miércoles, 4 de agosto de 2010

La invasión de los girasoles mutantes.

Episodio 11: Finales cercanos.
Walker y Spawlding ultiman los preparativos para su misión de rescate. Los hombres del alcalde Connors les han grabado en un viejo GPS la localización del campo de prisioneros donde la Corporación mantiene a Helen. No tienen un plan. Nunca han sido muy amigos de tener planes, más bien se han dejado mecer como una hoja al viento. Ya lo pensarán cuando se estén acercando, sobre el terreno.
- Al menos el alcalde nos ha proporcionado armas. Este lanzallamas nos vendrá de miedo si nos taponamos con girasoles.
- Y que lo digas, Doc. Vamos a hacer una barbacoa baja en calorías.
- No pensaríais hacerla sin nosotros, ¿verdad? –pregunta Martin desde la puerta. Él y Bridge han subido al autobús y van perpetrados para una batalla, armados, con un casco militar y cajas de municiones. Bridge lleva su vieja escopeta.
- Chicos –dice Walker-. Esta no es vuestra guerra. Ya habéis pagado de sobra la deuda que teníais con nosotros por salvaros el culo en aquella ciudad.
- Maldito delgaducho arrogante –interviene Bridge-. Lo teníamos todo controlado antes de que vosotros dos, malditos psicópatas, entrarais con vuestro numerito de John Wayne y el Zorro. Y si no recuerdo mal, si no es por mí y mi vieja amiga no hubierais descubierto el punto débil de Zarrapastro.
- Mejor no menciones eso –interrumpe el Doctor pasándose la mano por el cabello, como alegrándose de que aquella parte de su sesera aun estuviera allí.
- Ya, bueno. Pero de no ser por mí ahora estaríais en poder de la Corporación, eso no vas a negármelo.
- En serio, amigos –prosigue Martin-. Hemos pasado demasiado juntos. Prometo no contaros ninguna historia de cuando trabajaba en el Hospital.
Walker mira a Spawlding con una sonrisa en la cara.
- ¿Por qué tú eres John Wayne y yo soy el zorro? –pregunta éste.
- Siempre he querido decírtelo, lo de la espada es un poco gay.
Spawlding sonríe y se encoje de hombros.
- En fin –dice-, más vale cuatro tiradores que dos.
- Entonces seis serán mucho mejor, ¿no crees, guapo? –dice una voz de mujer desde la puerta del autobús. En ella se encuentran las señorita V y el sargento Ralphy-. Nosotros también vamos. -Desde la puerta le lanza al Doctor una lata de cerveza- ¿Te hace ahora esa cerveza?
- ¿Por qué no? Siempre es buen momento para una cerveza.

