lunes, 23 de agosto de 2010

La invasión de los girasoles mutantes

Episodio 17: Una tumba comida por el polvo.
El fuego arde al atardecer y los girasoles gritan amenazando con partir el cielo en dos. No han tenido que esperar mucho para que la Corporación ponga a prueba las fuerzas del nuevo ejército. El campo de girasoles al que se están enfrentando es inmenso, de los más grandes que Johnnie ha visto. Mientras Betsy, conducida por Bridge, se abre paso, con el, resto del convoy, él, Helen y Martin abren fuego desde las ventanillas. Pero hay algo que no deja de sorprender a Johnnie, es como si los girasoles se lazaran con más furia contra ellos, sin dar ni un segundo de tregua a pesar de que apenas quedan unos minutos de sol. Es como si tuvieran órdenes, como si supieran la importancia que, desde ese momento, iba tener cada batalla. Un estruendo detrás de ellos les hace girar la cabeza y dejar la matanza por un momento.
-¡Han volcado uno de los transportes! –grita Martin en medio del estruendo.
El ruido del camión al golpear contra el suelo es ahogado rápidamente por el de los chillidos homicidas de los girasoles y por el de los soldados que van dentro del camión, Algunos disparos, más chillidos, pero en pocos segundos, solo el sonido de los girasoles rasga el aire.
-Seguid disparando o nos pasará lo mismo -grita Helen.
Por un momento, Johnnie no puede evitar pensar que hay algo de hermoso en todo aquel espectáculo. Los pocos carros de combate que tienen abren la marcha, lanzando llamaradas con los lanzallamas que les han instalado, casi de forma acompasada, como una danza de belleza bizarra que hipnotiza a los girasoles y les hace inmolarse contra los muros de fuego. Walker piensa, aunque un segundo después prefiere no haberlo hecho, que los girasoles tienen una ventaja que ellos nunca tendrán. Los girasoles no temen a la muerte.

Connor conduce el M1 con seguridad, en primera línea, abriendo camino para el resto de carros y los vehículos que vienen detrás. El sonido de la ametralladora de la torreta es ensordecedor y la lluvia de casquillos que se cuelan por la escotilla le hace pensar en una fina lluvia de primavera, de esas que ocurren aunque el cielo no esté nublado. A pesar de su entrenamiento, de sus años de servicio en los Boinas Verdes, nunca había entrado en combate, no a ese nivel. A pesar de ello, no se encuentra incomodo, sabe exactamente lo que debe hacer y la adrenalina le deja un sabor más que dulzón en el paladar. Caminan hacia un nuevo amanecer. O caminan hacia el final de todo. El camino es el mismo y eso es simplemente aterrorizador. Pero ya no hay vuelta atrás. Esa primera confortación va a servir para muchas cosas. Para medir su fuerza, para medir la preparación y el valor de las tropas. El éxito de su cruzada dependerá de si consiguen o no cruzar ese primer campo de girasoles sin sufrir muchas bajas. La noche está cayendo. La noche es una aliada, pero los girasoles no parece que vayan a dar tregua aun después de la caída del sol aunque, eso sí, estarán mucho más débiles. El M1 sigue avanzando, dejando un reguero de cadáveres verdes y amarillentos.

Está anocheciendo. El silencio ha extendido el mantel y se prepara para hacerse un emparedado con cualquier sonido que amenace con perturbar la serena noche que parece avecinarse. Un leve viento levanta el polvo del camino, que revolotea y pasa cerca de una tumba. Es una tumba burda, labrada con prisas y sin medios y ningún letrero indica quién es su desdichado ocupante. La única señal es una espada. Hay un hombre de pie junto a la tumba. En las veladas sombras de la noche creciente, no se le puede ver el rostro. Va vestido de negro. Con una larga gabardina que ondea perezosamente en la brisa nocturna. Lleva el pelo muy corto. Casi rapado. Mira la tumba fijamente, tan fijamente que, a ratos, se confunde con la noche, debido a su oscuro atuendo y a que está completamente inmóvil. Y entonces, coge la espada y se pierde en la noche, sin dirección ninguna y, un segundo después, ya no está ahí.

