jueves, 12 de agosto de 2010

La invasión de los girasoles mutantes

Episodio 14: Lo inquietante del nuevo amanecer.
Es increíble, casi absurdo, ridículo, como cambia la vida en cuestión de segundos, piensa Johnnie. Apenas si reconoce su realidad. Hace menos de una hora que ha enterrado al Doctor Spawlding y ahora va sentado en el suelo de Betsy, mientras Bridge conduce con suavidad a través del amanecer, con la espalda apoyada en la pared y Helen acurrucada en su regazo. La muchacha duerme. Quién sabe cuanto tiempo hace que la chica no duerme así de placenteramente. Cuánto tiempo desde que pudo dejarse vencer por el cansancio de los últimos días sin miedo. Pero él no puede dormir. Demasiadas cosas que asimilar. Una nueva vida que aceptar, sin más remedio. Las cosas son así, chico quieras o no. Acaricia el pelo de la joven, con suavidad, con mucho cuidado, y piensa en el tiempo que hacía que no tocaba algo con tanta delicadeza. ¿Es el fin de todo? De la búsqueda, de los días en los caminos con Spawlding, del miedo a no encontrarla nunca y hacerse viejo persiguiendo una quimera. Supone que sí, que es el final. Y el comienzo de muchas otras cosas que no sabe como va a poder encajar. La imagen de la tumba de su amigo, con Tadeusz, su espada, como única señal, no se le quita de la cabeza. Coge la botella de bourbon que tiene al lado y le pega un buen trago. Luego otro. Este va por ti, amigo. Al final los dos encontraron lo que buscaban. Y casi le entran ganas de ir a buscar al maldito destino y hacerle cruzar la frontera de tres estados a patadas. Al final, el viejo destino no había hecho gala de demasiada imaginación. Su meta y la de Spawlding estaban juntas, en el mismo lugar, en el mismo momento, enfrentadas la una a la otra. No puede evitar pensar que al final todo ha sido como tenía que ser. Él ha recuperado a Helen y Doc ha muerto a manos de Celine. Ella tenía que rematar el trabajo y acabar con el muerto en vida en el que su amigo se convirtió cuando ella le destrozó.
Pero sabe que aun no podrán detenerse. La Corporación sabe donde están y estará furiosa después del golpe al campo de prisioneros. Querrán una respuesta contundente, querrán borrarles del mapa y si, como ha dicho Helen, es cierto que tienen un espía infiltrado, saben, no solo donde encontrarlos, si no cuales son sus posibles escondites. Entonces una idea comienza tomar forma. Quizás el momento de esconderse haya pasado. Puede que sea el momento de dar la cara.