Helen está sentada en el catre de la celda. Frente a ella está la mujer que consiguió capturarla, la tal Celine Delpy. La mujer le da escalofríos, nunca había visto unos ojos más fríos y una sonrisa más desapiada que la de aquella mujer. Era demasiado hermosa, demasiado distante, como si hiciera tiempo que hubiera renunciado a sus sentimientos, a su corazón, a su alma.
- Míranos, Helen. ¿Qué le ha pasado a este mundo? Dos chicas de veintitantos como nosotras, guapas, inteligentes. Deberíamos estar llevando un bonito vestido e ir a algún bar en busca de un novio guapo.
- Yo ya tengo un novio.
- ¿De veras? Espero que no estuviera en vuestro precioso campamento. Porque, guapa, aparte de ti, no quedó nadie con vida.
- Que te jodan, puta.
- No, no estaba allí, si no ahora hubieras tratado de sacarme los ojos. ¿Sabes? Una vez yo tuve un novio. Le amaba con locura.
- Un novio, ¿tú? Dudo mucho que siquiera tengas corazón y menos que una vez fuese capaz de amar a alguien.
Celine se queda de perfil, mirando la pared con expresión ausente, como si su cerebro hubiese desempolvado recuerdos que ella le hubiera mandado destruir hacia mucho. Helen piensa que es la primera vez que aquella estatua de mármol le parece lejanamente humana.
- Supongo que él pensaría lo mismo puesto que le maté –dice, aunque Helen no tiene la sensación de que hable con ella, puesto que Celine sigue mirando a la pared. Un segundo después, la sombra que había cubierto la mirada de la capitana desaparece y vuelve a mirarla con aquella mirada y aquella sonrisa de acero.
- En fin, solo he venido a decirte que no hace falta que nos digas donde esta tu preciosa ciudad de Crow Valley, perra. Me alegra poder confesarte que hace tiempo que he infiltrado un espía entre vosotros y ya sabemos de qué fuerzas disponéis y donde estáis. Hasta sabemos de vuestro precioso refugio de emergencia. Así que, preciosa, ahora mismo todas nuestras fuerzas están listas para agruparse en nuestro cuartel general y en pocas semanas estaremos listos para arrasaros. Solo quería decírtelo en persona. Hasta he dado orden de que no se te ejecute hasta después de la operación, quiero que te enteres de cuando tu preciosa resistencia ha sido borrada de nuestro mundo.
Helen solo quiere poder aguantarse las lágrimas, no darle a esa maldita zorra la satisfacción de ver como se derrumba. Mira al suelo y aprieta los puños.
- El mundo no es vuestro, ni nuestro, el mundo no es de nadie.
- Es ahí justo donde te equivocas, nena. Por cierto –dice mientras sale de la celda-. Que mono que es ese gatito tuyo, se llevara bien con los míos.
Helen aprieta tanto los puños que el dolor de las uñas clavándose en la piel le hace morderse los labios.

Johnnie conduce tan rápido como Betsy se lo permite. Esta vez nadie le dice que se lo tome con calma. El tiempo apremia. El mundo se está plegando y llegará el final de muchas historias, y no quiere ni pensar que en el mundo en el que viven, los finales felices son tan valiosos como el oro. Pero mucho más difíciles de encontrar. Casi cinco años buscándola, si de verdad está en ese campo, nada podrá interponerse entre los dos. Como solía decir su viejo amigo Spawlding, son hombres y esa noche necesitaba demonios. Otra frase de una película del siglo veinte. Afortunadamente, lo más parecido a un demonio que había conocido, a parte de los girasoles, estaba sentado en un asiento leyendo un viejo libro.
Por el rabillo del ojo puede ver como la mujer que les ha acompañado, la señorita V, se le acerca.
- ¿Cómo vas? –le pregunta.
- Bien, este autobús y yo somos viejos amigos. Conocemos nuestros límites.
- Bien, ¿ves esa señal que pone condado de Crewny? Vete aminorando, a unos veinte metros está el camino de tierra que te dije.
- ¿El que conduce a vuestro escondite?
- Exacto. Ahí podremos repostar, descansar, esperar a que anochezca y seguir nuestro camino. A partir de ahí empieza lo difícil. Campos de girasoles, patrullas de la Corporación y lo que quiera que nos espere en el campo de prisioneros.
Johnnie coge el camino de tierra que la señorita V le ha indicado.
- No me importa.
-Lo sé, Helen me hablo mil veces de ti. Hasta tarareaba sin parar las canciones que compusiste antes y después del holocausto.
- Cielos –dice Johnnie con una sonrisa de inmensa melancolía-. Casi se me había olvidado que en otra vida fui músico. Hace siglos que no toco la guitarra
- Bueno, quizás cuando todo esto acabe, Helen te deje un rato para que nos des un pequeño concierto. Al fin y al cabo tenéis mucho tiempo que recuperar. Párate ahí.