Los fuegos que provocan las batallas, siempre perduran mucho más que las batallas en sí. Tres amigos contemplan los restos del campo de girasoles arder lentamente, sin prisa por consumirse.
-¿Hemos tenido demasiadas bajas, alcalde? –pregunta Johnnie.
-Llegados a este punto cada hombre o mujer que perdamos es una baja importante. Pero por ahora seguimos contando con una fuerza importante. El problema es cuanta resistencia más encontraremos de aquí a nuestro destino.
-Mucha –dice Helen-. De eso podéis estar seguros.
-Pues necesitamos una dosis de suerte enorme.
-¡Eh! –Dice Johnnie-. Yo soy un tipo con suerte –y le guiña un ojo a Helen.
-Está bien que no perdamos el sentido del humor. Será mejor que descansemos un par de horas, nos van a hacer falta todas las fuerzas de las que podamos hacer acopio.
En ese momento una voz llama al alcalde Connor desde alguna parte del improvisado campamento. Tanto él, como Helen y Johnnie, salen corriendo para ver que es lo que está causando tanto revuelo entre las tropas. Por fin llegan a un corro de gente que se va apartando cuando ellos llegan. En medio del corro, en el suelo, tumbada y sobre una manta, respirando con dificultad, está la señorita V. Un médico la está atendiendo.
- Tienen varios huesos rotos. Y puede que conmoción cerebral. Pero no deja que la movamos hasta que no hable con usted.
Connor se agacha junto a la joven.
-¿Qué ha pasado, hija?
-Ya ve, alcalde. Parece que mi tapadera no era tan secreta como creíamos.
-Bueno, todo eso puede esperar, te curaremos y descansarás.
-¡No! –V coge el brazo del alcalde Connor con fuerza-. Tiene que escucharme. Es una trampa. Me engañaron, me dieron información falsa sobre sus fuerzas. Realmente son mucho más poderosos de lo que pensábamos. No podremos con ellos con las fuerzas de las que disponemos.
El alcalde traga saliva. No sabe bien que decir. Las palabras de la chica han hecho que todo el mundo guarde silencio y no se atrevan ni a mirarse los unos a los otros. Pero V tiene más cosas que decir.
- Aun hay más, señor.

No lejos de allí, ocultos en la noche, dos hombres miran el campamento de los rebeldes. Uno es grande, fuerte y lleva el pelo largo recogido en una coleta. No para de moverse, como si estuviera nervioso. Lleva gafas, se las quita y las limpia con la camisa. El otro tiene el pelo muy corto, casi rapado.
- ¿Crees que tendremos problemas si bajamos ahí abajo? –pregunta el del pelo largo.
- No lo sé, Jacob. Los ánimos están un poco caldeados. Tendremos que convencerles rápido de que estamos de su lado.
-No son demasiados. Se encaminan a un desastre total.
-Bueno, ahí entramos nosotros. Esa es nuestra misión. Nivelar las fuerzas.
-Ya. Espero que así sea, que las nivelemos.
-Bueno, Jacob. Para eso somos los Nephilim.

