martes, 17 de agosto de 2010

La invasión de los girasoles mutantes.

Episodio 15: Pesada carga es la verdadera fe.
En el despacho de Francis Connors, el silencio parece un invitado más al que ninguno se alegra mucho de ver. El típico que no deja de hacer chistes estúpidos y de beberse toda la cerveza, el que cuando ya lleva cuatro de esas cervezas de más, se empeña en tirarle los trastos a la novia del dueño de la casa. Francis piensa si debe contarles a los presentes, Walker, Helen, Bridge, Martin, Ralphy y V, quién era en realidad el amigo que han perdido. Cuando Walker le ha dado la noticia no ha sabido muy bien como sentirse, volver ha encontrar a su sobrino le había parecido un breve sueño. Ahora vuelve a estar muerto. Tal como llevaba los últimos años. Él no quiso que nadie conociera su secreto, quiso dejar atrás al hombre que una vez fue. Así que piensa, definitivamente, que quizás deba respetar sus deseos, a modo de última voluntad.
- Es un tiempo de grandes pérdidas –dice, al fin-. Lo peor es que, los que seguimos respirando, no podemos detenernos ni un segundo a llorar a los muertos. Hemos de empezar la evacuación de inmediato.
- Con todos mis respetos, alcalde –dice Johnnie-. Creo que tenemos que discutir eso.
- ¿Por qué?
-No hay tiempo para la huída ya. Saben donde estamos. Saben a donde vamos. Solo nos queda una opción. Golpear primero.
- ¿Insinúas que nos enfrentemos a la Corporación? –pregunta el Alcalde Connors. Tiene muchas vidas a su cargo, pero aun así no puede evitar pensar que el viejo militar de las fuerzas especiales que lleva dentro lleva mucho tiempo clamando por un poco de acción y de venganza. A la vieja escuela.
-Eso es –prosigue Walker-. Tienen un espía. Si Helen lo dice, es que es cierto.
-¿Es eso cierto, hija? ¿Cómo podemos estar seguros?
-Esa mujer no se estaba tirando un farol, alcalde –responde Helen-. Le pierde su orgullo y su prepotencia. Me lo contó porque pensaba que yo jamás saldría de esa celda, para que sufriera sabiendo que todos vuestros movimientos eran conocidos por ellos. O encontramos al espía, o nos lanzamos con todo lo que tenemos. No hay más. Johnnie tiene razón. Si saben donde vamos a estar, vallamos a por ellos. Mi rescate es la prueba de que la única oportunidad que tenemos es golpear primero. En su territorio.
¿Golpear? piensa Connors para sí.
-Eso es fácil decirlo, pero ¿con qué golpeamos?
-Con todo lo que tengamos. Tracemos un plan. Pero antes –dice Walker mirando a los presentes. Chicos no es por nada. Pero aquí solo nos podemos fiar de Helen, del alcalde y de mí, porque es la primera vez que vengo a esta ciudad. Cuanta menos gente conozca el plan, más seguros estaremos.
-¿Me estás acusando de ser el espía? –pregunta Martin.
-No estoy acusando a nadie, amigo. Solo digo que no sabemos quién puede ser. Es sensato minimizar los riesgos.
-Tiene razón, chicos –interviene V-. Es lo más sensato.
-Estoy de acuerdo –dice Connors-. Chicos, dejadnos. Pero V se puede quedar. Si la Corporación tuviese la mitad de información que tiene ella en la cabeza, estaríamos perdidos hace mucho.
Con un resoplido de Martin, él, Ralphy y Bridge salen de la habitación. Cuando se han marchado, él alcalde mira a los que quedan y se pregunta si no se están volviendo locos.
-¿Tienes un plan, Johnnie?
-¿De qué disponemos?
-Municiones y armas de sobra. Tenemos cuatro viejos Hummer de los marines, con ametralladoras del 12.70. Y tenemos un M1. Con muy pocos proyectiles.
-Un M1 ¿Es una broma? ¿Hay alguien que sepa llevarlo?
-Lo tienes delante, hijo.
Un M1. Ese monstruo nivela las fuerzas en muchas contiendas. Aunque sabe que la Corporación también tiene carros de combate, el hecho de al menos contar con uno, le hace sentirse extrañamente contento.
-¿Cuántos hombres?
-¿Qué puedan luchar? –Pregunta Helen-. Quizás doscientos. Puede que algo más.
-No es suficiente –responde Johnnie.
-Lo sabemos, hijo. Es lo que trato de decirte.
En ese momento, Walker levanta la cabeza con una más que extraña sonrisa en el rostro.
-Tengo una idea.