En la mesa los tres hombres más poderosos de la tierra frente a ella, sentados mirándola fijamente. Detrás, de pie, expectante y con una sonrisa de malicia, el cuarto. Celine no puede evitar pensar que le encantaría que le dejaran un rato a solas con el coronel Henninger. Le iba a borrar esa estúpida sonrisa de la cara. Pero tienen cosas más importantes de las que preocuparse. El Líder no la mira, mira un montón de papeles que tiene delante encima de la mesa. Su santidad, el Papa Panterini sí le está mirando. Pero a la chica no le gusta nada la mirada que aquel hombre le está echando mientras se mesa la larga barba rojiza. El general Xavier también le mira. Y esa mirada es casi peor, con esa sonrisa congelada siempre en el rostro. Celine piensa que es como la mirada de una cobra dispuesta a atacar.
- Entonces –dice el Líder, sin levantar la vista de los papeles-, ¿todos sus hombres fueron eliminados por un grupo de seis atacantes? ¿Treinta y cuatro hombres?
- Sí, mi Líder, pero…
- Más un campo entero de girasoles.  
- Sí, mi Líder –Celine agacha la cabeza, sabe que las excusas no valen con ese hombre.
- ¿Tiene alguna explicación?
- Sí, mi Líder, aunque no se si es valida. Nada justifica mi fracaso.
- Nadie –interviene el general Xavier- le acusa de nada, querida.
- Por ahora –añade su Santidad. El general le echa una mirada que paralizaría a un ñu.
- Solo queremos entender lo que pasó.
- Estaban bien armados. Preparados. Bien dirigidos. Atacaron por sorpresa. Pero sobre todo, tenían dos guerreros increíbles con ellos.
- Sí, esos dos guerreros –dice el Líder levantando la vista. Celine no puede evitar tragar saliva al ver aquellas dos pequeñas ascuas clavadas sobre ella-. Hábleme de ellos.
- Uno es el que entró en el complejo principal y liberó a los prisioneros. Fue de pasillo en pasillo eliminado a mis hombres. Mis hombres son los mejores, peor no pudieron hacer nada contra ese tipo. El otro acabo con casi toda la guarnición, a espada y con armas de fuego. Fue algo inhumano.
- ¿Y usted acabo con él?
- Sí, mi Líder. Le clave un puñal en el costado.  
- Bien hecho, hija mía. Pero, y es pero que me sea sincera, cuando habla de ese hombre le brillan los ojos de manera especial. ¿Acaso le conocía?
Celine traga saliva. Sabe lo difícil que es ocultarle información al Líder. Pero también sabe que si reconoce que fue amante de Peter, que lucharon juntos durante años y que una vez incluso le amó, el Líder nunca confiará en ella. Y en la Corporación, perder la confianza del  Líder, es casi tan seguro como sujetar una granada sin anilla con los dientes. Solo tiene una carta y debe jugársela. Si el destino no quiere  que gane esa partida, mala suerte hasta aquí hemos llegado, piensa.
- Sí, mi Líder. Se llamaba Peter Connors. Fuimos compañeros hace años en una banda de salteadores. Pensaba que estaba muerto. Era un guerrero formidable.
- Y no tuvieron, digamos, algún tipo de relación sentimental.
Ahí están, las cartas sobre la mesa, ahora le toca apostar a ella y no tiene ni un maldito as. Le toca jugar de farol.
- No, mi Líder. Era un tipo solitario y más bien extraño. Yo en esa época estaba unida al líder de la banda –bueno, piensa Celine, no es del todo mentira. Al fin y al cabo fue por el líder un, hombre mucho más ambicioso, por quien Celine decidió abandonar a Peter. Y quien dice abandonar dice clavarle un cuchillo en el pecho. Por primera vez.
Los tres hombres guardan silencio. El Líder clava su mirada en ella mientras asiente con la cabeza. El general sigue sonriendo y el Papa sigue mirándola de arriba abajo.
- ¿Sigue su espía infiltrado en los rebeldes?
- Sí, mi Líder. Sabemos donde está la ciudad y donde está el refugio de emergencia que tienen en las montañas. Seguramente se atrincherarán allí.  
- Bien, eso está muy bien. Es pronto para decidir que haremos. Han demostrado tener más fuerza de la que pensábamos. No podemos volver a subestimarles, así que debemos pensar con calma nuestro siguiente movimiento. En cuanto a usted, capitana Delpy.
- ¿Sí, mi Líder?
- No cabe duda que ha cometido un error terrible. Pero al mismo tiempo no cabe duda de que ha tenido otros muchos éxitos que responden por usted. Hasta en el fracaso se revolvió como una gata y de un zarpazo eliminó a un poderoso enemigo. El general Xavier responde por usted.
- Además, seria una lastima estropear algo tan hermoso –interviene el Papa.
-Así que –continúa el Líder, como si no hubiera escuchado al líder eclesiástico-. Sigue usted contando con nuestra confianza. Puede retirarse, pero, hija, no seremos tan tolerantes con futuros fracasos.
- Sí, mi Líder, gracias, mi Líder.
Escalera real, piensa Celine mientras sale de la habitación.
- ¿Confías en su lealtad, Xavier? –pregunta el Líder.
- En su lealtad hacia con nosotros no más de lo que podría confiar en la de cualquiera. Pero si creo en sus ansias de poder y sabe que solo podrá colmarlas con nosotros. Y tengo fe ciega en sus aptitudes.
- Ya veremos, viejo amigo, ya veremos.

La habitación de Halen está llena de viejos póster de grupos olvidados y de dibujos hechos por ella misma. En un rincón, algo llena de polvo hay un avieja guitarra. Johnnie recuerda la que él le regaló  hace ya tantos años. ¿Dónde estará esa guitarra? Seguramente en el mismo lado que los jóvenes que eran en aquellos días. Es en ese momento, tumbado en la cama de Helen, cuando Johnnie es consciente de que le duele todo el cuerpo y de que está realmente agotado. William le salta encima y trata de jugar con él, pero Johnnie le baja de la cama con delicadeza.
- Más tarde, amiguito, ahora el tío Johnnie tiene que descansar.
Helen entra por la puerta. Se le queda mirando y le sonríe.
-¿Qué pasa, de que te ríes?
- Nada –dice ella-. Es solo que había soñado muchas veces con eso, con verte tumbado en mi cama.
Helen se va acercando a él, despacio, mientras se suelta el pelo. Johnnie se incorpora y, sentado en la cama, le besa el vientre. Helen se agacha y le besa.
- Se que estás cansado. Has perdido a tu amigo. Podemos dormir si quieres y mañana será otro día.
La imagen de la tumba del Doctor le viene a la mente.
- Ya dormiré cuando esté muerto –dice Johnnie, arrastrando a Helen a la cama con él.

4 comentarios:

Eriwen dijo...

Se ponen a forniciar... ella debería haber sido violada por un girazombie...

Doctor Spawlding dijo...

no hombre, no, que es la heroina. Pero mira que tienes una mente retorcida, eh?

Panteira dijo...

mmmmm Silvio Panterini, interesante jajaja, ya que tengo un papel de malo, malísimo, espero ser un verdadero hijo de puta xD y que mi muerte sea lo más violenta posible, recrearos con mis visceras, en especial con mis intestinos xDDDD

Muy buen relato Peter Connors :D, anoche cambié el libro de "El druida" por los 8 primeros capítulos :D, así que date por elogiado :)

Doctor Spawlding dijo...

Me doy por elogiado, borther, ua te digo. En cuanto a tu muerte, tus deseos son ordenes, jajajajaja.