos se acercan corriendo, pero Bridge los abate con dos disparos sorprendéntemente certeros, que provocan la sonrisa de Johny. Pero no hay tiempo para camaraderías. Los guardias parecen no acabarse, pero la munición sí. No pueden llegar hasta Thrud, y tarde o temprano la van a flanquear y abatir. Johny piensa que siempre se las arreglan para salir de cualquier aprieto, pero esta vez empiezan a necesitar un milagro.
Y el milagro llega como todos. Con un trueno. Con confusión. Con gritos. Algo ha  pasado en la otra sala, la sala por la que no paraban de entrar guardias. El olor a pólvora lo inunda todo y hace que escuezan los ojos. Algunas luces, alcanzadas por balas perdidas, fallan, se apagan y vuelven. En medio de todo aquello los guardias se van por la puerta, desde la que llegan gritos ahogados de terror, gritos de, es un demonio, y disparos, y explosiones, y un humo espeso que impide ver nada. Luego poco a poco va llegando la calma. Se miran los unos a los otros y ya solo se ouen algunos gritos, algún disparo aislado, algún lamento agónico desde el otro lado de la puerta. Y ese humo espeso. Se levantan, se aprovisionan de armas y municiones y se acercan, muy despacio, cañones arriba, hacia la puerta. Dos siluetas se hacen visibles antes de que puedan reaccionar, y cuando están cara a cara con Celine y Laura, que también les apuntan a ellos, nadie sabe muy bien que decir. Hasta que, como casi siempre, es Celine quien habla, con esa sonrisa torcida.
-Hola, chicos, ¿a qué os alegráis de vernos?
-Perra demoníaca -Grita Caroline, y sólo se detiene en su ímpetu por que Celine es más rápida y le apunta a la cara.
Laura ignora toda la tensión y se lanza en brazos de Bridge, que la recibe dubitativo, pero cuando la chica le besa, baja inmediatamente la guardia.
-Nos vendisteis -escupe Harry.
-No es tan fácil -responde Celine sin dejar de sonreír.
-Para mi sí que lo es -los ojos de Caroline son puro fuego azul.
Esperad. La voz llega desde la otra habitación, entre el humo. Johny, vuelve a decir la voz.
-No puede ser -exclama este. Johny pasa delante de Caline, atraviesa la puerta y el humo y allí en medio, espada en mano, las alas desplegadas, los ojos negros, rodeado por decenas de cadáveres, está el maldito Peter Connors.
Caroline se lanza a por él y Connors le abraza. Luego ella se aparta como temiendo que el ímpetu de su abrazo pudiera herirle. Pero él le acaricia con ternura la cara y dice, tranquila, estoy curado.
-¿Pero cómo coño es posible? -Pregunta Bridge.
-Es una larga historia, vais a alucinar, pero ahora tenemos que salir cagando rayos de aquí.
-Tenemos un lugar seguro, creo -dice Laura.
Se ponen en marcha pero sin que nadie lo vea, Thrud agarra a Peter de la muñeca.
-Esa luz -dice-. Habéis traído una parte con vosotros, la noto. Peter, me aterra.
Peter deja de sonreír. Esta de nuestro lado, por ahora al menos. Vayamos paso a paso.
Thrud sonríe.
-Me alegra que estés repuesto, noto toda tu fuerza -dice.
-A mi me alegra verte, a secas -responde Peter, mirándola muy serio.
-¿Intentas ruborizar a una valkiria?
-Que no se diga que al menos no lo he intentado.
Corren para alcanzar a los demás, aunque nadie ve que tardan unos segundos más en soltarse de la mano. Una vez fuera, la noche les recibe como una vieja amiga cansada. Cuando se suben al ferry para volver a la ciudad, aunque ninguno dice nada, todos pueden sentir una presencia, algo que les llena el corazón de una extraña luz y la garganta de lágrimas.

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