Silvio Panterini está en sus aposentos. Tumbado en su cama, disfruta de una excepcional copa de vino, mientras tres jovencitas dormitan en paños menores a todo lo ancho del enorme lecho. El vino juguetea en su paladar. Es un vino blanco. El más puro de los cristales deshaciéndose en su boca. Otro trago. El mundo va a ser un lugar mejor, donde los hombres de valía, los hombres de su valía, reciban todo aquello que merecen por sus constantes esfuerzos y sacrificios a la hora de crear un mundo mejor. Allá donde el Señor falló con el diluvio universal, ellos triunfarán y el Creador no podrá menos que estar orgulloso. Otro sorbo. Este le ha sabido raro. Como más espeso. Mira la copa y puede ver que está llena de sangre. La tira lejos de sí, asustado. Trata de despertar a una de las chicas, pero el tacto de su piel ya no es suave, tersa. Es rugosa, algo pegajosa y un poco húmeda. Con miedo baja la vista y contempla aterrorizado como se han convertido en tres cadáveres putrefactos que llenan las finas sábana de seda blanca de un liquido verdoso que se mezcla con la sangre. Aparta uno de los cadáveres y salta de la cama vomitando en la alfombra. Se incorpora jadeante, sin entender ni una maldita cosa de lo que está pasando. Trata de salir de la habitación cuando oye una voz a su espalda. Es una voz de hombre tan hermosa que da escalofríos. Silvio se gira lentamente. Es un hombre alto. Con una oscura y espesa melena negra. Va vestido con un traje negro.
-¿Tiene prisa, padre? ¿Va algún lado? ¿Acaso no le gusta la fiesta que le he preparado, con el mejor licor y las mejores chicas?
En ese momento los tres cadáveres putrefactos se incorporan en la cama y entre risas le hacen gestos para que se una a ellas.
-¿Quién eres tú, ser impío?
-Eso no tiene importancia. Lo único importante es lo que hago aquí.
-No puedes hacerme temer nada –dice el sacerdote santiguándose-. El poder de Cristo está de mi lado, y el de su Padre, Dios Todopoderoso.
-Mucho me temo que esos poderes a los que te aferras para justificar tus crímenes hace mucho que abandonaron esta tierra a su suerte.
-¡Blasfemo! ¿Cómo te atreves? No podrás socavar tú mi fe.
- ¿Tu fe? Utilizas tu fe para satisfacer tus más bajas pasiones. ¡Tú no sabes lo que es sufrir por tu fe! –Grita el extraño hombre y sus ojos brillan con una luz cegadora- He venido a avisarte. Con las fuerzas queme quedan ayudaré a aquellos que luchan por la libertad. Aun podéis detener esta locura.
Silvio se despierta en su cama. La copa está en su mesilla, con un poco de vino blanco. Las tres jóvenes están dormidas en la cama y sus cuerpos son hermosos y su piel tersa. Pero su Santidad aun puede sentir el calor que de la luz que desprendían los ojos de aquel hombre. Una honda tristeza se apodera de su corazón y un llanto agónico se lanza desde lo más profundo de su ser. Las lágrimas caen por sus mejillas y sus sollozos despiertan a las muchachas, que se incorporan asustadas y tratan de consolarlas. A pesar del puño de acero helado que atenaza su corazón, es un hombre fuerte, un hombre duro y se da cuenta de que no puede tener ese desliz de debilidad delante de sus acolitas. Monta en cólera y empieza a azotarlas con furia en las nalgas y en las piernas, empujándolas fuera de la cama con empujones y patadas.
-Largo de aquí, guarras. Dejadme solo. No os atreváis a tocar a un hombre de mi posición.
Las chicas salen de la habitación y su Santidad empieza a vestirse. Tiene que hablar urgentemente con el Líder.

Johnnie está en la barra de la única taberna que hay en Crow Valley. Es un bar con decoración de madera que lleva un ruso, un tal Sergei. De hecho así se llama el bar, Sergei´s. Es un tipo grande, con el pelo largo y oscuro y una barba espesa. Johnnie está borracho y mira como el humo del cigarro se le escapa juguetón hacia arriba. Levanta el Manhattan y da un sorbo. Una mano le toca en el hombro y Bridge se sienta a su lado.
-¿Una mala noche? –dice Bridge mirando la copa que Johnnie tiene en la mano y el whisky que hay en la barra.
-¿Eso?, es la copa de Doc.
Bridge solo asiente.
-¿Bueno, no os importará que me una?
-Claro que no. Y te digo una cosa, entre tú y yo, no creo que seas el espía –dice llevándose el dedo a los labios en señal de silencio. Luego se ríe.
-Es un alivio. Un whisky, por favor –el camarero le sirve-. Bueno, un brindis. Por el Doctor Spawlding.
-Eso, por el cabrón más retorcido y oscuro que me he llevado a la cara jamás. Pero el único hijo de puta bastardo que quisiera a mi lado si tuviera que echar a patadas las puertas del infierno.
-Amén.
Se hace un silencio y ambos beben. Como solo los buenos bebedores saben beber. Justo cuando no hay nada absolutamente que decir. Para eso sirve el alcohol, para llenar los huecos vacíos de las palabras
-Bridge. No creo que sobrevivamos para ver un nuevo mundo.
-Yo no creo que el mundo sobreviva para ver una nueva raza de hombres más sensata.
-Entonces, ¿esto es una carrera sin final? ¿Sin ganador?
-Eso me temo.
-Pues brindo por eso también, demonios.
-Yo brindaré esta vez porque, joder, ¿por qué no? Quizás esta vez el destino esté de nuestra parte.
Johnnie resopla.
-¿Te digo un secreto? El destino no existe. La puta causa efecto es la que rige nuestras vidas, amigo. Y eso es lo más aterrador que hay.
-Pues procuremos ser esta vez causa, en lugar de efecto –sentencia Bridge dando un trago.

4 comentarios:

Eriwen dijo...

Ains... Peter...

Doctor Spawlding dijo...

....?????....

Eriwen dijo...

Que no sé como va a acabar esto, pero te juro que como sea algo en plan el final de evangelion te rajo

Doctor Spawlding dijo...

jajajajajaj, no, nada tan críptico, jajjajaja