El Coronel Henninger ultima los detalles para que las tropas se dirijan a el Dorado, donde se unirán con el resto y se iniciaran los preparativos para la ofensiva final. En el patio del campo de prisioneros, los blindados y tropas forman antes de iniciar la marcha. Siente el poder de mandar tantos puños firmes, tantas voluntades con un solo gesto de su mano. Definitivamente, piensa, los grandes hombres se distinguen de los demás por el poder. El poder lo es todo. En este momento piensa que es el cuarto hombre más poderoso del planeta y se siente lleno de orgullo. Al fin y al cabo, del cuatro puesto al primero no hay tantos escalones.
- ¡Coronel! ¡Deténgase!
La voz de la capitana Delpy le saca de sus ensoñaciones. La chica viene corriendo hacia él, parece preocupada por algo, pero él solo puede pensar en que la mujer es alta de veras.
- ¿Qué ocurre, capitana Delpy?
- Tiene que retrasar la marcha de las tropas.
-¿Por qué?
- Acabo de recibir un mensaje de mi espía. Un grupo de rescate viene hacia aquí para liberar a Helen y a todos los prisioneros.
- Ya veo ¿un contingente muy numeroso?
- No, solo son seis hombres.
- ¿Ha perdido usted el juicio, capitana Delpy? Tiene a veinte de sus hombres, un centenar de girasoles a las puertas, ¿y me está diciendo que no se ve capaz de hacerle frente a un equipo de rescate de seis efectivos?
- Verá, señor, es solo que mi espía dice que dos de esos hombres son especialmente peligrosos.
- ¿Acaso usted y sus hombres no lo son?
- Sí, señor, siento mis dudas, señor.
- Ahora, si me disculpa, tengo un largo camino hasta el Dorado. Por cierto, capitana. ¿Cómo está tan seguro su espía de todos esos detalles?
- Porque viene con ellos.

Mientras los demás repostan, Spawlding se adentra en la noche, un pequeño reconocimiento, para asegurarse de que no hay moros en la costa. O monos, nunca ha sabido decir bien esa frase. Lleva un fusil de asalto con mira nocturna, uno de sus juguetes favoritos y, por supuesto, a Tadeusz en la espalda. Pero para lo que se encuentra, no necesita armas.
- Tú, otra vez –dice.
- Sí, hijo mío –dice el hombre del rostro oculto en sombras-. ¿Ya has asumido que soy real?
- Ya no sé que asumir y que no asumir. Pero deja de llamarme hijo mío.
- ¿Por qué, acaso conociste a tu padre y a tu madre? ¿Acaso no fuiste adoptado?
- ¿Cómo demonios sabes eso?
- Porque, yo soy tu padre.
-Mientes, mientes. Eres un cerdo mentiroso –y sin más, suelta una ráfaga de disparos que no parecen hacerle el menor efecto al hombre del rostro en sombras-.
- Examina tus sentimientos, sabes que es cierto.
El Doctor cae de rodillas, algo que no se ve muy a menudo. Las lágrimas caen de sus ojos, algo que nadie en muchos años ha visto. Las gastó todas cuando Celine le traicionó. Pero algo en su interior no deja de decirle que lo que dice aquél extraño es cierto. Toda su vida se había preguntado por su verdadero origen, a pesar de que sus padres y su hermana siempre le aceptaron como si realmente fueran su familia biológica.
- Entonces, dime quién eres. Quién soy yo.
- No es el momento.
- ¡Qué te jodan! Me tienes arto con tu secretismo. Vete al infierno.
- No es tan sencillo. Hay reglas que ni yo puedo romper. No puedo intervenir de manera directa. Tú deberás hacerlo por mí, pero para eso tienes que enfrentarte antes a muchas cosas. Es eso lo que he venido a decirte. La primera prueba que tienes que pasar te estará esperando en ese campo de prisioneros. Has de ser fuerte.
Y habiendo dicho esto el hombre se esfuma. Pero cuando el Doctor se da la vuelta, vuelve a oír su voz detrás suya.
- Otra cosa. Hay un espía entre vosotros. Ten cuidado Nephilim.

No hay comentarios: