martes, 3 de agosto de 2010

La invasión de los girasoles mutantes

Episodio 10: Malas noticias.
Túneles y más túneles en la ciudad subterránea de Crow Valley. Túneles y grandes salas apuntaladas con vigas metálicas, escavadas casi con las uñas y la desesperación a lo largo de los años tras el holocausto. Las luces crepitan, luces artificiales alimentadas por paneles solares y viejos generadores de gasoil. A pesar de que es cierto que conocen a Bridge y a Martin, no les han dejado conservar sus armas y ha habido un momento de verdadera tensión cuando han requerido la espada del Doctor. Hubiera sido mas fácil que le pidieran que dejara en custodia uno de sus brazos. Ahora avanzan custodiados por cuatro miembros de la seguridad de la ciudad y les conducen ante la presencia del Alcalde, puesto que Walker ha pedido ver a quién esté al mando.
- No te preocupes, Johnnie –le dice Martin, poniéndole la mano en el hombro-. El Alcalde Connors es un buen hombre, justo y sabio. Aprecia a Helen como una hija, se alegrará de saber quien eres.
-Eso espero.
Por fin llegan al despacho, una habitación pequeña, pero bien iluminada. Las paredes están llenas de libros. Hay cuatro jaulas de metraquilato con cuatro girasoles, unos magníficos ejemplares de casi metro sesenta que les miran con rabia. El Alcalde Connors toca una vieja guitarra apoyado en la mesa de su despacho. Es un hombre joven, no más de cuarenta y cinco años. Lleva el pelo muy corto y de un tono rojizo igual que el de la cerrada barba que luce. Tiene una frente prominente y un curioso colmillo que luce con malicia cada vez que el hombre sonríe. Junto a él hay un hombre bajito, pero fuerte.
-Buenas tardes caballeros. Bienvenidos a mi ciudad. Espero que los modales de mis guardias no hayan sido demasiado rudos.
-Nos han tratado peor –dice Walker-, puede estar seguro.
-Soy el alcalde Francis Connor y este es el sargento Ralphy –el hombre saluda con un gesto de cabeza.
-Yo soy Johnnie Walker. Este es mi amigo, el Doctor Spawlding y creo que a Bridge y a Ben Martin ya los conoce.
-Por supuesto que sí. Es un placer ver caras amigas, no abundan. ¿Doctor Spawlding? ¿Es usted médico?
-¿Y usted?
Johnnie cierra el puño y traga saliva. El carácter de su amigo es un volcán y cualquier salida de tono puede provocar una erupción antes de que consiga saber si Helen está en la ciudad. Lo tiene tan cerca.
- No –dice el alcalde-. Pero yo no me hago llamar Doctor. Pero sí oí historias, hace unos diez años, de un joven guerrero que lideraba una banda de carroñeros y salteadores de caminos, cuando las ciudades empezaban a funcionar. Dicen que manejaba una espada con letal pericia.
- En ese caso me encantaría medirme a él. Y en respuesta a su pregunta, no, no soy médico. Es solo un nombre que me pusieron hace tiempo. Un recuerdo de otra vida.
- Ya veremos. Johnnie, hijo. No imaginas las veces que Helen me ha contado cosas sobre ti.
El corazón de Walker casi se detiene. Está viva. Nunca lo había dudado, pero ahora casi podía sentirla respirar. Cierra con fuerza los puños, como para agarrarse al mundo que da vueltas, para mantener el equilibrio.
- ¿Está aquí?
- Lo estaba hasta hace dos días.
- ¿Qué significa eso?
- Ayer –dice el sargento Ralphy-. Un destacamento de la Corporación atacó nuestro campamento base. Cayeron sobre nosotros sin avisar. Helen me ordenó huir de allí para venir a la ciudad a avisar, pero me escondí entre unos matorrales y pude ver con los prismáticos como nuestra compañía, Los irreductibles de Helen, era aniquilada.
Caían leves lágrimas de los ojos del sargento Ralphy mientras contaba las malas nuevas.
- ¿Ya ella, qué le pasó a ella? ¡Contesta! –Johnnie no se da cuenta de lo mucho que está gritando hasta que su amigo le pone la mano en el hombro.
- Pude ver como se la llevaron prisionera.
-Entonces está viva.
-Eso da igual –dice el alcalde Connors-. Estará en el campo de concentración que hay a trescientas millas al norte, custodiado por las fuerzas de la Corporación, en espera a ser interrogada.
-¿Qué cojones es eso de la Corporación? –Pregunta Spawlding-. No paro de oír hablar de esa puta mierda en los últimos días.
-Hace poco que lo descubrimos. Hace apenas dos años que se dejaron ver. Luego capturamos a algunos de sus soldados y les hicimos hablar. Son los culpables de todo –Connors señala a los girasoles que se mueven amenazantes es sus jaulas trasparentes-. Era una organización terrorista que se amparaba bajo una red de multinacionales. Pero su único propósito era levantar el Cuarto Reich. Todo por la enferma visión de su Líder, Jeremmiah Kiskembauer. Encontró el apoyo del Papa, Silvio Panterini, y con el poder del Vaticano de su lado, puso en marcha su plan. Un arma química que convertiría la naturaleza en un monstruo a sus órdenes que limpiaría el mundo de todos aquellos que consideraban impuros. Y casi lo consigue. Solo que se les fue de las manos.