Reunión urgente. V descansa en el camión hospital y fuera, Johnnie, Connor, Helen y varios mandos más de las otras ciudades discuten cuales son sus opciones.
- Si vamos será un desastre –dice uno sargento de la ciudad de Spring Rain.
- Eso es en lo único que vamos a estar de acuerdo, mucho me temo –dice Connor.
- Pero –interviene Johnnie-, no creo que ya podamos volvernos atrás. Saldrán a cazarnos. Es mejor estar de frente y en guardia cuando llegue el primer ataque.
-Quizás podamos escondernos –vuelve a intervenir el sargento.
-Yo ya estoy arto de escondernos, de vivir con miedo –interviene un teniente de la ciudad de Palms Comunity.
-Yo también estoy harta –apoya Helen-. Alcalde Connor, ¿qué piensa usted?
Connor siente de repente demasiado peso en los hombros. Al fin y al cabo es solo un hombre, pero de alguna forma se siente responsable de todas aquellas almas.
-Yo creo –dice al fin-. Que si al menos uno de nosotros. Uno solo, es capaz de llegar hasta ese laboratorio con vida y acabar con todos los girasoles del plantea, merecerá la pena el esfuerzo y le dará una mínima oportunidad al resto de personas.
- Yo estoy de acuerdo –dice Johnnie-. Merece la pena intentarlo. Ya estamos perdidos de todas formas. ¿Estamos todos conformes?
Poco a poco todos van asintiendo. Aunque el miedo les atenace, aunque saben que, muy posiblemente, ninguno volverá, saben también que no les queda más remedio.
-Entonces, permítanos ayudarles -dice una voz a sus espaldas. Todos se dan la vuelta y las armas se desenfundan. Un hombre ha aparecido de la nada. Es fuerte, tiene el pelo largo recogido en una coleta y lleva gafas.
- Tranquilos, pueden guardar sus armas. Soy un amigo. Me llamo Jacob. Hemos venido a ayudar. Su causa es nuestra causa.
-No te conocemos, así que deja que seamos nosotros los que decidamos si eres amigo o enemigo –dice Johnnie- ¿Vuestra causa? ¿Tú y quiénes más?
- Mis hermanos. Se dejaran ver cuando confiéis en la verdad de mis palabras. Sé que no es fácil, por eso ha venido alguien conmigo. Es nuestro jefe. Quiere hablaros. Va a salir, por favor, bajad las armas.
Connor hace un gesto para que todo el mundo se calme y bajen las armas. Entonces, junto a Jacob, aparece otro hombre. Es algo más bajo y menos robusto. Tiene el pelo muy corto y viste una gabardina negra. De la cadera le cuelga una espada con un aspecto de lo más amenazador. Johnnie da un paso al frente y el arma se le cae de las manos. El hombre le sonríe.
-Hola, Johnnie, me alegro mucho de verte, amigo.
Johnnie no puede hablar. Solo niega con la cabeza al tiempo que murmulla que no puede ser. Helen está petrificada, como el que ve un fantasma. Y eso es exactamente lo que Connor piensa que tienen delante.
-Yo te enterré –dice al fin Johnnie-. Con mis propias manos.
-Eso es verdad, amigo. Tienes toda la razón. Todo será explicado a su debido tiempo.
Johnnie se va acercando poco a poco al hombre. Cuando está junto a él, le toca el pecho.
-¿De verdad eres tú, Doc?
-El Doctor Spawlding. Sí, ese fue uno mis nombres. Pero eso quedó atrás. Puedes llamarme Peter, supongo.
Entonces Johnnie abraza a su amigo. Un abrazo fuerte, que dura varios segundos.
-Bastardo hijo de puta, ¿es qué no hay forma de matarte?
-Oh, ya lo creo que esa perra me mató. Pero esa una historia muy larga. Hay otros temas que tratar. Alcalde Connor, tío.
-¿Tío? –interrumpe Johnnie.
-Si esa, es otra historia que contar más tarde –responde Peter con una sonrisa-. Tío, mis hermanos, los Nephilim, vamos a unirnos a vuestra cruzada, si somos bienvenidos.
-Aun no entiendo nada. Pero cada brazo cuenta.
Peter asiente con la cabeza y de entre las sombras van surgiendo hombres y mujeres. Todos visten de negro y sus ojos son claros y fríos como la noche del desierto. Son hermosos, pero con una hermosura que asusta, como si algo muy oscuro ardiera en el interior de aquellos Nephilim, como Peter los había llamado. Al cabo de un rato, casi mil hombres y mujeres se han colocado detrás de Peter y de Jacob.
-Estos son mis hermanos.

5 comentarios:

Bardamu dijo...

Joder!!! menos mal que es agosto y puedo sacar tiempo para retomar la serie desde el 1º. Y yo que pensé qeu lo tenías abandonado....

Doctor Spawlding dijo...

y yo, pero me puse un día por que sí y mira, jajaja. Cosas del a vida. Mil gracias por pasarte también por aquí, así da gusto.

Panteira dijo...

Se me ha puesto dura xDD

Eriwen dijo...

Eres un ególatra ¿lo sabías?

Blitzmetal dijo...

Parece guapo ese tal jacob
XD