- ¿Ellos crearon a los girasoles? ¿Ellos provocaron esto? –pregunta Walker, con los nervios a punto de explotarle.
- No solo los crearon –contesta el sargento Ralphy-. Tienen unas maquinas que emiten ciertas frecuencias y con ellas controlan a los girasoles y a los girazombis.
-Por eso –añade el alcalde Connors señalando a los girasoles-, estas bellezas que veis aquí enjauladas. Intentamos buscar esas frecuencias y volver su arma contra ellos.
- ¿Y por qué de repente se dan a conocer? –pregunta Bridge.
- Ellos esperaban que sus creaciones acabaran con todo el mundo. No contaban con Helen y su grupo.
- Todo esto me da igual –interviene Walker-. Voy a ir a rescatar a Helen.
-No podemos hacer nada muchacho. Sus fuerzas son muy numerosas. Ya sabrán que estamos aquí, no podemos perder tiempo, hay que evacuar la ciudad. Tenemos un refugio al oeste.
-No le estoy pidiendo ayuda, Alcalde.
Walker se da la vuelta y abandona el despacho. Spawlding se da la vuelta para ir en pos de su amigo.
-Un momento, Doctor, me gustaría hablar en privado con usted. Si los demás me disculpan.
- En seguida voy Johnnie, espérame en Betsy, recupera nuestras armas.
- Hecho, Doc.
Cuando todos los demás han abandonado la habitación, el Alcalde Connors abre una puerta y habla con alguien que Spawlding no puede ver. Pero no tarda en salir de dudas. Por la puerta entra una chica. Es casi tan alta como el Doctor. Mientras anda, menea las caderas y mira al Doctor con unos ojos oscuros y muy intensos y una sonrisa que él no puede identificar. Lleva a Tadeusz, su espada, en la mano. Spawlding no puede evitar, no sabe muy bien por qué, fijarse en el peinado de la joven, que lleva su larga melena oscura recogida en dos coletas. El alcalde coge la espada de manos de ella.
- Señor Spawlding –dice el alcalde-.
-Doctor –responde este.
-Como quiera. Le presento a la señorita V. Una de las mejores armas de que disponemos en este momento. La señorita V es una espía infiltrada en la Corporación. La señorita V ha conseguido, nada menos, que su santidad, Silvio Panterini, piense que ella es una espía infiltrada aquí y que su lealtad es para con él.
- ¿Y cómo sabe que no es así?
- Entre otras cosas, Doctor, porque si fuera así, la Corporación haría mucho que nos hubiera borrado del mapa. Nuestras vidas son prueba de su lealtad para con nosotros. V, preciosa, cuéntale a nuestro invitado lo que atormenta a su Santidad estos días.
- Ese carbón dice que Dios le está advirtiendo en sueños de dos guerreros que son una amenaza para sus planes. Sobre todo uno, porque está respaldado por un oscuro poder. Un guerrero que lleva una espada. ¿Eres tú, guapo? Eres tú el guerrero misterioso, el guerrero maldito que puede acabar con la Corporación ¿Qué poder es ese del que habla su santidad?
La imagen del hombre que se le ha aparecido dos veces viene con fuerza a la mente del Doctor. Pensaba que estaba perdiendo la cabeza, pero ahora empieza a desear, ante la posibilidad de que todo aquello tuviera algo de real, haberla perdido de verdad.
-Supersticiones de un loco fanático. Yo no soy nadie.
-Todos somos alguien, guapo.
- Señorita V, podría dejarme charlar un momento a solas con el Doctor.
-Claro, alcalde Connors. Nos veremos por ahí. Quizás podamos tomar una cerveza.
-Nunca está de más una cerveza –responde Spawlding, y la joven pasa su lado y deja el despacho.
El alcalde se acerca a Spawlding con la espada en la mano.
-Una buena hoja. ¿Un regalo?
-Me la hizo un familiar.
-Es una espada excelente.
-Siempre fuiste un gran herrero, tío.
El Alcalde mira a Spawlding y un par de lágrimas están a punto de correr por sus mejillas. Luego abraza al Doctor.
- ¡Jesús, Maria y José! Pensaba que estabas muerto, hijo.
-Y así era, tío Francis, así era. Casi muero. Me salvó un brujo piel roja cerca de Sioux City.
- ¿Qué pasó?
Como toda respuesta, Spawlding se levanta la camiseta y muestra la cicatriz cerca del corazón.
- ¿Celine? –Spawlding asiente.
- Siempre te dije que te olvidaras de esa mujer. Que no era buena.
- Ya me conoces. Adicto a los problemas. Bueno, tío, me voy a ir. Pero volveremos con Helen, te lo aseguro.
-Es un suicidio.
-Ya he estado muerto, ¿recuerdas? –el alcalde sonríe a su sobrino.
-¿Tengo que seguir llamándote Doctor Spawlding?
-Por el momento sí. El hombre que conociste no existe
-Tu hermana está aquí también.
Una punzada de Dolor cruza el hueco donde se supone que debería estar el corazón de Spawlding. Su hermana. Casi había olvidado que una vez tuvo una vida, que era un hombre con familia y sueños. Eso había quedado atrás. Ahora solo hay dolor y muerte.
-No le digas nada aun. Si vuelvo, yo hablaré con ella.

2 comentarios:

Eriwen dijo...

La cosa va cogiendo ritmo =) Aqui esperaré a ver como se desarrollan los acontecimientos

Doctor Spawlding dijo...

Bueno, espero no defraudarte. aun quedan un par de sorpresas. Bastante descabelladas, eso si, al fin y al cabo, es una historia de serie z, jeje.